CAPÍTULO 91
INSTITUTO LLAVE DE HONOR
A
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las
siete de la mañana siguiente, el señor Teodoro y Nicolás desayunaron en la
cocina, apoyados en la isla, sentados en los taburetes de medio respaldo.
Nicolás se había vestido con la ropa que su
padre le preparó sobre el galán de su vestidor.
En cuanto terminaron de desayunar, fueron a lavarse los dientes y, posteriormente, se pusieron abrigos de tres
cuartos.
Nicolás fue a buscar la mochila al despacho y
se la cargó a la espalda. El señor Teodoro portaba un maletín marrón de piel.
La señora Sales entregó a su hijo una bolsa de
plástico con los almuerzos y dos botellas de agua.
—No era necesario que te molestaras, mamá —dijo el señor Teodoro—. Podía haberlo comprado en la cafetería.
Padre e hijo besaron a la mujer. Emilia, desde el porche, y bien abrigada con un batín de lana les siguió con la mirada.
El Mercedes del señor Teodoro salió de la
nave; el portón del jardín se deslizó a un lado y el coche desapareció de la
vista de la mujer. Segundos
después, el portón volvió a su lugar de origen, cerrando el paso.
Eran solo las siete y
veinte, pero ya había movimiento por las calles. Personas que caminaban,
presurosas, por las aceras. Y en las carreteras circulaban numerosos vehículos.
El señor Teodoro
conducía, silencioso, estaba un poco preocupado. Se había puesto el termómetro
y a pesar de los antitérmicos que tomaba, la fiebre persistía.
—Hoy es el primer día para los dos —comentó Nicolás,
rompiendo el mutismo—. ¿Estás nervioso?
El señor Teodoro miró un
momento a su hijo, y sonrió.
—Sería más lógico que esa pregunta te la hiciera yo a ti —respondió—.
No, no estoy nervioso. No hay motivo para estarlo, Nico. Ya verás que pronto
haces nuevos amigos. Y tienes una ventaja: conoces a Nat, a Bibi y a Paddy.
Cuando entremos en el
instituto no te separes de mí. Te acompañaré a tu clase y te presentaré a tus
nuevos compañeros. Por cierto, vas a ir a segundo D. Yo os daré clases de literatura y de historia.
—Creía que solo eras el director, que no ibas a dar clases.
—Únicamente voy a dar clases en tu grupo.
Nicolás disimuló una
mueca de fastidio. Al muchacho ya le parecía una catástrofe que su padre fuese
el director de su nuevo instituto; la catástrofe pasaba a hecatombe tras enterarse
de que también sería su profesor en dos asignaturas.
—Y si no estás nervioso, ¿por qué estás tan serio y callado?
—interrogó el chiquillo al cabo de un rato— ¿Estás enfadado conmigo por lo que
pasó ayer?
—No, no estoy enfadado
contigo. Aunque no me parece bien que insultes a policías y te pelees con
adultos.
—¿Preferirías estar en Markalo y dar clases en la universidad?
—insistió el muchacho.
—No, no preferiría estar en Markalo. Quiero estar donde
estoy, aquí contigo, ¿de acuerdo?
Llegaron al parking del
instituto y el señor Teodoro estacionó el Mercedes bajo una marquesina que lo
resguardaba de una posible lluvia o de los rayos del sol. Aún era de noche,
pero el amanecer estaba cercano. Nicolás siguió a su padre hasta la entrada
principal del gran edificio; la puerta estaba abierta y el señor Teodoro cedió
el paso a su hijo.
El vestíbulo era
espacioso, al fondo había un mostrador, delante del cual varios adultos
conversaban. Debían ser los profesores más madrugadores. Detrás del
mostrador, la puerta de conserjería permanecía abierta. A ambos lados del
vestíbulo se extendían pasillos con puertas y ventanas. Frente al mostrador, un
poco a la izquierda, unas anchas escaleras conducían a plantas superiores.
A la derecha de
conserjería, hacia delante, una gran puerta acristalada enlazaba con
el patio. Todavía no se veían alumnos corriendo o paseando por la zona.
El señor Teodoro adelantó
a Nicolás y se aproximó al grupo de adultos. Se presentó, estrechándoles la
mano, amistosamente. Había un total de cinco hombres y todos habían imaginado quién era el señor Teodoro desde que entró por la puerta principal.
Entre los madrugadores se
encontraba el señor Ismael Cuesta, el profesor de matemáticas. Nicolás lo reconoció y apartó la mirada,
no quería encontrarse con los ojos del hombre. El señor Cuesta también había
visto sobradamente al muchacho y se preguntaba qué sabría el señor Teodoro de
lo acontecido el día anterior en la calle del Pintor Negro. Pensó que lo más
conveniente era “dar la cara”.
