CAPÍTULO 107
ROCÍO SIERRA
N
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icolás y Lucas andaban lentamente por una de las aceras
que flanqueaba el patio del instituto. Iban en silencio; los dos estaban
preocupados.
Una brisa helada enfriaba sus rostros, y manos
desnudas.
—Mi padre se va a enfurecer cuando se entere de que me han expulsado —dijo Lucas, abatido—. Ni siquiera le importará saber el motivo.
—Pues no le cuentes nada —le aconsejó Nicolás—. Yo no pienso decirle nada a mi padre. Se pondría nervioso, ya se
enterará cuando tenga que enterarse.
—Creo que tú sí que deberías contarle lo sucedido —opinó Lucas—. Blas está hecho de otra pasta, no se parece en nada a mi padre, seguro que te
escuchará y seguro que pondrá en su sitio al señor Cuesta.
—¡No voy a decirle nada! —exclamó Nicolás, categóricamente— ¡No quiero que se enfrente a Ismael Cuesta! No me gustan nada ni él
ni su socio, el tal Álvaro Artiach. Me parecen personas peligrosas.
Lucas recordó lo sucedido en la puerta de “Paraíso”
y entendió los miedos de su amigo y que quería, ante todo, proteger al señor Teodoro.
Tal vez Ismael Cuesta también poseía armas de fuego y podía disparar contra
Blas en cualquier momento.
A aquellas horas el patio estaba solitario; los
muchachos continuaban caminando despacio, sin prisa alguna.
A pesar de ello, Nicolás tropezó con una joven que
venía en sentido contrario.
—Perdón —se disculpó el chiquillo, sorprendido por el
encontronazo—, espero no haberte hecho daño.
—Ha sido culpa mía —dijo la chica, observando a Nicolás con mirada
penetrante.
Los niños iban a proseguir su camino, pero una
pregunta de la joven los paralizó.
—Estuviste hace unos días en “Paraíso”, ¿verdad?
Nicolás miró a la mujer con verdadero interés. Era
delgada, guapa, debía tener unos veinte años. Su rostro alargado estaba
enmarcado por una melena mediana con bucles rojizos, sus ojos eran azules y en
su barbilla había una oscura verruga de considerable tamaño. Verruga que no le
restaba atractivo.
El chiquillo se quedó mirando la verruga como si esta tuviera un poder hipnótico.
—Tengo que hablar a solas contigo —dijo la joven, recalcando sus últimas palabras.
Lucas avanzó unos metros por la acera, comprendiendo
que su presencia molestaba a la chica. Desde su nueva posición no podía oír la
conversación entre su amigo y la desconocida, pero observó todos los detalles.
Quien llevaba la batuta de la charla era la
pelirroja que gesticulaba bastante; Nicolás escuchaba atentamente y, de
vez en cuando, decía algo muy breve. Cuando el diálogo terminó, la joven se
alejó con paso ligero y Nicolás se reunió con Lucas.
—Tienes muy mala cara —manifestó este—, la tienes de color blanco. ¿Te encuentras mal? ¿Quién era esa?
—Estoy mareado y tengo mucho frío —respondió Nicolás—. Vámonos a mi casa. Me gustaría ir a una
cafetería a tomar algo caliente pero, esta mañana, con las prisas, no he cogido
dinero.
—Lo siento, yo tampoco llevo dinero. No llevo nunca.
—No pasa nada, vamos a mi casa.
Lucas conocía un atajo para llegar con mayor rapidez
a la casa de su amigo y no dudó en mostrárselo. Caminaron deprisa, pero el
color no regresó a la cara de Nicolás.
—Puedes quedarte conmigo hasta la hora de salida del instituto —dijo el chiquillo a su rubio compañero—. Así tus padres no sospecharán nada. Y mañana por la mañana vienes a
mi casa como si fueras al instituto.
—¿Y qué dirá el señor Hernández? —preguntó Lucas, inquieto.
—No dirá nada —le aseguró Nicolás—. No estando mi padre ni mi abuela, no vamos a tener ningún problema.
Llegaron a la avenida Presidencial y fue Marcos
quien les abrió la puerta.
—Han suspendido las clases —le notificó Nicolás al instante sin darle la
oportunidad de preguntar.
El hijo menor de Matías Hernández escuchó con
desconfianza la noticia pero no llegó a decir nada puesto que su padre se le
adelantó.
—¿Y por qué han suspendido las clases? —preguntó el hombre que, acercándose, había oído a Nicolás.
Lucas se dio cuenta de que su amigo no había
maquinado ninguna excusa.
—Ha habido un aviso de bomba —declaró el chiquillo, atropelladamente.
