CAPÍTULO 147
EL ROCE DE UNOS LABIOS
E
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l señor Amadeo
Ortiz volvió a conseguirlo sin esforzarse en absoluto. Una vez más, Bibiana se
sintió avergonzada por el comportamiento bochornoso de su padrastro.
El hombre de
prominente papada, como también prominente era su descaro, la obligó a
acompañarle al hospital.
Delante de
Nicolás, y este detalle era lo que más dolía a Bibiana, el señor Ortiz volvió a
demostrar quién era y cómo era.
Le dijo a Blas
que temía quedarse sin empleo si él dejaba de ser director del instituto. Tenía
muchas bocas que alimentar, y no se podía hacer cargo de Bibiana. A fin de
cuentas, Bibiana no era su hija.
Bibiana,
mientras su padrastro se explicaba como el bellaco que era, no apartó su vista del
suelo. No podía mirar a Nicolás, se sentía como un objeto sin valor, como una
mercancía caduca de la que todos se querían desprender. Tenía ganas de llorar,
pero sabía que su padrastro la reprendería de malos modos.
Blas tranquilizó
al señor Ortiz, y evitó decirle lo que pensaba, que la boca que más necesitaba alimentar era la
suya propia.
Le aseguró que
conservaría su empleo, y estuvo de acuerdo en que lo mejor para Bibiana era
quedarse con él, con Nicolás y con Emilia.
El señor Ortiz
se marchó satisfecho y ufano. Ni tan siquiera se molestó en despedirse de Bibiana.
Nicolás relajó
su ceño fruncido en cuanto el hombre salió de la habitación. No le gustaba, no
lo soportaba, y le parecía un auténtico patán.
—Me alegra que vayas a vivir con
nosotros —le dijo a Bibiana, contento.
La niña lo miró
todavía abochornada por la actitud de su padrastro.
—Gracias, Nico.
—Yo también me alegro —sonrió Blas—.
Y voy a cuidarte y a mimarte como a la hija que no he tenido si tú me lo
permites, por supuesto.
—Eres muy bueno, Blas —. Los ojos
de Bibiana se empañaron.
—Te advierto que como padre es un
pesado —bromeó Nicolás.
—Pues yo creo que es el mejor padre
del mundo —replicó Bibiana, sincera y emocionada.
—Gracias, muchas gracias. Esto
merece que te dé un beso —. Blas se acercó a la niña, y la besó en una mejilla.
También aprovechó el momento para decirle algo al oído —. Bien, jovencitos, os
vamos a dejar un rato a solas —dijo a continuación—. No tardaremos en volver.
Bibiana quiso
gritar, pero querer no es suficiente, y su tremenda timidez se lo impidió. No
entendía por qué razón Blas y Emilia se iban de la habitación.
Temía que
Nicolás le preguntara por Natalia. Su temor era fundado. Fue lo primero que le
preguntó en cuanto se quedaron solos.
Bibiana casi no
se atrevió a mirarle. ¿Qué iba a decirle
si Blas le había pedido, mientras le daba un cariñoso beso, que no le dijera
que Elisa había muerto?
—¡Han rescatado a Paddy! —exclamó en un
intento de desviar la conversación— Paddy está bien. Pasé mucho miedo por ella,
también por ti.
—Me alegra que Paddy esté bien. Y
ya ves que yo estoy perfectamente. ¿Quién raptó a Paddy? Estoy seguro de que
fueron los asquerosos de Álvaro Artiach y de Ismael Cuesta.
Bibiana asintió.
—No te equivocas. Fueron ellos.
—¡Son dos canallas! —exclamó
Nicolás, enfurecido— Me gustaría matarles. Creo que los mataré.
—Eso no lo harás. Están muertos,
Nico.
—¿Están muertos? —se sorprendió el
muchacho— No puedo imaginarlos muertos. ¿Quién los ha matado?
—No lo sé. Solo sé que murieron en
tu casa.
—¿En mi casa? ¿Qué hacían en mi
casa? Pensé que los habría matado algún policía al rescatar a Paddy.
—Tendrás que hablar con tu padre y
que te cuente lo que pasó. Yo solo sé que están muertos.
—¡Mi padre es idiota! No me ha
contado nada de eso.
¿Y qué le pasa a
Nat, por qué no ha venido a verme?
Otra vez la
pregunta. Bibiana le miró, indecisa.
—Nico, es que tu padre me ha pedido
que no te cuente nada.
Nicolás se
alarmó al momento.
—¿Le ha pasado algo a Nat?
—preguntó con miedo.
