CAPÍTULO 60
FERNANDO ESTRELLA
—C
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Laro que sí —le aseguró Nicolás volviendo
a cerrar la puerta de la cocina—. Ven conmigo al cuarto de baño. Te curaré.
—No es preciso, Nico. Estoy bien.
Natalia, Bibiana y
Patricia se dirigieron al salón y se sentaron en los sofás.
—Ese chico no puede quedarse aquí —habló
Patricia—. Lo acabarán descubriendo y al final nos van a castigar a todos sin
fiesta de fin de año.
—Solo piensas en ti, eres una egoísta —la
acusó Bibiana, enfadada—. A mí también me pega mi padrastro y ese chico me da
pena. No me importa para nada quedarme sin fiestecita.
—¿Y qué te crees? —replicó Patricia,
furiosa— ¿Qué los amigos de la puta de mi madre son santos? Pero, ahora estamos
aquí y debemos disfrutar lo máximo que podamos. Seguramente no volveremos a
tener una oportunidad igual.
Nicolás curó
la espalda de Fernando tal como el señor Teodoro lo había curado a él cuando el
señor Salvador Márquez le apaleó con
la cadena. Lo hizo con bastante rapidez ya que en el cuarto de baño no estaban
seguros. Se horrorizó al ver las heridas del muchacho; tenía marcas muy
recientes, y otras, de palizas anteriores.
—Tu padre es un cerdo salvaje —insultó
Nicolás con rabia, sin poder contenerse.
—¿Cómo te ha ido a ti con Blas? —preguntó
Fernando.
—Nada de importancia —repuso el
chiquillo—. Lo que más me ha dolido es el disgusto que le he dado a él y a Emilia.
Nicolás
escondió a su amigo en el despacho de su tutor, no se atrevió a subir a las
habitaciones por miedo a tropezar con el señor Teodoro por la escalera.
—Aquí estarás a salvo —le dijo—.
Cuando todos nos acostemos, bajaré a buscarte y dormirás en mi cuarto.
Fernando
asintió, agradecido, y se sentó en el sillón del señor Teodoro. Nicolás cerró la
puerta y fue a sentarse junto a Natalia. Su prima le cogió una mano.
Al cabo de
poco rato, la señora Sales y su hijo entraron en el salón con semblantes muy
serios. Los niños miraban la tele y ante el espanto de Nicolás, los adultos se
dirigieron hacia el despacho.
—¿A
dónde vais? —les gritó el chaval, levantándose del sofá. Su respiración era
agitada.
La señora
Sales y el señor Teodoro se detuvieron, aturdidos.
—Vamos a hablar un momento —aclaró la
mujer—. Salimos enseguida.
—¡Nada de eso! —exclamó Nicolás,
corriendo hacia la puerta del despacho y ubicándose delante de ella— Hemos acordado que
íbamos a ver una película. ¡Vosotros no tenéis nada de qué hablar!
La señora
Sales estaba asombrada y el señor Teodoro exhaló un suspiro, impaciente, que casi pareció
un rugido.
—Apártate de la puerta, Nico —ordenó,
bastante molesto y nervioso.
—¡No vais a entrar aquí! ¡Vamos a ver
la película! —manifestó Nicolás, tozudo y, también, muy nervioso.
La señora
Sales se colocó en medio del joven y del niño.
—Bueno, podemos ver la película y
luego hablamos, Blas —propuso, intentando poner paz.
—¡Esto es el colmo, mamá! —gritó el
señor Teodoro, enfurecido— Este mocoso debería haberse ido a dormir en cuanto
terminó de cenar. Y ahora resulta que nos va a dar órdenes a nosotros.
Natalia y
Bibiana tenían el corazón encogido, por contra Patricia se estaba divirtiendo
de lo lindo.
—Nico, cariño, será solo un momento —habló
la señora Sales, empleando un tono de ruego.
—¡Nada de momentos! —rechazó Nicolás—
Lo que tengáis que hablar, lo habláis aquí. Blas no me deja que le oculte nada,
pues yo tampoco le dejo que me oculte nada a mí. ¡Pobre de él si me entero de
que me oculta algo!
La señora
Sales y su hijo se miraron, preocupados. Ambos tuvieron un mismo pensamiento. ¿Qué iba a suceder cuando el niño descubriera
que le habían ocultado algo de vital importancia durante toda su vida?
