EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

martes, 19 de julio de 2022

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 158





CAPÍTULO 158

 

SEÑALES INQUIETANTES

 

 

N

icolás deseaba bailar con su madre e interrumpió el baile de Blas y Helena. Blas bailó con Bibiana, también con Matilde, y luego corrió a recuperar a su pareja favorita, a su recién mujer.

Matilde quiso bailar con Marcos, más que nada para que el muchacho se integrara en la fiesta, pero el chico la miró con aires de superioridad y muy tieso. 
            —No quiero bailar —le dijo con frialdad—. Todo esto es ridículo, esta boda no es de verdad. Esa mujer ha vuelto loco a Blas.
            —Esa mujer se llama Helena —le contestó Matilde—. No te preocupes por Blas; está muy cuerdo, pero también está enamorado.
Marcos siguió mirándola con ese feo aire de superioridad, despectivamente, y se marchó hacia la casa.

Llegado el mediodía; exhaustos, pero muy alegres, decidieron hacer una pausa en el festejo.
Blas siguió la tradición de coger a la novia en brazos antes de cruzar el umbral de la puerta.
            —¡Tenemos que preparar una buena comida! —exclamó Matilde.
            —De eso nada —se negó Blas—. Iremos a comer a la aldea. Encargué la comida esta mañana —. Sonrió.
            —¿Puedes ya dejarme en el suelo? —le pidió Helena, también sonriendo —. Quiero subir a mi habitación, quiero llamar a mi padre. Él debe saber que me he casado contigo, que eres mi marido.
            —En ese caso, te llevaré hasta tu habitación —. Y Blas se alejó con Helena en brazos.

Nicolás y Bibiana se acomodaron en la sala de estar deseando descansar un rato. Allí estaba Marcos con la tele en marcha.

Matilde también iba a ir a la sala cuando, de repente, se percató de algo extraño que la dejó inmóvil. No vio la trona de Helena. Se acercó y la vio volcada en el suelo. El ángel Cupido de Helena también estaba tirado en el suelo con el ala derecha rota.
Un helado y desagradable escalofrío estremeció a la mujer.
Con prisa, recogió el ángel y el trozo de ala separada de su cuerpo. Los escondió en un rincón de la despensa. Prefería que Helena no viera aquello. Con una buena cola, ella se ocuparía de arreglar el ala del ángel. Y cuanto antes, mejor.
Puso la trona en su sitio, pero la trona parecía muy diferente sin el ángel. Matilde optó por esconderla también en la despensa.
Al entrar en la sala de estar se encontró con la mirada fría de Marcos. Sospechó de él, pero no lo acusó ni le dijo nada. No quería estropear el día de Helena y Blas.

Blas dejó la puerta entornada y se quedó en el pasillo. Era consciente de que no estaba bien lo que pretendía hacer, pero a veces es tan difícil mantener una conducta correcta.
Deseaba tanto escuchar a Helena, sentía tanta curiosidad por saber qué le iba a decir a su padre, cómo se lo iba a decir.
Escuchó atentamente, quieto, con el corazón acorralado entre querer escuchar y temer ser descubierto.

 En Markalo, Jaime Palacios y Jacobo disfrutaban de un aperitivo antes de la comida. Al señor Palacios le gustaba compartir momentos con su fiel mayordomo, al que consideraba también hombre de buen juicio y criterio.

Sonó el móvil  personal del señor Palacios y Maura que, hasta ese instante, les observaba encantada, frunció el ceño. Los boquerones podían esperar un poco, las aceitunas también, pero los calamares no gozarían de la misma exquisitez si se enfriaban demasiado.
El ceño de Maura se frunció mucho más cuando entendió que quien llamaba era Helena.
            —Dime, hija... ¿Todo bien o algún problema?
            —Todo está bien, todo está maravillosamente bien —respondió Helena, feliz.
            —Te noto muy contenta, de lo cual me alegro...
            —¡Lo estoy, papá! Blas y yo nos hemos casado. ¡¡Somos marido y mujer!!
            —¿Cómo dices? ¿Qué estás diciendo? —preguntó Jaime Palacios, desconcertado— ¿Quién y dónde os ha casado?
            —Nos hemos casado en el valle, nos ha casado Nico. Y Blas me pidió matrimonio como, desde muy pequeña, soñé que un caballero lo haría. Lo ha hecho tal y como yo lo imaginé... ¡¡Soy tan feliz!!
Papá, sé que te dije que volvería cuando se celebren las elecciones... pero no va a poder ser. Ahora estoy casada y quiero estar con mi marido y con mi hijo. Perdóname, papá. Te quiero. 
Helena no esperó respuesta y cortó la comunicación. Jaime Palacios miró su móvil, preocupado, y lo guardó en uno de sus bolsillos. 
            ¿Sucede algo, señor? —preguntó Jacobo.
            —Los calamares perderán mucho sabor si se enfrían —comentó Maura con desesperación nada disimulada.
            —Sucede que una hija puede volver loco a un padre —contestó Jaime Palacios a Jacobo ignorando la desesperación de Maura—. ¡Y, por lo tanto, mi hija me va a volver loco! Eso es lo que va a pasar y lo que está pasando.
Con un aspaviento violento, el señor Palacios volcó el salero y gran cantidad de sal se derramó sobre el mantel de la mesa.
Maura gritó, conmocionada.
            —¡Dios mío! Señor, ¿qué ha hecho? Derramar sal es una señal de mala suerte y desgracias. ¡Qué Dios nos proteja! Dicen que Judas derramó sal en la última cena y antiguamente la sal era muy preciada ya que la usaban para conservar alimentos. ¡Qué Dios nos proteja!
            —¿Quieres callarte, Maura, o quieres volverme loco también? —se sulfuró el señor Palacios.
Y, justo, en aquel momento, el cuadro de Helena, el de la niña lectora, el que había admirado Patricia, se deslizó por la pared y cayó al suelo.
Maura volvió a gritar y estalló en sollozos.
            —¡Qué Dios se apiade de nosotros! —exclamó muy asustada.
Jaime Palacios recogió el cuadro; el marco se había resquebrajado por la parte inferior.
            —El clavo debía estar un poco flojo —dijo Jacobo con sensata serenidad.
            —Sí, ha tenido que ser eso —estuvo de acuerdo Jaime Palacios sin apartar su mirada paterna de la niña que leía.
            —No, esto no es normal —balbuceó Maura—. No es normal que haya caído el cuadro de la señorita Helena después de derramar la sal.
            —¡Suficiente, Maura! —se enojó el señor Palacios— ¡Ni una palabra más, ni una!
Maura se marchó compungida y se refugió en la cocina donde continuó lloriqueando mientras aseguraba a sus dos sufridoras ayudantes que terribles desgracias estaban por llegar.

