EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 26 de septiembre de 2019

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 147


























CAPÍTULO 147

EL ROCE DE UNOS LABIOS


E
l señor Amadeo Ortiz volvió a conseguirlo sin esforzarse en absoluto. Una vez más, Bibiana se sintió avergonzada por el comportamiento bochornoso de su padrastro.
El hombre de prominente papada, como también prominente era su descaro, la obligó a acompañarle al hospital.
Delante de Nicolás, y este detalle era lo que más dolía a Bibiana, el señor Ortiz volvió a demostrar quién era y cómo era.
Le dijo a Blas que temía quedarse sin empleo si él dejaba de ser director del instituto. Tenía muchas bocas que alimentar, y no se podía hacer cargo de Bibiana. A fin de cuentas, Bibiana no era su hija.
Bibiana, mientras su padrastro se explicaba como el bellaco que era, no apartó su vista del suelo. No podía mirar a Nicolás, se sentía como un objeto sin valor, como una mercancía caduca de la que todos se querían desprender. Tenía ganas de llorar, pero sabía que su padrastro la reprendería de malos modos.
Blas tranquilizó al señor Ortiz, y evitó decirle lo que pensaba, que la boca que más necesitaba alimentar era la suya propia.
Le aseguró que conservaría su empleo, y estuvo de acuerdo en que lo mejor para Bibiana era quedarse con él, con Nicolás y con Emilia.
El señor Ortiz se marchó satisfecho y ufano. Ni tan siquiera se molestó en despedirse de Bibiana.


Nicolás relajó su ceño fruncido en cuanto el hombre salió de la habitación. No le gustaba, no lo soportaba, y le parecía un auténtico patán.
            —Me alegra que vayas a vivir con nosotros —le dijo a Bibiana, contento.

La niña lo miró todavía abochornada por la actitud de su padrastro.
            —Gracias, Nico.
            —Yo también me alegro —sonrió Blas—. Y voy a cuidarte y a mimarte como a la hija que no he tenido si tú me lo permites, por supuesto.
            —Eres muy bueno, Blas —. Los ojos de Bibiana se empañaron.
            —Te advierto que como padre es un pesado —bromeó Nicolás.
            —Pues yo creo que es el mejor padre del mundo —replicó Bibiana, sincera y emocionada.
            —Gracias, muchas gracias. Esto merece que te dé un beso —. Blas se acercó a la niña, y la besó en una mejilla. También aprovechó el momento para decirle algo al oído —. Bien, jovencitos, os vamos a dejar un rato a solas —dijo a continuación—. No tardaremos en volver.


Bibiana quiso gritar, pero querer no es suficiente, y su tremenda timidez se lo impidió. No entendía por qué razón Blas y Emilia se iban de la habitación.
Temía que Nicolás le preguntara por Natalia. Su temor era fundado. Fue lo primero que le preguntó en cuanto se quedaron solos.
Bibiana casi no se atrevió a mirarle. ¿Qué iba a decirle si Blas le había pedido, mientras le daba un cariñoso beso, que no le dijera que Elisa había muerto?
            —¡Han rescatado a Paddy! —exclamó en un intento de desviar la conversación— Paddy está bien. Pasé mucho miedo por ella, también por ti.
            —Me alegra que Paddy esté bien. Y ya ves que yo estoy perfectamente. ¿Quién raptó a Paddy? Estoy seguro de que fueron los asquerosos de Álvaro Artiach y de Ismael Cuesta.

Bibiana asintió.
            —No te equivocas. Fueron ellos.
            —¡Son dos canallas! —exclamó Nicolás, enfurecido— Me gustaría matarles. Creo que los mataré.
            —Eso no lo harás. Están muertos, Nico.
            —¿Están muertos? —se sorprendió el muchacho— No puedo imaginarlos muertos. ¿Quién los ha matado?
            —No lo sé. Solo sé que murieron en tu casa.
            —¿En mi casa? ¿Qué hacían en mi casa? Pensé que los habría matado algún policía al rescatar a Paddy.
            —Tendrás que hablar con tu padre y que te cuente lo que pasó. Yo solo sé que están muertos.
            —¡Mi padre es idiota! No me ha contado nada de eso.
¿Y qué le pasa a Nat, por qué no ha venido a verme?

Otra vez la pregunta. Bibiana le miró, indecisa.
            —Nico, es que tu padre me ha pedido que no te cuente nada.

