CAPÍTULO 132
DESPERTARES
J
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Se encontró con tres sillas que antes no estaban.
Sentada en una de ellas, Emilia Sales sollozaba quedamente.
Arturo Corona hablaba con un hombre ataviado con
bata, pantalón y zuecos de color verde.
—¿Alguna novedad de trascendencia? —preguntó acercándose a ellos.
—Se trata de Blas…
—Entonces no es novedad que me interese —atajó Jaime Palacios sentándose en una silla. Inmediatamente
después comenzó a golpetear el suelo con la punta de sus zapatos evidenciando
su nerviosismo.
No era del todo cierto lo que terminaba de decir.
Aunque quería, no podía apartar de su mente las últimas palabras de Matilde. Y
si eran verdad, si Helena estaba enamorada, si amaba a Blas… su princesa, su
pequeña y gran dama, iba a sufrir si a este le sucedía algo irremediable.
Sin querer recordó el beso, entendió que dos más dos
suman cuatro… jamás cinco. A su mente llegaron unas imágenes de un paseo con su
esposa e hija. Helena solo tenía cuatro años. Pasaron por delante de una tienda
en cuyo escaparate estaban expuestos muchos ángeles. Helena se detuvo a
mirarlos. Su esposa le preguntó cuál quería y, entre tanto ángel, Helena eligió
a Cupido.
“Precisamente a Cupido”, se mortificó Jaime Palacios, y golpeó con más vigor las baldosas del suelo.
“Precisamente a Cupido”, se mortificó Jaime Palacios, y golpeó con más vigor las baldosas del suelo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Arturo Corona en cuanto el médico se
retiró a la zona quirúrgica—
¿Has ido a ver a tu hija y vuelves desquiciado?
Jaime Palacios se puso de pie de un salto.
—Mi hija estaba dormida —declaró, furioso—, pero he hablado con su amiga. ¿Qué hacía mi hija
aquí me preguntabas? ¡Le quitasteis la
patria potestad!
Arturo Corona miró a Emilia Sales que ya no lloraba
y, mirando a la mujer, respondió:
—Nunca imaginé que eso la haría venir a Aránzazu.
Pensé que, con esa medida, todavía se odiarían más.
—¡Pensaste, pensaste! —exclamó Jaime Palacios, airado— Y ahora, ¿qué piensas o se te ha quedado la mente
en blanco? ¿Se te ha bloqueado de repente? Porque ahora tenemos un problema
gracias a que tú pensaste.
Arturo Corona resopló ruidosamente, liberando una
huracanada de aire por la boca.
—Lo único que me importa en este momento es que Blas
salga adelante. No he venido a Aránzazu a ver morir a mi hijo y a mi nieto —aseguró con firmeza—. El cardiólogo me ha dicho que Blas sufrió un amago
de infarto, pero que es un hombre fuerte y se está recuperando. Ha añadido que
no le conviene a su salud emociones fuertes durante un tiempo. Sería muy
contraproducente.
Esto quiere decir que no puede enterarse de que yo
soy su padre, y de que Emilia no es su madre. Tampoco puede enterarse de que tú
eres el padre de Helena. Tendrá bastante con resistir la estocada si Nico
muere.
—¡Tenga piedad, señor Palacios! —imploró Emilia entrelazando los dedos de sus manos
como si le estuviera rogando a un Dios implacable— No condene a muerte a un hombre bueno. Blas es
bueno. Solo nosotros tres somos culpables.
—¡Basta de
perder el tiempo con comedias de saldo! —gritó
Arturo Corona, fuera de sí—
A los tres nos conviene trazar un plan rápido y eficaz. Blas y Helena no
tardarán en despertar.
∎∎∎
Matilde Jiménez observaba a Helena,
velaba su sueño sin quitarle la vista de encima. Mientras la miraba, sin saber
por qué, recordó como la conoció. Fue en el cementerio de Markalo, un
cementerio abierto las veinticuatro horas del día, con mucho césped y altos
cipreses que apuntaban señalando al cielo. Muy iluminado durante la noche, y
con la agradable compañía de una música muy suave, muy dulce, embriagadora.
Matilde iba a visitar a un hermano
fallecido hacía unos meses. Y dos años habían pasado desde que Helena perdiera a su madre.
Se veían, se cruzaban a menudo, pero
no se saludaban.
Helena siempre aparecía con un ramo
de flores frescas para sustituir a otro ramo que todavía lucía esplendoroso.
Una tarde Matilde le pidió que no
tirara las flores, le dijo que si podía hacerle el favor de dárselas para la
tumba de su hermano. Helena la miró, perpleja, y sin decir nada le entregó el
ramo.
Y a partir de aquella tarde nunca
faltó un ramo de flores hermosas, rezumando vida, en la tumba de su hermano.