                                                                        ∎∎∎

A Arturo Corona le subió la tensión y sufrió una molesta arritmia después de escuchar que Blas y Helena se habían casado.

            —¿Quién se ha atrevido a casarles? ¡Mataré a quien los haya casado! ¡Anularé esa boda! —le gritó, furioso, a Jaime Palacios.
            —Entonces tendrás que matar a nuestro nieto. Ha sido Nico.
           —¿Qué broma absurda es esta? —bramó el dictador.
          —No es una broma. Nuestros hijos se aman, se han casado ellos mismos en el valle y Nico los ha declarado marido y mujer. Es hora de que lo aceptes, Arturo. Yo ya lo he aceptado.
Pasado un tenso silencio, Jaime Palacios escuchó algo que le sorprendió y que no esperaba.
            —¡Está bien! ¡Al diablo con todo! ¡Que hagan lo que quieran! —exclamó Arturo Corona— Está claro que no es posible separarles y si tú quieres ver feliz a tu hija, yo también soy padre y quiero ver feliz a mi hijo.
            —Me alegra que...
            —¡Tengo trabajo! — Y de esta forma abrupta finalizó la conversación entre los dos hombres más poderosos de Kavana, que muy pronto se iban a enfrentar en las primeras elecciones del país. 
Jaime Palacios colgó el teléfono, aliviado, pero ese alivio se hubiese esfumado de inmediato si hubiera podido escuchar la conversación que sostuvo Arturo Corona con Emilia Sales a continuación de hablar con él. 

                                                                                   ∎∎∎


Helena se sorprendió cuando, al salir de su habitación, encontró a Blas junto a la puerta.
            —¿Qué haces aquí? —le preguntó devolviéndole la mirada de amor que estaba recibiendo de su recién esposo.
Eran miradas como brillantes luces que emiten los faros en una noche marina.
            —Lo siento, no he podido evitar espiarte. Necesitaba saber, necesitaba escuchar lo que le decías a tu padre. Esa necesidad ha sido más fuerte que yo —confesó Blas.
            —Pues creo que yo no voy a ser la persona más indicada para reprocharte tu actitud. Lo cierto es que yo te espié bastante cuando me hice pasar por Mikaela —. Helena sonrió y los hoyuelos aparecieron. Y Blas la abrazó con poderosa suavidad.

Cogidos de la mano, bajaban por la escalera hacia la sala de estar  cuando unos estrepitosos truenos, uno detrás de otro, primero; superpuestos poco después, sacudieron el cielo, el valle y la casa. 
El sol se apagó; también la tele de la sala de estar... La oscuridad se adueñó del lugar. Se hizo de noche.
            —Pero, ¿qué está sucediendo? —preguntó Matilde, alarmada—. Jamás había visto algo así.
            —Es una tormenta, nada más —respondió Blas—. Pero me temo que no vamos a poder ir a la aldea a comer. No pasa nada, yo prepararé la comida.
            —Tú solo no, yo te ayudaré —se ofreció Helena, ilusionada. Nada ni nadie, y mucho menos una tormenta, podía apagar su ilusión. Sería divertido cocinar con Blas. ¿Qué harían para comer?
            —Hay que encender velas y sacar linternas —dijo Matilde, nerviosa.
            —Pues encenderemos velas —dijo Helena pensando que aquello sería romántico—¿Se puede saber qué te pasa? ¿Es que va a asustarte una simple tormenta?
            —No, claro que no. ¿Cómo iba a asustarme por eso? —mintió Matilde lo mejor que pudo. No quería ensombrecer la felicidad de los recién casados, pero tampoco podía olvidar el ala rota de Cupido y tampoco podía ignorar que, de repente, sin más, el día se había vuelto noche. Un día sin una sola nube y con un sol esplendoroso.
Los truenos habían cesado, pero la oscuridad continuaba y un extraño silencio, casi sobrecogedor, que solo presagiaba una terrible tormenta. Era como una calma amenazante que precedía a algo tan terrible, que Matilde rechazaba siquiera imaginar. 

Págs. 1292-1299

Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios, siento haber estado tanto tiempo ausente
Me vais a tener que disculpar que no dé muchas explicaciones, creo que es mejor así... Solo diré que no ha sido por placer   
Es momento de volver, quiero terminar de publicar los últimos capítulos de esta novela y, si es posible, sin volver a ausentarme
Os he echado de menos y os dejo un abrazo... Espero que estéis bien
También os dejo una canción de Melendi y Carlos Rivera... "El único habitante de tu piel"
Mela 


    

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