—¡Pues
no se hable más! —exclamó Álvaro Artiach— Mañana dispondréis de “Paraíso” de seis de la tarde a nueve de la
noche. Todos los gastos corren de mi cuenta, no tenéis que traer absolutamente nada.
—¡Eso
es genial! —sonrió Natalia, satisfecha— Eres muy amable. Paddy se va a poner muy
contenta en cuanto se lo diga.
Nicolás no mudó su semblante huraño; el amigo
de la infancia de su padre seguía sin gustarle.
—No
quisiera abusar de ti —dijo el señor Teodoro, dudoso de aceptar la invitación.
—¡No
digas tonterías! —replicó Álvaro— La discoteca está cerrada para el público
adulto entre semana, únicamente está abierta los viernes y sábados. Además,
otro de los dueños de “Paraíso” es un profesor de tu instituto. No creo que le
disguste que invite a alumnos suyos. Es Ismael Cuesta.
Los niños se miraron con caras de
circunstancias y el señor Teodoro arqueó una ceja.
—No
creo que al señor Cuesta le guste que invites a los niños —declaró a
continuación.
El señor Artiach sonrió.
—No
te preocupes por Ismael. Sé que parece un hueso duro de roer, pero no es un mal
elemento. Con los chicos hay que parecer el “coco” —argumentó, guiñándole un
ojo al señor Teodoro.
Ante la impotencia y el malestar de Nicolás se
planeó la fiesta del día siguiente sin que él pudiera hacer algo por evitarlo.
Lo intentó diciendo que él no pensaba acudir, a lo que su padre contestó que su
asistencia no era vital.
El niño presentía que era arriesgado que el
señor Teodoro se relacionara con el hombre de la serpiente tatuada pero, de
momento, no veía la forma de impedirlo.
El señor Teodoro se ocupó de acercar a sus
casas a Bibiana y a Natalia y, a esta última, le encargó que le dijera a Elisa
que hiciera el favor de llamarle por teléfono.
—He
estado intentando contactar con ella —dijo el joven a Natalia—, pero no me ha
respondido.
Cuando Natalia transmitió el mensaje del señor
Teodoro a su tía, esta montó en cólera.
—¡No tengo nada que decirle! —gritó,
airada— ¡Por esa razón no contesto a sus
llamadas ni pienso llamarle! ¡Si te vuelve a decir algo, dile que me olvide!
La niña asintió sin atreverse a contrariar a
la mujer y presintió que algo malo estaba pasando o iba a pasar. Algo terriblemente
malo que le hizo sentir miedo y desamparo.
La señora Sales recibió con alegría a su hijo
y a su nieto y no tardó en tenerlos sentados en la cocina comiendo con excelente
apetito.
—¡Estáis
hambrientos! —exclamó la mujer, complacida— ¿Ha ido todo bien en vuestro primer
día de instituto?
Padre e hijo asintieron; el señor Teodoro
había prohibido a Nicolás que le dijese a su abuela lo sucedido con Álvaro Artiach.
—¿Dónde
están Prudencia y Cruz? —interrogó el señor Teodoro.
—Ya
han trabajado bastante esta mañana —respondió su madre—. Después de tener la
comida preparada, les he dado el resto del día libre. Entre tú y yo recogeremos
la mesa y pondremos el lavavajillas. Y más tarde, prepararemos algo para cenar.
El señor Teodoro asintió sin tener nada que
objetar y la señora Sales respiró, aliviada. Era conveniente que su hijo no
viera a las mujeres; las dos tenían en sus caras rastros de llanto. Cruz, la
más joven, también “lucía” un pequeño hematoma cercano a su ojo izquierdo.
Por estas razones, la señora Sales había mantenido una cruda conversación con el patriarca de la familia Hernández.
—¿No
os encontráis a gusto trabajando para nosotros? —preguntó, muy enfadada, al
hombre.
—Por
supuesto que sí…
—Entonces
procura que tu esposa y tu nuera tengan un magnífico aspecto —le advirtió la
mujer—. Si mi hijo se llega a enterar de que hacéis algún daño a vuestras
esposas os pondrá de patitas en la calle. Piénsalo, Matías. Aquí tenéis muy
buen sueldo y un techo. ¿Dónde vais a encontrar ganga semejante?
