EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 30 de mayo de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 65





Un nuevo premio ha llegado a la Estación.
El honor se lo debo a Nena Kosta y a su estupendo blog Historias Desde El Tren. Y a Lidia y a su estupendo blog Cafés En Solitario
Todo lo referente a este premio lo encontraréis en Menciones(11).
Gracias 





CAPÍTULO 65

UN AÑO NUEVO QUE COMIENZA MUY MAL


N
icolás no quiso seguir bailando. Estaba malhumorado, se apoyó en la barra del bar, alterado y con cara hosca. La cabeza y la garganta le dolían muchísimo y esto no ayudaba a mejorar su humor. Natalia se acordó del cotillón y ella y Bibiana fueron a su mesa para recoger las bolsas. Cuando regresaron vieron a Nicolás bailando con una joven desconocida de cabello rubio. Sin duda la chica debía haberse sentido atraída por aquel muchacho alto, fuerte y guapo.
            Vámonos de aquí dijo Natalia, bastante celosa.
Las niñas se dirigieron a las butacas donde estaban acomodados los adultos. Natalia se sentó, muy enfadada.
            ¿Dónde está Nico? le preguntó el señor Teodoro.
            ¡Que se vaya a freír espárragos! ¡Es un imbécil! exclamó la chiquilla, irritada Está bailando y tonteando con una chica que, por lo menos, debe ser siete años mayor que él.
El semblante del señor Teodoro se oscureció y se levantó  con rapidez. Se fue en busca del chaval y no tardó en volver con él, obligándole a sentarse en una butaca al lado de Emilia. Nicolás no levantó la cabeza, estaba sofocado y se sentía humillado.
            —¡Que no te vuelva a ver con una chica mayor que tú! le dijo Blas, muy enfadado ¡Eres un niñato y estás castigado! No se te ocurra moverte, se ha acabado la fiesta.
El niño no lograba entender por qué su tutor se había enfurecido de ese modo, no había hecho nada malo, simplemente estaba bailando.
El señor Teodoro advirtió la ausencia de Patricia y salió en su busca. La señora Sales consoló a Nicolás.
            —No te enfades con Blas —le susurró, acariciándole el cabello—. Hace tiempo, tú ni siquiera habías nacido, una mujer siete años mayor que él le hizo mucho daño. Por ese motivo no quiere que te acerques a chicas mayores que tú, no quiere que nadie te haga daño.
Nicolás levantó la cabeza y miró a Emilia.
            —¿Una mujer le hizo daño a Blas? —interrogó— ¿Quién era esa mujer?
La señora Sales sonrió con tristeza.
            —Eso no me corresponde contártelo —respondió—. Tal vez, un día, Blas te lo cuente.
Nicolás se quedó pensativo preguntándose quién sería la mujer que le hizo tanto daño a su tutor. Natalia abrió el cotillón, se aproximó a su primo y le roció la cabeza con confeti.
            —¡Eres tonta, Nat! —exclamó el chiquillo, enfadado. Se levantó para sacudirse el pelo. Algunos papelillos, de diferentes colores, cayeron al suelo pero la gran mayoría continuaron enredados en su cabello.
            —Voy a buscar mi abrigo, tengo frío.
            —Nico, Blas te ha dicho que no te muevas de la butaca —le recordó Emilia—. Espera a que venga, no puede tardar.
            —¡Tengo frío! —insistió el crío encaminándose hacia el guardarropa— Vuelvo enseguida.
Nicolás vio salir del local a Lázaro, en solitario, Sandra no le acompañaba. El niño pidió su abrigo y se lo puso. Estaba tiritando, se dio la vuelta y se encontró de frente con Elisa y Bruno Rey. Los hermanos habían cenado en el hotel y acababan de llegar. Ambos estaban bastante ebrios.
            —¡Vaya, mira a quien tenemos aquí! —exclamó el señor Rey con voz socarrona.
            ¿Puedes prestarme mil doscientos dívares? —le preguntó Nicolás de sopetón, dejando perplejo al hombre Te lo devolveré con intereses, no quiero nada tuyo. Te devolveré mil doscientos cincuenta dívares. Ahorro bastante deprisa, pero, ahora, necesito el dinero para comprar unos regalos.
El señor Rey estalló en sonoras carcajadas.
            ¡Tú eres necio perdido! le insultó, burlándose sin piedad ¡Ve a pedirle dinero prestado al señor Teodoro! ¡Yo no tengo nada que ver contigo, imbécil!
