CAPÍTULO 139
LA PRIMERA LLAMADA DE UN ASESINO
Helena observó a la mujer esposada que se sentó frente a ella, al otro lado de la mesa.
Le bastó mirarla un momento para saber que Ofelia
era una mujer gris, mediocre, sin carácter, sin fuerza, insegura, conformista...
Y en efecto, después de hablar con ella tuvo la
certeza de que Ofelia era una víctima más de Alfredo Soriano.
Al principio Ofelia se mostró desconfiada y reservada. Sabía quien era Helena Palacios y no terminaba de entender por qué la
madre de Nicolás había ido a verla.
Sentada, solo se limitaba a mirar las esposas que
encarcelaban sus manos.
—Su hijo tenía un pie abrasado y estaba completamente
drogado —comenzó a decir Helena—. ¿Puede explicarme cómo en esas condiciones fue al
instituto y atacó a mi hijo?
—¿También lo drogaron? —preguntó la madre de Lucas sin apartar la vista de
las manos que tenía sobre la austera mesa con signos de carcoma.
—Sí, también —respondió Helena—. ¿Quiénes le hicieron eso?
Ofelia no dudó en responder.
—Mi marido y el profesor de matemáticas del
instituto. Ismael Cuesta.
Yo no pude hacer nada, no pude ayudar a mi hijo, tampoco
al suyo. Lo siento. Perdóneme.
Lágrimas dolorosas brotaron de los ojos cansados y
grises de aquella mujer gris. Todo en ella era muy gris, muy neutro.
—Nunca podré olvidar los gritos de mi pobre hijo
cuando le metieron el pie en un cubo con agua hirviendo. Nunca— Las lágrimas de Ofelia se multiplicaron, y Helena
se estremeció.
—¿Por qué le hicieron eso?
Ofelia levantó la vista de sus manos, y la miró. Sus
ojos no tenían vida, eran dos pozos abisales.
—El profesor de matemáticas odiaba a su hijo a
muerte, y quería que mi Lucas lo matara. Le dio mucho dinero a mi marido, y
torturaron a mi niño y lo aterrorizaron. Lucas no era un asesino, era muy
bueno, se portaba bien. El profesor de matemáticas y mi marido son dos
monstruos. Los monstruos existen, son reales.
¿Puede hacerme un favor? ¿Puede matarme? No quiero
vivir así, no puedo vivir recordando los gritos de mi hijo… y yo no le ayudé.
Jamás nadie le había hecho semejante petición, y
Helena entendió el calvario que estaba viviendo Ofelia, la mujer del color del
acero, del color del cemento.
∎∎∎
Blas llegó solo al hospital, y se dirigió al pasillo
donde continuaban paseando Arturo Corona y Jaime Palacios. Había convencido a
Emilia Sales de que se quedara en casa y reposara asegurándole que la avisaría
en cuanto hubiese una novedad sobre Nicolás.
—¡Me alegra que esté de vuelta! —exclamó Arturo Corona— Tengo excelentes noticias para usted. Nicolás está
en buenas manos, en las mejores.
¿Sigue obstinado en no hacerse la prueba de
paternidad? Es una prueba sencilla, basta con…
—No me haré jamás esa prueba —aseveró Blas, taxativo—. He criado a Nico desde que tenía tres años. Es mi
hijo.
—Entiendo, pero era mi deber decirle la verdad.
∎∎∎
Helena cruzó la puerta principal del hospital, exhausta. Su agotamiento se debía en gran parte a lo poco satisfecha que estaba
consigo misma. Después de su conversación con Ofelia desistió de su idea de ver
a Alfredo Soriano. Ver a ese monstruo, como lo había llamado Ofelia, quizás la
hubiera convertido en otro monstruo a ella ya que únicamente le provocaba abrasarle
el pie, exactamente lo mismo que ese despiadado hombre había hecho con el
indefenso Lucas. Y hubiera gozado escuchando los gritos de aquel miserable
cobarde. ¿O era ella la miserable cobarde
por no haberlo hecho?
Era tan fina la línea que separaba justicia de
venganza en algunos casos que, a veces, resultaba muy difícil distinguir una de
otra.
¿Y acaso merecían ser tratados con
justicia seres como Alfredo Soriano, Ismael Cuesta, Álvaro Artiach?
Pero ella amaba la justicia, ¿y acaso tenían derecho aquellos depravados a doblegarla y hacerle
renunciar a su escala de valores, a sus creencias y sentimientos?
