El pasado martes, 15 de enero, la Estación fue obsequiada con otro premio gracias a la gentileza de Lidia y su blog
Cafés En Solitario
Todo lo referente a este premio lo encontrarás en Menciones(3), en una de las pestañas de arriba.
CAPÍTULO 48
LLEGANDO AL ACANTILADO
T
|
ransitaban despacio,
debían tener precaución por si encontraban alguna placa de hielo que pudiera
provocar que las ruedas de los coches patinaran.
La carretera estaba muy solitaria,
muy de vez en cuando se cruzaban con otro vehículo.
Nicolás permanecía
callado, a través del cristal de su ventanilla veía como pasaba el oscuro
paisaje. El niño se sentía desolado, todo había vuelto a salir mal. Y esta vez, no se libraban de que Blas se
enterase de la verdad.
—¿No vas a decirme nada? —le preguntó su tutor, quebrando el silencio, al cabo
de un rato de trayecto— ¿No vas a decirme a dónde
vamos y qué contiene el saco que habéis metido en el maletero de Gabriela?
El señor Teodoro conocía
a donde se dirigían, pero ignoraba en un cien por cien el contenido del saco.
—No voy a decirte nada —respondió Nicolás al
instante—. Eres un
metomentodo y un cotilla. Siempre tienes que estropearlo todo.
Blas se mordió el labio
inferior, luchando por no perder el control.
—Tienes suerte de que tenga que estar pendiente
de la carretera y conduciendo
el coche —manifestó, sereno—. De lo contrario, te ibas a tragar cada una de
tus palabras. ¡Eres un insolente! Tú
espera a que lleguemos a casa y verás lo que allí te pasa, mocoso. ¡Niñato!
El chiquillo frunció el
ceño, muy contrariado, y propinó una patada al asiento de su tutor. No podía
soportar que lo llamara “mocoso” o “niñato”.
—Aprovéchate cuanto quieras de la situación —declaró Blas sin
acalorarse—, ya te
cogeré luego.
El señor Teodoro vio cómo
a Gabriela se le fue ligeramente el coche hacia la izquierda aunque, de
inmediato, la joven reaccionó y dominó el vehículo.
La pista por la que
circulaban estaba muy helada.
—¿Cómo se te ha podido ocurrir coger este
coche, Nico? —indagó Blas, desconcertado— ¿Dónde tienes la cabeza
y qué tienes en esa cabeza de chorlito?
—Sé conducir —aseguró el muchacho,
convencido—. El padre de
Miguel nos enseñó a los dos. Él decía que cuando tuviésemos la edad para
sacarnos el carnet, ya seríamos unos expertos conductores. No te lo dije porque
tenía miedo de que no me dejaras volver a la finca de Miguel.
Blas se quedó perplejo
con aquella revelación. Nunca hubiese imaginado al señor Claudio, director de
un prestigioso banco, un hombre serio y recto, enseñando a los niños a
conducir.
Pasaron por Puerto Llano,
las calles estaban desiertas. Muy pocas viviendas tenían las luces encendidas,
la mayoría de la gente debía estar durmiendo, ya que el día siguiente era laborable.
Cuando estuvieron a unos
tres kilómetros del pueblo, tomaron una carretera con dirección a la costa.
Nicolás comenzó a ponerse
más nervioso, pronto llegarían a su destino. Tenía que ocurrírsele algo para salvar a Hércules.
El niño discurrió,
durante un rato, hasta que tuvo una idea. Una idea que no le gustaba, que le daba miedo, pero se encontraba en un callejón sin salida y no vio otra opción.
—En el saco que hemos metido en el maletero,
está el cadáver de Salvador Márquez —dijo de sopetón,
y muy claramente—. Estela y Gabriela lo tenían escondido en el
congelador del garaje.
El señor Teodoro
escuchó al chiquillo sin interrumpirlo, y continuó conduciendo a pesar de
haber recibido una impresión muy fuerte.
—Cavé la fosa en el pozo de las águilas porque
quería enterrar el cuerpo de Salvador —siguió contando Nicolás—. Fui al cementerio para
enterrar a Salvador con Jeremías, pero todo salió mal. Ahora, pensábamos tirar
a Salvador y a su coche por el acantilado.
Cuando bajaste a Luna a recoger escombros, salí de casa.