Nicolás sintió crecer una oleada de furia en su interior y propinó una patada, bien fuerte,  a una pierna de su supuesto padre. El hombre bramó, dolorido, y se encorvó para frotar su muslo derecho.
                                                                                 ῳῳῳ
El señor Teodoro tardó en encontrar a Patricia. Al fin la vio en un rincón oscuro, besándose con un muchacho de unos dieciséis años. La cogió de un brazo y la apartó del zagal. La chiquilla estaba encantada de que hubiese ido a buscarla.
            “Parece que está muy cabreado”, pensó. “Posiblemente, está celoso”.
            ¿Dónde está Nico? preguntó Blas, crispado, cuando llegaron a las butacas y vio la del niño, desocupada.
            Ha ido al guardarropa a coger su abrigo respondió Emilia. Decía que tenía frío.
            ¿Frío? repitió el joven, sorprendido ¡Qué disparate! ¡Pero si aquí dentro hace mucho calor! ¡Ha tenido que subirle la fiebre, vámonos a casa!
Se dirigieron al guardarropa y la escena que vieron les dejó atónitos. Bruno Rey estaba sentado en el suelo, maldiciendo y quejándose de sufrir un terrible dolor en una rodilla.
            ¡Todo es culpa de Nico! declaró Elisa con ojos exaltados Le ha pedido a mi hermano mil doscientos dívares para comprar regalos, el muy tontaina le ha dicho que ahorra muy rápido y que le devolvería mil doscientos cincuenta. Lógicamente, Bruno se ha negado y Nico lo ha atacado. ¿Qué clase de modales enseñas a esa fiera descerebrada, Blas?
            ¿Dónde está el niño? indagó el señor Teodoro, fuera de sí.
            Se ha ido a la calle le informó el señor Tobías. He intentado detenerlo, pero me ha dado un violento empujón. Parecía muy desquiciado.
            ¡Ese muchacho es un peligro, estoy cansado de decirlo! manifestó el señor Francisco, escupiendo saliva por doquier.
Blas salió del local, precipitadamente, sin recoger su abrigo. Su madre le siguió, angustiada. Vieron a Nicolás, que subía la cuesta de la calle, lentamente y trastabillando, como si fuese a caer de un momento a otro. El señor Teodoro lo alcanzó de inmediato.
            Nico, ¿qué te pasa? indagó el hombre, sobresaltado.
            Bas, tengo fío contestó el chiquillo sin pronunciar la ele ni la erre. El color de su tez era blanquecino.
El señor Teodoro tocó la frente del chaval, estaba excesivamente caliente. Sin preámbulos, cogió al chiquillo en brazos, se giró y gritó a la señora Sales que avisara al doctor Pascual y, que ella y las niñas, subieran a la villa con el médico. También le dijo que el señor Tobías se encargara de llevar a casa a Gabriela y a Estela. Después corrió, desenfrenado, hacia el todoterreno. Acostó al niño en uno de los asientos traseros y puso el vehículo en marcha. Por fortuna ningún otro vehículo obstruía su paso. Se dirigió a villa de Luna a toda velocidad. Recordó, con lágrimas en los ojos, que Nicolás lo llamaba “Bas” cuando era muy pequeño porque tenía dificultad en pronunciar la ele y, hacía unos instantes, había vuelto a hacerlo. Conduciendo como un poseso llegaron a la villa.
El señor Teodoro volvió a tomar en brazos a Nicolás y lo llevó a su habitación. Allí le quitó la ropa, el chiquillo se quejaba de tener frío y, a toda costa, quería ponérsela de nuevo. A continuación, el hombre tuvo que bregar con el niño hasta conseguir que se tomara un antitérmico con un poco de agua y ponerle un termómetro.
El ambiente en la casa era muy cálido, pero Nicolás temblaba de pies a cabeza. Y su tutor comenzó a temblar también, de ansiedad y de miedo, cuando vio que la temperatura que marcaba el termómetro pasaba, ligeramente, de los cuarenta grados. Corrió al cuarto de baño y abrió el grifo de la bañera.   
Cuando regresó a la habitación vio que Nicolás se había abrigado con una colcha. Se la quitó y llevó al muchacho a la bañera, sumergiéndolo en el agua. El niño se debatía débilmente hasta que dejó de oponer resistencia. Blas, inclinado, lo sujetaba para evitar que el agua cubriera su cabeza. Nicolás tenía los ojos cerrados y no pudo ver llorar a su tutor.
Pasaron diez largos e interminables minutos y el señor Teodoro sacó al chiquillo de la bañera y lo vistió con un albornoz.
