CAPÍTULO 133
EL AMOR SIGUE SIENDO EL REY
J
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aime Palacios volvió a la habitación donde estaba
ingresada su hija. Vio la cama vacía pero escuchó voces que procedían del
cuarto de baño.
Con los nudillos, llamó a la puerta.
—¿Estás ahí, Helena? —preguntó.
—Sí, papá. Salgo enseguida.
—De acuerdo. No hay prisa.
El señor Palacios, debido a su nerviosismo y
preocupación, comenzó a dar pasos por la habitación que no era muy espaciosa.
Por lo tanto, caminar en aquel habitáculo, le resultó harto engorroso e incómodo.
Matilde había ayudado a Helena a vestirse y, en
aquel momento, entrelazaba tres mechones de su cabello para formar una trenza
con su melena.
—Debes hablar con tu padre —le dijo a Helena—. A ti te escuchará. Eres la única que puede
convencerle para que pare una guerra que nunca debe iniciarse.
—Se te olvida que Arturo Corona mató a mi madre —respondió Helena.
—Y a ti se te olvida que Arturo Corona es el padre
del hombre que amas.
—¿Qué estás diciendo?
—Digo
la verdad, Helena. Digo la verdad que tú has intentado ocultar durante doce
años. ¡Basta de mentiras! Me temo que es más fuerte el amor que sientes por
Blas que el odio que sientes por su padre. ¿Cómo vas a acabar con el padre del
hombre que amas? ¡No podrás hacerlo! ¡Es el padre de Blas!
∎∎∎
Blas Teodoro, sentado en una silla de ruedas que
empujaba uno de los cardiólogos que lo había atendido, salió al pasillo donde
se encontraban Arturo Corona y Emilia Sales.
La señora Sales se levantó en el acto, y se acercó a
su “hijo”.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó, ansiosa.
—Estoy bien, mamá. No te preocupes, te aseguro que
estoy bien. Llama a Matías y dile que me traiga ropa, la mía está manchada.
Blas evitó decir, no quiso decir que estaba manchada
de la sangre de Nicolás.
—Lo llamaré enseguida, cariño. Doctor, ¿es cierto que
está bien? —interrogó la mujer dirigiéndose al cardiólogo.
—Sí y no —contestó
el médico sin meditación alguna. Tenía muy clara la respuesta—. Me explico. Es verdad que su corazón ahora está
bien, pero no le conviene alterarse. Tenga esta caja, ante
cualquier alteración debe ponerse una pastilla debajo de la lengua. Como máximo
tres pastillas al día, tampoco es bueno abusar de este medicamento.
La señora Sales cogió la caja y la guardó en su
bolso.
—También insisto en que no me parece prudente que el
señor Teodoro se marche a su casa —continuó
hablando el médico—. Debería quedarse unos días en el hospital para
observar su evolución.
—Así será entonces —afirmó la señora Sales.
—Mamá…
—No, Blas, no llamaré a Matías. Sería una imprudencia
terrible que abandonaras el hospital tan pronto. Haremos caso a los médicos.
—Mamá, no voy a ir a ninguna parte mientras Nico esté
aquí. ¡Dile a Matías que me traiga ropa!
—Está bien, no te alteres. Se lo diré.
—Con su permiso, Excelencia, me retiro a descansar.
Si nos necesitan no tienen más que llamarnos.
Las palabras del facultativo hicieron que Blas
reparara en la presencia de Arturo Corona.
—¿Sigue usted aquí? —preguntó, extrañado.
—Sí, por supuesto que sigo aquí —contestó el dictador de Kavana cuya mirada ya no era
tan feroz. Su fiereza se aplacaba contemplando a su único hijo. ¡Y cuánto
deseaba decirle que era su padre!
Había ido a Aránzazu tras enterarse de su grave
operación de apendicitis, necesitaba verle.
Se acercaban unas elecciones históricas y él, su
hijo, debía ocupar el lugar que le correspondía por derecho. Pero no podía
contarle nada, no podía sincerarse con él, no era el momento idóneo—. Me siento responsable de lo que ha ocurrido en el
salón de actos.
—No es usted responsable, Excelencia —replicó Blas—. El único responsable soy yo. Un compañero de mi
hijo me advirtió de que Lucas no era una buena compañía para él, y no hice
nada. Consentí que siguieran siendo amigos. Yo soy el responsable, el culpable
de lo que ha ocurrido.
—No te tortures, Blas —intervino la señora Sales—. No podías sospechar que algo así fuese a ocurrir.
—Su madre tiene razón —apoyó Arturo Corona—. No debe culparse de nada. El único culpable es Lucas
Soriano y está como merece… muerto.
Blas pensó que preferiría que Lucas estuviera vivo,
preferiría poder hablar con él, pero nada dijo. Tampoco dijo nada cuando
escuchó decir al dictador de Kavana que iba a prohibir y a perseguir la
homosexualidad en el país, a pesar de que pensaba que el problema no era la
inclinación sexual de una persona, pensaba que una chica despechada podía haber
actuado del mismo modo que Lucas.
