CAPÍTULO 105
CAMBIO DE PLANES
"M
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ikaela" detuvo su coche delante de la puerta de la vivienda
de Nicolás. El niño le dijo la dirección y la mujer no tuvo dificultad en
llegar. Conocía muy bien Aránzazu. Hacía doce años que no había puesto un pie
en aquella ciudad pero, calles como la avenida Presidencial, ya existían por
aquel entonces.
Por otra parte, la avenida Presidencial, era una de
las pocas calles emblemáticas de la ciudad.
—Nico, si necesitas algo no tienes más que llamarme —le dijo la "profesora" entregándole una tarjeta con un número de
teléfono móvil—. Y hazme el favor de comer. Ya has comprobado que
tu padre se encuentra bien. No tienes de qué preocuparte.
—Gracias por todo —agradeció Nicolás, guardando la tarjeta en un
bolsillo de su pantalón—. Tú tampoco has comido. ¿Quieres entrar y
comer conmigo?
—Te lo agradezco mucho, pero me están esperando en mi casa.
—Me caes muy bien, Mikaela, y nunca olvidaré que me has llevado a ver a mi padre —aseguró el chiquillo.
—Tú también me caes muy bien, Nico. Intenta recordar esto, sobre todo intenta recordarlo en febrero.
—¿Por qué en febrero?
—Porque en febrero voy a darte una sorpresa, pero esto es un secreto entre tú y yo... ¿De acuerdo?
Nicolás asintió sin entender.
—Ahora ve a comer, nos vemos mañana.
—Me caes muy bien, Mikaela, y nunca olvidaré que me has llevado a ver a mi padre —aseguró el chiquillo.
—Tú también me caes muy bien, Nico. Intenta recordar esto, sobre todo intenta recordarlo en febrero.
—¿Por qué en febrero?
—Porque en febrero voy a darte una sorpresa, pero esto es un secreto entre tú y yo... ¿De acuerdo?
Nicolás asintió sin entender.
—Ahora ve a comer, nos vemos mañana.
—Hasta mañana entonces —se despidió el chaval, bajando del vehículo.
"Mikaela" observó como el muchacho pulsaba un timbre e inmediatamente
el mismo hombre que había ido a buscarle al instituto, le abrió la puerta.
Nicolás pasó al jardín. Posteriormente precedido por
el señor Matías entró en casa y se dirigieron a la cocina donde se encontraban
Prudencia y Cruz.
El aroma a buena comida guisada no logró abrir el
apetito del niño.
—Ahora mismo le pongo un plato en la mesa —dijo Prudencia—, debe estar hambriento y desfallecido.
La familia del señor Matías también trataba de
“usted” al chiquillo siempre que el señor Teodoro no estuviese delante. Era
una orden del señor Hernández que todos debían acatar a excepción de Marcos.
Marcos gozaba de este privilegio porque su misión consistía en ser amigo de
Nicolás.
La señora Sales conocía los entresijos de los
Hernández pero a la mujer le era indiferente que llamasen “señorito” y tratasen
de “usted” a su nieto.
—No voy a comer nada —dijo Nicolás dejando “paradas” a Prudencia y a
Cruz—. Tengo el estómago revuelto, no me encuentro muy
bien. Creo que estoy un poco nervioso. Me gustaría tomarme un tazón de tila de
los que toma mi padre. Me sentaría bien.
—¡Venga, mujeres, al tajo! ¿No habéis oído al señorito Nicolás? —prorrumpió Matías dando unas estrepitosas palmadas que sobresaltaron a
las señoras, y al chiquillo, que no esperaba una reacción así por parte del
hombre.
Poco después, Prudencia tuvo listo un tazón con la
humeante infusión y se la ofreció al muchacho.
Nicolás notó que las manos de la mujer temblaban
ligeramente y que sus ojos grises estaban llorosos.
El crío se extrañó, pero cogió el tazón sin hacer
ningún comentario. Tras tomarse la tila, comunicó que iba a su habitación a
acostarse un rato.
—Haga usted lo que crea conveniente —le contestó el señor Hernández—. En el momento que quiera algo no tiene más que pedírnoslo. Estamos a
sus órdenes.
—¿Y cómo se encuentra su padre? —se interesó Cruz, la nuera del señor Hernández y de Prudencia— ¿Volverá pronto a casa?
—¡Eres una curiosa sin remedio!
—chilló Matías, furioso, asustando a la joven mulata— ¡Y una descarada impertinente!
