EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

domingo, 2 de febrero de 2020

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 151
















CAPÍTULO 151

CUANDO TIEMBLA EL CORAZÓN


H
elena y Matilde habían pasado una semana tranquila, apacible... Casi todas las mañanas se levantaron temprano y después de desayunar, siguiendo una de las márgenes del río subían una pendiente no muy pronunciada hasta arribar a la aldea situada a unos tres kilómetros de la casita del valle.
Los aldeanos, gente amable y sencilla, que conocían a Helena desde niña, se alegraban de sus continuas visitas y llenaban sus cestas con la mejor carne, leche, fruta, verduras y huevos, que Maura hubiese envidiado y deseado tener en su cocina de la mansión.
Al regreso, Helena se empeñaba en volver por otro camino y, forzosamente, tenían que pasar por un desfiladero escarpado.
A Helena le encantaba ir por allí, por el pasadizo del valle, como lo llamaba desde que lo descubrió cuando tan solo era una pequeña soñadora.
Matilde sudaba, a pesar del frío febrero, y sufría sin remedio.
Sentía una terrible claustrofobia transitando por aquel camino estrecho e imaginaba, con espanto, como las paredes se juntaban y las aprisionaban.
Helena se reía de su miedo y Matilde, sofocada, la instaba a caminar deprisa y le aseguraba que no volvería a pasar por ese sendero del demonio. Pero volvía a pasar.
Aquella noche, la de la séptima luna, ya habían cenado.
Y, a las diez, cuando llegó el todoterreno de Blas, estaban apoltronadas en un sofá de la sala de estar viendo una película de terror.
            —Esta noche lo pasaremos mal, tendremos alguna pesadilla —auguró Matilde, y se tapó los ojos para no ver a un desquiciado capturar a una chica en una vereda solitaria.
            —Esa chica es tonta —declaró Helena—. Sospecha que alguien la sigue. ¿Por qué no corre? Debería internarse en la espesura y coger un palo o una piedra...
            —No hace nada de eso porque es una película o porque está tan asustada como yo —replicó Matilde sin mirar la escena.
            —Cambia el canal si quieres —le dijo Helena—. Pero no entiendo tus temores. Sabes que no estamos solas en el valle, debe haber decenas de soldados apostados a nuestro alrededor.

Matilde iba a cambiar, con mucho gusto, el canal, cuando unos golpes asestados a la puerta principal la sobresaltaron. El mando de la tele se le cayó al suelo.
          —¿Quién puede ser a estas horas? —preguntó, alarmada.
            —El malvado de la película —bromeó Helena.
            —¡Ya está bien! —se enfadó Matilde.
            —Será algún soldado, ¿quién va a ser?
De nuevo, volvieron a oírse golpes en la puerta de la cocina.

            —Algo ha debido ocurrir. Vamos a ver qué sucede —dijo Matilde con cierta aprensión.


Y las dos recorrieron el pasillo, con forma de ele, hasta llegar a la cocina. Matilde encendió la luz; la mayestática lámpara de araña iluminó el lugar. Helena preguntó quién llamaba.
            —Soy Blas. ¿Puedes abrir, por favor? Hace frío aquí fuera.

Helena, tan asombrada como aturdida, retrocedió. Se alejó de la puerta como si esta estuviera ardiendo y las llamas pudieran quemarla.
Retrocedió hasta que se lo impidió la mesa de roble. Y el mismo hormigueo que sentía Blas, ese cosquilleo insoportable y delicioso a un tiempo, comenzó una alborotada excursión por su cuerpo.
Los latidos de su corazón se aceleraron. Estaba completamente segura de que iba a sufrir un infarto.
No, aquello no podía estar sucediendo. Todo era fruto de su imaginación.
Miró a Matilde, desesperada, y entonces tuvo la certeza de que nada imaginaba, ya que su fiel amiga miraba la puerta con manifiesto desconcierto.

            —Helena, ¿quieres abrir? — Otra vez, la voz de Blas— ¿O tengo que derribar la puerta?


Helena no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. No podía creerlo, o no quería creerlo.
            —Ha perdido la cabeza, el oremus, ha perdido la razón. Se ha trastornado —le dijo a Matilde esperando que a ella se le ocurriera algo que solucionara semejante desatino.
            —No podemos permitir que embista la puerta —respondió su amiga—. No sé cómo ha llegado hasta aquí sin que los soldados se lo impidan. Pero si intenta echar la puerta abajo dudo que tenga tanta suerte. Temo que alguien se ponga nervioso y le dispare.

Helena se horrorizó y se acercó a la puerta con determinación. De pronto, dejó de importarle que las llamas la quemaran.
            —Blas, márchate de inmediato por donde has venido —dijo con la firmeza que le permitió el nerviosismo del que era presa—. Te advierto que hay soldados alrededor y que van a dispararte si continuas con tu alocado comportamiento.

