A la estación ha llegado un premio por gentileza de Julia L. Pomposo ... al final del capítulo os hablaré sobre él
CAPÍTULO 126
LUZ Y OSCURIDAD
H
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elena acudió a la cocina vestida con un albornoz y
con una toalla enrollada a su melena como un turbante.
Matilde la miró, sonrió y pensó que el color rosa le
sentaba bien.
—¡Eureka! —exclamó, satisfecha— La comida está lista. He preparado una fideuá que tanto te encanta.
Siéntate, ya sirvo los platos.
Helena separó una silla de la mesa, dobló su pierna
izquierda y se sentó sobre ella. Era una costumbre adquirida desde niña que
nadie había conseguido quitarle. Ya era suficiente con que se sentara bien
fuera de casa aunque, a veces, sin querer, por pura inercia, también se
sorprendía a sí misma sentándose como no corresponde a una dama educada en un lugar público.
—¿Qué te ha dicho Berta? —preguntó.
—Ningún problema. Todo arreglado —respondió Matilde mientras repartía la comida en sendos platos—. Posiblemente estos señores ya estén recibiendo la visita de los
agentes judiciales.
Berta espera que pronto recuperes la voz —Matilde guiñó un ojo a Helena—. Tiene muchas ganas de hablar contigo y presentarte a su primo Javier, al fiscal.
—No es preciso que me recuerdes que es fiscal. ¡Como si es conde! ¿Para qué
quiere presentármelo tan de repente? —reaccionó Helena, molesta.
Matilde colocó los platos en la mesa y se sentó.
—También es moreno y de ojos negros —comentó de un modo distendido—. Podrá ser el perfecto sustituto de Blas, tendrá que serlo.
Helena se crispó de inmediato.
—¿Cómo se te ocurre ponerme tantos fideos? —interrogó, alterada.
Se levantó y vació más de la mitad del contenido de
su plato en la paella.
—¿Solo piensas comer eso? —se preocupó Matilde— Cada día estás más delgada y más ojerosa. Te ha molestado que te
hable del sustituto para Blas, ¿no es cierto?
—Me ha molestado que me pongas tanta comida en el plato. ¿Acaso me
confundes con una vaca? —respondió Helena— De todos modos, tampoco entiendo por qué debo odiar a Javier.
—¡Helena, por Dios! —exclamó Matilde— Tú no odias a Blas, no rompiste el vestido que te regaló, te
asustaste demasiado cuando se desmayó en el patio, y guardas una foto suya.
Helena levantó la vista de su plato y miró a
Matilde.
—¿Registras mis cosas? —indagó en tono acusador.
—No registro nada —suspiró Matilde, cansada—, y lo sabes bien. Ahora pretendes atacarme para desviar un tema del
que no quieres hablar.
La otra noche llovía, no podía dormir. Fui a tu
cuarto, tú dormías. Vi un libro en tu mesita, lo cogí para leer un rato y vi la
foto.
—La guardo para que no se me olvide la cara del hombre que odio —explicó Helena bajando su mirada a la fideuá.
—¡Ya! —profirió Matilde meneando la cabeza. A continuación
llenó su copa de vino tinto y bebió un poco— ¿Cómo no se me había ocurrido? —se preguntó en voz alta— Se te olvida con quién estás hablando —declaró—. No soy tu enemiga, Helena. Soy tu mejor amiga y te
quiero mucho. Puedes decirme la verdad, sabes que puedes confiar en mí. No es
preciso que te esfuerces en tapar el sol con un dedo, con un solo dedo. Ni siquiera lo intentas con la mano.
Helena, sin pronunciar palabra, se levantó y salió de la cocina. Matilde se quedó muy descorazonada, pero su desaliento no duró mucho tiempo. Helena regresó con unos papeles que le entregó.
Helena, sin pronunciar palabra, se levantó y salió de la cocina. Matilde se quedó muy descorazonada, pero su desaliento no duró mucho tiempo. Helena regresó con unos papeles que le entregó.
—Vete mañana mismo de Kavana, vete a Escocia. Allí tengo una casa en
medio de un escenario paradisíaco y…
Helena dejó de hablar cuando su amiga rompió el
pasaporte, la única puerta abierta que la hubiera conducido a un lugar seguro e
idóneo, muy lejos del terror que probablemente iba a nacer y a crecer en
Kavana.
—¿Se puede saber por qué has hecho esto? —se desesperó.
