¡¡Hola!!
¿Cómo estáis? Yo os veo bien ;-)
Hoy os voy a presentar, desde mi cielo gatuno, el último capítulo de la tercera parte de El Clan Teodoro-Palacios
¡Disfrutad de la lectura!
¡¡Miau, miau, miau!!
Ginger
CAPÍTULO 140
LA SEGUNDA LLAMADA DE UN ASESINO
Las calles de Aránzazu continuaban siendo como
campos sembrados de soldados.
Había poco tráfico, pocos transeúntes. Las tiendas
estaban abiertas, pero tendrían escasas ventas ese día.
Blas Teodoro, a pesar de tener los nervios a flor de
piel, procuraba conducir con sumo cuidado. No se podía permitir ser detenido y
entretenido por alguno de aquellos militares.
La brillante luz del sol ya decaía, no tardaría en
apagarse. En invierno anochecía pronto.
De pronto, tuvo que frenar en seco. Una señora de avanzada edad cruzaba un paso de peatones. Ni siquiera la había visto y fue milagroso que no la atropellara.
Tenía que serenarse, achacó sus nervios al café que había tomado. ¿Cómo podía Helena beber ese brebaje? Helena... recordó el beso. No, aquel no fue un beso falso. Ella le había entregado el alma... ¿o pretendía no admitir la verdad con el fin de evitar tanto dolor?
La luz de un semáforo cambió a ámbar. El conductor de delante frenó. En otra ocasión hubiera pasado tranquilamente, demasiados soldados en la calle le hicieron proceder de otro modo.
Mientras conducía, su mente era un cóctel caótico de
pensamientos desordenados y dispares.
Aunque lo deseaba con vehemencia no podía engañarse.
Lo que le había dicho su "amigo" Álvaro no era una broma de muy mal gusto. Los
ruegos de su madre para que no fuera a casa, los gritos aterrorizados de Elisa
para que fuera... le confirmaban la gravedad de la situación.
¿Qué diablos le pasaba a su amigo?
¿Había perdido el juicio, se había vuelto loco? ¿Qué estaba pasando?
De pronto, tuvo que frenar en seco. Una señora de avanzada edad cruzaba un paso de peatones. Ni siquiera la había visto y fue milagroso que no la atropellara.
La anciana lo miró con severidad.
Tenía que serenarse, achacó sus nervios al café que había tomado. ¿Cómo podía Helena beber ese brebaje? Helena... recordó el beso. No, aquel no fue un beso falso. Ella le había entregado el alma... ¿o pretendía no admitir la verdad con el fin de evitar tanto dolor?
Las dudas pululaban en su cabeza acuchillándole sin
piedad.
Recordó a Nicolás; estaba asustado y nervioso por la
mañana, no durmió bien por la noche. Él también estaba nervioso, asustado.
Tampoco había dormido bien. Pero también estaba ansioso, ilusionado. Tenía
planes, y todos sus planes se habían volatilizado.
La luz de un semáforo cambió a ámbar. El conductor de delante frenó. En otra ocasión hubiera pasado tranquilamente, demasiados soldados en la calle le hicieron proceder de otro modo.
Blas se vio obligado a volver a frenar bruscamente.
Tuvo suerte, y no golpeó al otro vehículo por detrás.
Vio como dos soldados, desde una acera, lo miraban
fijamente.
¿Por qué no se encendía la maldita
luz verde del semáforo? Tenía que llegar a su casa, debía llegar cuanto antes.
La luz verde del semáforo se encendió, y llegó sin más contratiempos a la avenida Presidencial. Dejó el coche aparcado en la calle. Salió del auto, precipitado, se dirigió a la puerta pequeña, colocó su índice en el panel de seguridad... La puerta se abrió de inmediato. Entró y se llevó una gran y desagradable sorpresa al ver al señor Ismael Cuesta con un revólver en la mano.
Blas obedeció.
Cuando Blas llegó al salón no podía creer lo que vio, tenía que ser una pesadilla, un mal sueño del que debía despertar cuanto antes.
Álvaro Artiach volvió a reírse con carcajadas terribles.
Los ojos azules de Álvaro Artiach brillaron con maldad y regocijo.