—¡Válgame el Cielo! —exclamó el señor Hernández, sobresaltado— Los terroristas no dejan de acechar, no quieren la dictadura porque
son unos bastardos delincuentes. ¡No sé dónde vamos a ir a parar! Este país y
el mundo entero se desmoronan… ¡Terroristas en Kavana!
—Será mejor no decir nada de esto a mi padre —dijo Nicolás pensando que Lucas se había pasado de la raya—, se pondría demasiado nervioso.
El señor Hernández asintió en silencio.
—Se acabará enterando porque lo más normal es que lo digan en la tele —intervino Marcos que seguía recelando.
—No lo dicen todo —replicó Lucas a la defensiva—, en la tele hay censura.
Nicolás y su amigo entraron en casa, dejaron sus
mochilas y cazadoras en el vestíbulo y se encaminaron a la cocina. Matías y
Marcos se quedaron en el jardín.
—Creo que están mintiendo —dijo el muchacho con cierta indecisión.
—¡No me importa lo que tú creas!
—le gritó su padre, furioso— ¡No me importa en absoluto!
Y ten más respeto por el señorito Nicolás, te conviene.
Cruz Molino llegó, presurosa, a la cocina, enviada
por el señor Hernández. Los chiquillos habían bebido agua y estaban pertrechando un bocadillo con mortadela y
salchichón.
—¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó la chica, muy servicial.
—No es necesario, gracias —contestó Nicolás.
Sin embargo, la nuera del señor Hernández no se
marchó de la estancia y comenzó a trajinar. Temía salir de la casa y que su
suegro la reprendiera.
Los niños se dirigieron al cuarto de los juegos a
comer los bocadillos; deseaban estar solos para poder hablar con tranquilidad.
Cerraron la puerta y se sentaron en sendas butacas de piel de colores dispares. A Lucas le encantaba aquella habitación, tenía mucha luz y era muy
alegre debido a la variedad de colorido que la componía. El niño pensaba que
Nicolás era muy afortunado por tener, solo para él, un cuarto con aquellas
características.
—Te has pasado con lo de la bomba —le reprochó Nicolás.
—Es lo primero que me ha venido a la cabeza. ¿Quién era la chica de
antes?
Nicolás se quedó unos instantes, pensativo, mirando
seriamente a su compañero.
—¿Puedo confiar en ti? ¿Juras que no le dirás a nadie lo que te diga y
que me guardarás el secreto?
Lucas asintió con vehemencia.
—Esa chica era Rocío Sierra, la hija de Benito Sierra. La chica que
desapareció hace dos años en “Paraíso” —reveló Nicolás, dejando boquiabierto a su confidente.
—No entiendo nada —declaró Lucas, desconcertado.
—El otro día, cuando estuvimos celebrando el cumpleaños de Paddy en la discoteca —empezó a explicar Nicolás, haciendo algún que otro paréntesis para
morder su bocadillo—, Nat y Bibi vieron a una camarera que les
pareció Rocío Sierra. Le preguntaron si se llamaba Rocío, ella lo negó y
desapareció. Intentamos buscarla, pero Ismael Cuesta estaba en la discoteca y
tuvimos problemas.
Resulta que sí era ella y, por lo visto, me ha
reconocido en la calle. Me ha pedido ayuda; Álvaro Artiach y nuestro profesor
de matemáticas la tienen secuestrada.
Mañana, por la noche, entraré en “Paraíso”. Tengo
que ir a su cuarto, tendré que ponerme un pasamontañas porque hay cámara de
vídeo. La cámara grabará que me la llevo a la fuerza. Es la única forma de que
no la busquen para matarla. Si se escapa por su cuenta, esa gentuza removerá
cielo y tierra para encontrarla y matarla. Tienen que pensar que soy un cliente
que me he prendado de ella y que me la he llevado por la fuerza, y la dejarán
en paz. Eso es lo que me ha dicho ella y voy a tener que
ayudarla a escapar.
Lucas había dejado de comer su apetitoso bocadillo y
miraba a Nicolás con ojos inundados de miedo.
—Nico, lo que dices me parece muy raro y muy peligroso —manifestó, bastante aturdido, por la información recibida—. No te dejarán entrar en la discoteca con un pasamontañas y tampoco
te dejarán salir llevándote a una chica a la fuerza.
—El pasamontañas me lo pondré para entrar en el cuarto de Rocío —explicó Nicolás—, es allí donde está la cámara. Luego me lo
quitaré y el portero no verá que me la llevo a la fuerza. Saldremos de forma normal.
—Sigo pensando que hay algo muy raro en todo esto —replicó Lucas, muy desasosegado—, mi padre es policía...
—¡Nada de policías! —atajó Nicolás, excitado— Rocío me ha advertido que es muy peligroso ir a la policía porque hay
muchos que son corruptos. Me has jurado no decir nada.