Pero Matilde dejó de ver a Helena hasta que un domingo la vio por una calle de
Markalo.
—Gracias —le dijo.
—Gracias, ¿por qué?
—Porque sé que eres tú quien le lleva
flores a mi hermano. No pienses que no trabajo o que soy tacaña. Me deslomo en
una casa pero lo que me pagan me llega justo para pagar el alquiler, mal comer
y mal vestir.
—No está claro que sea yo quien lleva
flores a tu hermano, lo que está muy claro es que trabajas en la casa de unos
nuevos ricos. Son los peores—. Matilde, en la habitación del hospital, sonrió tristemente al recordar la respuesta de
Helena.
Volvieron a verse en el cementerio, ya se saludaban.
Después llegaron las conversaciones. Matilde le contaba cosas sobre su hermano,
Helena hablaba sobre su madre.
Y llegó el maravilloso día en el que Helena le
ofreció trabajar en su casa. Para Matilde se acabaron las penurias económicas,
pudo dejar su humilde hogar de alquiler. En casa de Helena tenía una habitación
que nunca habría soñado tener, buena comida, y un sueldo tan digno que, a día
de hoy, disponía de una suma de dinero en el banco que podía considerarse
una nueva rica como decía Helena.
Pero lo mejor de todo fue que se convirtió en la
mejor amiga de Helena, en su hermana mayor.
Matilde no había olvidado la reacción de Jaime Palacios.
—¿Has metido a una extraña en casa? —preguntó, desconfiado.
—No es una extraña. Somos amigas.
—¿Desde cuándo?
—Casi tres meses.
—Debe ser una amistad con calidad porque cantidad hay
muy poca.
Matilde estaba segura de que Jaime Palacios debió
hacer todo tipo de averiguaciones sobre su persona para convencerse de que su
compañía no sería perjudicial para su hija.
También pensaba que fue su hermano, desde algún
lugar del más allá, quien propició que encontrara y conociera a Helena.
Pensando esto, sus ojos se llenaron de lágrimas que
secó de inmediato cuando Helena comenzó a moverse. Se estaba despertando e iba
a asustarse si la veía llorando.
Helena siguió moviéndose durante un breve espacio de
tiempo, y finalmente abrió lentamente los ojos.
—Matilde —susurró—, me alegra verte.
—Yo también me alegro de verte.
Helena se incorporó con cierta dificultad hasta quedar sentada en la cama; vio que llevaba un camisón con las iniciales del hospital. Miró a su alrededor,
desconcertada.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En el Hospital General. Paula me ha dicho que te caíste
y que te debiste golpear con una de las butacas de madera maciza del salón de
actos.
—El salón de actos —repitió Helena, y tocó sus labios que aún ardían.
Todavía podía sentir el calor del aliento de Blas—. ¡Nico! —exclamó— Nico estaba manchado de sangre, Nico sangraba… Blas
gritó, le increpó al diablo… Yo empecé a no ver, me quedé ciega, solo veía
sombras, oscuridad…
—Te desmayaste —afirmó Matilde—. Desayunas muy poco. Te repito una y mil veces que
debes desayunar más…
—¿Por qué Nico tenía sangre? ¿Lo sabes?
Matilde suspiró profundamente.
—Otro alumno, no sé quien fue, le clavó una navaja.
—¿Qué dices? ¿Te estás oyendo? —Helena no podía creer, no quería creer— Esto no puede estar pasando, tiene que ser un mal
sueño, tiene que ser una pesadilla. ¡Esto no puede estar pasando!
Y de improviso, Helena rememoró los gritos de
Natalia.
—Lucas… Nat dijo Lucas… Fue Lucas. Pero, ¿por qué? —preguntó sin entender nada.
—Tal vez nunca lo sepamos —murmuró Matilde, acongojada—. El muchacho que hirió a Nico está muerto. Le
dispararon.
—¿Quién?
—No lo sé.
—Pero sí que debes saber como está Nico. ¡Eso tienes
que saberlo! ¡Dímelo! Pero jamás me digas que mi hijo está muerto… eso no me lo
digas jamás. ¡Eso nunca!
—No,
no… Tranquilízate. Nico está vivo pero creo que puede estar muy grave.
Y Matilde abrazó con mucha fuerza a Helena. Deseaba traspasarle toda la energía y el valor que
necesitara.
—Tengo que vestirme —dijo Helena—, tengo que vestirme.
—Hay otra cosa que debes saber —murmuró Matilde sin dejar de abrazarla—. Es sobre Blas.
—¿Qué ocurre con él?
—Cuando dispararon al chico que hirió a Nico, Paula
creyó que te habían disparado a ti. Estabas en el suelo con sangre en la cara.
Paula cree que Blas pensó lo mismo porque le oyó gritar tu nombre dos veces.
