EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

sábado, 20 de agosto de 2022

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 159

 





CAPÍTULO 159

 

UN CLARO GANADOR

 

 


E

l silencio terminó y el presagio se cumplió. Los truenos y relámpagos volvieron y una lluvia tan copiosa que el río se desbordó valle abajo.

A pesar de la opulenta tormenta, Blas y Helena cocinaron entre sonrisas y miradas cómplices. Ninguno de los dos se percató de la ausencia de la trona y de Cupido.
 "Solo tienen ojos el uno para el otro", pensó Matilde. Era palmario que Helena había olvidado su miedo a ser feliz. "¿Y si era real, y si no era un miedo absurdo?", se martirizaba Matilde mientras se preguntaba si alguien podía ser completamente dichoso. Y esta pregunta se repetía en su mente como un molesto y hasta agresivo soniquete.
Nicolás y Bibiana, al contrario que Matilde, disfrutaban de la endemoniada tormenta, de su violento carácter y de su belleza incomparable, a través de una ventana de la sala de estar.
            —Tus padres no han elegido un buen día para fingir que se casan —dijo Marcos a Nicolás en tono burlón.
            —¡No han fingido nada y es mejor que te calles! —exclamó Nicolás, alterado— Mi padre no va a poder salvarte siempre, te lo advierto.
            —¡Qué miedo me das!
            —No le escuches, Nico —le aconsejó Bibiana con sensatez—. Solo busca provocarte.
Ya eran casi las cuatro cuando la comida estuvo lista. Los niños acudieron a la cocina con ganas de comer y elogiaron el primer plato: un riquísimo arroz con marisco. De segundo plato había pollo frito y unas exquisitas patatas asadas. Y Nicolás, aunque estaba muy saciado, aún comió tres trozos de flan casero.
La tormenta no les dio ni una pequeña tregua y no pudieron salir por la tarde.
            —Creo que mañana nos encontraremos con algún árbol arrancado —comentó Matilde—. No sé si voy a poder dormir esta noche, no sé si seré capaz.
            —Yo tampoco sé si podré dormir, tampoco sé si seré capaz —manifestó Helena e inmediatamente, tras encontrarse con la sonrisa de Blas, lamentó lo que terminaba de decir y buscó, desesperada, una buena excusa.
Pero antes de que encontrara esa excusa deseada, un comentario de Blas la hizo sonrojar de pies a cabeza si es que esto era posible. Helena creyó que sí.
            —Tampoco estoy seguro de poder dormir esta noche. Eso sí, pienso dormir muy bien acompañado.
            —Señor Teodoro, le ruego que se contenga y que recuerde que los niños están aquí —dijo Matilde notando el bochorno de Helena.
            —¿Qué he dicho? No he dicho nada malo —replicó Blas en tono inocente y miró a Helena con ojos traviesos.

Después de cenar, la tormenta continuaba incansable. Truenos, relámpagos y agua a raudales. El viento ululaba,  feroz. 

Helena subió a su habitación y tras darse una reparadora ducha caliente, eligió el camisón que más le gustaba. Se miró en la luna de un armario y sonrió con gesto aprobador.