¡No molestes al señorito Nicolás, osada!
—No me ha molestado —aclaró Nicolás, impresionado por la actitud
fuera de lugar del hombre —. Mi padre está bien —respondió mirando a Cruz—. Lo han operado de apendicitis, tiene que
estar unos días en el hospital. No sé cuántos todavía.
Nicolás salió de la cocina, muy serio, y arrastrando
los pies entró en la habitación del señor Teodoro. Se dejó caer en la cama;
estaba muy cansado y segundos después lloró con supina amargura.
Echaba terriblemente de menos a su padre y a su
abuela, y se sentía muy solo y desamparado.
La casa se le antojaba excesivamente grande y
excesivamente silenciosa.
Se había asustado mucho al enterarse del ingreso del
señor Teodoro en el hospital y el recuerdo de su padre,
fatigado en la cama, lo desmoralizaba. No comprendía por
qué había tenido que pasar aquello, precisamente ahora, cuando todo iba tan
bien. Ahora que había conseguido no volver al internado y se había enterado de
quién era su verdadero padre.
Nunca le gustó ir al internado; él prefería
vivir con el señor Teodoro, con Emilia, con Natalia y con Elisa. Pero después del incendio
que provocó sin querer, el señor Teodoro fue muy firme en su decisión.
Tenía seis años y lloró a mares, pero lo único que
consiguió fue que el señor Teodoro acudiese todas las noches a dormir con él al
colegio durante tres meses. Posteriormente y a medida que los profesores y el
director le notificaban que iba haciendo amigos y que se encontraba bien, el
señor Teodoro fue faltando alguna que otra noche hasta que dejó de ir. Este
hecho provocó que el comportamiento del niño empeorase y con su mala conducta
consiguió lo que realmente se proponía. El señor Teodoro le llamaba por
teléfono todos los días, casi siempre para regañarle, y también tenía que ir al
internado personalmente después de recibir llamadas enojadas del director.
De esta forma, Nicolás no perdía el contacto con el
que creía su tutor y se aseguraba de no ser olvidado en aquel recóndito lugar.
El niño no se conformaba de manera alguna con pasar
fines de semana, festivos y periodos vacacionales con el señor Teodoro. Él
quería verlo todos los días y si no podía verlo, por lo menos oírlo. Quería
volver a vivir en casa, y por fin lo había logrado después de muchas estratagemas.
Y ahora que se sentía tan dichoso no entendía lo sucedido a su querido padre.
Y ahora que se sentía tan dichoso no entendía lo sucedido a su querido padre.
∎∎∎
Nicolás se despertó de sopetón, muy alarmado, temiendo haber
dormido mucho cuando apenas había pasado media hora. Se había quedado
adormecido fraguando una idea y, al despertar, la idea se transformó en todo un
planazo.
Se levantó de la cama, pasó a su habitación y se dirigió al vestidor. Estaba entretenido colocando ropa en una mochila cuando el señor Matías apareció acompañado de Natalia y Bibiana.
Se levantó de la cama, pasó a su habitación y se dirigió al vestidor. Estaba entretenido colocando ropa en una mochila cuando el señor Matías apareció acompañado de Natalia y Bibiana.
—Las señoritas han venido a verle —anunció el hombre, retirándose de inmediato.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber Natalia.
—Me voy al hospital —respondió Nicolás—. Necesito el pijama, y ropa para ponerme mañana. Haré los deberes,
cenaré y dormiré allí. Quiero estar con mi padre. Mañana nos veremos en el
instituto.
—Nico, ¿por qué no te calmas? —se impacientó Natalia al momento— He hablado con Emilia. Blas está bien, solo lo han operado de
apendicitis. No creo que te quiera por allí de ninguna manera. Emilia me ha
pedido que no vayamos a visitarle porque Blas necesita dormir y descansar.
También ha comentado que el hospital no es un sitio apropiado para nosotras
porque hay muchos virus y muchas infecciones. A Emilia le va a dar un ataque si
vas por allí con intención de quedarte.
—¡Me da igual lo que diga mi
abuela! —exclamó el muchacho, arrugando el ceño— ¡Si por ella fuera ni siquiera
hubiera visto a mi padre!
—Nico, Blas no permitirá que te quedes en el hospital —manifestó Natalia, tajante—. Le he dicho a Elisa que me quedaré a dormir
contigo ya que estás solo. Podemos hacer los deberes y luego divertirnos un
rato. Y con un poco de suerte, el viernes por la noche, vamos a poder ir a
“Paraíso”. Emilia me ha dicho que Blas estará hasta el domingo en el hospital.