—No —Le tranquilizó Bibiana de
inmediato—Nat está bien... Bueno, no está muy bien. Es que ha muerto mucha
gente. ¡Es que Elisa también ha muerto! —Bibiana se rompió y comenzó a llorar—
Tu padre se va a enfadar conmigo. Me dijo que no te lo dijera.
Nicolás intentó
asimilar esa noticia, pero era difícil. Muy difícil.
—¿Elisa está muerta? Pero, ¿cómo,
por qué? Ven a mi lado, no llores, Bibi.
Bibiana se
acurrucó junto a él, y se dejó abrazar por el muchacho.
—¿Por qué has dicho que ha muerto
mucha gente? ¿Quién más ha muerto? —indagó Nicolás, devastado.
—La señora Prudencia, el señor
Matías, Cruz, Luis. También Lucas —. Bibiana siguió llorando, compungida.
—Pero, ¿qué ha pasado? ¿Cómo han
podido morir todos? —Nicolás estaba perplejo ante tanta tragedia— ¿Lucas?
¿Lucas también?
—Todos, Nico. Y todos murieron en
tu casa menos Lucas. Lucas murió en el salón de actos del instituto. Le disparó
su padre. Creo que lo han detenido, que está en la cárcel.
Nat no quiere
verte. Dice que tu padre y Helena tienen la culpa de que Elisa muriera. Dice
que los odia. Y que te odia a ti también por ser su hijo.
—El dolor la ha debido volver un
poco loca. ¿Cómo van a tener mis padres la culpa de que Elisa esté muerta?
Ahora mismo voy
a buscar a mi padre, tiene que explicarme qué ha pasado.
Pero lo que
aconteció "ahora mismo" fue
que una enfermera entró en la habitación con unas pastillas para que Nicolás
las tomara.
El muchacho,
fuera de sí, tiró las pastillas al suelo dejando pasmada a la enfermera.
—¡Vaya
a buscar a mi padre! —gritó a la apabullada mujer de edad madura y rostro
ancho— ¡Dígale que venga aquí enseguida!
La mujer salió
de la habitación realmente espantada. Aquel
muchacho parecía haber perdido el juicio. Tal vez se debiera a las horas que
había permanecido inconsciente. No quería ni pensar que le ocurriera algo
estando ella de servicio.
Sabía que se
trataba de un paciente importante. Quizás el más importante que había ingresado
en el hospital desde que ella pudiera recordar.
¿Dónde podía estar el padre? ¡Cómo no!
Seguramente lo encontraría tomando algo en la cafetería.
Bibiana se
esforzó por serenar a Nicolás y, en un movimiento inesperado y casual, los
labios de ambos se encontraron y se rozaron.
La niña se
separó al instante.
—Lo siento —murmuró—. Yo no
quería...
—No ha pasado nada —dijo Nicolás
observando el color escarlata en las mejillas de la muchacha y las brillantes
esmeraldas en su mirada. ¿Era Bibiana esa
chica? Parecía otra, parecía diferente. ¿O eran sus labios, sabor a fresa, los
que la hacían distinta?
De lo único que
estaba seguro es de que le gustaría besarla en aquel momento, y de nada más.
∎∎∎
Efectivamente,
la enfermera de edad madura y rostro ancho localizó a Blas Teodoro y a Emilia
Sales en la cafetería.
Fue directa a la
mesa y, sin ningún tipo de preámbulo, explicó al padre del paciente, importante
y enloquecido, la situación en la habitación.
Blas había dispuesto de poco tiempo para hablar con
su madre y, ávido por saber más, mucho más, le sentó francamente mal la interrupción.
Hasta el
momento, antes del inoportuno abordaje, solo tenía con claridad meridiana que
existían dudas muy razonables de que Helena pudiera ser hija de Emilia Sales.
—No quiero ser responsable de lo
que le pueda suceder a su hijo —estaba diciendo la enfermera—. Nunca me había
encontrado con un chico de su edad tan necesitado de un correctivo.
—Eso es porque nunca se había
encontrado con el hijo de Helena Palacios —dijo Blas levantándose de la silla—.
De ahí que su comportamiento sea tan peculiar. En el caso de mi hijo sería muy
incorrecto aplicarle el manido dicho: "De tal palo, tal astilla". A
mi hijo se le debe aplicar: "De tal pala".
En cuanto Blas
llegó a la habitación, la astilla de la pala lo miró acusadoramente y le gritó, beligerante:
—¡Eres un mentiroso!
Blas detectó el
azoramiento de Bibiana. La pequeña rehuía mirarle, y entendió lo que debía
haber pasado.