La luz verde del semáforo se encendió, y llegó sin más contratiempos a la avenida Presidencial. Dejó el coche aparcado en la calle. Salió del auto, precipitado, se dirigió a la puerta pequeña, colocó su índice en el panel de seguridad... La puerta se abrió de inmediato. Entró y se llevó una gran y desagradable sorpresa al ver al señor Ismael Cuesta con un revólver en la mano.
—Ha
sido puntual, señor director —dijo el profesor de matemáticas con claro cinismo—.
Cierre la puerta y no haga ninguna tontería. Si disparo, Álvaro matará a su
madre y a Elisa. Cierre la puerta.
Blas obedeció.
—Ahora
camine hacia el salón de su casa. Recuerde, sin hacer ninguna tontería.
Cuando Blas llegó al salón no podía creer lo que vio, tenía que ser una pesadilla, un mal sueño del que debía despertar cuanto antes.
Álvaro estaba de pie con otro revólver en una de sus
manos. El señor Matías Hernández estaba sentado en una silla con las manos
atadas con una cuerda.
Marcos, su hijo menor, sentado en otra silla. El
muchacho no estaba atado.
Emilia y Elisa, sentadas juntas en un sofá. Tampoco
estaban atadas. Elisa lloraba aterrorizada e histérica. Su madre lo miraba
entristecida y horrorizada.
—¿Por
qué has venido, Blas? ¿Por qué no me has hecho caso? Álvaro quiere matarte.
¿Por qué has venido, hijo mío?—profirió la señora Sales, desconsolada.
—¿Qué
significa todo esto, Álvaro? —interrogó Blas, descompuesto.
—¿Recuerdas
la patada que me diste en mis partes nobles? Eso duele bastante. También me
diste una patada en la muñeca, también duele. Tienes malos modales, Blas, y eso
te va a costar muy caro.
Blas Teodoro recordó aquel incidente en la puerta de
la discoteca Paraíso.
—Ibas
a pisotear la cabeza de mi hijo, luego sacaste un revólver. ¿Qué querías que
hiciera?
—¡También cerraste mi discoteca!
—Eso
no es verdad.
—¡Miente, claro que es verdad! —gritó Ismael Cuesta, embravecido— ¡Y a mí me despidió del instituto!
—Está
bien. Me tienes a mí, deja salir a todos los demás.
—De
aquí no sale nadie. Por lo menos, no salen vivos... a no ser que lleguemos a un
acuerdo. Elisa ha tenido mala suerte, casualidades de la vida. Llegó aquí a la
vez que nosotros. Matías nos abrió la puerta, el resto te lo puedes imaginar.
—Vine
a buscarte, pensé que estabas en casa —sollozó Elisa— ¡Quiero salir de aquí, no
quiero morir! ¡Juro que no avisaré a la policía!
Álvaro Artiach estalló en una siniestra carcajada.
Esa risotada hizo estremecer a Emilia y a Elisa.
—Isma
te va a atar. No olvides que te estoy apuntando, no intentes una heroicidad
absurda.
El señor Cuesta ató las manos de Blas a la espalda.
—Los
pies también.
Blas tuvo que sentarse e Ismael Cuesta ató sus pies
con otra cuerda.
—¡Eres
un cobarde, Álvaro! —exclamó la señora Sales con desprecio—Blas ha sufrido un
ataque esta mañana. Está muy débil. No podría enfrentarse a vosotros, y aún así
lo atas demostrando el miedo que le tienes.
—¡Si vuelve a abrir la boca la mato, mamaíta! Y hará compañía a los tres fiambres que se están pudriendo en la casita
de al lado!
—¿De
qué estás hablando? —preguntó Blas, desconcertado.
—¿No
lo sabes? En la otra casita de tu jardín hay una señora, una joven y un joven
muertos. Por lo visto, tienes a tu servicio a un asesino.
—¡La
bruja de mi nuera mató a mi hijo! Era una mala pécora. Tuve que vengar a mi
hijo Luis, y mi mujer quiso matarme a mí. La maté en defensa propia —declaró
Matías Hernández ante el estupor de Blas.
—Dijiste
que estaban de viaje, Matías.
Álvaro Artiach volvió a reírse con carcajadas terribles.
—No
te mintió del todo, Blas. Están de viaje a otra vida mejor —dijo entre
horrendas risas.
—¿De
qué acuerdo hablabas antes? ¿A qué acuerdo quieres que lleguemos?
Los ojos azules de Álvaro Artiach brillaron con maldad y regocijo.