Es nuestra oportunidad de ayudar a la hija de Benito Sierra. ¿O ya no te
importa esa chica?
Como respuesta, Nicolás comenzó a sacar la ropa que
había ido metiendo en la mochila sin ningún tipo de orden.
—Está bien —dijo con resignación—. Ya iré a ver a mi padre mañana, después de las clases.
Las niñas y Nicolás se encontraban en el cuarto de los
juegos cuando llegaron Leopoldo y Lucas. Estuvieron jugando hasta las ocho; llegada esa hora, ellos y Bibiana se marcharon.
A los chiquillos les encantaba ir a casa de Nicolás
puesto que se lo pasaban estupendamente. Allí no existían momentos de
aburrimiento, o bien jugaban en la habitación predestinada a ello o corrían por
el jardín o se encerraban en alguna de las glorietas. Tanto Leopoldo como Lucas
envidiaban secretamente a Nicolás por vivir en una casa con tantas comodidades.
—Todavía no hemos hecho los deberes —se rió Natalia una vez se quedaron solos.
—Pues ahora no me apetece hacerlos —declaró Nicolás, perezoso—. Prepararé los libros para mañana y se acabó.
¡Al cuerno con los dichosos deberes!
Concluida la tarea, los muchachos fueron a la cocina
y ante el espanto de Prudencia bebieron gran cantidad de agua, y co gieron de la despensa una caja de galletas
comenzando a engullirlas atropelladamente.
—Señorito, es casi la hora de cenar —se atrevió a recordar la mujer a Nicolás—. Van a perder el apetito.
El muchacho observó, con desgana, los pescados que
la señora estaba asando.
—No se preocupe, Prudencia. No nos prepare nada —dijo el chaval—. Más tarde tomaremos leche y si tenemos hambre ya picaremos algo.
Puede irse a su casa.
La sirvienta lo miró, pesarosa, guardó silencio y
asintió.
∎∎∎
A Matías Hernández le disgustó ver llegar a su
esposa con una fuente donde había depositado los pescados recién asados.
—¿No ha cenado el señorito Nicolás? —preguntó por decir algo.
—Ha preferido comer galletas —murmuró Prudencia.
—¡Esto es un auténtico dislate! —exclamó el hombre, contrariado— El señor Teodoro no tiene ni idea de cómo educar a su hijo. Lo tiene
muy consentido. Esperemos que no tenga nada que lamentar a su regreso.
—Padre, permítame decirle que si el señor Teodoro tiene que lamentar algo va a ser
culpa de usted —observó Marcos, muy juicioso—. Él dijo muy clarito que Nico no daba órdenes, sino que las recibía y
obedecía.
El señor Hernández descargó su furia sobre su hijo menor propinándole una salvaje bofetada.
—¡No vuelvas a corregirme, ESTÚPIDO! —le gritó— No estando el señor Teodoro, quien manda aquí es su hijo. Él es, ahora, nuestro amo y señor. ¿En qué mundo
crees que vives?
Más tarde, el señor Teodoro llamó por teléfono al señor
Hernández para preguntarle qué tal iban las cosas. Matías le contestó que todo
estaba en perfecto estado y, en ningún momento, le manifestó queja alguna.
El señor Teodoro se sintió muy aliviado y, seguidamente,
llamó a su hijo. Estuvo hablando con el chaval media hora; Natalia también se
puso al teléfono y le deseó una pronta recuperación.
—Portaros bien y no os acostéis muy tarde, mañana tenéis que madrugar —fue la última recomendación del hombre antes
de colgar.
∎∎∎
Matilde Jiménez cepillaba la larga melena color azabache de Helena Palacios. Matide tenía en su rostro una seria expresión, mezcla de tristeza y preocupación. Helena llevaba puesto el
camisón, pensaba acostarse cuanto antes.
—Alegra
esa cara —le dijo a su amiga viendo su semblante reflejado en el espejo que tenía frente a ella.
—Deberíamos
marcharnos —dijo Matilde con nerviosismo—. Ya has visto suficiente a tu hijo.
Es peligroso seguir aquí.
—Paula
ha debido estar mareándote, ¿verdad? —sonrió Helena— No le hagas caso, ve
fantasmas donde no los hay. Nos iremos el cinco de febrero como estaba
previsto.
