CAPÍTULO 103
OTRO GRAN SUSTO
U
|
nas nubes intrépidas se situaron delante de un
apagado sol consiguiendo de esta forma que la mañana se vistiera de gris.
El director de “Llave de honor” se dirigió con paso
muy ligero al campo de fútbol seguido, en todo momento, por el profesor de
música.
Roberto Beltrán lo puso en antecedentes en cuanto se
reunió con él, mostrándole, a través de la valla, las huellas de las ruedas del
vehículo sobre la calzada.
—¿Sabes quién es el alumno que ha saltado? —indagó el señor Teodoro.
Roberto Beltrán negó con un movimiento de cabeza.
—Nadie ha abierto la boca —explicó a continuación—, será complicado que alguien hable. El que lo hiciera sería
considerado como un chivato por todos los demás.
El señor Teodoro dirigió una mirada a los chiquillos
que, a su vez, miraban muy atentamente a los adultos. El examen del joven se
detuvo en Nicolás; enseguida vio que el niño se estaba sonando la nariz con un pañuelo, y vio el tembleque de sus dos rodillas.
—Creo que ya sé quien ha saltado la valla —manifestó el director en voz baja, sorprendiendo al profesor de gimnasia
y sofocando al bonachón del profesor de música— ¡No podía tratarse de otro! —exclamó en el mismo tono.
Se acercó a los muchachos con semblante severo y, en
aquel instante, sonó la campana señalando el final del recreo.
—No es necesario que perdamos mucho tiempo —dijo el señor Teodoro—. Os advierto que sé perfectamente quién ha saltado
la valla. Por lo tanto, cuanto antes lo diga, mejor para él.
Nicolás agachó la cabeza deseando que el suelo se
abriera y lo engullera. ¡Cuánto ansiaba
desaparecer de allí!
—¡Nat y Bibi! ¿No habéis
oído la campana? ¡Marchaos a clase! —ordenó el señor Teodoro a las niñas.
Natalia enrojeció de furia y se erizó de inmediato.
—¡Espero que le llenes la cara de tortas al idiota que ha saltado la
valla! —gritó— ¡Casi lo atropellan!
—Natalia, no está bien pedir que peguen o castiguen a alguien —recriminó el señor Hipólito, muy perturbado.
Nicolás hubiese querido triturar a la niña, pero
siguió mirando el suelo con insistencia mientras sus piernas se movían
involuntariamente.
—¡Vamos a ver! —dijo el señor Teodoro, suspirando ligeramente— Aquí hay dos equipos y el niño que ha saltado la valla pertenece a
uno de los dos. El equipo que no tenga nada que ver puede marcharse a clase.
Eso no es chivarse, seguirá quedando un equipo.
Los chavales se miraron indecisos ante la propuesta
del director y, pronto, once de ellos, abandonaron a sus
compañeros.
—Ninguno de los árbitros hemos saltado —declaró un chiquillo y él y otros dos muchachos se marcharon también.
Ante el señor Teodoro quedaron once posibles
culpables que cada vez se sentían más acorralados. El profesor de gimnasia se
marchó a atender una clase; Hipólito Sastre no se movió del lado del director.
Un poco más alejadas, pero sin perder detalle, se hallaban "Mikaela" y Paula.
—¿Queréis que os castigue a todos? —preguntó el señor Teodoro a los alumnos que continuaban en línea— Os aviso que el castigo va a ser muy duro. Quien no ha saltado la
valla únicamente tiene que irse a clase. Eso no es acusar a nadie.
Poco a poco los muchachos iban marchándose hacia el
instituto después de decidir que no querían un castigo que no les correspondía.
Finalmente quedaron delante del director Nicolás, Leopoldo y Lucas.
—¡Vaya, vaya! —exclamó este— Aquí tenemos a un buen trío. Ahora solo queda averiguar quién de
vosotros tres es el más alocado, el más irresponsable, el más inconsciente y el
más trasto. ¡Y tendremos al que ha saltado la valla!
Nicolás volvió a sonarse la nariz y se secó los ojos
llorosos con el dorso de una mano.