—Quiero
que llames a Helena. Quiero a Helena Palacios en este salón.
Una furia desmedida vistió el semblante de Blas
Teodoro.
—¡JAMÁS HARÉ ESO! ¡JAMÁS!
—¿Estás
seguro?
—Completamente.
Blas Teodoro ni siquiera la miró. Lamentaba su pánico, pero jamás llamaría a Helena. Eso no.
—Completamente.
—¡Blas, tienes que recapacitar!
—chilló Elisa fuera de sí— ¡Haz lo que
te pide o nos va a matar! ¡No quiero
morir! ¡No quiero!
Blas Teodoro ni siquiera la miró. Lamentaba su pánico, pero jamás llamaría a Helena. Eso no.
—Efectivamente —afirmó Álvaro
Artiach, complacido—. Recapacita, piensa. La vida de Helena por la tuya, la de
tu madre, la de una llorona, la de un chico, y la de un asesino. Sacrificar una
vida por salvar cinco. No te preocupes, antes de matarla le proporcionaré mucho
placer, y todo se desarrollará delante de ti. Serás espectador de primera fila.
Blas,
invadido por un remolino de furia, miró fijamente al que ya consideraba su
examigo.
—Voy a matarte, Álvaro. Te juro
que voy a matarte.
—¿Cómo, Blas? ¿Cómo vas a matarme
atado de pies y manos?
Las
espantosas carcajadas de Álvaro Artiach volvieron a oírse en el salón.
∎∎∎
—¿No tarda mucho Blas en tomarse un
simple café? —dijo Arturo Corona observando la hora en su reloj.
Jaime Palacios
se encogió de hombros, indolente. Helena no dijo nada aunque hacía rato que
pensaba lo mismo.
—Voy a buscarle.
No pasaron ni
diez minutos cuando el dictador de Kavana regresó al pasillo con un rictus de
disgusto en su rostro.
—Blas no está en la cafetería
—comentó—. Unos soldados me han dicho que se ha marchado en su coche. Me
pregunto adónde habrá ido.
—Habrá ido a buscar a Emilia y a
Elisa —respondió Jaime Palacios.
—Sí, será eso. No creo que tarden
en llegar.
—En ese caso, voy yo a la
cafetería. Estoy necesitando tomar un café —dijo Helena.
—Lo que más necesitas es comer.
Come algo —le aconsejó su padre.
Pero Helena no
llegó a entrar a la cafetería. Por el camino se encontró con una administrativa que le
comunicó que tenía una llamada urgente. Siguió a la mujer hasta la entrada
principal del hospital y, en recepción, cogió un teléfono.
—¿Qué pasa? —indagó convencida de
que era Matilde quien la llamaba. ¿Le
habría ocurrido algo a Patricia? ¿O
sería Berta? ¿Habría pasado algo con Ofelia?— ¿Por qué no me has llamado al
móvil?
—¿Helena Palacios?
—Sí, soy yo —contestó, confusa, tras
escuchar una voz masculina desconocida.
—No te he llamado al móvil porque
nadie ha sabido darme tu número.
—¿Quién es usted?
—No creo que me conozcas. Mi nombre
es Álvaro Artiach.
Por un momento
Helena se quedó paralizada. Segundos después reaccionó, y recuperó el habla.
—Tiene razón, no le conozco, y no
tengo ningún tema que tratar con usted.
—No cuelgues, Helena. Sí que
tenemos un tema que tratar, un tema de vital importancia. Escucha con atención...
si antes de una hora no estás en casa de Blas, lo mataré.
—¿Qué clase de cuento me está
contando? ¿Es usted estúpido? Sé que Blas y usted son amigos...
—¡Helena, no vengas! No se te
ocurra venir. Por una vez haz algo bien y no vengas. Cuida de Nico —Era la voz
de Blas.
—¡HELENA, TIENES QUE VENIR!
¡NOS VA A MATAR A TODOS! ¡TIENES QUE VENIR! —Helena reconoció la
voz de Elisa.
—Helena, soy Emilia —ahora era la
señora Sales quien hablaba—. Es verdad que Álvaro nos va a matar, pero tú no
vas a poder impedirlo. No vengas, cuida de Nico, y dile lo mucho que lo
queremos Blas y yo.