            Blas, tengo frío, tápame dijo Nicolás con cansancio.
El señor Teodoro experimentó cierto alivio ya que el chiquillo había pronunciado perfectamente la ele y la erre. Lo llevó a la habitación y tras asegurarse de quitarle toda la humedad del cuerpo, lo acostó. Al niño le pareció entrar en el Paraíso, aunque su felicidad no fue plena porque el señor Teodoro tuvo que molestarlo para ponerle el termómetro. La temperatura seguía siendo alta, pero había descendido a treinta y nueve grados.
Nicolás se arropaba con una fina sábana e intentó alcanzar la colcha pero su tutor la apartó.
            Eres un pesado, ¿no ves que tengo frío? protestó lánguidamente ¿Por qué no me dejas tranquilo?
El señor Teodoro se mantuvo en silencio y el muchacho cerró los ojos. Estaba agotado y deseaba dormir en la confortable cama, sin embargo el horrible dolor de garganta parecía dispuesto a darle la lata.
Viendo al niño tranquilo, el señor Teodoro aprovechó la oportunidad para desprenderse de su traje mojado  y ponerse un chándal. Cuando regresó a su lado vio que este se había tapado con la colcha. El hombre volvió a apartarla.
            Idiota más que idiota murmuró Nicolás, quejoso.
El señor Teodoro colocó una pequeña toallita, que previamente había humedecido, en la frente del niño, y se sentó junto a él, observándolo atentamente. Varias veces tuvo que colocar la toalla sobre la frente del muchacho que, no consiguiendo dormir, la desterraba de un manotazo.
Transcurrido un tiempo entraron en la habitación la señora Sales, seguida del doctor Pascual. Este era un hombre de unos cincuenta años, de aspecto bondadoso.
            Vamos a ver qué le ocurre a este mozo dijo el médico en tono desenfadado, pretendiendo restarle gravedad a la circunstancia.
            He tenido que meterlo en la bañera, tenía más de cuarenta grados de fiebre, le ha bajado a treinta y nueve le explicó Blas.
El doctor Pascual examinó minuciosamente a Nicolás, que no estaba por la labor y estaba deseando que lo dejaran dormir en paz. Tras auscultarle pecho y espalda le observó la garganta, enfocando con una luz su boca.
            ¡Bien! exclamó el hombre, satisfecho A veces la fiebre es muy exagerada, pero no se trata de nada grave. No tenemos pulmonía, ni neumonía ni bronquitis. Tenemos una faringitis agudísima. Hay que darle antibiótico, mi duda es si inyectable o en comprimido. Yo tengo predilección por las inyecciones, no hay nada como las inyecciones. La vieja escuela…
            ¡No! chilló Nicolás, pese al dolor de garganta que padecía ¡No quiero inyecciones, ni una! ¡Emilia!
El doctor Pascual guiñó un ojo al señor Teodoro como signo de complicidad.
            Bueno, en vista de que no quieres inyecciones le dijo a Nicolás, espero que sigas muy al pie de la letra mis instrucciones. Cuanto menos hables mejor y nada de salir a la calle en tres días, hace mucho frío. Bebe muchos zumos y agua, prohibida la leche, el queso o cualquier producto lácteo.
El muchacho asintió, muy conforme. El doctor le dio una gragea que el chiquillo tomó acompañada de un poco de agua.
            Cada ocho horas, dale una, durante tres días encargó al señor Teodoro. Creo que será más que suficiente. Si la fiebre persistiera, me llamas. Te voy a dejar también paracetamol para el dolor y jarabe por si comienza a toser. Blas, te veo muy mala cara. ¿Te encuentras bien?
            Sí, claro. Es que me he llevado un buen susto.
            Pues empieza a tranquilizarte, todo está controlado. ¿Quieres que te deje alguna ayuda para dormir?
            No, gracias. Tomaré tila.
El señor Teodoro acompañó al doctor Pascual hasta su coche y le pagó muy generosamente la visita.
            Si tuviera muchos pacientes como tú ya no sabría qué hacer con el dinero sonrió el médico. ¡Feliz Año Nuevo, Blas! Sigue preocupándome tu aspecto. ¿Seguro que estás bien?
            Lo mismo te deseo y muchas gracias por todo. Y no te preocupes, que yo estoy perfectamente.
Blas estaba mintiendo...y ambos hombres se estrecharon las manos.