Fui a casa de Estela, Salvador estaba estrangulando a Gabriela, cogí un
cuchillo y se lo clavé en el cuello. Yo lo
maté. Soy un asesino, un delincuente, puedes entregarme a la policía. No voy a poder ir al instituto de Nat, me encerrarán en un reformatorio. Lo siento, Blas, perdóname.
El señor Teodoro apretó con fuerza el volante y casi no sintió el agudo dolor que esta opresión produjo a sus manos.
Sus negros ojos se llenaron de lágrimas y tragó saliva con verdadera
dificultad. Un temblor recorrió sus brazos.
—Tú no eres ningún asesino, Nico —afirmó con voz ronca—. Salvaste la vida a
Gabriela y, por supuesto, no voy a entregarte a nadie. No se te ocurra volver a repetir que eres un asesino. Toda la culpa es mía, he estado ciego y sordo.
El señor Teodoro recordó la fosa en el pozo de las águilas, la caja de zapatos y la carta. Ahora entendía muchas cosas e interiormente se llamaba torpe y estúpido.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó el chiquillo,
compadeciéndose de su tutor, porque percibía el gran disgusto
que le estaba causando. Se sentía avergonzado, pero no veía otra salida. Tenía que salvar a Hércules.
—Arrojaré a Salvador Márquez y a su coche por
el acantilado —respondió Blas—. ¿Qué otra cosa puedo
hacer? No me has dejado muchas alternativas. Nada de esto hubiese ocurrido si
me hubieses contado la verdad cuando ese hombre te golpeó con la cadena. ¿Cómo
te hago entender que no me mientas, que no me ocultes nada, que si tienes algún
problema acudas a mí?
—No quería meterte en este lio —se excusó Nicolás—. Estela, Gabriela y yo
podríamos haberlo solucionado sin que tú intervinieras.
—Esta noche no hubieras llegado al acantilado,
Nico —le aseguró su tutor—. Te hubieras salido de
la carretera, podrías haberte matado. Tú, Estela y Gabriela habéis obrado sin juicio y sin sentido común.
ῳῳῳ
—Nico lo está haciendo muy bien —comentó Gabriela,
esperanzada—. Falta poco
para que lleguemos.
—Sí, falta poco —asintió Estela—. Y, desde luego, Nico lo
está haciendo muy bien. Demasiado bien.
—¿Qué quieres decir? —indagó su hija, notando
un tono misterioso en las palabras de su madre.
La señora Miranda no
contestó, y siguió observando al seat Ibiza desde el espejo retrovisor
exterior que tenía a su derecha.
ῳῳῳ
La señora Emilia Sales se
despertó, sobresaltada, al recibir unos zarandeos bruscos
por parte de Elisa Rey.
—¿Qué sucede? —preguntó la madre de
Blas, alarmada.
—Ni Nico, ni Blas están en casa —respondió la joven con
nerviosismo—. He subido a
ver al niño y no estaba en su cama, quería hablar con él para arreglar las
cosas. He bajado a ver a Blas y tampoco está. Esto no es normal.
La señora Sales se
levantó lentamente.
—¡Ay, Dios mío! —exclamó, preocupada— Blas ha quitado la
cerradura a la puerta de Nico y los barrotes de su ventana. Solo falta que el
crío, como agradecimiento, le haya dado por salir esta noche. Se va a ganar una
buena azotaina.
—Es lo menos que se merece —opinó Elisa, alterada—. Y no sé si va a dar
buen resultado que Blas saque al chiquillo del internado. Tal vez, lo mejor
fuera que el niño continuase allí. Blas igualmente podría ser el nuevo director
del instituto en Aránzazu, y Nico podría continuar estudiando en el internado
de Markalo.
Emilia miró a Elisa con
una mezcla de asombro y de desconfianza.
—Te aconsejo una cosa y te la aconsejo porque
te aprecio —dijo fríamente—, no se te
ocurra decirle a Blas lo que acabas de decirme a mí.
ῳῳῳ
El señor Teodoro leyó el
cartel que había en una orilla de la carretera. “Acantilado a 5 km. Zona peligrosa”.
Nicolás también leyó el
cartel y comprendió que estaban llegando. Árboles, hierbas y matorrales iban
quedándose atrás. Empezaron a adentrarse en un camino que desembocaba en un
terreno de tierra y piedras.
Siguieron adelante hasta
que leyeron otra indicación. “Acantilado.