Helena escuchaba a Matilde sin casi ser capaz de
seguir respirando.
—Blas sufrió un ataque. Creo que también puede estar
muy grave —Matilde, abrazada a Helena, escuchó en su
pecho como se aceleraban los latidos del corazón de su mejor amiga, de su
hermana menor.
—Tengo que vestirme. Tengo que vestirme —volvió a decir Helena.
∎∎∎
∎∎∎
También el despertar llegó para Blas Teodoro. Seguía
en quirófano a pesar de que su estado ya era para pasar a un área de
recuperación prealta.
Cuatro cardiólogos, vestidos con
pijama quirúrgico, rodeaban la camilla en la que permanecía acostado con
parches en el tórax que, por medio de cables, estaban conectados a una máquina.
—¿Cómo se encuentra? —le preguntó uno de los médicos.
—He estado mejor.
—¿Le duele el pecho, el cuello, las mandíbulas…
—¿Cómo está la profesora que recibió un disparo? —fue la respuesta de Blas.
Los cuatro cardiólogos se miraron entre sí.
—Quien recibió un disparo fue un alumno y,
desgraciadamente, está muerto. Usted debe referirse a Helena Palacios, ella
está bien. Se desvaneció y, al caer, se hizo un corte en la frente.
Blas cerró los ojos conteniendo la respiración, tras
unos largos segundos comenzó a jadear luchando por destruir la tensión y
ansiedad de las que había sido cautivo. Poco a poco sintió como la vida
regresaba a su maltrecho corazón, y los médicos lo vieron reflejado en el
monitor cardíaco.
Se miraron sorprendidos. Los latidos volvían a tener
un ritmo absolutamente normal.
—¿Y mi hijo? —preguntó Blas en cuanto pudo recuperar el habla.
—Su hijo está en otro quirófano. No sabemos nada más.
∎∎∎
Natalia y Bibiana llevaban un rato despiertas, y en
silencio. Todavía se hallaban algo atontadas por los efectos de los
tranquilizantes que les habían dado para paliar su grave estado de ansiedad.
Las dos niñas tenían los ojos enrojecidos y los parpados hinchados de tanto
llorar.
—Nico me dijo que cuando tuviese dieciocho años me
diría lo más bonito que nunca nadie me hubiera dicho —dijo Natalia recordando las palabras del muchacho—. ¿Qué me querría decir, qué sería?
Bibiana continuó en silencio. No sabía qué decirle a
su amiga.
—¿Por qué Lucas hizo eso? ¿Por qué tuvo que hacerlo? —siguió hablando Natalia— Lo odio, odio a Lucas, y me alegro de que esté
muerto.
∎∎∎
Elisa Rey y Amadeo Ortiz recibieron una llamada del
hospital solicitándoles que, a partir de las doce, tuvieran a bien ir a recoger
a las niñas.
Poco después de esa hora, una chiquilla de cabello
moreno y rizado, con los ojos vendados, fue sacada de un coche y abandonada en
una acera de las calles menos transitadas de Aránzazu.
Págs. 1060-1068
Hoy dejo una canción interpretada por Miguel Bosé y Laura Pausini... "Te amaré"
Próxima publicación... jueves, 23 de marzo
La muchacha se quedó inmóvil, muy quieta. Era
incapaz de dar un paso, le faltaba valor para quitarse la venda y poder ver.
Todo su cuerpo temblaba, hacía frío, pero sobre todo estaba aterrorizada.
Hoy dejo una canción interpretada por Miguel Bosé y Laura Pausini... "Te amaré"
Próxima publicación... jueves, 23 de marzo
Anteayer fue 14 de febrero, el día de los enamorados
No he escrito ningún poema este año, pero no quiero dejar de felicitar a todos... hombres y mujeres que anteayer sonrieron por amor... Felicidades
También os diré que hay tres razones por las que he elegido esta canción
Una de ellas es por lo que dice Miguel Bosé antes de la canción... él dice que las cosas, primero y antes de que sucedan, hay que soñarlas... Pienso igual que él, creo que es el mejor modo de reconocerlas y de no cometer errores
La segunda razón es por estas frases que saco de la canción...
"Por ser algo no perfecto, con tu mala ortografía, con tu no saber perder, con defectos y manías... Te amaré"
Sí, porque creo que cuando amas a alguien, más por sus defectos que por sus virtudes, es cuando amas de verdad
La última razón por la que he elegido esta canción es para hacerle un pequeño homenaje a Bimba, la sobrina de Miguel Bosé
A Bimba le deseo un buen viaje como le deseó su tío... y a todos los seres queridos de Bimba, valor y fuerza
Por supuesto que creo en la libertad de expresión... que nada tiene que ver con la libre circulación de la crueldad