—Leo y Lucas, id a clase —les ordenó, de improviso, el señor Teodoro—. Porque eres tú quien ha saltado la valla, ¿verdad? —increpó a su hijo.
El chiquillo asintió sin levantar la cabeza. Sus
amigos se vieron forzados a dejarlo solo, no sin antes darle una palmada en la espalda en señal de apoyo.
Por la mente del señor Teodoro desfilaron imágenes
de los últimos peligros que habían asistido al niño. Recordó el día en que el
señor Francisco también pudo haberlo atropellado, recordó la paliza salvaje que
le había propinado Salvador Márquez y también recordó cuando Víctor Márquez
quiso dispararle con una escopeta que, milagrosamente, estaba descargada.
—¿Qué hago contigo, Nico? ¡Dime tú qué hago contigo! —dijo el hombre, muy enfadado.
Nicolás continuó sin levantar la cabeza y no osó
darle ninguna idea a su padre.
—¿Puedo decirle algo, señor Teodoro? —demandó Hipólito Sastre con timidez.
El joven miró al profesor de música y asintió.
Seguidamente se percató de la presencia de "Mikaela" Melero y Paula Morales. Las
dos mujeres eran fieles espectadoras y fieles oyentes de todo cuanto sucedía.
—Hace unos años atropellé a un chiquillo —comenzó a relatar el profesor de música con un semblante que reflejaba
un profundo pesar—. También aquel chiquillo iba detrás de una pelota.
Se tiró a la carretera sin mirar y no pude frenar a tiempo.
Aquella criatura murió en mis brazos y su gran
preocupación era que su padre lo castigara. Conocí a su padre y aquel pobre
hombre lo hubiese dado todo porque su hijo continuara vivo y poder abrazarlo.
Usted tiene la oportunidad de abrazar a su hijo, señor Teodoro; es usted un
hombre venturoso.
—No fue culpa suya, no debe mortificarse —dijo el señor Teodoro, realmente conmovido. El terrible sufrimiento
del señor Sastre era evidente.
—Gracias, señor Teodoro, es usted una buena persona —sonrió lánguidamente el profesor de música y se fue alejando con paso
lento, agotado.
El señor Teodoro abrazó a Nicolás, con fuerza, y
besó su ondulado cabello.
—Nico, me hubiese vuelto loco si te llegan a atropellar —declaró—. ¡No te imaginas cuánto te quiero!
—Perdóname, papá —rogó el chiquillo—. Te prometo que nunca más volveré a saltar la valla del patio y
miraré a los dos lados antes de cruzar una carretera.
—Lo siento, Nico, no te vas a librar de que te castigue —manifestó el señor Teodoro—. Nos conocemos de sobra y, mañana, a ti,
esto, ya se te ha olvidado. Estarás un mes sin jugar a fútbol.
—¡Un mes es mucho tiempo! —se espantó Nicolás— ¡No me castigues tanto, por favor!
—Ni una palabra más, ni una protesta más o te aumento el castigo —amenazó el señor Teodoro—. Vete a clase, Nico.
Leopoldo y Lucas esperaban a Nicolás en el vestíbulo
del instituto y vieron llegar a su amigo, cabizbajo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el pelirrojo.
—Un mes sin poder jugar al fútbol —contestó Nicolás, triste y preocupado.
Leopoldo emitió un silbido y Lucas comentó que el
equipo no sería lo mismo sin el mejor de sus jugadores.
El señor Amadeo Ortiz vio a los chiquillos y los
envió a su aula.
—¡Aquí no podéis estar! —les gritó— ¡Hace rato que se ha acabado el recreo! ¡Venga, fuera de aquí!
∎∎∎
El señor Teodoro se reunió con "Mikaela" y con Paula.
—Hemos permanecido en el patio porque soy la tutora de Nico y he
creído mi deber estar al tanto de todo lo que sucedía —explicó la señora Morales.