Zona muy peligrosa”.
Y, desde luego, no era
discutible que el lugar era peligroso. El horizonte del suelo era una línea que
se recortaba abruptamente. Por debajo de la misma se extendía una pendiente
vertical de unos seiscientos metros de longitud. Al fondo, las olas,
gigantescas y embravecidas, chocaban contra las paredes rocosas.
Gabriela detuvo su coche
a escasos metros del nacimiento del precipicio. Blas apagó el motor del auto de
Salvador. Las mujeres bajaron del Opel Corsa. Nicolás y su tutor bajaron del
seat Ibiza. Las luces de los faros de ambos coches continuaban encendidas.
Gabriela no pudo ocultar
su estupor en cuanto vio a Blas. No sucedió lo mismo con Estela que, desde
hacía bastante rato, tenía la certeza de que no era Nicolás quien conducía el coche
de su exyerno.
El silencio fue mortal
durante breves instantes; el aire, helado y húmedo, lamía los rostros de
los adultos y el niño.
—Bienvenido a la fiesta, Blas —la señora Miranda fue la
primera que habló—, a una fiesta que no has sido invitado.
—Esta fiesta nunca se hubiera realizado, Estela
—manifestó el
joven—. Nico no hubiera podido traer el coche hasta aquí. Se hubiese salido
de la carretera, ¿en qué estaba pensando? ¡Se ha vuelto loca, Estela, y tú también, Gabriela!
—¡Yo sí que hubiera llegado hasta aquí y hasta
más lejos! —intervino
Nicolás— ¡Sé
conducir!
El señor Teodoro dio un
rápido cachete al chiquillo.
—Mantente callado, Nico —le advirtió, crispado.
Seguidamente volvió a mirar a las mujeres—. Les agradezco que hayan
intentado proteger a Nico, pero han debido contar conmigo. Soy el más
interesado en resguardar al niño.
—No entiendo lo que dices, Blas —murmuró Gabriela, confusa.
—Ya le he contado toda la verdad —intervino de nuevo
Nicolás, presuroso—. Ya sabe que llevamos el cadáver de Salvador y que
yo lo maté, clavándole un cuchillo en el cuello, cuando estaba estrangulándote.
Gabriela miró el rostro
vehemente del muchacho y, posteriormente, vio el dolor que se reflejaba en la
cara del señor Teodoro. La mujer se vino abajo y negó varias veces, moviendo la cabeza de un
lado a otro.
—No, Nico —declaró con firmeza—. No voy a consentir
esto. Blas no se merece lo que estamos haciéndole. ¡Tú no has matado
absolutamente a nadie! ¡Ya está bien! Hace tiempo que debimos confiarle la
verdad, pero la verdad y solo la verdad.
Págs. 367-373
Hoy, con vuestro permiso, voy a dedicarle este capítulo a una persona que admiro, respeto y quiero.
Este capítulo es para ti FG y para tu magnifico blog El Mundo Que Habito donde tengo la suerte de deleitarme con tus relatos que tantas veces me sorprenden, me hacen reír, me asustan, me emocionan... porque tú eres imprevisible, FG.
También quiero mencionar tus otros blogs que tengo el gusto de conocer y disfrutar.
Haikus Y Senyrus, Acrósticos, Mis Poemas.
También quiero agradecer a My Favorites Things que el pasado domingo, 27 de enero, me hiciera el honor de hacer mención de esta Estación y de "El Clan Teodoro-Palacios" en una entrada de su estupendo blog.
¡¡Muchísimas gracias, Silvia!!
Hoy, con vuestro permiso, voy a dedicarle este capítulo a una persona que admiro, respeto y quiero.
Este capítulo es para ti FG y para tu magnifico blog El Mundo Que Habito donde tengo la suerte de deleitarme con tus relatos que tantas veces me sorprenden, me hacen reír, me asustan, me emocionan... porque tú eres imprevisible, FG.
También quiero mencionar tus otros blogs que tengo el gusto de conocer y disfrutar.
Haikus Y Senyrus, Acrósticos, Mis Poemas.
También quiero agradecer a My Favorites Things que el pasado domingo, 27 de enero, me hiciera el honor de hacer mención de esta Estación y de "El Clan Teodoro-Palacios" en una entrada de su estupendo blog.
¡¡Muchísimas gracias, Silvia!!