Un nuevo premio ha llegado a la Estación.
El honor se lo debo a Nena Kosta y a su estupendo blog Historias Desde El Tren. Y a Lidia y a su estupendo blog Cafés En Solitario
Todo lo referente a este premio lo encontraréis en Menciones(11).
Gracias
CAPÍTULO 65
UN AÑO NUEVO QUE COMIENZA MUY MAL
N
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icolás no quiso seguir bailando. Estaba malhumorado,
se apoyó en la barra del bar, alterado y con cara hosca. La cabeza y la
garganta le dolían muchísimo y esto no ayudaba a mejorar su humor. Natalia se
acordó del cotillón y ella y Bibiana fueron a su mesa para recoger las bolsas.
Cuando regresaron vieron a Nicolás bailando con una joven desconocida de
cabello rubio. Sin duda la chica debía haberse sentido atraída por aquel
muchacho alto, fuerte y guapo.
—Vámonos de aquí —dijo Natalia, bastante
celosa.
Las niñas se dirigieron a las butacas donde estaban
acomodados los adultos. Natalia se sentó, muy enfadada.
—¿Dónde está Nico? —le preguntó el señor
Teodoro.
—¡Que se vaya a freír
espárragos! ¡Es un imbécil! —exclamó la chiquilla, irritada— Está bailando y
tonteando con una chica que, por lo menos, debe ser siete años mayor que él.
El semblante del señor Teodoro se oscureció y se
levantó con rapidez. Se fue en busca del
chaval y no tardó en volver con él, obligándole a sentarse en una butaca al
lado de Emilia. Nicolás no levantó la cabeza, estaba sofocado y se sentía
humillado.
—¡Que no te vuelva a ver con una chica mayor
que tú! —le dijo Blas,
muy enfadado— ¡Eres un
niñato y estás castigado! No se te ocurra moverte, se ha acabado la fiesta.
El niño no lograba entender por qué su tutor se
había enfurecido de ese modo, no había
hecho nada malo, simplemente estaba bailando.
El señor Teodoro advirtió la ausencia de Patricia y
salió en su busca. La señora Sales consoló a Nicolás.
—No
te enfades con Blas —le susurró, acariciándole el cabello—. Hace tiempo, tú ni
siquiera habías nacido, una mujer siete años mayor que él le hizo mucho daño.
Por ese motivo no quiere que te acerques a chicas mayores que tú, no quiere que
nadie te haga daño.
Nicolás levantó la cabeza y miró a Emilia.
—¿Una
mujer le hizo daño a Blas? —interrogó— ¿Quién era esa mujer?
La señora Sales sonrió con tristeza.
—Eso
no me corresponde contártelo —respondió—. Tal vez, un día, Blas te lo cuente.
Nicolás se quedó pensativo preguntándose quién
sería la mujer que le hizo tanto daño a su tutor. Natalia abrió el cotillón, se
aproximó a su primo y le roció la cabeza con confeti.
—¡Eres
tonta, Nat! —exclamó el chiquillo, enfadado. Se levantó para sacudirse el pelo.
Algunos papelillos, de diferentes colores, cayeron al suelo pero la gran
mayoría continuaron enredados en su cabello.
—Voy
a buscar mi abrigo, tengo frío.
—Nico,
Blas te ha dicho que no te muevas de la butaca —le recordó Emilia—. Espera a que venga, no
puede tardar.
—¡Tengo
frío! —insistió el crío encaminándose hacia el guardarropa— Vuelvo enseguida.
Nicolás vio salir del local a Lázaro, en
solitario, Sandra no le acompañaba. El niño pidió su abrigo y se lo puso.
Estaba tiritando, se dio la vuelta y se encontró de frente con Elisa y Bruno
Rey. Los hermanos habían cenado en el hotel y acababan de llegar. Ambos estaban
bastante ebrios.
—¡Vaya,
mira a quien tenemos aquí! —exclamó el señor Rey con voz socarrona.
—¿Puedes prestarme mil doscientos
dívares? —le preguntó Nicolás de sopetón, dejando perplejo al
hombre— Te lo
devolveré con intereses, no quiero nada tuyo. Te devolveré mil doscientos
cincuenta dívares. Ahorro bastante deprisa, pero, ahora, necesito el dinero
para comprar unos regalos.
El señor Rey estalló en sonoras carcajadas.
—¡Tú eres necio perdido! —le insultó, burlándose
sin piedad— ¡Ve a pedirle dinero prestado al señor
Teodoro! ¡Yo no tengo nada que ver
contigo, imbécil!
Nicolás sintió crecer una oleada de furia en su
interior y propinó una patada, bien fuerte,
a una pierna de su supuesto padre. El hombre bramó, dolorido, y se
encorvó para frotar su muslo derecho.