Creía que el problema era el convencimiento errado
de posesión, de propiedad, que tenían unas personas sobre otras. O eran de
ellas y para ellas o para nadie.
Pero Blas guardó silencio, no se sentía con ánimos
para debatir con Arturo Corona, y sorprendió a este y a la señora Sales dando
un giro total a la conversación al preguntar dónde estaba Helena.
—¡Hijo, ya te estás alterando! —exclamó Emilia, disgustada— ¿Cómo se te ocurre preguntar por esa mujer cuando
Nico está en un quirófano Dios sabe en qué estado?
—¡Mamá, estoy muy preocupado por Nico! —se excitó Blas— Pero es hora de que entiendas y aceptes que amo a
Helena más que a mi vida. Esta mañana la besé, sentí y supe lo que es el cielo.
Y quiero volver a sentirlo, quiero volver a saberlo. ¿Dónde está?
Emilia Sales miró a Arturo Corona. El dictador de
Kavana estaba mirando a su hijo y estaba entendiendo, muy a su pesar, que ese
amor al que él mismo, Emilia Sales y Jaime Palacios pretendían destronar
continuaba siendo el rey.
—Jaime Palacios ha ido a buscarla —informó Arturo Corona—. No creo que tarden en estar aquí.
Blas suspiró, aliviado.
—Esa mujer te trastorna el pensamiento —manifestó Emilia, muy molesta.
Arturo Corona le lanzó una mirada instándola a que
no volviera a hablar. Y carraspeó antes de hablar él.
—Me pareció entender que llevan muchos años sin
verse. Lo más seguro es que, durante estos años, usted haya idealizado a esta
mujer. Lo más lógico es que, el amor que cree sentir, no sea un amor real. Es
lo que suele ocurrirle a las personas que aman en la distancia.
—Se equivoca, Excelencia —En esta ocasión, Blas sí estaba dispuesto a
contradecir a Arturo Corona por muy dictador de Kavana que fuese—. No he idealizado a Helena. Sé muy bien como es... una inmadura lunática. Pero es la única mujer que consigue que me sienta
completo, que me sienta vivo, que me sienta especial, el más grande de los
hombres. Helena es real, yo soy real. No somos fantasía. Yo sé que existe, ella
sabe que existo. Nuestro amor es real y existe. Y lo que opinen otras personas no me importa e interesa en absoluto. No es mi intención ofenderle, Excelencia, pero si de algo estoy seguro es que el amor es un asunto entre dos.
Arturo Corona, tras escuchar a su hijo, maldijo
mentalmente a ese rey tan difícil de destronar. Y recordó esos diques que,
según Jaime Palacios, no se debían poner al mar.
∎∎∎
Helena y Matilde salieron del cuarto de baño cuando
Jaime Palacios ya estaba tan impaciente que creía iba a tener que echar la
puerta abajo.
—Jamás dos mujeres deberían entrar en un cuarto de
baño a la vez —comentó, exasperado.
—¿Cómo están Blas y Nico? —le preguntó Helena.
Su padre la miró arqueando una ceja.
—¿He escuchado bien? —indagó—
Porque tu segunda pregunta la entiendo, la primera no. No creo que te interese
como está Blas, ¿o me equivoco?
Helena se sintió algo descubierta, y de inmediato
intentó excusarse.
—Si te he preguntado por Blas es porque es el padre
de Nico, y me he dado cuenta de que Nico lo quiere mucho, y Matilde me ha dicho
que Blas sufrió…
—¡Matilde! —declamó el señor Palacios gesticulando, con ambas
manos, e interrumpiendo a su hija—
Matilde tiene el defecto que adorna a muchas mujeres, habla demasiado.
—Supongo que ese es un defecto que también adornará a
muchos hombres —replicó Helena.
—Seguramente sí —aceptó el señor Palacios—, pero no es momento de discutir quienes hablan más
o quienes hablan menos. Blas está bien, solo ha tenido un amago de infarto. O
sea, el inicio de algo que no ha llegado a consumarse. O sea, nada.
—Bien, pues me alegro mucho por Nico —dijo Helena, pero sus palabras no convencieron a su padre puesto que la conocía muy bien, además de haber presenciado
el beso del salón de actos—. Y Nico, ¿cómo está Nico? —Helena vio como su padre se pasaba una mano por la
cabeza y como mordía su labio inferior. Aquello no le pareció una buena señal,
sospechó que nada bueno le iba a decir, y temió escucharle.
—Nico está en un quirófano —respondió Jaime Palacios—. Todavía no han dicho nada los médicos. No debemos
pensar ni ponernos en lo peor. Mientras hay vida hay esperanza, y Nico está
vivo.
—Pero está grave, ¿verdad?
