EN BUSCA DE
NICOLÁS
L
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a declaración del señor Teodoro causó un gran impacto
en todos los presentes, exceptuando a la señora Sales y a Elisa que, por
descontado, conocían perfectamente el parentesco existente entre el hombre y el
niño.
La señora Miranda abrió sus diminutos ojos,
desmesuradamente, y miró al señor Teodoro como si lo viera por vez primera. Y
no, no era la primera vez que lo veía puesto que lo conocía desde hacía diez
años. No obstante, en aquel momento, no estaba viendo al señor Teodoro, estaba
viendo claramente a un Nicolás más mayor, más alto y más corpulento.
—¡Dios mío! —exclamó la mujer,
desarmada y abatida— ¿Qué es lo qué he hecho? A veces no queremos
ver lo que tenemos delante y no hay más ciego que el que no quiere ver. ¡Pobre
Nico! Él no se quería marchar, quería hablar contigo. Casi lo obligué a subir
al taxi.
—¿Al taxi? —inquirió el señor
Teodoro, temblando — ¿A qué taxi? ¿Dónde está
Nico? ¿A dónde iba? ¡Por favor, Estela, deme alguna pista! Usted tiene que
saber algo. Ayúdeme a encontrar a mi hijo.
La señora Miranda asintió, ansiosa, secando las
lágrimas que brotaban de sus ojos. Y explicó el lugar adonde se
dirigía Nicolás. Miró su reloj con desesperación.
—El autobús salía a las
siete de Puerto Llano y son las siete y veinte —manifestó—. Llamaré a mi amiga y le
diré que entretengan al niño en alguna cafetería cuando llegue a Tres Picos.
Allí podrás recoger a tu hijo, Blas.
—No, no puede ser —replicó el señor Teodoro,
desasosegado— ¿Y si el
niño decide bajar en Villa Hermosa o en San Fernando? Debe estar muy asustado y
puede hacer cualquier tontería. Debo alcanzar ese autobús antes de que llegue a
Villa Hermosa.
—Blas, no puedes hacer eso
—se asustó la
señora Sales, acercándose al joven—. Ese autobús te lleva
mucha ventaja, vas a matarte por la carretera si intentas alcanzarlo.
Hijo, estás tiritando. Tómate algo para la fiebre y
un tazón de tila.
—¡No, no puedo perder más
tiempo!
—¡Espera un segundo! —intervino el señor
Tobías — Tu madre tiene razón.
¿Quieres dejar a Nico, sin padre, precisamente ahora? Tómate la tila y un
antitérmico. Alcanzaremos ese autobús. Yo te llevaré, le pondré la sirena al coche
y todos los vehículos nos dejarán pasar.
El señor Teodoro accedió y minutos después,
ambos hombres, salieron de villa de Luna,
conduciendo el señor Tobías a gran velocidad.
El señor Francisco se rascó la nuca, boquiabierto,
oyó la sirena y vio pasar, como un rayo, el coche patrulla.
“¿Qué diablos pasa aquí?”, se preguntó.
Iba caminando hacia casa del señor Teodoro y aligeró
el paso hasta convertirlo, prácticamente, en carrera.
Llegó jadeando a la villa y su pasmo aumentó cuando entró en el salón y vio
llorando a Emilia, a Estela, a Gabriela, a Natalia y a Bibiana. Las únicas
personas serenas eran Elisa y Patricia.
—¿Qué está pasando aquí? —interrogó el hombre,
voceando.
—Nico se ha escapado de
casa —contestó
Patricia.
—¡Ajá! —exclamó el señor Francisco en tono triunfal — ¡Yo lo sabía! ¡Sabía que ese
endiablado iba a darle un buen disgusto a Blas! Quise avisarle una y otra
vez, pero no me hizo caso. Creyó que yo exageraba y he aquí las consecuencias…
—¡Haz el favor de callarte! —le gritó Estela, hastiada— Tú que todo lo sabes, ¿cómo
es que no sabías que Nico es hijo de Blas?