—Conocí a su hijo ayer por la mañana —manifestó—; no fue
un encuentro afortunado. Espero que en lo sucesivo nos llevemos mejor.
El señor Teodoro miró al
hombre y asintió.
—Estoy seguro de que así será —declaró—, siempre que a
usted no le dé por tirar al suelo a mujeres y a niñas.
—Fue un accidente, tropecé —dijo, secamente, el señor
Cuesta.
Nicolás oyó perfectamente
lo dicho por el profesor de matemáticas. Sin embargo, el chiquillo se mantuvo
callado. No quería que su padre tuviera problemas con nadie su primer día en
“Llave de Honor”.
Los demás profesores
dieron, magistralmente, un giro a la conversación al notar el ambiente tenso.
A las ocho comenzó a
oírse revuelo procedente del patio. Sin duda, los alumnos estaban llegando.
—¿Puedo ir al patio a buscar a Nat y a Bibi? —pidió
permiso Nicolás a su padre.
—¡No vas a ningún sitio! —respondió este, tajante — Hoy es tu primer día y quiero
acompañarte a tu clase. No te muevas de mi lado.
Nicolás asintió,
resignado. Pero muy poco después se dejó llevar por sus terribles y poco
meditados impulsos, y empujó al señor Teodoro, provocando que su padre empujara a
tres profesores, entre los que se
encontraba Ismael Cuesta.
—¡A ver si te
calmas! —gritó el muchacho a su todavía sorprendido padre— ¡Estás
demasiado nervioso, tómate tila! ¡Estoy seguro de que si hay algún otro chico
nuevo, su padre no lo va a acompañar a clase!
El semblante del señor
Teodoro se ennegreció como boca de lobo, agarró al crío por un brazo y se lo
llevó aparte de los atónitos profesores. A Nicolás se le pasó la súbita
rebeldía y se sintió acoquinado tras recibir un brusco zarandeo y un cachete.
—¡No empieces con tus numeritos, Nico! —le riñó el señor
Teodoro, enojado— ¿Quieres quedarte sin recreo?
—Hola, Blas —el joven se dio la vuelta y vio a Patricia,
acompañada por tres niñas. La muchacha pretendía presumir de conocer al nuevo
director.
—Hola, Paddy —saludó el hombre, cortésmente.
Los alumnos fueron
invadiendo el vestíbulo y se dirigieron hacia las escaleras, hablando y riendo.
¡Tenían que contarse muchas cosas después de las vacaciones!
—¡Chicos, un poco de orden! ¡No os empujéis, ni tampoco
gritéis! —el que hablaba era el jefe de estudios; un hombre de cuarenta y seis
años con una singular nariz aguileña y mirada bizca.
Natalia y Bibiana también
saludaron al señor Teodoro y a Nicolás cuando pasaron por su lado. Muchas
miradas de muchachas oscilaron de padre a hijo, y viceversa. Las chicas
quedaron gratamente impresionadas por el atractivo de los dos.
—¡Vamos a tu clase! —dijo el señor Teodoro a Nicolás cuando la marabunta de
alumnos fue amainando.
El aula de Nicolás se hallaba en la primera planta y tenía tres grandes ventanas que daban al patio. La mesa
del profesor estaba situada a la izquierda de la puerta según se entraba.
Detrás se veía el encerado que ocupaba toda una pared.
Los pupitres de los
alumnos estaban separados y dispuestos en hileras horizontales y verticales.
Contando a Nicolás serían quince estudiantes en la clase de segundo D.
El señor Teodoro abrió la
puerta y entró en la estancia, seguido de su hijo. Los alumnos aún se estaban
sentando.
Dos mujeres permanecían
de pie observando a los chiquillos y se fijaron, de inmediato, en los recién
llegados. Una de las mujeres era insignificante; la otra, por contra, era
espectacular. La mujer “insignificante” se dirigió al señor Teodoro, tendiéndole
una mano.
—Usted debe ser el nuevo director y el niño es su hijo,
¿me equivoco?
El señor Teodoro asintió,
estrechando con suavidad la mano de la mujer.
—Yo soy la tutora de esta clase y también la profesora de
religión y de lengua. Me llamo Paula, Paula Morales. Esta chica —agregó,
refiriéndose a la mujer “espectacular”—, va a ayudarme a dar mis clases durante
un mes. Está haciendo prácticas. Es un refuerzo que me va a venir de maravilla.
El señor Teodoro se
acercó a la mujer rubia, alta y esbelta, cuyos bellos ojos azules lo miraban
con excesiva frialdad.
—Me llamo Blas, Blas Teodoro —se presentó, ofreciéndole
su mano.
—Mi nombre es Mikaela —murmuró la joven, permitiendo que el señor Teodoro cogiera su mano pero sin corresponder, en ningún momento, a un apretón sociable.