—Porque soy tu amiga, no me iré sin ti, no te dejaré sola aquí. Procura
que las cosas salgan bien —repuso Matilde—. Ahora, siéntate y come. No tenemos nada mejor que hacer, ¿o sí? —agregó— Después de comer podríamos plastificar la foto de
Blas para que puedas conservarla bien. Es bueno que no olvides su rostro, es
bueno que recuerdes que le odias.
—Es una idea genial —sonrió Helena y Matilde pudo ver los colores
del arcoíris en su mirada.
Había luz en el semblante de Helena, una luz que la
noche más oscura sin luna y estrellas carecería de potestad para apagar.
Helena comenzó a comer y no dejó en el plato ni un
solo fideo ni tropezón de marisco. Para regocijo y tranquilidad de Matilde,
seguidamente comió trozos de fresa, plátano y kiwi que flotaban en un lago naranja retenido en un cuenco.
—El viernes deberíamos marcharnos en cuanto llegues del instituto —dijo Matilde sorprendiendo a Helena.
—Pero aún puedo quedarme unos días más —replicó Helena.
—Sí puedes, pero no debes. Hazlo por mí.
Helena se encontró con los ojos grises de su amiga
que silenciosos suplicaban que le hiciera caso.
—¿Y Patricia? —indagó como excusa para quedarse.
—Berta se encargará de todo, tú ya no debes hacer nada más.
—Pero en el momento que Patricia aparezca viva, Álvaro Artiach e Ismael
Cuesta podrán continuar con sus vidas como si nada hubiesen hecho; Berta les ha
dado su palabra.
—No serán los primeros malhechores ni los últimos que no saldan sus
cuentas con la justicia. Lo importante es que la niña aparezca viva. ¡Helena,
quiero irme por favor! Ha llegado el momento.
—Está bien —aceptó Helena—. El viernes por la mañana te entretienes preparando maletas. Nos
iremos después de comer.
Matilde, muy contenta, se levantó y dio un sonoro
beso en cada una de las mejillas de Helena.
Y una idea empezó a tomar forma en la mente de la recién
besada. También había llegado el momento de que Blas viera el vestido que le
regaló hace años en el cuerpo de otra mujer.
Al día siguiente, jueves, lo vería en el cuerpo de
Mikaela. No pensaba marcharse de Aránzazu sin que Blas volviera a ver el
vestido azul con florecillas blancas. Mucho menos después de que Blas la
acusara de haber impedido que él reconociera a Nicolás como su hijo durante
doce años, y de haber renunciado ella a la patria potestad del niño.
Eran dos acusaciones tan graves como falsas.
∎∎∎
La señora Emilia Sales y el señor Matías Hernández
no salían de su asombro desde que Blas y Nicolás llegaron a casa.
Como existen las casualidades también les esperaba
una exquisita fideuá para comer.
Blas, pletórico y exuberante, entró en la cocina
silbando con ojos muy sonrientes.
Saludó a Matías con dos palmadas efusivas en la
espalda; besó la mano diestra de Prudencia y Matías creyó que no podía ser real
lo que terminaba de ver. ¿Cuándo un señor
besaba la mano de su criada?
A continuación, Blas besó a su madre que también se
hallaba en estado anonadado.
Posteriormente insistió tanto en el hecho de que
Matías y Prudencia comieran con ellos que el señor Hernández, aunque reprobaba
semejantes cercanías, no encontró forma de negarse.
Ya en la mesa, Nicolás se dio cuenta de que todos
miraban a su padre, extrañados, por su conducta.
El señor Teodoro comía en silencio, abstraído, y con
una sonrisa constante en un rostro cuya luz tampoco podría apagar la noche más
oscura sin luna y estrellas.
Nicolás decidió intervenir cuando su padre volvió a
silbar sin mas.
—Papá está muy contento porque hoy se ha enterado de que estoy sacando
sobresalientes en todas las asignaturas —dijo a su abuela.
—Eso es motivo de alegría, sí —admitió la señora Sales, dudosa—. Pero no es para tanto, has repetido dos cursos adrede. Es lógico que
saques sobresalientes.
—También es lógico que mañana sea jueves y pasado mañana, viernes. Y
sin embargo, es algo maravilloso —declaró el señor Teodoro provocando que el
señor Matías se atragantara con unos fideos.
El hombre tosió estentóreamente y ensució una
servilleta que utilizó para limpiarse los labios.
—¡Ya está bien de barbaridades, Blas! —exclamó la señora Sales sin entender qué sucedía— ¿No te habrán puesto una droga en algo que hayas bebido en la cafetería
del instituto?