El señor Torres detuvo sus ojos saltones en la
señora Miranda.
—¿Qué le pasa a usted, se
ha trastornado otra vez? —quiso saber.
—Nadie se ha trastornado —medió la señora Sales—. Es cierto lo que te dice
Estela. Nico es hijo de Blas, es mi nieto.
—¿Ese endiablado muchacho
es hijo de Blas? —inquirió el hombre, perplejo— Desde luego el chiquillo
no se parece en nada a Bruno Rey —meditó en voz alta—. ¡Que me muerda un perro rabioso! ¿Cómo no me he dado cuenta? ¿Y qué
ha hecho ese alborotador; se ha enterado de que Blas es su padre y ha salido
huyendo?
—¡No te
enteras de nada ni comprendes nada! —bufó Estela, enfadada— Nico ha sabido que Bruno
no es su padre y piensa que Blas iba a entregarlo a su verdadero padre. Por eso, se ha escapado.
—¡Pues vaya faenita! —exclamó Francisco,
disgustado— Pero no entiendo nada, ¿a qué viene que Blas nos engañara a todos? Espero que encuentre al muchacho.
—Seguro que lo encontrará
y lo traerá de vuelta —afirmó la señora Sales, esperanzada—. Y os ruego a todos que
no le digáis a Nico quién es su padre. Blas tenía la ilusión de decírselo
mañana, el día de Reyes, y seguro que lo hará. No le arrebatéis el derecho de
ser él quien se lo diga.
Y, ahora, vosotras niñas, id al garaje y traed los
regalos y ponedlos junto al Belén y, nosotras, sigamos preparando la cena.
Estoy convencida de que a la hora de cenar mi hijo y mi nieto estarán aquí.
Disculpadme, voy un momento a mi cuarto.
—¡Que Dios la oiga! —exclamó el señor
Francisco— Nada sería
lo mismo en la urbanización, sin ese endiablado muchacho. Pero sigo sin entender a Blas.
ῳῳῳ
El taxista dejó a Nicolás en la parada de autobuses
que le había indicado la señora Miranda. El muchacho bajó del taxi, mareado,
sentía un desagradable hormigueo en el estómago y en las piernas. Deseaba que
aquella sensación molesta desapareciera cuanto antes.
Cinco personas mayores esperaban el autobús, cuatro mujeres y un hombre. Las señoras debían tener unos sesenta años y el señor debía pasar de los setenta. Permanecían serios y callados y ninguno contestó al saludo educado de Nicolás. El chiquillo se colocó detrás de ellos, en un rincón, mirando tristemente el suelo.
Cinco personas mayores esperaban el autobús, cuatro mujeres y un hombre. Las señoras debían tener unos sesenta años y el señor debía pasar de los setenta. Permanecían serios y callados y ninguno contestó al saludo educado de Nicolás. El chiquillo se colocó detrás de ellos, en un rincón, mirando tristemente el suelo.
Pasado un rato, sintió unas tremendas náuseas y temió
que iba a vomitar. Se alejó del grupo, lo más que pudo, y devolvió tras sufrir
unas dolorosas arcadas.
—¡Fíjense! —espetó,
desaprobadoramente, una de las mujeres que aguardaban el autobús— ¡Debe estar borracho!
¡Qué poca vergüenza!
Los adultos miraron con repulsión al chico alto y
bien fornido y nadie reparó en su rostro porque, de haberlo hecho, solo
hubieran visto la cara de un niño asustado.
A las siete en punto el autocar llegó. Nicolás fue
el último en subir, todavía no se encontraba bien, tenía el estómago muy
revuelto.
—¿A dónde vas? —le preguntó el conductor
con brusquedad.
—A Tres Picos.
El chiquillo le entregó el billete de diez dívares que
Estela le había dado y el chófer le devolvió unas monedas y le dio un tique.