El señor Palacios se aproximó a su hija, puso una
mano en su barbilla hasta hacer que lo mirara fijamente.
—Te he dicho que está vivo. Piensa solo en eso.
Helena asintió, y se abrazó con fuerza a su padre.
El señor Palacios también la abrazó, y acarició la trenza que Matilde le había
peinado.
∎∎∎
Pedro Porcar era un policía joven e ilusionado,
particularmente ilusionado esa mañana fría de enero.
Iba solo en el coche patrulla y, de vez en cuando,
echaba una mirada acompañada de una media sonrisa a la guantera del vehículo.
Allí había guardado un paquete, motivo de su ilusión. Dentro del paquete, un
pequeño cofre forrado con terciopelo de color rojo escondía un gran tesoro. Un
anillo que le había costado la friolera de la mitad del sueldo que ganaba al
mes. Todavía vivía con sus padres, podía permitirse ese dispendio. Y la causa
lo merecía.
Ese mismo día, cuando acabara el servicio, iba a ver
a su novia desde hacía cinco años, decidido a pedirle matrimonio. Estaba
convencido de que aceptaría, probablemente hacía tiempo que ella lo deseaba.
Con sus alegres pensamientos pasó por una calle, y
de repente se vio forzado a frenar en seco. No
era nada normal lo que había visto, ¿qué significaba aquello?
Una muchacha, con los ojos vendados, quieta y temblorosa,
permanecía apoyada en la pared de una de las aceras de la calle.
El policía bajó del coche sin parar el motor, y
dejando su puerta abierta.
—¿Qué haces aquí con esa venda en los ojos? —preguntó cuando estuvo al lado de la muchacha. La
chica no le contestó, y su temblor aumentó.
Pedro Porcar le quitó la gasa con cuidado. La
muchacha siguió temblando sin abrir los ojos, y sin hablar. Su rostro le
resultó familiar al agente y pronto dilucidó porqué. ¡Era la chica desaparecida en una discoteca!
—Tranquilízate. Soy policía, estás a salvo —le dijo—. Te
llamas Patricia, ¿verdad?
No obtuvo ninguna respuesta. La niña continuó
temblando, en silencio, y sin abrir los ojos.
Pedro Porcar decidió llevarla al hospital para que
la viera un médico. De poco serviría llevarla
a comisaría en aquel estado enajenado en el que aparentaba hallarse.
Seguramente podrían hablar con ella después de estar unas horas hospitalizada.
∎∎∎
Al mismo tiempo que Jaime Palacios, Helena y Matilde
salían de la habitación, Elisa Rey llegaba al hospital. Y pocos minutos después
llegaría Patricia.
El señor Palacios guiaba a Helena y a Matilde por
unos laberínticos pasillos anchos, largos, asépticos y desiertos.
A ningún paciente debía apetecerle salir a pasear,
tampoco se veía a familiares. Solo algún soldado y personal del hospital se
cruzaba con ellos.
Quizás les habían aconsejado no salir
de sus habitaciones,
pensó Matilde.
También pensó en las últimas instrucciones que les
había dado Jaime Palacios. Algo de esas instrucciones le chirriaba, algo no le
cuadraba.
Tenían que seguir fingiendo no saber que Blas era
hijo de Arturo Corona, y el mismo Jaime Palacios fingiría ser primo del padre
de Helena.
Según Jaime Palacios, los médicos habían exagerado
el ataque sufrido por Blas. Y él y Arturo Corona habían llegado a ese acuerdo
para evitar discusiones que alterasen en demasía a Blas.
No, algo de todo aquello le rechinaba demasiado a
Matilde, alguna pieza de ese puzle no encajaba, y la razón no podía ser otra
que les estaban entregando piezas falsas.
Págs. 1069-1077
El próximo domingo es el día del padre, aprovecho este momento para felicitar a todos los padres... Muchas Felicidades
Y en honor a mi padre, hoy os dejo una canción que le he escuchado cantar muchas veces... también puede servir para el capítulo ya que en el capítulo se menciona a un rey
La canción es la siguiente... "Sigo siendo el rey"
Próxima publicación... jueves, 20 de abril
—Ya estamos llegando —dijo Jaime Palacios—. Detrás de aquella puerta —señaló al fondo del pasillo—, están Arturo Corona y Emilia Sales.
Pero se equivocaba, detrás de aquella puerta
acristalada cuyas dos hojas se juntaban en el centro también estaba Blas
Teodoro, muy preocupado por Nicolás, y ansioso por volver a ver a Helena.Págs. 1069-1077
El próximo domingo es el día del padre, aprovecho este momento para felicitar a todos los padres... Muchas Felicidades
Y en honor a mi padre, hoy os dejo una canción que le he escuchado cantar muchas veces... también puede servir para el capítulo ya que en el capítulo se menciona a un rey
La canción es la siguiente... "Sigo siendo el rey"
Próxima publicación... jueves, 20 de abril