—Será mejor que entremos rápido, hace mucho frio —manifestó el señor Teodoro—. Hablaré con el señor Ortiz para que contrate a unos obreros que
levanten bastante el muro y coloquen una valla más alta.
—Eso será lo más prudente —afirmó "Mikaela" a la que todavía le costaba
recuperarse de la terrible visión de presenciar como casi atropellan a su hijo.
Las dos profesoras y el director caminaban hacia la
puerta de acceso al instituto. Súbitamente, el señor Teodoro sintió un agudo
dolor en el abdomen que le obligó a doblarse hacia delante. Segundos después se
desplomó en el suelo, perdiendo el conocimiento.
—¡Blas! —gritó Helena Palacios, arrodillándose junto al joven y sujetándole la
cabeza— ¡BLAAAAASSS!
¡PAULA LLAMA UNA AMBULANCIA! ¡LLAMA UNA AMBULANCIA! ¿QUÉ HACES PASMADA? ¡MUÉVETE, COGE EL MÓVIL Y LLAMA A UN MÉDICO!
¡Blas, respira por favor, no dejes de respirar ni un segundo! ¡Aguanta, por Dios! ¿Qué tienes, Blas? Estoy aquí, Blas, no dejaré que te pase nada... Respira, respira...
Paula no pudo escuchar las últimas palabras que Helena le dirigió a Blas entre susurros; sí pudo ver como acercó sus labios a los del señor Teodoro en un intento desesperado de proporcionarle todo el aliento que pudiera faltarle.
¡Blas, respira por favor, no dejes de respirar ni un segundo! ¡Aguanta, por Dios! ¿Qué tienes, Blas? Estoy aquí, Blas, no dejaré que te pase nada... Respira, respira...
Paula no pudo escuchar las últimas palabras que Helena le dirigió a Blas entre susurros; sí pudo ver como acercó sus labios a los del señor Teodoro en un intento desesperado de proporcionarle todo el aliento que pudiera faltarle.
∎∎∎
La ambulancia llegó y se llevaron al señor Teodoro
con destino al Hospital General de Aránzazu.
La señora Sales fue avisada por el jefe de estudios.
Helena Palacios buscó refugio en la cafetería del instituto y el camarero llegó a servirle hasta cuatro cafés negros y muy cargados. A pesar de los cafés, la mujer estaba como tenuemente dormida. Se sentía pequeña, asustada y vencida. Tenía que admitir, porque engañarse a sí misma era una estupidez, que ver inconsciente al señor Teodoro la había horrorizado tanto como ver el virtual accidente de Nicolás.
Helena Palacios buscó refugio en la cafetería del instituto y el camarero llegó a servirle hasta cuatro cafés negros y muy cargados. A pesar de los cafés, la mujer estaba como tenuemente dormida. Se sentía pequeña, asustada y vencida. Tenía que admitir, porque engañarse a sí misma era una estupidez, que ver inconsciente al señor Teodoro la había horrorizado tanto como ver el virtual accidente de Nicolás.
“Soy una imbécil”, se dijo a sí misma. “Una gran imbécil. ¿Cómo es posible que aún ame a quien me ha hecho tanto daño?
Te odio, Blas. Pero no te mueras, por favor, deja que te siga odiando aquí, en
la Tierra, porque no estoy segura de que haya otro lugar”.
Paula Morales entró en la cafetería y regresó a su
amiga a la realidad.
—Son casi las dos —le comunicó—. Nico está a punto de acabar las clases.
—¿Se sabe algo de Blas?
—Absolutamente nada. Pero es un hombre joven y muy fuerte.
Sobrevivirá —confirmó Paula con seguridad.
—¿Pretendes consolarme? ¡A mí no me importa en absoluto el futuro de
Blas! —atacó Helena, airada.
Paula Morales no la contradijo y guardó silencio.
Pero por supuesto no la creyó; había sido testigo directo de su
reacción ante el inexplicable y prolongado desmayo del señor Teodoro.
Págs. 812-818
Esta semana dejo en el lateral del blog una canción de Pastora Soler... "Te despertaré"
Próxima publicación... jueves, 4 de diciembre