Ya estaba acostada, intentando que su corazón frenara su carrera a galope y que sus piernas dejaran de temblar, cuando Blas entró.
            —¿Sabes que mis padres durmieron muchas noches en esta cama? Y seguramente también se amaron —fue capaz de decir cuando Blas se acostó a su lado.  
            —Tal vez Nico le diga esto mismo a alguien algún día o alguna noche —fue capaz de decir Blas, porque su corazón también galopaba, porque sus piernas también temblaban.
El aliento de ambos ardía quemándoles la piel. Comenzaron a amarse sin prisa a pesar del ansia, con mucha dulzura, con mucha suavidad, con caricias, con mimo, como los mejores amantes, como si en lugar de ser novatos fuesen expertos. 
Pero aquella noche no estaba destinada a que gozasen del culmen de su amor. Unos golpes en la puerta les forzaron a separar sus cuerpos, jamás sus almas. Tras los golpes, Matilde entró muy agitada.
            —¡Por el amor de Dios! ¿Es que estáis sordos? —exclamó e interrogó— Señor Teodoro, le ruego que vaya a la habitación de los chicos. ¡Se van a matar!
Blas, precipitado, se puso el pantalón del pijama por debajo de la sábana y salió de la estancia. Encontró a Nicolás y a Marcos enzarzados en una brutal pelea.
            —¡Quietos! ¿Qué hacéis? —les increpó mientras los separaba.
Y al cabo de un rato regresó a la habitación de Helena acompañado de Nicolás.
            —Esta noche vamos a tener compañía —dijo de mal humor—. Es imposible que tu hijo mantenga un comportamiento cívico mucho tiempo seguido. Es imposible.
            —¡No sabes lo que ha pasado! ¡No me eches la culpa a mí! ¡Marcos es un cerdo, no lo soporto, no lo aguanto! —exclamó Nicolás furioso y ofendido.
            —Lo cierto es que a mí tampoco me está gustando el comportamiento de Marcos —manifestó Matilde en una clara alianza con Nicolás—. Creo muy conveniente que mañana sin falta tenga una conversación con este muchacho, señor Teodoro.
            —De acuerdo, mañana hablaré con él. Pero me gustaría saber de qué tengo que hablar.
            —Marcos no respeta a nadie en esta casa excepto a usted —contestó Matilde después de meditar un poco y sin abandonar la costumbre de no tutear a Blas—. Creo que no me equivoco al decirle que ese muchacho odia a las mujeres.
            —¡Sí que las odia! —secundó Nicolás— Es igual que su padre y su hermano.
            —¿Por qué motivo os estabais peleando? —quiso saber Blas.
            —No soy un chivato.
            —Nico, por favor...
            —Se atrevió a decirme que mi madre solo te respetará si le das una buena paliza. ¡Está loco!
            —Gracias, Nico. No voy a esperar a mañana —Y Blas salió de la habitación con el semblante tan oscurecido como el cielo de aquella noche de tormenta.
Tardó una hora muy larga en volver y su semblante seguía oscurecido.
            —Esta noche dormiré en la habitación que está Marcos —anunció en tono sobrio—Por la mañana, temprano, y aunque siga lloviendo, lo acompañaré a la aldea y encargaré que lo trasladen a Markalo.
            —¿Vas a deshacerte de él? ¿No hay otra solución? —preguntó Helena—Es muy joven, solo tiene dieciséis años.
            —¿Sabes la fuerza que tiene un chico de esa edad? —se enojó Blas— Y se me olvidaría su edad si se le ocurriera rozarte—dijo con vehemencia—. No pienso correr ningún riesgo. Estoy harto, cansado de que sucedan cosas malas, muy malas, a mi alrededor, y ser el último en enterarme.
Lo siento, pero Marcos está muy contaminado por las enseñanzas de su padre y hermano. Lo mandaré a un buen internado, allí estará bien, lo educarán, quizás aprenda algo bueno y se convierta en un buen hombre necesario para la sociedad.
            —Pero...
            —¡No hay ningún pero que valga, Helena! —exclamó Blas, tajante— Marcos te tiene manía, no te imaginas cuánta, me he dado cuenta hablando con él. Piensa que eres una caprichosa insensata y que tú sí mereces las palizas que recibían sin motivo y sin merecerlas su pobre madre y la pobre Cruz. No quiero a ese chico cerca de ti, Helena. Y no me vuelvas loco intentando convencerme de lo contrario. 
            —Por supuesto que no —dijo Matilde muy nerviosa tras evocar la imagen del ala rota de Cupido—. Ese chico debe marcharse cuanto antes.
            —Creo que los dos olvidáis que sé luchar —replicó Helena—. Mi padre se preocupó de que aprendiera. Sé defenderme y sé atacar. Es muy difícil que...
            —Ya está decidido. Marcos se irá mañana —la interrumpió Blas, enfadado, y con absoluta determinación—. Buenas noches.

Amanecía, había dejado de llover. Blas fue a ver a Helena y a Nicolás. Dormían profundamente. Los miró con la ternura de quien ama. Las yemas de sus dedos tocaron suavemente el cabello de Helena, el de Nicolás. Estuvo allí mirándoles, sintiéndose feliz por ello, sin que ninguno de los durmientes le descubriera.