—¡Bueno, a ver si os acabáis sentando y guardáis silencio,
por favor! —pidió Paula a sus alumnos. La profesora estaba muy nerviosa— Os voy a presentar al señor Blas
Teodoro, es el nuevo director del instituto. Y este muchacho es su hijo,
Nicolás, y va a ser compañero vuestro.
En la tercera fila, veo una mesa vacía, puedes
ocuparla —indicó la mujer al niño.
Nicolás, obediente, se
dirigió al pupitre y se sentó en la silla, dejando su mochila en el suelo.
Comenzaron a oírse risitas y Nicolás se sintió incómodo. El señor Teodoro
se le acercó para darle un bocadillo envuelto con papel de aluminio y una
botella de agua.
—Tu almuerzo, Nico —le dijo en voz baja—. Y no hagas caso
de las burlas; es normal, somos novedad. Quítate el abrigo, aquí hace calor. Al
final de la clase están las perchas.
El chiquillo guardó el
bocadillo y el agua en el cajón del pupitre; seguidamente se levantó, se quitó
el abrigo y fue a colgarlo a una percha. Acto seguido, regresó a su mesa.
—Me voy a mi despacho —comunicó el señor Teodoro a la
señora Paula—. Si soy necesario para alguna cosa, allí estaré.
El joven miró a Mikaela
para despedirse de ella, pero esta miraba en otra dirección y el señor Teodoro
salió del aula sin decirle nada. Las risitas y los cuchicheos continuaban en la
clase.
—Si alguien tiene algún chiste que contar que lo cuente —declaró
Mikaela—. De lo contrario, mejor os calláis. ¿Acaso queréis un examen sorpresa? Y por supuesto no será de religión, sino de lengua.
Las risitas y los
cuchicheos cesaron y todos los alumnos se fijaron en la nueva profesora.
Estaban acostumbrados a tomarle el pelo a la buena de Paula y, por lo visto, la
ayudante tenía muy “malas pulgas”.
Nicolás miró al
compañero, sentado a su izquierda. Era un chiquillo rubio, delgado y de cara
alargada. Su aspecto era alicaído. Por el contrario, el compañero sentado a su
derecha tenía aspecto de ser un verdadero pícaro. Su cabello rojizo y sus
abundantes pecas le daban un aire desenfadado y travieso.
—Sacad vuestro cuaderno de religión y arrancad una hoja —ordenó
la señora Paula—. Quiero que hagáis una redacción sobre vuestra madre. Mínimo
de veinte líneas; quien tenga la desgracia de no tener madre, que intente
recordar algo de ella y si le resulta imposible, que explique cómo le gustaría
que fuese su madre.
—¡Vaya rollazo! —exclamó el muchacho pelirrojo— ¡Mi madre
es una pesada como todas las madres!
—Leo, compórtate —le pidió su tutora con calma.
Mikaela observaba
atentamente a Nicolás y, por la expresión de su rostro, dedujo que al chaval no
le había hecho gracia el tema de la redacción. La joven se paseaba por el aula
sin quitarle ojo. El niño había arrancado la hoja del cuaderno y la miraba,
consternado, sin empezar a escribir.
—Tu viejo nos va a dar clase de literatura y de historia —le susurró Leo—. A ver si te lo montas
bien y nos consigues las preguntas de los exámenes. Tendrás muchas amistades si lo haces. ¿Es tu viejo un
hueso duro o blando de roer?
—Ya lo conocerás y te enterarás —contestó Nicolás de mal
talante.
—Menos hablar y más escribir —dijo Mikaela que se había
parado justo en medio de los jovencitos.
Nicolás comenzó a
escribir de mala gana. Dos líneas bastaron para que diera por finalizada su
redacción.
—Paula ha dicho que quiere un mínimo de veinte líneas —le
dijo su compañero pelirrojo, tras echar una ojeada a su folio.
—No pienso escribir absolutamente nada más —aseguró
Nicolás con determinación.
Al cabo de un rato y,
viendo que el niño no escribía ni una palabra más, Mikaela le recogió la hoja,
preguntándole antes si había concluido. La respuesta fue afirmativa y la
mujer se alejó unos pasos. De espaldas a Nicolás, leyó lo que el muchacho
había escrito.
Mi madre me dejó cuando yo tenía tres años. No
me acuerdo de ella y no quiero imaginarme cómo me gustaría que fuese porque
me da igual.
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La joven profesora
levantó la vista hacia el frente; la señora Paula Morales la estaba observando y le dio miedo el estado de ánimo que se reflejaba en su mirada.
Mikaela salió de la clase con paso firme y Paula la siguió al pasillo.
