CAPÍTULO 135
EL MURO DE CONTENCIÓN
Y Helena vio ese abrazo. Vio abrazados a Blas y a
Elisa.
Sus labios, que aún ardían por el beso de hacía unas
horas, se fueron enfriando lentamente.
Su alma, refugiada en algún lugar dentro de su
cuerpo, no pudo escapar ni esconderse de una espada que la atravesó causándole
la peor de las heridas, las que no sangran, las que no derraman ni una gota de
sangre.
Un muro de contención comenzó a elevarse ante su mar
mostrando una estructura alta, fornida.
El oleaje se aplacó, las olas se retiraban, el agua
se tornó calma. El mar de Helena Palacios jamás embestiría ni saltaría la barrera pétrea construida por Blas Teodoro y
Elisa Rey.
Jaime Palacios conocía muy bien a su hija, sabía que era imposible que hubiera hecho algo así. Blas también sabía que era imposible que Helena fuera culpable de lo que le acusaba Elisa. Le hubiera encantado que fuese posible. Eso demostraría que moría de celos.
Helena se alegró al oír esta noticia. ¡Por fin Patricia estaba a salvo!
A pesar de la orden dada por el dictador de Kavana, la rabia y la furia no dejaron callar a Elisa Rey.
—Quiero ver a mi hijo—. Blas se separó de Elisa al escuchar la petición de
Helena.
—Ahora, ¿pides ver a tu hijo? —indagó Elisa, mordaz— Ahora, ¿recuerdas que tienes un hijo? ¿Después de
doce años?
Helena ni siquiera pestañeó, siguió mirando
fijamente al médico.
—Dentro de un par de horas podrá verlo —respondió el facultativo, y tras solicitar el
permiso de Arturo Corona se marchó del pasillo.
—¡Helena no debería ver a Nico! —exclamó Elisa, furiosa— ¡Lo abandonó! ¡Y deben detenerla! Mandó dos gorilas
a mi casa. Esos salvajes me engañaron diciendo que me traían flores de tu parte
—explicó a Blas—. Les abrí la puerta, confiada, y me amenazaron con
matarme si volvía a hablarte o si te veía. ¡Pasé mucho miedo!
En cuanto Nat y Bibi me han dicho que Helena estaba
aquí, he comprendido que tuvo que ser ella quien envió esos hombres a mi casa.
Durante doce años nadie me ha amenazado. Está ella en Aránzazu y me amenazan.
¡Está claro que tuvo que ser ella!
—Desde luego es mucha casualidad —la apoyó Emilia—. Sí, yo también pienso que tuvo que ser ella.
—Las casualidades existen —dijo Jaime Palacios con una calma muy tensa—. ¿Tiene usted alguna prueba que sostenga lo que
dice? —preguntó directamente a Elisa— Le advierto que su acusación es muy grave y, sin
pruebas, más grave. Esa acusación se puede volver contra usted.
Jaime Palacios conocía muy bien a su hija, sabía que era imposible que hubiera hecho algo así. Blas también sabía que era imposible que Helena fuera culpable de lo que le acusaba Elisa. Le hubiera encantado que fuese posible. Eso demostraría que moría de celos.
—¡Sí que tengo pruebas! —afirmó Elisa sorprendiendo a todos, incluso a Helena— Patricia Ramos, la niña que desapareció en la
discoteca Paraíso, está en el hospital. La han llevado con Nat y Bibi para ver
si se tranquiliza. Está histérica, y el ginecólogo no ha podido reconocerla.
Helena se alegró al oír esta noticia. ¡Por fin Patricia estaba a salvo!
—¡Valientes inútiles trabajan en este hospital! —exclamó— ¿Es
que no hay ginecólogas? Esta niña debe haber vivido un calvario, debe estar
aterrorizada.
—¡No cambies
de tema, Helena! —chilló Elisa— Nat y Bibi me han contado que contrataste matones
para rescatar a Paddy. ¡Los mismos que
enviaste a mi casa!