Págs. 503-510

Esta semana os dejo en el lateral del blog... una bonita canción de Alex Ubago y Amaia Montero.
"Me muero por conocerte"                                                                                                                                                                                                                                            

jueves, 23 de mayo de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 64





















CAPÍTULO 64

NOCHEVIEJA


E
n el camino se detuvieron delante de la casa de Estela y esta y su hija subieron al vehículo.
          ¡Un año más que se nos escapa! exclamó la señora Miranda A mi edad no debería celebrar este tipo de cosas.
          No te quejes rió la señora Sales, tienes tres años menos que yo y lo importante es que estamos vivas y con ganas de juerga. Por otra parte, ¿crees que el año no se nos escaparía por quedarnos en casa?
Cerca de la pista de tenis el señor Francisco aguardaba en el interior de su coche, con su familia, la llegada del señor Teodoro. En cuanto vio aparecer el todoterreno se puso en marcha, canturreando, de un humor excelente. Conducía con precaución ya que la carretera estaba congelada. En los bordes de la misma, junto a la maleza, aún se podían ver pequeñas máculas de nieve, donde los rayos del radiante sol de la mañana no habían podido penetrar.
Llegaron enseguida a Luna y se internaron por una de sus estrechas calles. Aparcaron los coches en el centro del pueblo, en una amplia plaza, donde estaban ubicados el modesto ayuntamiento, un banco, la comisaría de Tobías y la Iglesia.
El frío era intenso y caminaron deprisa, cuesta abajo, por una calleja paralela a la Iglesia. Jaime y Julián estaban entusiasmados al igual que Natalia, Bibiana y Nicolás. Patricia estaba algo decepcionada, no comprendía por qué no se dirigían al lujoso hotel instalado en la parte moderna del pueblo. Sin duda, Elisa, era la más lista de todos. Lástima que no la hubiese invitado para acompañarla; en el gran hotel hubiese podido lucir mejor su ropaje.
El hotel era un castillo por fuera y debía ser fantástico por dentro. Lo que Patricia ignoraba era que el señor Teodoro y el señor Francisco preferían pasar la Nochevieja de un modo sencillo y con la gente llana del pueblo, quienes eran realmente sus amigos.
Jaime y Julián, que iban corriendo, fueron los primeros en llegar y detenerse delante de una puerta ancha, de hierro. La puerta estaba adornada con flores de Pascua. Los niños abrieron la puerta y entraron seguidos de todos los demás. El local estaba muy bien acondicionado; había buena luz, mesas redondas con manteles navideños de papel, sillas con cojines en el respaldo y en el asiento. En cada mesa destacaban dos velas rojas. En la parte izquierda habían dejado una zona libre para que la gente bailara después de la cena y una barra de bar donde se servirían bebidas. Del techo colgaban bolas doradas, microluces con funciones alternas de luz clara y multicolor, guirnaldas decoradas con piñas rojas. Un gigantesco abeto de fibra óptica presidía el lugar donde estaban colocadas butacas y mesas rectangulares con una flor de Pascua sobre ellas.
El señor Teodoro, el señor Francisco, la señora Emilia, la señora Marina, Estela y Gabriela fueron saludados por muchas personas. El señor Tobías le comentó a Blas lo mucho que había sentido lo sucedido con Fernando y que, por supuesto, ni el señor Humberto ni su mujer habían acudido a la velada. También le preguntó por Elisa, extrañado de no verla.
          Se ha ido esta mañana y no sé nada de ella respondió el señor Teodoro. Seguramente habrá preferido cenar en el hotel.