—Que no te haya contado algo no significa que sea un mentiroso —se
defendió Blas—. Significa que pensé que no te convenía...
—¡No pienses más! —chilló Nicolás sin querer escuchar las excusas de
su padre— Y cuéntame lo que ha pasado. ¡Todo!
—Está bien, pero me haces el favor
de no levantarme la voz. Soy tu padre y el único que puede gritar aquí.
La señora Sales
llegó a la habitación cuando Blas ya había comenzado a explicarle a Nicolás lo
que nunca debería haber sucedido, pero sucedió.
∎∎∎
Tras un día
tenso, una noche serena se manifestó en Aránzazu.
La misma noche,
pero con un cielo muy distinto, cargado de relucientes diamantes, presumió de
su esplendorosa belleza en el valle de Markalo.
Jaime Palacios
cumplió con su palabra y tan pronto como la tormenta amainó llevó al valle, para
alivio y regocijo de Maura, a Helena y a Matilde.
Patricia lloró y
se negó a acompañarlas, empecinada en quedarse. Por su parte, el señor Palacios
también se negó a hacerse cargo de la niña. Él no educaba ni se preocupaba de hijos
ajenos, y así lo declaró sin ningún tino.
Como solución al
contratiempo, Helena llamó a Adelaida y le pidió que fuera a la mansión para
ocuparse de la caprichosa muchacha.
Ahora, sentada
en la escalinata del porche, contemplaba las estrellas de un cielo maravilloso
mientras el aroma a hierba fresca y la bella melodía del rumor del agua que
corría río abajo henchían de placer y calma su alma.
Matilde salió de
la casa y se sentó a su lado.
—Hay tantas que es imposible contarlas —dijo
Helena sin dejar de mirar el cielo estrellado.
—Sí, es
imposible.
—Paddy debería haber venido. Yo
podría haberle enseñado mucho de lo que necesita aprender. Espero que mi padre
no termine atemorizándola a ella, y a Adelaida.
—Eso será difícil que no suceda.
Casi sería un milagro.
Helena sonrió y
miró a Matilde. Fue entonces cuando advirtió la presencia de un ángel en el
regazo de su amiga. Su ángel. De inmediato lo reconoció y lo cogió.
—¡Es mi ángel! ¡Es Cupido! —exclamó
gratamente asombrada—¿Qué hace aquí? ¿Lo has traído tú?
—Me lo dio tu padre por la mañana y
me dijo que te lo diera cuando él se hubiera marchado.
—¡Qué extraño! ¿Por qué habrá hecho
eso?
—Porque quiere que entiendas que él
no se opone a que ames a Blas. Incluso piensa que es el hombre idóneo para ti.
—¿Eso te dijo? —Helena abrazó al
hermoso ángel que eligió cuando era una niña— ¡Pobre papá!
—Tu padre sabe que amas a Blas.
También me encargó que averiguara por qué razón le has dicho que nunca estarás
con él. Ya sabes cómo es tu padre, quiere que se lo diga cuanto antes.
—Bien, pues le dices que nunca
podría estar con el hijo del hombre que asesinó a mi madre —resolvió Helena.
—Sí, le diré eso. Pero a mí me
gustaría que confiaras en mí y me dijeras la verdadera razón.
—La verdadera razón no la
entenderías. Nadie la entendería.
—Prueba a decírmela.
—La verdadera razón es y se llama
Blas —dijo Helena abrazando con más fuerza a Cupido.
Aquella era una
de esas noches que iba a ser larga, que iba a tardar en eclosionar en el valle
de Markalo, y en Aránzazu.
Págs. 1193-1201
Hoy os dejo una canción de Camilo Sesto... "Solo el cielo y tú"
Dejo esta canción porque es mi deseo hacerle un pequeño homenaje a una voz grande que, lamentablemente, se apagó este pasado 8 de septiembre
Camilo Sesto, el gigante de inmensas canciones románticas, no nos ha dejado del todo
Sus canciones brillarán como refulgen los diamantes... esos diamantes que en el cielo se llaman estrellas... Sus canciones lo harán inmortal
Hasta siempre, Camilo Sesto
Págs. 1193-1201
Hoy os dejo una canción de Camilo Sesto... "Solo el cielo y tú"
Dejo esta canción porque es mi deseo hacerle un pequeño homenaje a una voz grande que, lamentablemente, se apagó este pasado 8 de septiembre
Camilo Sesto, el gigante de inmensas canciones románticas, no nos ha dejado del todo
Sus canciones brillarán como refulgen los diamantes... esos diamantes que en el cielo se llaman estrellas... Sus canciones lo harán inmortal
Hasta siempre, Camilo Sesto