—No me encuentro muy bien —dijo Nicolás, débilmente—, necesito vomitar un
poco más.
El hombre lo escrutó de arriba abajo con cara de
pocos amigos.
—Toma esta bolsa, no se te
ocurra ensuciar el suelo. ¡Venga, largo! ¡Debería dejarte en la calle!
El chiquillo cogió la bolsa de plástico y anduvo
unos pasos buscando un lugar donde sentarse. Anhelaba ocultarse de todas las
miradas reprobadoras de sus acompañantes de viaje.
El autobús se puso en movimiento y Nicolás se sentó
en la parte derecha, junto a una ventanilla. Hubiese preferido sentarse al
final, pero tuvo miedo de caer por el estrecho pasillo debido a su persistente
mareo. Minutos después, agachó la cabeza y vomitó en el interior de la bolsa.
—¡Qué asco! —escuchó exclamar a una
mujer y el pobre crío comenzó a llorar en silencio.
Se acordó de cuando vomitaba en casa y el señor
Teodoro lo sujetaba colocándole una mano en la frente y otra mano en la parte
posterior de la cabeza. Seguidamente le preparaba una infusión de manzanilla y
se desvivía por aliviarlo.
Buscó un pañuelo en alguno de sus bolsillos, pero no
lo encontró. Se limpió la boca y la cara con una manga de su cazadora.
Sacó la foto que se había llevado de villa de Luna y contempló a un señor Teodoro
sonriente que le pasaba un brazo por los hombros. Él, Natalia y la señora Sales
también sonreían. El niño miró la hora que era.
“Ya deben haberse enterado de que me he ido”,
pensó. “Blas, ven a buscarme, por favor.
No dejes que me vaya. Blas, ven a buscarme... ven a buscarme".
¿Cómo podía
haber cambiado todo, tanto? Hacía escasamente unas horas era completamente feliz y, ahora, se encontraba muy solo, muy
asustado y con un futuro muy incierto.
Volvió a llorar, silenciosamente, sin dejar de mirar
la foto.
ῳῳῳ
Todavía no eran las ocho de la tarde cuando el coche
del señor Tobías pasó por delante de la parada de autobuses en Puerto Llano. El
lugar estaba desierto.
—No tardaremos en darles alcance —aseguró el policía —¿Te encuentras bien, Blas?
—Estaré bien cuando tenga
a Nico a mi lado —respondió el señor Teodoro—. Acelera por favor.
ῳῳῳ
Únicamente faltaban cuatro kilómetros para llegar a
San Fernando y dos agentes motorizados
detuvieron el autobús en el que viajaba Nicolás. Uno de ellos le pidió la
documentación al chófer y el otro le ordenó que abriera una puerta lateral para
poder subir al autocar. El guardia civil paseó su mirada por los pasajeros y,
especialmente, observó a Nicolás. El chiquillo bajó la cabeza de inmediato,
temiendo parecer sospechoso.
—No se inquieten y
manténganse sentados —dijo el hombre en voz alta y clara—. Estamos llevando a cabo
una inspección de rutina.
—Yo tengo todos los
papeles en regla —aseveró el conductor.
—Eso, vamos a comprobarlo —respondió el guardia,
bajando del autobús—. ¡Cierre la puerta!
Los dos agentes se reunieron a unos metros del
vehículo.
—El chico está ahí arriba —susurró quien había
subido al autobús—, no tengo ninguna duda. Coincide plenamente con la
descripción que nos han dado. Está asustado, ha bajado la cabeza en cuanto me
ha visto mirarle.
—Perfecto —contestó su compañero—. No creo que el padre
tarde mucho en llegar.
Págs. 591-597
Y esta semana, os dejo en el lateral del blog una canción de Isabel Pantoja... "Buenos días, tristeza"
Y esta semana, os dejo en el lateral del blog una canción de Isabel Pantoja... "Buenos días, tristeza"