Todos se quitaron los abrigos y los dejaron en el guardarropa. El ambiente era cálido ya que numerosas estufas funcionaban a todo gas.
El señor Teodoro, Gabriela, Estela, Francisco y Marina tomaron asiento. Los niños se sentaron en una mesa contigua. La señora Sales se acercó a Nicolás para recordarle que bebiera agua y que no comiera demasiado.
          Ten cuidado, Nico, o te puede subir la fiebre le advirtió.
          ¿Y por qué estos mocosos se tienen que sentar con nosotros? protestó el chiquillo refiriéndose a Jaime y a Julián.
          Aquí, el gran mocoso eres tú le riñó la mujer. No empieces a armar jaleo, Nico, o le digo a Blas que te lleve a la mesa con nosotros.
Nicolás no dijo ni una palabra más y Emilia se marchó a sentarse junto a su hijo.
          ¿Todo va bien? preguntó este.
          Vigila de vez en cuando al niño respondió su madre.
          Tranquila, desde aquí lo veo perfectamente.
A las nueve menos cuarto comenzó a servirse la cena. De entrante pusieron aceitunas, espárragos, almendras, avellanas, cacahuetes y fiambre variado. Para beber, vino, agua y refrescos.
Reinaba la algarabía, todo el mundo charlaba y reía, animado. Nicolás se puso la chaqueta que había dejado colgada de su silla. A pesar de las estufas, sentía frío. De buen agrado hubiese ido a buscar su abrigo al guardarropa pero, eso, haría sospechar a Blas y a Emilia que la fiebre le estaba subiendo.
El primer plato consistió en un suculento entrecot, acompañado de verdura y patatas. El segundo, lenguado y marisco variado. De postre, diferentes clases de fruta y flanes. A continuación se repartieron turrones, bombones y mazapanes. Finalmente entregaron a cada uno una bolsita con las doce uvas de la suerte y el tradicional cotillón.
Nicolás casi no comió nada y bebió bastante agua. Se reía y bromeaba continuamente, aumentando su afonía y malestar general.
Llegó la sidra a la mesa de los menores y el cava a la de los adultos. A las doce menos cinco Nicolás consultó su reloj.
          Me voy a la mesa, con Emilia y Blas anunció a sus compañeros. Le he prometido a Emilia que serían los primeros a los que felicitaría el Año Nuevo. Le hace ilusión.
El niño se levantó llevando consigo un platito donde había colocado sus doce uvas. Cogió también su silla, y la arrastró a la mesa de los adultos. Estos conversaban animadamente. De inmediato, la señora Sales y el señor Teodoro le hicieron un hueco para que se sentara en medio de ambos.
Un hombre pidió silencio cuando solo faltaban dos minutos para que comenzaran a sonar las campanadas de un viejo reloj de pared que habían instalado en el local.
El sonido de las campanas empezó a oírse y todos engulleron las uvas a su compás.
“Dong, dong, dong…”  Y así hasta completar las doce.
          ¡Feliz Año Nuevo a todos! ¡Felicidad para todos! vociferó el mismo hombre que anteriormente había pedido silencio.
Nicolás sonrió a Emilia. La abrazó y la besó en las mejillas.
          ¡Feliz Año Nuevo! le dijo con gran cariño Te quiero muchísimo, no se puede querer más.
          ¡Feliz Año Nuevo, amor mío! dijo la mujer, enternecida, con los ojos muy llorosos.
El muchacho se volvió hacia el señor Teodoro.
          Feliz Año Nuevo, Blas.
          Nada de manos se negó su tutor. Dame un fuerte abrazo. Feliz Año Nuevo, hijo mío.
El señor Teodoro abrazó al chiquillo, besando con ternura su cabeza. Nicolás correspondió al abrazo con todas sus fuerzas, que eran escasas, puesto que se encontraba débil. Aquel abrazo lo hizo sentirse muy dichoso. Seguidamente felicitó a Gabriela, que estaba especialmente guapa aquella noche; luego felicitó a Estela, a Francisco y a su esposa Marina. Después regresó a su mesa para abrazar a Natalia y a Bibiana. A Patricia le dio un par de besos por compromiso y estrechó las manos de Julián y Jaime, también por compromiso.