No puedo dejar a Nico solo; Blas está en el
hospital. Estoy segura de que ha protegido muchísimo al niño y mi hijo es un crío que depende por
completo de su padre.
—Helena, no has probado bocado desde que has llegado a casa y no es tu hijo el que está ingresado. Es Blas.
Helena Palacios se levantó con cierta brusquedad.
—¡Ya está bien de cepillarme el pelo! —exclamó— Tengo sueño.
—A mí me parece que intentas evitar hablar conmigo, hablar de Blas. Soy tu amiga, Helena, soy como una hermana, confía en mí...
—¡Se acabó, Matilde! No hay nada de qué hablar... Si algo sale mal, coge tu pasaporte y sal del país.
—No, Helena, te acabo de decir que soy como tu hermana, tu hermana mayor, no te dejaré sola. ¿Quién te iba a cepillar el cabello, eso que te relaja tanto? ¿Quién te iba a peinar, desastre? —intentó bromear la mujer formulando estas dos preguntas.
—Nadie mejor que tú, eso seguro —afirmó Helena sonriendo—. Buenas noches, Matilde, duerme tranquila, te prometo que todo saldrá bien.
—Claro que sí —respondió Matilde aunque pensaba lo contrario, ya estaba demasiado convencida de que todo iba a ir más que mal.
—Helena, no has probado bocado desde que has llegado a casa y no es tu hijo el que está ingresado. Es Blas.
Helena Palacios se levantó con cierta brusquedad.
—¡Ya está bien de cepillarme el pelo! —exclamó— Tengo sueño.
—A mí me parece que intentas evitar hablar conmigo, hablar de Blas. Soy tu amiga, Helena, soy como una hermana, confía en mí...
—¡Se acabó, Matilde! No hay nada de qué hablar... Si algo sale mal, coge tu pasaporte y sal del país.
—No, Helena, te acabo de decir que soy como tu hermana, tu hermana mayor, no te dejaré sola. ¿Quién te iba a cepillar el cabello, eso que te relaja tanto? ¿Quién te iba a peinar, desastre? —intentó bromear la mujer formulando estas dos preguntas.
—Nadie mejor que tú, eso seguro —afirmó Helena sonriendo—. Buenas noches, Matilde, duerme tranquila, te prometo que todo saldrá bien.
—Claro que sí —respondió Matilde aunque pensaba lo contrario, ya estaba demasiado convencida de que todo iba a ir más que mal.
∎∎∎
Nicolás y Natalia estuvieron viendo la tele
hasta muy avanzada la noche. Eran las dos de la madrugada cuando, rendidos por
el cansancio, decidieron acostarse.
Antes hicieron una última incursión a la
cocina para alimentar a sus caprichosos estómagos.
Matías Hernández vio como se extinguían las
luces de la casa grande. Miró la hora en su reloj y formó una fina raya con sus
labios.
“Fijo, que mañana estos dos se duermen”,
se dijo a sí mismo.
Págs. 828-836
La historia que os relato en esta novela comenzó en unas vacaciones navideñas, y como ese Tiempo Mágico está llegando... hoy dejo en el lateral del blog una canción de José Luis Perales... "Navidad"
Próxima publicación... jueves, 8 de enero
Y siguiendo los pasos de José Luis Perales voy a dedicarle unas palabras a una época del año maravillosa...
"Mientras haya un tesoro por descubrir,
un horizonte que desees alcanzar,
una llama sin apagar,
un te quiero por decir,
una canción que casi mueras al escuchar,
un sueño por realizar,
un verso que sea preciso escribir,
una sonrisa, aunque sea fugaz,
una lágrima que hay que borrar,
una mirada que no sepa mentir,
una estrella que te enseñe a bailar,
un Ángel que te puede enamorar...
Siempre que se cumpla solo una de estas premisas, habrá Navidad"
Por último os voy a desear una Muy...
Y siguiendo los pasos de José Luis Perales voy a dedicarle unas palabras a una época del año maravillosa...
"Mientras haya un tesoro por descubrir,
un horizonte que desees alcanzar,
una llama sin apagar,
un te quiero por decir,
una canción que casi mueras al escuchar,
un sueño por realizar,
un verso que sea preciso escribir,
una sonrisa, aunque sea fugaz,
una lágrima que hay que borrar,
una mirada que no sepa mentir,
una estrella que te enseñe a bailar,
un Ángel que te puede enamorar...
Siempre que se cumpla solo una de estas premisas, habrá Navidad"
Por último os voy a desear una Muy...