Nicolás se alarmó al momento.
            —¿Le ha pasado algo a Nat? —preguntó con miedo.
            —No —Le tranquilizó Bibiana de inmediato—Nat está bien... Bueno, no está muy bien. Es que ha muerto mucha gente. ¡Es que Elisa también ha muerto! —Bibiana se rompió y comenzó a llorar— Tu padre se va a enfadar conmigo. Me dijo que no te lo dijera.

Nicolás intentó asimilar esa noticia, pero era difícil. Muy difícil.
            —¿Elisa está muerta? Pero, ¿cómo, por qué? Ven a mi lado, no llores, Bibi.

Bibiana se acurrucó junto a él, y se dejó abrazar por el muchacho.
            —¿Por qué has dicho que ha muerto mucha gente? ¿Quién más ha muerto? —indagó Nicolás, devastado.
            —La señora Prudencia, el señor Matías, Cruz, Luis. También Lucas —. Bibiana siguió llorando, compungida.
            —Pero, ¿qué ha pasado? ¿Cómo han podido morir todos? —Nicolás estaba perplejo ante tanta tragedia— ¿Lucas? ¿Lucas también?
            —Todos, Nico. Y todos murieron en tu casa menos Lucas. Lucas murió en el salón de actos del instituto. Le disparó su padre. Creo que lo han detenido, que está en la cárcel.
Nat no quiere verte. Dice que tu padre y Helena tienen la culpa de que Elisa muriera. Dice que los odia. Y que te odia a ti también por ser su hijo.
            —El dolor la ha debido volver un poco loca. ¿Cómo van a tener mis padres la culpa de que Elisa esté muerta?
Ahora mismo voy a buscar a mi padre, tiene que explicarme qué ha pasado.


Pero lo que aconteció "ahora mismo" fue que una enfermera entró en la habitación con unas pastillas para que Nicolás las tomara.
El muchacho, fuera de sí, tiró las pastillas al suelo dejando pasmada a la enfermera.
            —¡Vaya a buscar a mi padre! —gritó a la apabullada mujer de edad madura y rostro ancho— ¡Dígale que venga aquí enseguida!

La mujer salió de la habitación realmente espantada. Aquel muchacho parecía haber perdido el juicio. Tal vez se debiera a las horas que había permanecido inconsciente. No quería ni pensar que le ocurriera algo estando ella de servicio.
Sabía que se trataba de un paciente importante. Quizás el más importante que había ingresado en el hospital desde que ella pudiera recordar.
¿Dónde podía estar el padre? ¡Cómo no! Seguramente lo encontraría tomando algo en la cafetería.

Bibiana se esforzó por serenar a Nicolás y, en un movimiento inesperado y casual, los labios de ambos se encontraron y se rozaron.
La niña se separó al instante.
            —Lo siento —murmuró—. Yo no quería...
            —No ha pasado nada —dijo Nicolás observando el color escarlata en las mejillas de la muchacha y las brillantes esmeraldas en su mirada. ¿Era Bibiana esa chica? Parecía otra, parecía diferente. ¿O eran sus labios, sabor a fresa, los que la hacían distinta?
De lo único que estaba seguro es de que le gustaría besarla en aquel momento, y de nada más.


                                                                                      ∎∎∎
Efectivamente, la enfermera de edad madura y rostro ancho localizó a Blas Teodoro y a Emilia Sales en la cafetería.
Fue directa a la mesa y, sin ningún tipo de preámbulo, explicó al padre del paciente, importante y enloquecido, la situación en la habitación.
Blas había dispuesto de poco tiempo para hablar con su madre y, ávido por saber más, mucho más, le sentó francamente mal la interrupción.
Hasta el momento, antes del inoportuno abordaje, solo tenía con claridad meridiana que existían dudas muy razonables de que Helena pudiera ser hija de Emilia Sales.
            —No quiero ser responsable de lo que le pueda suceder a su hijo —estaba diciendo la enfermera—. Nunca me había encontrado con un chico de su edad tan necesitado de un correctivo.
            —Eso es porque nunca se había encontrado con el hijo de Helena Palacios —dijo Blas levantándose de la silla—. De ahí que su comportamiento sea tan peculiar. En el caso de mi hijo sería muy incorrecto aplicarle el manido dicho: "De tal palo, tal astilla". A mi hijo se le debe aplicar: "De tal pala".