La señora Sales abrazó a su hijo, muy emocionada.
          Feliz Año Nuevo, mamá le sonrió Blas. Todo va a ir bien, te lo prometo.
Estela había observado los abrazos entre Nicolás, Emilia y el señor Teodoro. Unas lágrimas inoportunas empañaron sus ojos y sintió una punzada en su corazón.
Nicolás brindó con Natalia y Bibiana y bebió un poquito de sidra. La música comenzó a sonar, y los niños corrieron a la pista de baile. También los adultos, incluidas Emilia y Estela, se animaron a bailar. La diversión duró apenas veinte minutos. Lázaro y Sandra, que bailaban entre la gente, vieron a Nicolás y le propinaron un fuerte empujón deliberado.
El muchacho se encontraba algo aturdido y la embestida le hizo caer al suelo. Un hombre le pisó la mano a propósito. Este hombre era Víctor Márquez. Nicolás se levantó, lentamente, no vio al señor Márquez pero sí vio la sonrisa desvergonzada de Lázaro. El chiquillo, furioso, le asestó un puñetazo con la mano lastimada. El novio de Sandra se tambaleó y cayó sobre otras personas. La gente se fue apartando y empujándose unos a otros. Los empujones llegaron hasta el señor Teodoro que bailaba con Gabriela.
          ¡El dichoso Nico ya está armando bronca! gritó el señor Francisco, enojado ¡Se está peleando con Lázaro!
El señor Teodoro dejó a Gabriela en el acto y corrió a sujetar a Nicolás que se disponía a volver a pegar a Lázaro. El señor Tobías también se acercó.
          ¡Nico está desorientado! chilló Sandra, histérica Lo hemos empujado sin querer y ¡miren, qué puñetazo le ha dado a mi novio!
          Es totalmente cierto lo que dice la señorita, he sido testigo habló Víctor Márquez, lo he presenciado todo.
Hasta ese momento el señor Teodoro no se había percatado de que aquel hombre estuviera en la fiesta y no le hizo ninguna gracia verlo allí. Lázaro se tapaba la boca con un pañuelo que se iba empapando de sangre. Nicolás se debatía inútilmente intentando liberarse de las manos de su tutor.
          Nico, vete a aquella parte a bailar con las niñas le ordenó este, señalando un lugar alejado.
          ¡Que se vayan ellos! exclamó Nicolás, exaltado    ¡Están mintiendo, se han metido con nosotros y me han tirado al suelo! ¡Y Lázaro se estaba burlando!
          ¡Te he dicho que te vayas tú! le gritó Blas, nervioso.
El muchacho obedeció con semblante huraño, seguido de Natalia y de Bibiana. Patricia prefirió quedarse.
          Los niños ya se han ido declaró el señor Teodoro mirando, con frialdad, a Lázaro y a Víctor Márquez. Por su bien, espero que no se acerquen a ellos.
Seguidamente volvió junto a Gabriela, y ambos acompañaron a Emilia y a Estela a sentarse en las butacas preparadas para el descanso de los menos atrevidos.
La señora Sales se había asustado con lo ocurrido y le pidió a su hijo que cogiera a Nicolás y se marcharan a casa.
          Es un poco pronto, mamá replicó Blas. Tranquila, no va a pasar nada. Los niños se están divirtiendo, no quiero aguarles la fiesta.
Un camarero se acercó y le ofreció una copa de champán; el señor Teodoro la aceptó y como el pensamiento es libre... además de tener la licencia de que nadie puede hurgar o escudriñar en él, le deseó un muy feliz año, donde quiera que estuviese, a la mujer que afirmaba odiar. Apuró el burbujeante líquido de un solo trago... y sonrió, levemente, imaginando que ella jamás le desearía un feliz año. O quizás sí.
La duda le provocó una sonrisa menos liviana.