∎∎∎
Cuando Nicolás terminó de comer, su abuela le
dijo que se lavara los dientes y se acostara una horita. El niño protestó de
inmediato porque, según él, no tenía sueño, pero la señora Sales insistió en
que se levantaba muy temprano y debía descansar.
—Más
tarde ya harás los deberes y estudiarás con papá en el despacho.
El muchacho suspiró, resignado, y después de
lavarse los dientes fue a su habitación y muy, a su pesar, se quedó profundamente
dormido.
Al despertar, se dirigió al despacho. Allí
estaba el señor Teodoro, y Nicolás se sentó a su lado para iniciar sus tareas.
Su padre revisaba todo lo que iba haciendo y le
explicaba cualquier duda que le surgiera.
La señora Sales los interrumpió para que
fuesen a la cocina a merendar y un rato después de una exquisita merienda, Nicolás
terminó con sus estudios.
—¿Puedo
ir a buscar a Marcos? —preguntó al señor Teodoro— A lo mejor le apetece jugar
un poco conmigo.
El hombre no puso ningún inconveniente y a
Marcos le agradó que el chaval fuese a buscarle. Los dos jovenzuelos se metieron
en el cuarto de los juegos y se lo pasaron de maravilla hasta la hora de la
cena.
Tanto la señora Sales como el señor Teodoro
oían los gritos y las risas de los niños y este hecho les llenaba de satisfacción.
Sin embargo, una sombra atormentaba y
perseguía al señor Teodoro. Seguía teniendo fiebre y no se encontraba en plena
forma ni muchísimo menos. Sabía que iba a tener que ir al médico, pero estaba empecinado en posponerlo hasta que pasara la primera semana de clase.
∎∎∎
Helena Palacios llegó a la casa que había
alquilado en Aránzazu, estaba cerca del instituto y no había inoportunos vecinos
que pudieran molestarla.
Miguel y Montserrat la ayudaron a desprenderse
de la peluca rubia que colocaron, cuidadosamente, en la cabeza cortada de un
maniquí. Posteriormente desunieron de su rostro, con mucha delicadeza, una máscara que parecía estar hecha de un material idéntico a
la piel humana. Para concluir, Helena extrajo de sus ojos unas lentillas de
color azul y soltó su larga melena negra,
liberándola de horquillas. También extrajo de su paladar una aparato redondo y pequeño cuyo mecanismo distorsionaba la voz.
—¿Te
has sentido cómoda? —le preguntó Miguel, preocupado.
—Sí,
tú y Montse sois únicos. Procurad que, para mañana, la máscara esté igual que
hoy. Blas es muy listo.
—Blas
no notará ninguna diferencia. Somos grandes profesionales, no somos chapuceros.
Mientras comían, Matilde Jiménez observó
atentamente a Helena. Esta no demostraba tener mucho apetito y parecía
entristecida y cabizbaja. La mujer de confianza de Helena y fiel acompañante,
la miraba consternada y en silencio.
—No
has debido venir a Aránzazu —terminó diciendo sin poder continuar callada—. Ha
tenido que ser muy duro ver a Nico y a Blas. Paula me ha dicho que has
discutido con Blas en el patio. Creo que lo más conveniente, prudente y
aconsejable sería que nos fuésemos. De lo contrario, prométeme que te acercarás
cuanto quieras a tu hijo, pero evitarás a Blas... ¿Cómo estaba el niño?
—Mi
hijo es guapísimo —respondió Helena, orgullosa—. Es el niño más guapo que
puedas imaginar. Se le ve fuerte y sano. Blas lo ha cuidado bien.
Matilde Jiménez suspiró, desalentada.
—Y
tengo entendido que Nico quiere muchísimo a su padre —murmuró.
Helena Palacios levantó la vista hasta mirar
fijamente a la señora Jiménez, y asintió.
—¿Por
qué no nos vamos, Helena? ¿Por qué no huimos? ¡No es necesario volver con tu padre! —dijo
Matilde, ansiosa— Paula no cree que puedas hacer daño a tu hijo y yo tampoco
lo creo.
—No
pienso huir ni marcharme a ninguna parte —aseguró Helena con calma—. Nico
tendrá que entender, ya tiene quince años.
—¿Estás
segura?