—Matones con actitudes muy diferentes —replicó Helena—. Por una parte rescatan a niñas y, por otra parte,
asustan y amenazan a mujeres.
No, Elisa, ya deja de decir disparates. Yo no mandé
a nadie a tu casa. ¿Por qué iba a hacerlo?
—Porque sabes que Blas y yo compartimos casa y cama.
El aludido se sonrojó violentamente.
—Un momento —dijo, azorado—, es verdad que nos hemos acostado en la misma cama
pero…
—¡Silencio!
—explotó Jaime Palacios— Lo que haya pasado o no haya pasado dentro de una
alcoba que se quede en la alcoba. ¿O pretenden darnos detalles de lo que han
hecho en una cama?
El muro de contención aumentaba su altura, su
grosor, como aumentaba el dolor de la herida que provocaba la maldita espada
invisible en el alma de Helena.
—No, desde luego y por supuesto que no. Eso no lo
consiento yo —se adelantó Arturo Corona impidiendo que Blas
hablara—. Hay temas que se deben quedar entre sábanas, sí.
Respecto a los individuos que fueron a su casa —añadió mirando a Elisa—, no hay pruebas contundentes que garanticen que fue
Helena Palacios. Tema zanjado también.
A pesar de la orden dada por el dictador de Kavana, la rabia y la furia no dejaron callar a Elisa Rey.
—Siempre sabré y pensaré que fuiste tú —insistió.
—Seguramente lo pensarás porque tú serías capaz de
hacerlo —respondió Helena—. Pero yo no. Voy a decirte algo… En el remoto e
irrisorio caso de que yo amara al memo de ferias que comparte casa y cama
contigo, jamás se me ocurriría separaros. Y si no entiendes el motivo es que
ignoras el significado de estar enamorada.
Como el caso real es que no le amo, pues menos
razones tengo para enviar matones a asustarte. Lo que no entiendo es como no se
asustaron ellos al verte.
Jaime Palacios se sonrió de oreja a oreja.
—Yo añadiría que un memo de feria casa bien con una payasa
de circo. Sería un pecado imperdonable separarles.
—¡Basta! —gritó Arturo Corona, encolerizado. Sospechaba que
había sido Emilia Sales quien envió esos hombres a casa de Elisa. El semblante
de la mujer era un poema que la delataba. Le
pediría explicaciones en cuanto tuviera oportunidad de estar a solas con ella.
¿Acaso había perdido el juicio?—Dejen
de bravatear por un tema zanjado, y recuerden que Nicolás está en coma.
Matilde salió de la cafetería con ella y, por orden del señor Palacios, un soldado las acompañó.
Emilia y Elisa miraron a Blas con expresión desaprobadora.
∎∎∎
En el hospital se seguía una política que consistía
en separar al personal que trabajaba allí de familiares y amigos de los
pacientes ingresados. Esta era la razón de que coexistieran dos cafeterías y
dos restaurantes.
En la cafetería y el restaurante destinados al
personal los precios eran menores. Sin embargo, la comida era mucho más
exquisita tanto por su sabor como por su presentación.
A la espera de poder ver a Nicolás, todos se
dirigieron a la cafetería privada y ocuparon tres mesas. Arturo Corona y Jaime Palacios
compartían una; en otra se sentaron Blas, Emilia y Elisa, y en una tercera
estaban Helena y Matilde.
Las demás mesas permanecían vacías. Aquel día, el
personal debía ir a la cafetería y restaurante públicos.
Helena tomó dos sorbos de café y dio dos bocados a
una deliciosa tostada cubierta con finas lonchas de jamón de bellota, untada
con tomate y aceite de oliva. Aquello fue una proeza puesto que un nudo
atenazaba su garganta y estómago impidiéndole y prohibiéndole comer.
Tras la hazaña dejó el pan tostado en el plato, y
limpió sus labios y manos con una servilleta.