Págs. 495-501

Este jueves dejo en el lateral del blog una canción muy bonita de Enrique Iglesias.
"Pueden pasar 3000 años"

jueves, 16 de mayo de 2013

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 63


Este magnifico libro lo ha escrito
Tamara Villanueva.

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CAPÍTULO 63

UNA PEQUEÑA TRAMPA


C
uando la cena estuvo servida sobre la mesa, Elisa se presentó en el salón. Iba vestida con un pijama de seda de color rosa pálido.
          Podrías colaborar un poco más en casa, ¿no te parece? le recriminó el señor Teodoro con dureza.
          Yo no despedí a Sandra contestó la mujer en un tono muy antipático.
          Sandra no volverá a poner un pie en esta casa afirmó, rotundo, el señor Teodoro.
Emilia se acercó al sofá donde estaban su hijo y Nicolás. La señora llevaba un plato con una tortilla a la francesa.
          Anda, ve a cenar, Blas. Yo le daré la tortilla al niño. Está calentita, recién hecha, le sentará bien.
El joven se fue hacia la mesa y la señora Sales se sentó junto a Nicolás. Troceó la tortilla y pinchando un pedazo, con el tenedor, lo introdujo en la boca del chaval.
          ¿Qué ocurre con Nico? indagó Elisa.
          Tiene fiebre respondió Emilia.
          ¡Ah!, entonces es posible que el mundo concluya su existencia cotidiana declaró Elisa con ironía—. Y tú, Blas, deberías emborracharte para olvidar que el niño está enfermo y cierta obsesión. Beber bastante cantidad de vino puede ayudar a limpiar tu mente y despejarla.
El señor Teodoro la miró, con furia, pero prefirió no discutir con ella por deferencia a los niños.
Bibiana tuvo la fuerte convicción de que el gran consentido de aquella casa era Nicolás. Natalia hacía lo que quería porque, en realidad, Elisa pasaba de ella. Sin embargo, Nicolás estaba muy arropado y protegido tanto por Blas como por Emilia. Jamás en su vida alguien le había dado comida a la boca por el hecho de tener fiebre.
El niño se terminó la tortilla y la señora Sales le dio otro vaso de agua templada con limón y miel.
          ¿Cómo estás, cariño? le preguntó la mujer.
          Estoy mucho mejor mintió el muchacho con voz ronca. Emilia, mañana quiero ir a la fiesta de Nochevieja. Prométeme que iré.
          Claro que sí, tesoro sonrió la señora. Mañana estarás completamente bien. Ahora lo mejor es que te acuestes. Descansar te irá bien.
El chiquillo asintió, muy dócil. Se levantó y se aproximó a la mesa para dar las buenas noches y decir que se iba a dormir.
          Acuéstate en mi cama le dijo su tutor.
          Vale aceptó Nicolás, sumiso.
El señor Teodoro cenó poca cosa, se dirigió a la cocina seguido de su madre. Allí cogió una jarra de agua con limón y miel que la señora Sales había preparado, también cogió jarabe, una caja de pastillas y un termómetro.
          Cariño, el niño tiene mucha ilusión de salir mañana comunicó Emilia. Ten en cuenta que este va a ser el primer año que celebramos la Nochevieja fuera de casa. Supongo que la fiebre le bajará y, aunque tenga una poca, no va a pasar nada. 
             Veremos cómo está mañana declaró Blas. Buenas noches, mamá. 
El hombre besó a la mujer y se fue a su habitación. Nicolás estaba acostado. El señor Teodoro se acostó junto a él  y le dio de beber agua cada vez que tuvo un acceso de tos. También lo despertó dos veces para darle jarabe y pastillas. 
         —Me dejarás ir a la fiesta, ¿verdad, Blas? era la pregunta del muchacho cuando su tutor lo despertaba. 
             —Ya veremos, Nico era la respuesta del joven.

El señor Teodoro pasó muy mala noche, tocando constantemente la frente del niño. A las siete de la mañana volvió a ponerle el termómetro sin que el chaval se enterara. La temperatura había descendido a treinta y siete grados y medio. Blas comenzó a tranquilizarse y consiguió quedarse dormido. A las diez, la señora Sales acudió al dormitorio llevando una bandeja con dos vasos de zumo de melocotón y unas tostadas con mermelada de frambuesa.

Aquella mañana tenía un aspecto inmejorable, un sol esplendoroso lucía en un cielo azul muy intenso. Del manto blanco de nieve quedaban algunos restos que los rayos del sol parecían querer borrar por completo.

La mujer sonrió, con ternura, viendo a sus dos grandes amores durmiendo pacíficamente. Colocó las patas de la batea de manera que Nicolás quedó en el centro de la misma. El niño se despertó.

          Tómate el vaso de zumo y dos tostadas susurró Emilia.