ῳῳῳ
El señor Teodoro tardó en encontrar a Patricia. Al
fin la vio en un rincón oscuro, besándose con un muchacho de unos dieciséis
años. La cogió de un brazo y la apartó del zagal. La chiquilla estaba encantada
de que hubiese ido a buscarla.
“Parece que está muy cabreado”, pensó.
“Posiblemente, está celoso”.
—¿Dónde está Nico? —preguntó Blas, crispado,
cuando llegaron a las butacas y vio la del niño, desocupada.
—Ha ido al guardarropa a
coger su abrigo —respondió Emilia—. Decía que tenía frío.
—¿Frío? —repitió el joven,
sorprendido— ¡Qué disparate!
¡Pero si aquí dentro hace mucho calor! ¡Ha tenido que subirle la fiebre,
vámonos a casa!
Se dirigieron al guardarropa y la escena que vieron
les dejó atónitos. Bruno Rey estaba sentado en el suelo, maldiciendo y
quejándose de sufrir un terrible dolor en una rodilla.
—¡Todo es culpa de Nico! —declaró Elisa con ojos
exaltados— Le ha pedido
a mi hermano mil doscientos dívares para comprar regalos, el muy tontaina le ha
dicho que ahorra muy rápido y que le devolvería mil doscientos cincuenta.
Lógicamente, Bruno se ha negado y Nico lo ha atacado. ¿Qué clase de modales
enseñas a esa fiera descerebrada, Blas?
—¿Dónde está el niño? —indagó el señor Teodoro,
fuera de sí.
—Se ha ido a la calle —le informó el señor
Tobías—. He
intentado detenerlo, pero me ha dado un violento empujón. Parecía muy
desquiciado.
—¡Ese muchacho es un
peligro, estoy cansado de decirlo! —manifestó el señor
Francisco, escupiendo saliva por doquier.
Blas salió del local, precipitadamente, sin recoger
su abrigo. Su madre le siguió, angustiada. Vieron a Nicolás, que subía la cuesta de la calle, lentamente y trastabillando,
como si fuese a caer de un momento a otro. El señor Teodoro lo
alcanzó de inmediato.
—Nico, ¿qué te pasa? —indagó el hombre,
sobresaltado.
—Bas, tengo
fío —contestó el
chiquillo sin pronunciar la ele ni la erre. El color de su tez era blanquecino.
El señor Teodoro tocó la frente del chaval, estaba
excesivamente caliente. Sin preámbulos, cogió al chiquillo en brazos, se giró y
gritó a la señora Sales que avisara al doctor Pascual y, que ella y las niñas,
subieran a la villa con el médico. También le dijo que el señor Tobías se
encargara de llevar a casa a Gabriela y a Estela. Después corrió, desenfrenado,
hacia el todoterreno. Acostó al niño en uno de los asientos traseros y puso el
vehículo en marcha. Por fortuna ningún otro vehículo obstruía su paso. Se
dirigió a villa de Luna a toda velocidad.
Recordó, con lágrimas en los ojos, que Nicolás lo llamaba “Bas” cuando era muy pequeño porque tenía dificultad en pronunciar
la ele y, hacía unos instantes, había vuelto a hacerlo. Conduciendo como un
poseso llegaron a la villa.
El señor Teodoro volvió a tomar en brazos a Nicolás
y lo llevó a su habitación. Allí le quitó la ropa, el chiquillo se quejaba de
tener frío y, a toda costa, quería ponérsela de nuevo. A continuación, el
hombre tuvo que bregar con el niño hasta conseguir que se tomara un antitérmico
con un poco de agua y ponerle un termómetro.
El ambiente en la casa era muy cálido, pero Nicolás
temblaba de pies a cabeza. Y su tutor comenzó a temblar también, de ansiedad y
de miedo, cuando vio que la temperatura que marcaba el termómetro pasaba,
ligeramente, de los cuarenta grados. Corrió al cuarto de baño y abrió el grifo de
la bañera.
Cuando regresó a la habitación vio que Nicolás se
había abrigado con una colcha. Se la quitó y llevó al muchacho a la bañera,
sumergiéndolo en el agua. El niño se debatía débilmente hasta que dejó de
oponer resistencia. Blas, inclinado, lo sujetaba para evitar que el agua cubriera
su cabeza. Nicolás tenía los ojos cerrados y no pudo ver llorar a su tutor.
Pasaron diez
largos e interminables minutos y el señor Teodoro sacó al chiquillo de la
bañera y lo vistió con un albornoz.
—Blas, tengo frío, tápame —dijo Nicolás con
cansancio.