Matilde suspiró, preocupada.
—¿No vas a comer más? Has desayunado muy poco, te van
a faltar fuerzas…
—No me entra, no puedo más.
Helena se levantó y se acercó a la mesa donde estaba
sentado su padre.
—Voy a mi habitación a descansar un poco. Avísame en
cuanto pueda ver a Nico.
Matilde salió de la cafetería con ella y, por orden del señor Palacios, un soldado las acompañó.
—No entiendo la familiaridad que parece haber entre
Jaime Palacios y Helena —comentó Elisa.
—Jaime Palacios es primo del padre de Helena —contestó Blas—. ¿No lo sabías?
—No, claro que no lo sabía —manifestó Elisa, muy sorprendida—. Ahora entiendo que la defienda tanto.
—¿Nunca Bruno te habló de Jaime Palacios? ¿No asistió
Jaime Palacios a la boda de tu hermano y Helena? —interrogó Blas.
—Jamás Bruno me dijo nada de eso. Cuando mis padres y
yo conocimos a Helena ya se habían casado.
—¿Cómo es posible? No entiendo nada.
—¡Ya está bien, Blas! —exclamó la señora Sales— Lo único que debe preocuparte e importarte, en este
momento, es la salud de Nico. Está claro que detrás de Helena hay mucho
misterio y muchas mentiras.
—Y una gran verdad… que me quiere tanto como yo a
ella. Y eso es lo único que me importa.
Emilia y Elisa miraron a Blas con expresión desaprobadora.
—Prefiero no escucharte —dijo Emilia—. Voy a agradecerle a Arturo Corona la buena
disposición que está teniendo con nosotros.
Con este pretexto, la señora Sales fue a la mesa compartida por Arturo Corona y Jaime Palacios.
Con este pretexto, la señora Sales fue a la mesa compartida por Arturo Corona y Jaime Palacios.
—Intenta sonreír —le dijo al dictador de Kavana—, es posible que Blas nos observe. Por tus miradas
inquisitorias sé que piensas que fui yo quien envió a esos hombres a casa de
Elisa. No te equivocas, fui yo.
—Lo sospechaba —sonrió Arturo Corona con mucho esfuerzo—. ¿Y a qué se debe tu genial idea de querer separar a Elisa de Blas? ¿Te volviste loca de
repente?
—Blas presta mucha atención a Nico, se desvive por
él, es un gran padre. Me acabé dando cuenta de que Elisa siente unos celos
enfermizos hacia el chiquillo, más que celos. Pondría la mano en el fuego
afirmando que odia a Nico. Por eso lo hice. ¿Cómo iba a imaginar que Helena
vendría a Aránzazu? De haberlo sabido no hubiera enviado a esos hombres.
∎∎∎
La respuesta impactó a Matilde e hizo palidecer a Helena que recordó todo lo que le había contado Natalia en el patio.
Camino de la habitación, Helena preguntó al soldado
que las acompañaba quién había disparado a Lucas.
—Fue su padre, Alfredo Soriano. Es policía y estaba
en el salón de actos. Sí, lo mató su propio padre.
La respuesta impactó a Matilde e hizo palidecer a Helena que recordó todo lo que le había contado Natalia en el patio.
Helena sabía a ciencia cierta que el señor Soriano
no era un buen policía y que estaba implicado en el secuestro de Patricia.
—¿Cómo puede un padre matar a su hijo? —se preguntó Matilde en voz alta.
—¿Lo han detenido? —preguntó Helena.
—No, creo que no. No tengo noticias de ninguna
detención —respondió el soldado.
A solas, en la habitación, Helena pidió a Matilde
que llamara a la jueza Berta.
—Dile que quiero saber el resultado de la autopsia de
Lucas, y que ordene la inmediata detención de Alfredo Soriano.
Yo voy a ver a Paddy. Tú quédate aquí y espera a que
mi padre venga para avisarme de que puedo ver a Nico. Si no he regresado, ya
sabes donde estaré.