—Nadie dijo que esto fuese a ser fácil —dijo en cuanto tuvo la puerta del aula cerrada—; debes calmarte si no quieres ser descubierta. Te advierto que no has sido nada amable con Blas.
—¿Y por qué iba a serlo si lo odio con todas mis fuerzas? —manifestó Mikaela, evitando mirarla—. He sentido náuseas cuando he estrechado su mano. Nico está muy guapo
y muy alto —añadió, con dulzura.
—Blas también es muy guapo —resaltó Paula.
—Me voy a la cafetería a tomarme un buen café, me irá bien —decidió Mikaela, ignorando el comentario hecho por la señora Morales.
—Matilde me llamó anoche, estaba muy preocupada. Me dijo que te habían cambiado la cara pero no te habían cambiado el carácter, creo que tenía razón. Tu comportamiento te delatará, Helena.
—Matilde se preocupa demasiado por mí. ¡Y no vuelvas a llamarme Helena, aquí soy Mikaela! Te pago muy bien para que no cometas errores. De todos modos, si estás tan asustada, ve al médico y pídele una baja, no te necesito.
—Matilde me llamó anoche, estaba muy preocupada. Me dijo que te habían cambiado la cara pero no te habían cambiado el carácter, creo que tenía razón. Tu comportamiento te delatará, Helena.
—Matilde se preocupa demasiado por mí. ¡Y no vuelvas a llamarme Helena, aquí soy Mikaela! Te pago muy bien para que no cometas errores. De todos modos, si estás tan asustada, ve al médico y pídele una baja, no te necesito.
Mientras las mujeres hablaban en el pasillo,
los alumnos de segundo D se revolucionaron por completo. Ismael Cuesta estaba
impartiendo clases de matemáticas en el aula contigua y salió al pasillo,
airado.
—¿Se puede saber qué narices
pasa? —gritó, furioso — ¿Qué hace usted parloteando,
Paula? ¿Es que no oye el escándalo que están formando esos condenados críos?
—Sí, por supuesto, discúlpeme señor Cuesta —Paula Morales habló precipitadamente y sofocada—. Enseguida entro en clase.
—¡Dígales a esos inútiles que
tienen clase conmigo a última hora y que les aguarda un examen! —chilló el profesor con violencia.
La señora Morales se precipitó al interior del
aula y le costó un gran esfuerzo serenar el ánimo alborotado de los muchachos.
Al físico de la mujer le faltaba belleza y a su carácter, personalidad.
—¿Y usted no es la profesora de prácticas que ayuda a Paula? —indagó el señor Cuesta, emprendiendo a continuación a Mikaela— ¿Por qué no entra en el aula con ella?
—Simplemente porque no me da la gana —respondió la joven, sin levantar la voz, dejando en ascuas al hombre. A su físico le sobraba belleza y a su carácter, personalidad—. Y váyase al infierno de donde no debería haberse escapado. ¿O prefiere lanzarse a un volcán en erupción? Mientras lo decide, yo me voy a la cafetería a tomarme un
café negro y muy cargado.
La mujer se dio la vuelta y se alejó con absoluta tranquilidad. El señor Ismael Cuesta abrió la boca y volvió
a cerrarla porque no supo qué decir. Estaba muy acostumbrado a ser temido y la actitud de la profesora en prácticas lo dejó desconcertado.
“Esto no se va a quedar así”, se dijo, muy confuso y alterado. “De ninguna manera, esto se va a quedar así”.
Págs. 713-723
Esta semana dejo en el lateral del blog una canción de Malú... "A prueba de ti"
Y este jueves voy a citaros un maravilloso libro "Más allá del viento", escrito por J.P. Alexander
Os voy a dejar un enlace para que podáis conocer la sinopsis de la novela, su booktrailer y dónde podéis obtenerlo
El enlace es este... Más Allá Del Viento... Autora, J.P. Alexander
También os dejo este enlace... Raquel Campos, aquí encontraréis una estupenda reseña sobre esta novela
Y a ti, J.P. Alexander, te felicito por este paso valiente que has dado al permitir que tu novela sea publicada
Espero que caiga en buenas manos y te proporcione muchas alegrías
Un beso y un abrazo muy fuerte
Y este jueves voy a citaros un maravilloso libro "Más allá del viento", escrito por J.P. Alexander
Os voy a dejar un enlace para que podáis conocer la sinopsis de la novela, su booktrailer y dónde podéis obtenerlo
El enlace es este... Más Allá Del Viento... Autora, J.P. Alexander
También os dejo este enlace... Raquel Campos, aquí encontraréis una estupenda reseña sobre esta novela
Y a ti, J.P. Alexander, te felicito por este paso valiente que has dado al permitir que tu novela sea publicada
Espero que caiga en buenas manos y te proporcione muchas alegrías
Un beso y un abrazo muy fuerte