Nicolás se incorporó y se sentó en la cama. Miró al señor Teodoro que continuaba dormido a su lado.
         —¿Cómo te encuentras? preguntó la señora Sales en voz muy baja. No quería despertar a su hijo, suponía que habría descansado muy poco durante la noche.
El señor Teodoro notó cierto movimiento y se despertó, pero no abrió los ojos.
          Estoy muy bien respondió el chiquillo con afonía.
Bebió lentamente el zumo, la garganta le seguía doliendo y al tragar percibía más el dolor—. Quiero ir esta noche a la fiesta manifestó, desalentado. Pero no sé si Blas me va a dejar. Convéncelo, Emilia, a ti te hace caso.
La señora Sales tocó la frente del niño y le pareció que aún tenía fiebre.
          Tendré que darte antibiótico declaró. A Blas no le va a hacer gracia, pero es que sigues teniendo fiebre.
          Pues dámelo y no se lo diremos solucionó el chaval. Blas es un pesado y estoy seguro de que sigo teniendo fiebre por culpa de él, porque me pone nervioso. Hoy me vigilas tú la temperatura, él que no me ponga el termómetro. También podemos romperlo o esconderlo.
Emilia suspiró, moviendo la cabeza negativamente.
          ¡No empieces, Nico! exclamó sin alzar la voz No se te ocurre idea buena. ¿Es que quieres quedarte sin salir esta noche? Procura no hacer enfadar a Blas hoy. Ten más picardía y más sentido común.
El señor Teodoro simuló un bostezo y fingió que acababa de despertarse. Abrió los ojos y sonrió a su madre.
          Buenos días saludó, incorporándose hasta quedar sentado. ¡Vaya, esto sí que es un lujo! ¡El desayuno en la cama! ¡Me muero de hambre!
La señora Sales se percató del cansancio que reflejaba su rostro. El joven cogió el vaso y se bebió el zumo de un trago. Luego atacó las tostadas y las devoró, con apetito, ya que la noche anterior había cenado muy poco.
Nicolás, que comía con desgana su primera tostada, le ofreció la segunda a su tutor.
          Cométela tú le dijo. Parece que tienes hambre.
          No, Nico se negó el hombre, levantándose. Ya comeré algo más en la cocina.
          Blas, yo quiero ir esta noche a la fiesta. Me hace mucha ilusión. Déjame ir, por favor le rogó el chiquillo. Te prometo que no volveré a salir desabrigado a la calle.
El señor Teodoro miró al muchacho, seriamente.
          A las siete de la tarde te pondré el termómetro manifestó. Si tu temperatura es superior a treinta y siete y medio... no habrá fiesta.
Seguidamente se dirigió al cuarto de baño.
          Idiota más que idiota masculló Nicolás, malhumorado.
                                                                          ῳῳῳ
Nicolás permaneció toda la mañana en la habitación y también comió allí. Se aburría como una ostra y de cuando en cuando Natalia y Bibiana iban a hacerle compañía. Emilia le dio antibiótico y le aconsejó que continuara en la cama para recuperar fuerzas.
El señor Francisco llamó por teléfono diciendo que debían reunirse a las ocho en un almacén de Luna que habían acondicionado como salón para celebrar la despedida de un año y la llegada de otro.
El señor Teodoro le explicó que Nicolás estaba enfermo y que, tal vez, él y el crío no pudieran asistir.
          ¡Ese muchacho es más fuerte que una roca! vociferó el señor Torres, contrariado ¡Tenéis que venir a la fiesta! ¡Hay que recibir el Año Nuevo como Dios manda!
Gabriela decidió que ella tampoco iría a la fiesta en cuanto se enteró de que el niño tenía fiebre. Si Blas y Nicolás no iban, ella se quedaría con ellos. Lo mismo pensaban Natalia y Bibiana, pero Patricia quería salir a toda costa.
A las siete menos cuarto, la señora Sales fue a la habitación de su hijo y le puso el termómetro a Nicolás. El niño tenía treinta y ocho grados.
          ¡Ay, Nico! exclamó la mujer, disgustada Sigues teniendo fiebre alta.
          No se lo digas a Blas, yo me encuentro bien. Quiero ir a la fiesta imploró el muchacho.
Emilia manipuló el termómetro y este bajó a treinta y siete grados.
          Vamos a hacerle una pequeña trampa a Blas le dijo al chaval. Pero en la fiesta bebe solo agua y no comas demasiado. Tampoco hagas el burro, ¿de acuerdo?
El chiquillo asintió, entusiasmado. Se había pasado el día entero en la cama con el único fin de ir a la fiesta, no sería justo quedarse en casa.
El señor Teodoro entró en el cuarto a las siete y su madre le mostró el termómetro.
          Está bien dijo. Nico, puedes levantarte, ducharte y vestirte. Saldremos a celebrar la Nochevieja. Pero aún tienes algo de fiebre. No quiero que hagas el loco o te podría subir. ¿Me has oído bien?
          Me portaré de maravilla aseguró Nicolás, sonriendo ampliamente.
                                                                                 ῳῳῳ
Las niñas corrieron a prepararse, alborotadas, en cuanto se enteraron de que Nicolás sí iba a ir a la fiesta. A las ocho menos cuarto todos estaban de etiqueta y se reunieron en el salón. Las muchachas y la señora Sales vestían traje largo, estaban elegantes y muy guapas.
Bibiana se quedó boquiabierta cuando vio a Nicolás con un traje azul marino, camisa de un tono más claro y corbata a rayas a juego con el traje y la camisa. Vestido de esta forma parecía más mayor y le recordó terriblemente a Blas. Era increíble el parecido existente entre el muchacho y su tutor.
          Estáis muy guapas sonrió Nicolás, radiante, a pesar de no encontrarse nada bien. ¡Maldito catarro! No iba a permitir que le fastidiara la noche.
Todos cogieron abrigos y subieron al todoterreno del señor Teodoro. Todos, excepto Elisa... que tenía otros planes.

Págs. 487- 493

Hoy os dejo una canción en el lateral del blog. Es de la Quinta Estación. "El Sol no regresa" 
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