Bibiana
también pensó algo por el estilo; Nicolás
tenía un carácter muy fuerte cuando creía que la razón estaba de su parte
El señor Teodoro,
muy ceñudo, terminó por sentarse en un sofá; su madre se sentó a su lado.
Nicolás volvió a acomodarse junto a Natalia sin acabar de comprender cómo
había logrado salirse con la suya.
—Poned esa dichosa película —dijo el
señor Teodoro, cruzándose de brazos. Estaba más que alterado y sentía unos
deseos ardientes de zarandear al chiquillo.
Más que ver la
película, el joven meditó una y otra vez acerca de lo ocurrido con Elisa, y del día de Reyes. De vez en
cuando miró a Nicolás, con desazón. Pasado un cuarto de hora sonó el timbre del
teléfono. El señor Teodoro se levantó para contestar pero Nicolás se le
adelantó, precipitadamente.
—¿Quién
es? —vociferó.
Era el señor
Tobías, el chiquillo le gritó que se había equivocado y que no eran horas de
molestar. El señor Teodoro propinó un cachete al crío y le quitó el teléfono.
—¡Yo soy quien contesta aquí a las
llamadas! —exclamó, fuera de sí— ¡Ve a sentarte! ¡Dígame! —gritó a continuación como si quisiera machacar a quien
estuviera al otro lado de la línea telefónica. El señor Tobías carraspeó,
perplejo. Le explicó que Fernando se había fugado de casa y le
preguntó si sabían algo de él o si lo habían visto— No, lo siento mucho —respondió
el señor Teodoro—. Espero que tengáis suerte y lo encontréis. Me gustaría salir
a ayudar pero Nico está insoportable y Elisa no se encuentra bien. Por otra
parte, temo que Víctor Márquez quiera molestar a Gabriela y a Estela. Es mejor
que me quede en casa. Suerte en la búsqueda.
El señor
Teodoro colgó el teléfono cortando la comunicación.
—¿Qué ocurre, cariño? —indagó la
señora Sales.
—Era Tobías —contestó el joven—. Se
trata de Fernando. Por lo visto, no contento con la gamberrada de la moto, se
ha escapado de casa.
—¡Ay, Dios mío! —se estremeció la
mujer— ¿Dónde habrá ido ese muchacho? ¡Tan de noche y con el frío que hace!
Blas
comprendió de inmediato dónde estaba Fernando. ¡En su despacho! Y por ese
motivo, Nicolás se había comportado de aquel modo tan extraño, impidiendo que
su madre y él entraran a hablar allí. Miró al chiquillo, que se hallaba sentado
al lado de Natalia.
—Nico, ¿tú no sabrás dónde está
Fernando por casualidad? —le preguntó, acribillándole con la mirada.
—¡Yo
no sé nada! —contestó el chaval de muy mal humor— Y si lo supiera, no te lo
diría. ¡Cuando se ha escapado, sus buenas razones tendrá!
—¡Nico! —exclamó la señora Sales,
enojada, por la forma de proceder del muchacho.
El señor Teodoro se
dirigió con rapidez y firmeza a la puerta del despacho y la abrió sin que
Nicolás tuviera tiempo de hacer algo para evitarlo. La oscuridad en la
estancia era absoluta, el señor Teodoro encendió la luz. Allí, sentado en su sillón, estaba Fernando Estrella, que se
levantó con premura al ver al hombre.
Nicolás entró corriendo y se colocó al lado de su amigo, frente a su tutor. Blas se había
quedado sin palabras al ver en el mal estado que se encontraba el ojo derecho de
Fernando. La señora Sales entró en el despacho.
—¡Fernando! ¿Qué te ha pasado en el
ojo? —interrogó, alarmada.
—Su padre le ha dado un puñetazo —respondió
Nicolás, alterado—. Y la espalda la tiene llena de correazos, recientes y
antiguos. Al señor Humberto le debe gustar dar palizas.
—Ven enseguida, cariño —dijo con
suavidad Emilia a Fernando—. Pasa al salón y siéntate en un sofá. Te pondré una
pomada en el ojo que te aliviará bastante. Ven, no tengas miedo de Blas. Ya sé
que parece un ogro pero, en este caso, las apariencias engañan. ¡Quítate de en
medio, Blas, asustas al niño! —la mujer empujó a su hijo fuera del despacho.