El señor Teodoro experimentó cierto alivio ya que el
chiquillo había pronunciado perfectamente la ele y la erre. Lo llevó a la
habitación y tras asegurarse de quitarle toda la humedad del cuerpo, lo acostó.
Al niño le pareció entrar en el Paraíso, aunque su felicidad no fue plena
porque el señor Teodoro tuvo que molestarlo para ponerle el termómetro. La temperatura seguía siendo alta, pero había descendido a treinta y
nueve grados.
Nicolás se arropaba con una fina sábana e intentó
alcanzar la colcha pero su tutor la apartó.
—Eres un pesado, ¿no ves
que tengo frío? —protestó lánguidamente— ¿Por qué no me dejas
tranquilo?
El señor Teodoro se mantuvo en silencio y el
muchacho cerró los ojos. Estaba agotado y deseaba dormir en la confortable
cama, sin embargo el horrible dolor de garganta parecía dispuesto a darle la
lata.
Viendo al niño tranquilo, el señor Teodoro aprovechó
la oportunidad para desprenderse de su traje mojado y ponerse un chándal. Cuando regresó a su lado vio que este
se había tapado con la colcha. El hombre volvió a
apartarla.
—Idiota más que idiota —murmuró Nicolás, quejoso.
El señor Teodoro colocó una pequeña toallita, que
previamente había humedecido, en la frente del niño, y se sentó junto a él,
observándolo atentamente. Varias veces tuvo que colocar la toalla sobre la
frente del muchacho que, no consiguiendo dormir, la desterraba de un manotazo.
Transcurrido un tiempo entraron en la habitación la
señora Sales, seguida del doctor Pascual. Este era un hombre de unos cincuenta
años, de aspecto bondadoso.
—Vamos a ver qué le ocurre
a este mozo —dijo el
médico en tono desenfadado, pretendiendo restarle gravedad a la circunstancia.
—He tenido que meterlo en
la bañera, tenía más de cuarenta grados de fiebre, le ha bajado a treinta y
nueve —le explicó
Blas.
El doctor Pascual examinó minuciosamente a Nicolás,
que no estaba por la labor y estaba deseando que lo dejaran dormir en paz. Tras
auscultarle pecho y espalda le observó la garganta, enfocando con una luz su
boca.
—¡Bien! —exclamó el hombre,
satisfecho— A veces la
fiebre es muy exagerada, pero no se trata de nada grave. No tenemos pulmonía,
ni neumonía ni bronquitis. Tenemos una faringitis agudísima. Hay que darle
antibiótico, mi duda es si inyectable o en comprimido. Yo tengo predilección
por las inyecciones, no hay nada como las inyecciones. La vieja escuela…
—¡No! —chilló Nicolás, pese al dolor de garganta que padecía— ¡No quiero inyecciones,
ni una! ¡Emilia!
El doctor Pascual guiñó un ojo al señor Teodoro como
signo de complicidad.
—Bueno, en vista de que no
quieres inyecciones —le dijo a Nicolás—, espero que sigas muy al
pie de la letra mis instrucciones. Cuanto menos hables mejor y nada de salir a
la calle en tres días, hace mucho frío. Bebe muchos zumos y agua, prohibida la
leche, el queso o cualquier producto lácteo.
El muchacho asintió, muy conforme. El doctor le dio
una gragea que el chiquillo tomó acompañada de un poco de agua.
—Cada ocho horas, dale
una, durante tres días —encargó al señor Teodoro—. Creo que será más que
suficiente. Si la fiebre persistiera, me llamas. Te voy a dejar también
paracetamol para el dolor y jarabe por si comienza a toser. Blas, te veo muy
mala cara. ¿Te encuentras bien?
—Sí, claro. Es que me he
llevado un buen susto.
—Pues empieza a
tranquilizarte, todo está controlado. ¿Quieres que te deje alguna ayuda para
dormir?
—No, gracias. Tomaré tila.
El señor Teodoro acompañó al doctor Pascual hasta su
coche y le pagó muy generosamente la visita.
—Si tuviera muchos
pacientes como tú ya no sabría qué hacer con el dinero —sonrió el médico—. ¡Feliz Año Nuevo, Blas! Sigue preocupándome tu aspecto. ¿Seguro que estás bien?
—Lo mismo te deseo y
muchas gracias por todo. Y no te preocupes, que yo estoy perfectamente.
Blas estaba mintiendo...y ambos hombres se estrecharon las manos.
Págs. 503-510
Esta semana os dejo en el lateral del blog... una bonita canción de Alex Ubago y Amaia Montero.
Esta semana os dejo en el lateral del blog... una bonita canción de Alex Ubago y Amaia Montero.
"Me muero por conocerte"