EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

miércoles, 27 de noviembre de 2019

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 149


















CAPÍTULO 149

SEIS LUNAS


L
a primera luna fue triste, muy triste. Muchos entierros. A la gente le gusta ir de boda, de bautizo, de fiesta... los entierros son harina de otro costal.
La mañana también quiso acompañar a la tristeza y se presentó ventosa y de color grisáceo.
Blas envió dos coronas al sepelio de Elisa. Más tarde se enteró por Gabriela que Bruno Rey y Natalia las destrozaron.
            —Son unos desagradecidos —dijo el señor Francisco, enojado y acalorado.

A Nicolás le dolió enterarse de lo que había hecho Natalia. De Bruno Rey no podía sorprenderle nada, pero no podía entender el comportamiento de Natalia por mucho que lo intentase.
Había tratado de hablar con ella, pero no respondió a sus insistentes llamadas. Silencio, solo silencio obtuvo como respuesta.
Hubiese querido ir al entierro de Elisa, pero Blas se negó rotundamente. Le aseguró que no serían bien recibidos.
Así que junto a Blas, Emilia, Marcos y Bibiana, asistió a los funerales de Lucas, de Cruz y de Prudencia.
Blas se encargó de sufragar todos los gastos. Era lo menos que ya podía hacer por ellos.

Sí, la primera luna fue un mal trago, fue dura, fue demasiado triste.
Pero cuando Blas se acostó por la noche, una gran ilusión daba calor a su corazón.
Ya había encargado el vestido azul con florecillas blancas. No fue fácil. Invirtió varias horas de la tarde, también gris y ventosa, hasta que lo consiguió.
Esa misma semana tendría el vestido porque era muy cierto que poderoso caballero es don dinero.
Y en cuanto tuviera el vestido; él, Nicolás y Bibiana viajarían rumbo al valle. No veía el momento de regalárselo de nuevo a Helena, no veía el momento de volver a verla.
Y la ilusión seguía dando calor a su corazón. 


SEGUNDA LUNA
El comportamiento de Gabriela se transformó de forma radical, lo que alegró sobremanera a Estela. Su hija volvía a ser una chica amable, cortés, y sonreía con frecuencia. Sí, sin duda, estaba más afable.
Incluso se puso un delantal y se ofreció a colaborar en la cocina. Su ayuda no fue muy bien recibida por el señor Francisco, más bien le supuso una ofensa.
            —Las mujeres, por el hecho de ser mujeres, piensan que cocinan mejor que nosotros —le dijo a Blas, contrariado.

Blas se rió pensando en cómo cocinaría Helena y en cuánto disfrutaría probando uno de sus guisos.

A Nicolás le venía muy bien la compañía de Bibiana. Conversaban mucho y daban largos paseos por el jardín. Pero a pesar de que intentaba distraerse, era inevitable que de vez en cuando pensara en Natalia.

TERCERA LUNA
Blas decidió acercarse a Marcos. Tenía que hablar con él. El muchacho se mostraba mohíno y silencioso. Y no se relacionaba con Nicolás y Bibiana.
            —Supongo que te sientes culpable —le dijo sin rodeos—, nada de lo sucedido es culpa tuya.
            —Sí que es culpa mía —replicó Marcos, abatido—. Debí decirte lo que mi padre y Luis les hacían a mi madre y a mi cuñada.
            —Y yo debí darme cuenta. Sin embargo, a ninguno de los dos nos ayudará culparnos de lo que pasó.
            —Yo tampoco las trataba bien —confesó Marcos esforzándose por no llorar. Los hombres no debían llorar. Eso era algo que su padre le había repetido muchas veces. Demasiadas—, creía que era lo normal. Crecí creyendo que era normal que mi padre pegara a mi madre. Luego también me pareció normal que mi hermano hiciera lo mismo con Cruz... hasta que te conocí y vi como tratabas a tu madre, a mi madre y a mi cuñada. ¡Pero no te dije nada!
            —Tienes que perdonarte, Marcos. Estoy seguro de que tu madre y Cruz te han perdonado.
            —¿Crees eso de verdad?
            —Por supuesto. Si no lo creyera no te lo diría.
            —¡Tengo ganas de llorar! —exclamó el chico, avergonzado— Pero los hombres no lloran.
            —¿Te parece que no soy un hombre?
            —Claro que me pareces un hombre —respondió Marcos, sorprendido—. Y Nicolás no sabe la suerte que tiene de tener un padre como tú.
            —Pues este hombre que ves aquí, este hombre que es el padre de Nico ha llorado muchas veces. He llorado mucho, Marcos. ¿Quieres llorar conmigo ahora?