Fernando se
acomodó en un sofá del salón y la señora Sales le aplicó una ligera capa de
pomada sobre el parpado herido.
—Deja que te vea la espalda —le pidió
la mujer.
—Nico me ha curado.
—¿Has cenado?
—No, pero no tengo hambre. Gracias.
Tengo el estómago revuelto. Si como algo, seguro que vomito. Por favor, no me
retengan, déjenme marchar. No quiero volver con mi padre —suplicó el
jovenzuelo.
—No puedo permitir que te marches —declaró
el señor Teodoro en tono grave—. Pasarás la noche aquí, con Nico. Y te prometo
que no volverás con tu padre. No tengas miedo y confía en mí.
La señora
Sales preparó una tila para el muchacho y la infusión consiguió que dejara de
temblar.
—Será mejor que nos acostemos —dijo el
señor Teodoro—. Creo que
Fernando necesita descansar. Nico, id a tu habitación de la primera planta.
Quiero teneros cerca, necesito dormir un rato y no me fio de ti ni de tus malas
ideas.
—¡Yo prefiero dormir en la segunda
planta! —gritó Nicolás.
—¡No me importa lo que tú prefieras! —se
desesperó Blas— ¡Camina delante de mí o te llevo de la oreja!
Nicolás y
Fernando subieron las escaleras seguidos del señor Teodoro. Entraron en la
habitación de este y posteriormente en la del chiquillo.
—La ventana no tiene barrotes —expuso
el señor Teodoro a Nicolás—. Pero sí una cerradura y la llave la tengo yo. Recuerda que el
cristal es blindado, por si se te pasa por esa cabecita de chorlito querer
romperlo. Harías mucho ruido y no lo conseguirías. A la puerta le quité la
cerradura, pero le puse un cerrojo y lo voy a correr esta noche. Siento tomar
estas medidas y encerraros —ahora el señor Teodoro se dirigió a Fernando—. Pero
no quiero que hagáis ninguna tontería y quiero dormir tranquilo porque estoy
agotado. Te aseguro que puedes confiar en mí. Voy a ayudarte y no volverás con tu
padre, te lo prometo. Nico, déjale un pijama a tu amigo y acostaros. Buenas
noches.
—Buenas noches —respondió Fernando,
sintiéndose a salvo y confiando plenamente en el tutor de su amigo.
El señor Teodoro se dirigió al despacho. Se sentó en su sillón, apoyó los codos en la mesa y dejó la frente a merced de sus manos... mientras los dedos se le enredaban en su cabello oscuro.
—¿Dónde estás? —murmuró, cansado e inconscientemente— Sería tan distinto si estuvieses aquí, quisiera decir tu nombre, quisiera verte, contemplarte, solo rozarte y besaría el Cielo... ¡cómo te odio!
Tengo que intentarlo con Gabriela... tal vez exista la posibilidad de que te olvide.
Sin apenas darse cuenta, con un brusco movimiento, lanzó al suelo parte de los objetos que estaban sobre el escritorio.
Sorprendido, volvió en sí, se levantó lentamente y comenzó a recoger lo que había tirado, colocándolo de nuevo en su lugar.
El señor Teodoro se dirigió al despacho. Se sentó en su sillón, apoyó los codos en la mesa y dejó la frente a merced de sus manos... mientras los dedos se le enredaban en su cabello oscuro.
—¿Dónde estás? —murmuró, cansado e inconscientemente— Sería tan distinto si estuvieses aquí, quisiera decir tu nombre, quisiera verte, contemplarte, solo rozarte y besaría el Cielo... ¡cómo te odio!
Tengo que intentarlo con Gabriela... tal vez exista la posibilidad de que te olvide.
Sin apenas darse cuenta, con un brusco movimiento, lanzó al suelo parte de los objetos que estaban sobre el escritorio.
Sorprendido, volvió en sí, se levantó lentamente y comenzó a recoger lo que había tirado, colocándolo de nuevo en su lugar.
Págs. 463-469
Esta semana os dejo una bonita canción de Jose Luis Perales, ubicada en un lateral del blog.
"Quisiera decir tu nombre"
Esta semana os dejo una bonita canción de Jose Luis Perales, ubicada en un lateral del blog.
"Quisiera decir tu nombre"