Es necesario que vea a Nico, tengo que hablarle,
tengo que ayudarle a despertar.
Matilde asintió en silencio. Esos silencios que
gritan y ensordecen sin pronunciar palabras; esos silencios que oprimen.
El soldado guió a Helena hasta la habitación donde
estaban Natalia, Bibiana y Patricia.
Helena llamó a la puerta, a continuación entró y la
cerró. El militar se quedó fuera.
De inmediato se encontró con los rostros desencajados
de Natalia y Bibiana que la miraban, muy asustadas, sin atreverse a preguntar.
—Nico está bien —dijo Helena queriendo tranquilizarlas, entendiendo un miedo que ella también sentía—. Está dormido.
—Dormido —repitió
Natalia, extasiada—. ¿Has oído, Bibi? Nico está dormido, está vivo.
Nico no podía morir. Tiene que decirme lo más bonito que nunca nadie me haya
dicho. Él me dijo que me lo diría, y me lo dirá.
Las dos niñas se abrazaron llorando.
Helena creyó que no iba a poder mantener la
serenidad, que se iba a romper en infinitos pedazos… pero entonces vio a
Patricia sentada en una butaca con la mirada, fija y clavada, en algún punto
del techo.
Parecía no estar en la habitación, su cuerpo sí,
pero su mente debía haber viajado muy lejos. Quizás tan lejos, a un lugar tan
remoto, que se había perdido y no veía, no podía, no sabía, o simplemente no
quería encontrar un camino para volver.
¡Se asemejaba tanto a ella! Con esa melena azabache donde destellos cobrizos se
dejarían ver cuando los rayos del sol la bañaran, y esos ojos negros tan
apagados ahora, pero que un día seguro brillaban como luceros.
Patricia Ramos tenía trece años recién cumplidos. ¡Solo trece años!
¿Qué hacía ella con trece años? Sí, lo recordaba bien. Todavía jugaba con muñecas y sonreía pensando, imaginando, como sería
el caballero al que un día volvería loco.
Porque su madre le había hablado de
él, y asegurado que ocurriría, que lo conocería.
A esa edad, Helena era una niña feliz, muy feliz.
Criada entre algodones creía que la vida era monocromática, de un único color…
el rosa. La vida de color rosa.
Sin embargo, Patricia ya debía haber descubierto que
había más colores, que el infierno podía existir en la tierra. Tal vez ya nunca
podría creer que el cielo también puede existir en la tierra.
Helena se propuso ayudarla, salvarla. Sería una
tarea ardua, espinosa, pero no imposible.
Le enseñaría a luchar como le enseñó su padre a
ella. Le tendería una escalera para que saliera del pozo al que la habían
arrojado. Y le demostraría que si los demonios son poderosos, los ángeles
bastante más.
Págs. 1087-1096
Hoy dejo una canción de Sweet California... Vuelves
Próxima publicación... un jueves de septiembre
Pero, de pronto, una duda la asaltó. ¿Podría ayudar a Patricia a creer en algo
que ella ya no estaba convencida de que fuese cierto?
Solo había un modo; recuperar a la
niña que fue, a esa niña que soñaba dormida y despierta… y echar de su vida a
la adulta que osó suplantarla.
Págs. 1087-1096
Hoy dejo una canción de Sweet California... Vuelves
Próxima publicación... un jueves de septiembre
Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios, la publicación de la novela ya queda suspendida hasta septiembre
No obstante, siempre que me sea posible tengo decidido visitar los blogs de quienes sigáis publicando... lo que no tengo nada claro es cuando me será posible... pero, bueno, ya se verá
Hoy quiero agradeceros vuestros comentarios, vuestra compañía, en estos meses... Muchas gracias
También quiero desearos un feliz verano... un verano de color rosa, con mucho cielo, y mucho ángel
Un fuerte abrazo a todos
Mela