Desechó aquel debate interno que a ninguna
conclusión cabal la iba a conducir, y pensó en Ofelia.
Esa pobre mujer le había rogado que le quitara la
vida. Esa desdichada mujer necesitaba una ayuda inmediata, y se la proporcionó.
Ofelia iba a ser trasladada a una clínica de salud mental.
Berta no dudó en ordenar ese traslado en cuanto supo
la situación de la madre de Lucas. Berta era muy buena jueza y, en ocasiones,
le había solicitado asesoramiento a Helena cuando veía que abogados audaces y
sin escrúpulos iban a conseguir poner en libertad a auténticos criminales.
Y es que Helena era una malabarista en cuestión de
leyes. Poseía una habilidad y destreza inauditas para darles la vuelta,
colocarlas del revés, moldearlas a su antojo, logrando que la justicia
estuviera siempre por encima de cualquier ley.
Jaime Palacios se asombró en demasía cuando su hija
se presentó en el pasillo, y vio su corte de pelo.
—¿Qué te han hecho, Helena? —le preguntó, desconcertado.
Blas no pudo evitar mirarla, y también se sorprendió
del cambio en el cabello de Helena.
—¿Quién te ha cortado el pelo? —insistió el señor Palacios.
—Yo misma. Lo tenía demasiado largo, me molestaba.
Blas dejó de mirarla. Estaba demasiado furioso,
demasiado herido. Y Helena, con aquella melena ondulada y alborotada, seguía trastornando su pensamiento y todos sus sentidos.
—Probablemente su marido la prefiera con el pelo más
corto y ella, como buena esposa, haya querido satisfacer sus deseos —intervino Arturo Corona pretendiendo echar más leña
al fuego.
Blas tragó saliva con dificultad, y notó como todos
sus músculos se tensaban.
—Siempre hay límites, y ninguna mujer tiene la
obligación de satisfacer los caprichos extraños de un esposo —replicó Jaime Palacios, picado—. Mucho menos mi sobrina.
Blas, apoyado en una pared, miraba la pared de
enfrente preguntándose por qué Helena permanecía callada, por qué maldito
motivo no decía nada.
¿Estaba realmente casada, y era ese
hombre el padre de Nico?
Entendió que no podía continuar allí o iba a cometer
la mayor de las locuras.
Dijo que iba a tomar un café negro y muy cargado, y
se alejó a pasos agigantados.
∎∎∎
Blas aún no había probado el café, contemplaba su
color oscuro… tan oscuro como se sentía él, y su móvil sonó.
La llamada era de su “amigo” Álvaro Artiach.
—Dime.
—Tienes que venir a tu casa.
—¿Por qué?
—Porque hay tres fiambres y van a haber más si no
estás aquí antes de una hora.
—No estoy para bromas, Álvaro.
—¿Quién está bromeando? Mataré a tu madre, también
mataré a Elisa si no estás aquí antes de una hora.
—¡Te he dicho que no estoy para bromas! —exclamó Blas, enervado.
—Yo tampoco estoy para bromas. Te estoy hablando muy
en serio. Espera, te pasaré a tu madre.
A continuación, Blas escuchó la voz angustiada de
Emilia Sales.
—¡Blas, no vengas! ¡Hijo mío, no vengas! Álvaro se ha
vuelto loco, no vengas.
—¡Tienes que
venir, Blas! ¡Tienes que venir o nos matará! —Esos gritos horrorizados eran proferidos por Elisa.
—¿Te sigue pareciendo que estoy bromeando? —volvió a escuchar la voz de Álvaro Artiach— Tienes una hora, ni un segundo más, procura ser
puntual o despídete de tu madre y de Elisa. Nada de policía, tú solo, o las
mataré.
Cuando llegues hablamos, tenemos unos asuntos
pendientes. Tic-Tac… el tiempo pasa.
Álvaro Artiach cortó la comunicación.
Blas se tomó el café sin echarle azúcar, sin sentir
que quemaba, sin detectar su sabor amargo.
Pagó la consumición, salió de la cafetería… y
posteriormente, del hospital, a toda prisa.
Págs. 1122-1128
Próxima publicación... un jueves de mayo
Hoy os dejo esta canción de Joan Sebastian y Marisela "Nos amaremos siempre, siempre"
Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios... hoy tengo la alegría y la satisfacción de comunicaros que el próximo capítulo será el último de esta tercera parte
Mela