CAPÍTULO 162
LA LOSA DE LA CULPA
J |
aime Palacios no
erró en su vaticinio. Llegaron días difíciles, esos días en los que no
encuentras salidas al sol, a la luz. Días con sombras, grises, tenebrosos. Días
muy tristes.
Natalia se
autoconvenció de que lo sucedido a Blas
era un justo castigo por no haber salvado a su tía Elisa. También creyó justo
que Nicolás padeciera lo mismo que ella había padecido y padecía.
Marcos también
se enteró de la triste noticia. Lo sintió por Blas, pero lo que le preocupó
amargamente fue el funesto pensamiento de que Helena dejara de pagar su
estancia en el lujoso internado donde lo había mandado Blas. Recordó sus
primeros días amargos, su desconfianza hacia todos. Pero, paulatinamente, y,
sobre todo, gracias al trato cordial y respetuoso que recibió por parte de
profesores y alumnos se fue acomodando y encontrando muy a gusto. Se sentía
como si viviera en una gran casa con una gran familia. Había comenzado a tener
amigos y no quería perder nada de aquello. La sola idea de que eso podía pasar
le aterrorizaba.
Los alumnos del instituto Llave de Honor echaban de menos al joven director y lamentaron profundamente su pérdida definitiva. El profesor de música, Hipólito Sastre, de carácter bonachón y de gran sensibilidad no escondió su llanto por Blas Teodoro. No se avergonzó de sus lágrimas en público por un hombre que consideraba merecía ser llorado.
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Pasaron dos semanas.
Pero Maura vio,
con desesperación, que todos cenaron con parsimonia, incluido Jaime Palacios, y
todos dejaron comida en sus platos, incluido Jaime Palacios.
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Ninguna fornida
losa cubría el cuerpo de Emilia Sales como había afirmado Jaime Palacios.