Salió de la habitación con la misma cautela con la que había entrado.
Por la mañana, Helena bajó rápida a la cocina tras ver las camas vacías de Blas y Marcos. Matilde preparaba el desayuno.
            —¿Dónde está Blas? ¿Lo has visto?
            —A las siete estaba despierta y los he oído marchar.
            —Hace más de una hora de eso —dijo Helena mirando con un mohín de decepción su reloj—. Me hubiese gustado no haberme dormido, pero Nico y yo estuvimos hablando hasta muy tarde. ¡Qué estúpida soy! ¿Cómo he podido dormirme? Me hubiese gustado convencer a Blas de que le diera una oportunidad a Marcos.
            —Se la está dando mandándolo a un internado, que seguro será excelente —declaró Matilde—. Espero que Blas esté de vuelta antes de que le dé por llover otra vez. Está muy nublado y el suelo está muy encharcado. El valle parece un barrizal.
            —Saldré a buscarles. Tal vez les alcance —dijo Helena.
           —¿Quieres que me dé un sincope? —se alteró Matilde— Ni se te ocurra poner un pie fuera de casa.
Nicolás y Bibiana entraron en la cocina en aquel momento.
            —Buenos días. Vamos a desayunar enseguida. ¿Tenéis apetito? —les sonrió Matilde— Helena, ayúdame, por favor.

Blas regresó sin Marcos, muy serio, y con las zapatillas y dobladillos del pantalón completamente embarrados.

Aquella mañana no llovió, aunque el cielo permaneció nublado durante tres días más.
Al cuarto día fue una sensación hermosa que el sol volviera a brillar en el cielo del valle, que sus rayos iluminaran el agua cristalina del río y que, poco a poco, hicieran desaparecer charcos y barro. 
Los días pasaban entre desayunos, comidas, meriendas, cenas y caminatas a la aldea donde siempre eran muy bien acogidos por los aldeanos que habían visto crecer a Helena y le profesaban un gran cariño. Y era inevitable que no volvieran a la casita del valle cargados con buenísima carne, pescado, leche, huevos, fruta, verduras, pan, pasteles y un largo etcétera.
Las noches eran maravillosas y serían inolvidables para Blas y Helena. Conversaban, se amaban. Volvían a conversar, volvían a amarse. Y se dormían con la emoción de escuchar el rumor del agua del río.
Nicolás y Bibiana pasaban muchas horas juntos y estaban cada vez más unidos. También conversaban, reían, jugaban... Bibiana era muy feliz, como nunca lo había sido; y algunas noches, cuando Matilde se quedaba dormida, se escapaba a la habitación de Nicolás y se acostaba en la cama que ocupara Marcos.
A Matilde le inquietaba esta conducta ya que consideraba una imprudencia que dos adolescentes compartieran habitación, pero Blas y Helena no le daban mayor importancia y, de esta forma, Bibiana continuaba con sus escapadas nocturnas muchas noches.
Una tarde, Blas propuso a Helena enseñarle a tirar piedras planas al río y que rebotaran en la superficie cuantas más veces mejor. Nicolás y Bibiana también quisieron participar en el juego. Matilde se rio bastante viendo los intentos de Helena y de los niños. Sin embargo, ¡parecía tan fácil cuando lo hacía Blas!
Siendo el maestro bueno y paciente, y después de unas cuantas tardes más, los tres alumnos consiguieron que sus piedras lanzadas al agua tuviesen el honor de llamarse saltarinas. ¡ Y cómo olvidar esas tardes, esos momentos!
Las horas, al igual que los días, transcurrían en el valle suavemente, sin hacer ruido, con sigilo, apacibles... Ninguno era consciente de que había terminado febrero y llegado marzo y la primavera. Ni siquiera Matilde, que hasta había olvidado el ala rota de Cupido.
En la casita del valle se respiraba felicidad y las vivencias, allí experimentadas, las recordarían y les acompañarían siempre.

Una mañana de marzo, de una reciente primavera, oyeron una fuerte algarabía fuera de la casa. Un grupo de aldeanos, muy alegres y con aires de fiesta, felicitaron a Helena. Pronto supieron el porqué. Las elecciones se habían celebrado y ya había un claro ganador... Jaime Palacios. 

Págs. 1300-1308 

Hoy os dejo una canción de Chayanne... "Te amo y punto"




 


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