Nicolás pensó que su padre no sabía disimular la
felicidad que sentía.
—No, yaya, no es nada de eso —volvió a intervenir el niño—. Lo que pasa es que a papá le gusta bastante
una profesora del instituto. Me lo ha dicho hoy.
—¿Y quién es? —se interesó la señora Sales de inmediato.
—Soraya Palma, la profesora de inglés —respondió Nicolás. Evitó nombrar a Mikaela porque sabía que esta
tampoco era del agrado de su abuela.
La señora Sales sonrió satisfecha y muy aliviada.
—¡Qué alegría me das, hijo! —exclamó realmente encantada— Invítala a comer el domingo, me gustará conocerla. ¡Qué alegría,
hijo!
—Sí, mamá. Sobre todo porque su cabello no es moreno ni tiene los ojos
negros.
Emilia Sales captó la ironía en las palabras de su
hijo.
—Sí, Blas, sobre todo por eso —reconoció al momento.
El señor Matías y su esposa Prudencia vieron como la
señora Sales reanudaba la comida con más ganas y como un rictus que expresaba
triunfo afeaba su rostro ajado.
¡Por fin se había desvanecido, desaparecido,
volatilizado un problema muy grande! Helena Palacios ya era historia, ya era agua
pasada que no mueve molinos!
∎∎∎
En una sala alumbrada pobremente por una lámpara de
luz anodina, con paredes frías, ni un solo cuadro que cubriera su desnudez, y una
solitaria ventana cuya persiana bajada aislaba del exterior a dos hombres que
bebían whisky en vasos de grueso cristal sin dar tregua a que los cubos de
hielo se derritieran en contacto con el líquido ambarino; en este habitáculo semejante a una cueva, Álvaro Artiach e Ismael Cuesta
conversaban y planeaban un destino cruel y salvaje para dos de las personas
que más amaba Blas Teodoro.
Las decisiones ya estaban tomadas y no había marcha
atrás, sí había mucho odio y extremada maldad.
El señor Artiach decidió que el sábado liberarían a
Patricia, confiaba plenamente en la palabra de la jueza Berta Domenech de
dejarles en paz si lo hacían.
Culpó a Blas Teodoro de haberles denunciado y juró
que Blas derramaría lágrimas de sangre deseando morir. Y eso quería él, verlo
muerto en vida.
Sabía que la fuerza y la debilidad de Blas era
Helena; Blas le contó demasiadas cosas durante la celebración del cumpleaños de
Patricia. El objetivo del señor Artiach era encontrar a Helena y matarla.
Ismael Cuesta, que detestaba con una furia excelsa a
Nicolás desde el primer tropiezo que tuvo con el muchacho en la calle del
Pintor Negro, convenció a su socio de lo conveniente de acabar con el chico
para atraer a Helena. ¿Qué madre no
acudiría al entierro de su hijo?
Álvaro Artiach dio su aprobación a la idea de su
socio y rió, de forma escalofriante, recreándose imaginando la amargura que le
aguardaba a Blas.
Ismael Cuesta también reía y pensó que debía ser una ilusión, fruto del alcohol consumido, parecerle
ver que Álvaro Artiach frotaba suavemente, con un algodón empapado en
whisky, la cabeza de la serpiente tatuada en su cuello.
Págs. 997-1005
Hoy dejo una canción de Antonio Orozco... "Mi héroe"
Próxima publicación... jueves, 12 de mayo
Y ahora voy a publicar el premio que Julia L. Pomposo ha tenido la cortesía de entregarme desde su magnifico blog Las cosas de Julia (Poesía)
Le agradezco a Julia este bonito detalle que ha tenido conmigo... ella sabe que me gusta su poesía porque su poesía es eso... poesía
Me gusta leer sus poemas... y releerlos por el placer de hacerlo
También me gustan sus relatos, leyendas y cuentos
A quienes no la conozcáis, os recomiendo visitarla, os va a encantar
Y a ti, Julia, muchas gracias
Con este premio tienes que decir una frase que te haya marcado
Bueno, yo voy a decir una frase que me gusta... no es que me haya marcado... simplemente me gusta
"Mejor que saber lo que es justo, es amar lo justo"
Este premio tenía que darlo a 15 personas... me vais a tener que disculpar porque no lo voy a hacer
Sabéis que puede llevárselo quien lo desee
Muchas gracias a tod@s
Mela