Blas le abrazó y Marcos estalló en un dolido llanto. Lloró con ganas, con rabia. Lloró hasta que no pudo más. Y con aquel desahogo, que tanto necesitaba, descargó parte del tormento que pesaba sobre él. 


CUARTA LUNA
Por la mañana, Blas habló con Nicolás y Bibiana. Les explicó que Marcos estaba sufriendo mucho y que debían hacerle partícipe de sus conversaciones, paseos y juegos. Marcos necesitaba de su compañía.
            —Yo vi a Luis perseguir a Cruz en el jardín, vi como la zarandeaba. Ella parecía muy asustada —recordó Nicolás, disgustado y enfadado—. Marcos me mintió, me dijo que solo era una discusión sin importancia. Me dijo que Luis y Cruz se querían, pero que discutían a menudo.
            —No es momento de reproches, Nico. Marcos se ha criado en un ambiente indeseable. Su padre, desde que él pueda recordar, le hizo creer que lo que sucedía en su casa era normal.
Marcos necesita ayuda, se siente muy culpable. Vosotros podéis ayudarle más que yo.
            —Yo soy tan culpable o más que él —reconoció Nicolás con absoluta franqueza—. Supe que aquello que vi no era normal, pero no te dije nada. Marcos me dijo que, si no te contaba nada, me abriría la puerta de la calle siempre que yo quisiera salir. También es culpa mía que Prudencia y Cruz estén muertas.

La expresión de consternación en la cara de Blas fue elocuente.
            —Hiciste mal, pero los verdaderos culpables fueron Matías Hernández y Luis.
Tú serás culpable si no ayudas a Marcos.
            —Lo ayudaremos —dijo Bibiana—. Nat y yo también estábamos en el jardín, lo vimos todo, y también nos callamos.

Para alivio de Blas, Nicolás y Bibiana se convirtieron en la sombra de Marcos. Les vio hablar, pasear, incluso correr por el jardín. También se encerraron, durante horas, en la habitación de los juegos.
Cuando se reunieron para cenar, Marcos tenía más apetito y su semblante lucía menos apagado. Su mejoría era evidente.
El señor Francisco tuvo que ser la nota discordante, remugaba por todo, absolutamente nada estaba a su gusto.
Estela, cansada de sus quejas sin fundamento, llegó a decirle que no era extraño que Marina, su sufrida esposa, tuviera que tomar tranquilizantes a diario.
Aquella acusación soliviantó todavía más al frenético señor Francisco y tantos despropósitos salieron de su boca, que Nicolás, Bibiana y Marcos se carcajearon irremediablemente.
Por supuesto las risas de los chiquillos avivaron más la furia del señor Francisco y más dislates dijo. Hasta que el propio Blas, tras escuchar nombrar a una plaga de Egipto, tampoco pudo aguantar la risa.
Huelga decir que aquella noche, el señor Francisco tardó más tiempo en conciliar el sueño y roncar felizmente.

QUINTA LUNA

Por la mañana, un sol invernal, pero espléndido, mandó dadivoso su luz y calor a la ciudad de Aránzazu.
Después de almorzar, Nicolás, Bibiana y Marcos corrieron al jardín a disfrutar del buen día.
Poco después salió Blas. Se sentó en un banco y se distrajo observándoles.
Al cabo de un rato llegó Gabriela. Bien vestida, bien peinada, bien maquillada y bien sonriente. Llevaba una cámara y una carpeta. Le pidió a Nicolás que les hiciera una foto a Blas y a ella.
            —Quiero tener un recuerdo tuyo —le dijo a Blas—. ¡Quién sabe cuándo volveremos a vernos!