En cuanto Blas llegó a la habitación, la astilla de la pala lo miró acusadoramente y le gritó, beligerante:
            —¡Eres un mentiroso!

Blas detectó el azoramiento de Bibiana. La pequeña rehuía mirarle, y entendió lo que debía haber pasado.
            —Que no te haya contado algo no significa que sea un mentiroso —se defendió Blas—. Significa que pensé que no te convenía...
            —¡No pienses más! —chilló Nicolás sin querer escuchar las excusas de su padre— Y cuéntame lo que ha pasado. ¡Todo!
            —Está bien, pero me haces el favor de no levantarme la voz. Soy tu padre y el único que puede gritar aquí.

La señora Sales llegó a la habitación cuando Blas ya había comenzado a explicarle a Nicolás lo que nunca debería haber sucedido, pero sucedió.


                                                                                            ∎∎∎
Tras un día tenso, una noche serena se manifestó en Aránzazu.
La misma noche, pero con un cielo muy distinto, cargado de relucientes diamantes, presumió de su esplendorosa belleza en el valle de Markalo.
Jaime Palacios cumplió con su palabra y tan pronto como la tormenta amainó llevó al valle, para alivio y regocijo de Maura, a Helena y a Matilde.
Patricia lloró y se negó a acompañarlas, empecinada en quedarse. Por su parte, el señor Palacios también se negó a hacerse cargo de la niña. Él no educaba ni se preocupaba de hijos ajenos, y así lo declaró sin ningún tino.
Como solución al contratiempo, Helena llamó a Adelaida y le pidió que fuera a la mansión para ocuparse de la caprichosa muchacha.

Ahora, sentada en la escalinata del porche, contemplaba las estrellas de un cielo maravilloso mientras el aroma a hierba fresca y la bella melodía del rumor del agua que corría río abajo henchían de placer y calma su alma.

Matilde salió de la casa y se sentó a su lado.
             —Hay tantas que es imposible contarlas —dijo Helena sin dejar de mirar el cielo estrellado.
            —Sí, es imposible.
            —Paddy debería haber venido. Yo podría haberle enseñado mucho de lo que necesita aprender. Espero que mi padre no termine atemorizándola a ella, y a Adelaida.
            —Eso será difícil que no suceda. Casi sería un milagro.

Helena sonrió y miró a Matilde. Fue entonces cuando advirtió la presencia de un ángel en el regazo de su amiga. Su ángel. De inmediato lo reconoció y lo cogió.
            —¡Es mi ángel! ¡Es Cupido! —exclamó gratamente asombrada—¿Qué hace aquí? ¿Lo has traído tú?
            —Me lo dio tu padre por la mañana y me dijo que te lo diera cuando él se hubiera marchado.
            —¡Qué extraño! ¿Por qué habrá hecho eso?
            —Porque quiere que entiendas que él no se opone a que ames a Blas. Incluso piensa que es el hombre idóneo para ti.
            —¿Eso te dijo? —Helena abrazó al hermoso ángel que eligió cuando era una niña— ¡Pobre papá!
            —Tu padre sabe que amas a Blas. También me encargó que averiguara por qué razón le has dicho que nunca estarás con él. Ya sabes cómo es tu padre, quiere que se lo diga cuanto antes.
            —Bien, pues le dices que nunca podría estar con el hijo del hombre que asesinó a mi madre —resolvió Helena.
            —Sí, le diré eso. Pero a mí me gustaría que confiaras en mí y me dijeras la verdadera razón.
            —La verdadera razón no la entenderías. Nadie la entendería.
            —Prueba a decírmela.
            —La verdadera razón es y se llama Blas —dijo Helena abrazando con más fuerza a Cupido.

Aquella era una de esas noches que iba a ser larga, que iba a tardar en eclosionar en el valle de Markalo, y en Aránzazu.

Págs. 1193-1201


Hoy os dejo una canción de Camilo Sesto... "Solo el cielo y tú"

Dejo esta canción porque es mi deseo hacerle un pequeño homenaje a una voz grande que, lamentablemente, se apagó este pasado 8 de septiembre
Camilo Sesto, el gigante de inmensas canciones románticas, no nos ha dejado del todo
Sus canciones brillarán como refulgen los diamantes... esos diamantes que en el cielo se llaman estrellas... Sus canciones lo harán inmortal
Hasta siempre, Camilo Sesto


                                                             
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