—¿Sigues ahí? —volvió a escuchar la
voz desconocida que pertenecía a Álvaro Artiach— Sí, sigues ahí, puedo oír tu respiración agitada. Recuerda, tienes una hora, ni un minuto más. Nada de policía, tú sola. No te
retrases, al primero que mataré es a Blas. Y lo mataré lentamente. Tictac... el
tiempo corre.
Helena colgó el
teléfono. La mano le temblaba.
—¿Se encuentra bien? ¿Se ha
mareado? —le preguntó la administrativa con amabilidad— Le ha cambiado el color
de la cara, está muy pálida.
Helena no
contestó, salió del hospital. Había taxis estacionados. Subió a uno. Le dijo la
dirección al taxista, y no volvió a hablar en todo el trayecto.
El taxista habló
bastante, sobre todo se quejaba de que tantos soldados no se hubieran marchado
ya de Aránzazu. Temía que algo terrible fuera a pasar, que una guerra civil se
avecinara, y las guerras no traían nada bueno.
El hombre
hablaba solo, Helena no le escuchaba. No podía prestarle atención, tampoco
podía pensar en nada, su mente estaba demasiado alborotada... era incapaz de
pensar.
Llegaron a la
avenida Presidencial.
Helena vio el
coche de Blas; los latidos de su corazón se aceleraron. Pagó al taxista con un billete, y bajó
del taxi sin esperar el cambio.
El taxista silbó,
estupefacto. Nunca nadie le había dado tanta propina.
Helena se
dirigió a la puerta, y llamó al timbre. Su mano ya no temblaba.
∎∎∎
En el hospital,
uno de los neurólogos salió al pasillo.
Arturo Corona y
Jaime Palacios se acercaron a él con el alma en vilo. Ninguno de los dos se
atrevió a preguntar.
—Excelencia, don Jaime... Nicolás ha despertado
—notificó el neurólogo con manifiesto orgullo—. Ha salido del coma. Dentro de
tres horas podrán verlo, ahora es imprescindible que le hagamos unos
reconocimientos y exploraciones.
En cuanto el
médico les dejó a solas, Arturo Corona y Jaime Palacios se miraron. Los dos
tenían los ojos empañados.
—¿Vas a llorar a estas alturas?
—intentó bromear Arturo Corona.
—Nuestro nieto va a vivir
—respondió Jaime Palacios.
Y los dos
hombres más poderosos de Kavana se unieron en un fortísimo abrazo... Y
lloraron.
Págs. 1129-1138
Págs. 1129-1138
CONTINUARÁ...
La próxima publicación será en septiembre... he pensado que es una tontería publicar un capítulo en junio ya que en julio no quiero publicar... y en agosto casi todos estáis de vacaciones
Por estos motivos, creo que es preferible que comience a publicar la cuarta y última parte de esta novela... un jueves de septiembre
Hoy, por ser final de la tercera parte, vuelvo a dejar esta canción... "Por ella", de Roberto Carlos
Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios... hoy, 10 de mayo de 2018, vuelve a ser un día de celebración y de agradecimiento
Hoy celebramos haber llegado a la tercera meta de esta historia
Ya hay copas y champán para que brindemos juntos
También es un día de agradecimiento... os doy las gracias por vuestra compañía... por vuestros comentarios que, en tantas ocasiones, me arrancan sonrisas e incluso me provocan risas
Bueno, es todo un honor haber llegado hasta aquí con vosotros
¿Brindamos? Chinchín
Mela
La próxima publicación será en septiembre... he pensado que es una tontería publicar un capítulo en junio ya que en julio no quiero publicar... y en agosto casi todos estáis de vacaciones
Por estos motivos, creo que es preferible que comience a publicar la cuarta y última parte de esta novela... un jueves de septiembre
Hoy, por ser final de la tercera parte, vuelvo a dejar esta canción... "Por ella", de Roberto Carlos
Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios... hoy, 10 de mayo de 2018, vuelve a ser un día de celebración y de agradecimiento
Hoy celebramos haber llegado a la tercera meta de esta historia
Ya hay copas y champán para que brindemos juntos
También es un día de agradecimiento... os doy las gracias por vuestra compañía... por vuestros comentarios que, en tantas ocasiones, me arrancan sonrisas e incluso me provocan risas
Bueno, es todo un honor haber llegado hasta aquí con vosotros
¿Brindamos? Chinchín
Mela