Blas se levantó del banco. Gabriela lo abrazó uniendo sus manos alrededor de su cintura. Blas le correspondió pasándole un brazo por los hombros. Y ambos sonrieron a la cámara.
La foto salió al instante. Nicolás se la entregó a Gabriela, que sonrió aún más al contemplar el resultado.
            —Quiero una cosa más —le dijo a Blas—. Me encantaría que me la dedicaras con las palabras que me dijiste en Luna. Significaría mucho para mí.
            —¿Qué palabras fueron?

Gabriela disimuló lo mucho que le molestó que él no lo recordara. Solo habían pasado unas semanas desde que se las dijo.
            —Me dijiste... Gracias por existir.

Blas asintió recordando. Y escribió esas palabras en el revés de la foto, y su nombre.

SEXTA LUNA
Emilia Sales se levantó cansada y ojerosa. Había pasado una mala noche, casi no durmió.
Las palabras de Jaime Palacios asaltaron su mente una y otra vez... "No sabes a quien has odiado durante años".
Esta simple frase despertó todas sus alarmas, la puso en alerta. ¡Helena podía ser su hija! ¿Podía ser o lo era... o ella deseaba que lo fuera?
Todo cuanto le refirió a Blas sobre este delicado tema era cierto.
En el pasado fue dama de compañía de Isabel Avilón. El azar quiso que se quedaran encinta a la vez. Ella rompió aguas un día antes que Isabel.
Cuando despertó en el hospital, le contaron que el bebé no venía bien, y fue necesario practicarle una cesárea. Desgraciadamente, su hija nació muerta.
Dicen que el alma no tiene peso, pero Emilia aún podía recordar la sensación de que algo se le cayó.
Ese mismo día vio a la hija de Isabel Avilón... Helena, y la detestó desde el primer momento.
La detestó por vivir, la detestó porque su hija no vivía.
Pero pudo ser al revés, pudieron cambiar a las criaturas. Tal vez Isabel nunca lo supo.
Sin embargo, había un detalle que Emilia no contó a Blas. Helena era la viva imagen de Isabel.
Quizás, Jaime Palacios, solo quiso mortificarla, crearle dudas.
Y ella quiso creerlo porque anhelaba tener una hija, porque anhelaba que Nicolás fuera realmente su nieto.
Pero Helena era como una réplica de Isabel, se parecía demasiado. Era como una copia.


Por la tarde, cuando el sol se iba desvaneciendo, cuando ya anochecía, llegó el paquete tan esperado y ansiado por Blas.
Por supuesto Blas quería ver el vestido, quería estar seguro que era igual al que le regaló a Helena hacía algo más de tres lustros.
Fue a su habitación con el paquete, ilusionado, nervioso. Gabriela le siguió, también quería verlo.
            —Deja que abra yo el paquete —se ofreció, diligente—. Estás tan alterado que vas a romper envoltorio y caja. Hay que hacerlo con calma.

Blas dejó hacer a Gabriela. Era cierto que estaba como un flan. Debería haber tomado tila, mucha.
Cuando por fin vio el vestido, sus ojos brillaron como dos estrellas del valle donde estaba Helena.
Parecía el mismo, era idéntico. Era el vestido de seda azul con florecillas blancas bordadas. Era el vestido de Helena, el vestido que ella quemó porque él fingió no reconocerlo.
Sonrió, emocionado. Sonrió, feliz.
            —Es precioso —alabó Gabriela—. Helena estará guapísima con él. Yo me encargo de empaquetarlo de nuevo. Creo que tú no sabrás hacerlo, estás temblando.
            —Gracias, Gabriela. Te lo agradezco mucho.
Y mientras Gabriela se ocupaba de doblar el vestido, meterlo en la caja y dejar el papel que la envolvía sin una sola arruga, Blas iba de un lado a otro de la habitación como un bumerán.

A la mañana siguiente comenzaría el día de la séptima luna. Y esa séptima luna, Blas estaba decidido a verla en el valle de Markalo.

Págs. 1211-1219


Hoy os dejo una canción de Vanesa Martín... "Porque queramos vernos"



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