—Y no voy a decir nada —le aseguró Lucas—, mi padre diría que solo le busco problemas. Además, si hay policías corruptos, es muy posible que él sea uno. No me fío de mi padre.
∎∎∎
Helena Palacios se indignó y enfadó sobremanera cuando Paula Morales le contó que Nicolás había sido expulsado del
instituto.
—A mí tampoco me gusta el señor Cuesta —reconoció la señora Morales—, pero debes tener paciencia. Nadie entendería
y suscitaría sospechas inoportunas que una profesora en prácticas se enfrentara a
otro profesor por defender a un alumno desconocido. Nico ha atacado al señor
Cuesta, la expulsión es merecida. Mañana es viernes y estoy convencida de que
Blas estará de vuelta el lunes. Ten calma, Helena. Mañana ya es viernes y el lunes, Blas, estará aquí.
—¡No me repitas dos veces lo mismo y no me llames por mi nombre! —exclamó Helena, exaltada— Si Nico ha agredido a ese impresentable, ha debido tener una buena razón. Y yo le aplaudo. Sí, Paula, no me mires con cara de boba ni te rasgues las vestiduras. Siempre aplaudiré que una persona golpee primero si ve intención de ataque y no puedo admirar a quien ofrece su otra mejilla. No te escandalices, es mi opinión, no tiene que ser la tuya.
La señora Morales miró a su alrededor temiendo que alguien pudiera oír a Helena pese a que en ningún momento había levantado la voz; se tranquilizó al comprobar que el pasillo estaba desierto.
—Solo espero que no le estés ofreciendo tu otra mejilla a Blas. Recuerda que ya te golpeó una vez y lo que vi en el patio...
—¡No me interesa lo que tú vieras en el patio o lo que creyeras ver! ¡No es imprescindible que me lo cuentes! —exclamó Helena sin permitir que la señora Morales siguiera hablando— Blas no vio nada, estaba inconsciente. Y dejemos esta conversación de mejillas y de golpes. Tú continúa preocupándote de ti, que eso es lo que mejor sabes hacer.
En ocasiones es inevitable que las palabras hieran y, en esta ocasión, las palabras de Helena hirieron a Paula y, a veces, una persona herida se convierte en un ser peligroso.
—¡No me repitas dos veces lo mismo y no me llames por mi nombre! —exclamó Helena, exaltada— Si Nico ha agredido a ese impresentable, ha debido tener una buena razón. Y yo le aplaudo. Sí, Paula, no me mires con cara de boba ni te rasgues las vestiduras. Siempre aplaudiré que una persona golpee primero si ve intención de ataque y no puedo admirar a quien ofrece su otra mejilla. No te escandalices, es mi opinión, no tiene que ser la tuya.
La señora Morales miró a su alrededor temiendo que alguien pudiera oír a Helena pese a que en ningún momento había levantado la voz; se tranquilizó al comprobar que el pasillo estaba desierto.
—Solo espero que no le estés ofreciendo tu otra mejilla a Blas. Recuerda que ya te golpeó una vez y lo que vi en el patio...
—¡No me interesa lo que tú vieras en el patio o lo que creyeras ver! ¡No es imprescindible que me lo cuentes! —exclamó Helena sin permitir que la señora Morales siguiera hablando— Blas no vio nada, estaba inconsciente. Y dejemos esta conversación de mejillas y de golpes. Tú continúa preocupándote de ti, que eso es lo que mejor sabes hacer.
En ocasiones es inevitable que las palabras hieran y, en esta ocasión, las palabras de Helena hirieron a Paula y, a veces, una persona herida se convierte en un ser peligroso.
∎∎∎
Nicolás dejó un mensaje en el buzón de voz
del móvil de Natalia, explicándole lo sucedido con el profesor de matemáticas
y la excusa dada en casa para salir antes de hora del instituto.
∎∎∎
A las dos de la tarde, Lucas se marchó hacia su hogar.
Ante la desesperación de Prudencia Ballester; Nicolás prácticamente no probó la comida que la mujer preparó, debido
al bocadillo que anteriormente había comido.
—¡Virgencita, este muchacho se está alimentando muy mal! —confió la señora, compungida, a su nuera— ¡Dios quiera que no se ponga enfermo!
—Estoy rogando por que el señor Teodoro vuelva a casa —declaró Cruz Molino—. El señorito Nicolás es demasiado joven y
poco juicioso. Con el señor en casa me siento mucho más segura.
—Sí, hija, con el señor Teodoro estamos más seguras —asintió Prudencia, entristecida —. Yo también ruego al Altísimo para que pronto esté aquí.
—Sí, hija, con el señor Teodoro estamos más seguras —asintió Prudencia, entristecida —. Yo también ruego al Altísimo para que pronto esté aquí.
Págs. 846-853
Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Pablo Alboran... "El beso"
Próxima publicación... jueves, 5 de febrero