—¿Qué
más da si estoy segura o no? Sé lo que voy a hacer, haré lo que debo hacer.
—¿Cómo
has visto a Blas?
—Sigue
siendo un joven apuesto... y no me ha olvidado.
—Si
descubre quién eres, pobre de ti, Helena —sentenció Matilde, alarmada—. Estás
jugando con fuego y no veo extintores. No presiento nada bueno.
—Está
bien, está bien —accedió la señora Palacios, comprendiendo que su buena amiga
tenía cierta razón—… a partir de mañana evitaré a Blas.
Sin terminar de comer, se retiró a su habitación en busca de una soledad que precisaba disfrutar.
Una vez allí, abrió el armario y observó el vestido azul que hacía años le regaló el señor Teodoro. Tras volver a dejarlo oculto bajo un abrigo, cerró la puerta.
Seguidamente cogió un libro del primer cajón de su mesilla, fue pasando páginas hasta encontrar una fotografía y se quedó muy quieta, durante unos minutos, mirando a un joven que sonreía.
—Tienes razón... No sé de qué color es el odio, no sabía que el odio tuviese color —murmuró—. Tú sí que eres un lunático. ¿Qué voy a hacer contigo, Blas? ¿Qué puedo hacer contigo?
Sin apenas ser consciente de lo que hacía, Helena paseó la yema del indice de su mano diestra por el contorno de la imagen del señor Teodoro.
Alguien más estaba en la habitación, alguien a quien Helena no podía ver ni sospechar que pudiera estar allí... Era un Ángel Cupido que la contemplaba sin perder detalle y que, en ningún momento, intentó lanzarle flecha alguna. Ese no era su cometido porque en aquella habitación sobraba amor.
∎∎∎
Por la noche, en su cama, Nicolás no podía
conciliar el sueño. Daba vueltas y más vueltas buscando una postura cómoda que
le permitiera dormir. Se sentía tan feliz que llegó a tener miedo. Se
preguntaba si era posible que una persona fuese plenamente feliz.
“Por favor, Dios mío, cuida de mi padre y de
mi abuela. Sobre todo de mi padre. Por favor, Dios mío” —rezó, inquieto.
Como respuesta a su petición; un viento
huracanado, violento y agresivo comenzó a soplar de un modo salvaje. El viento
parecía querer derribar puertas, ventanas, paredes… y arremeter contra todos
los que se hallaban en el interior de la casa.
La inquietud de Nicolás aumentó, frunció el
ceño y apretó sus puños con fuerza.
“No dejaré que nadie le haga daño a mi padre”,
se dijo recordando, con encono, a Álvaro Artiach.
Más tarde y, no consiguiendo dormir, se
levantó y fue a la habitación del señor Teodoro. Se metió en su cama con sigilo.
El hombre dormía, pero se despertó cuando notó el abrazo de su hijo. Sin decir
nada, besó la cabeza del crío y correspondió a su abrazo. Nicolás sonrió en la
oscuridad, sin prestar oídos a los aullidos del viento.
—¿No eres un poco mayor ya para meterte en mi cama? —preguntó el señor Teodoro.
—Si soy mayor para meterme en tu cama, también soy mayor para que me des cachetes o castigues —respondió Nicolás de inmediato.
El señor Teodoro esbozó una amplia sonrisa.
—Tienes razón —aceptó—. ¿Sabes una cosa, Nico?
Comprendo que tu madre sea una desconocida para ti, pero te juro que la encontraré y te encantará conocerla porque es tan inmadura como tú o quizás más.
Tras estas palabras, el señor Teodoro se rió y finalmente consiguió contagiar su risa a Nicolás.
Y ninguno de los dos hizo caso a los feroces gritos del viento.
Págs. 776-783
Este jueves dejo en el lateral del blog una preciosa canción de Sarah Brightman y Fernando Lima... "La Pasión"
Espero que hayáis pasado un estupendo verano... y a quien siga de veraneo, pues que lo disfrute
Como este mes es algo vacacional todavía... publicaré el próximo capítulo el día 18
Y el día 29 de septiembre publicaré una entrada especial por ser el segundo año que este blog comenzó
Intentaré que sea una entrada divertida y que lo paséis bien
No me preguntéis nada al respecto porque quiero que sea una auténtica sorpresa... una sorpresa agradable ;-)