A Blas le encantó escuchar la voz de Helena, y sonrió. Nicolás lo miró, asustado.
            —Está bien —accedió—. Tengo tan pocas ganas de verte como tú a mí, pero te he traído a tu hijo. Nico está aquí. Me voy al coche, abre la puerta cuando encienda los faros.
            —¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Piensas que voy a creerte? ¿Cómo va a estar Nico aquí?
            —Es verdad lo que te dice. Estoy aquí —se precipitó en contestar el muchacho.

Helena escuchó, nítidamente, la voz de su hijo. No podía entender nada, era imposible que entendiese algo.
            —Está bien —aceptó—. Vete al coche. Matilde te vigilará desde la ventana. Cuando enciendas los faros, abriré la puerta. No intentes nada, Blas. Debes saber que tengo una escopeta y que seré yo quien te dispare.

Tan cierto era que, en la despensa, guardaban una escopeta, como falso que fuera a utilizarla para dispararle.
            —Adiós, Helena.

Matilde, desde la ventana, vio, desilusionada y disgustada, como Blas se alejaba. Poco después, una ráfaga de luz potente y permanente alumbró gran parte del valle.
            —Ya ha encendido los faros —le comunicó a Helena y miró, decepcionada, al ángel Cupido que permanecía en la trona, pasivo, sin ayudar o colaborar en nada. ¿Y en qué podía colaborar una figura inerte? En nada, y eso  estaba haciendo. Nada.

Lo que no sabía Matilde era cuánto se equivocaba al pensar de este modo.
Helena dio varias vueltas a la llave, con mano temblorosa, y abrió la puerta. Nicolás entró en la cocina, cargado con una mochila. Helena volvió a cerrar la puerta, Nicolás dejó la mochila en el suelo.
Madre e hijo se miraron en silencio. Matilde los observaba, Cupido también.
            —Nico, ¿cómo es posible que estés aquí? ¿No deberías estar en el hospital? —preguntó Helena.
            —Me encuentro perfectamente. Y solo quería verte y abrazarte. Ya no quiero estar con mi padre, quiero estar contigo.
            —Pero yo creí que eras feliz con tu padre. Y recuerdo la corta redacción que escribiste en el instituto. No querías saber nada de mí.

Nicolás recordó las pocas frases que escribió en un papel.
            —Mentí por orgullo. Te he querido toda mi vida, mamá.

Helena lo intentó, luchó por mantenerse serena, pero era una lucha inútil. Demasiadas emociones inesperadas, y sus oscuros ojos ya se estaban llenando de lágrimas.
            —Y yo te he querido toda tu vida, Nico.
Madre e hijo se fundieron en un abrazo fuerte, largo, intenso. Helena se dio cuenta de cuánto echaba de menos que Nicolás la llamara "mamá". ¡Era tan hermosa esa palabra! Quizás era la palabra más hermosa del mundo, quizás no existía una palabra más bella.
Nicolás lloró sin querer, Helena lloró sin querer. Blas tenía razón. ¡Se parecían tanto!
Matilde también lloró, no pudo evitarlo. Fue testigo del reencuentro de una madre y de un hijo tras doce años largos, muy largos. Fue testigo del reencuentro de dos almas inseparables.
Estuvieron abrazados mucho rato, no querían soltarse, no querían distanciarse.
Pero no podían estar toda la vida abrazados en aquella cocina. La vida continuaba en todo lugar, la casita del valle no era una excepción que confirmara esa regla.
Tendrían muchos momentos por delante para volver a abrazarse, para quererse.
Cuando dejaron de abrazarse, Helena se pasó una mano por la cara y secó sus lágrimas. Nicolás hizo lo mismo. Matilde también.
            —¿Ya se ha marchado Blas? —preguntó Helena a Matilde.

Su amiga miró por la ventana.
            —Todavía no —contestó, extrañada—. Los faros siguen encendidos.
            —No se puede marchar —declaró Nicolás, complacido—. Le he pinchado las cuatro ruedas del coche con esto —añadió sacando una navaja de un bolsillo de su abrigo.

El plan trazado con su padre comenzaba su curso.


Helena miró la navaja como si se tratara del bicho más repugnante y espantoso que jamás viera.
            —¿Qué cosa dices que has hecho? Pero en un coche solo hay una rueda de recambio —continuó hablando sin esperar a que su hijo respondiera.
            —Ya lo sé. Por eso le he pinchado las cuatro —manifestó Nicolás, orgulloso de su "fechoría". Por supuesto no le contaría a su madre que el autor de la "diablura" había sido Blas—. Mi padre me tiene harto —añadió como explicación—. Con el frío que hace, a lo mejor mañana lo encontramos congelado.
            —Bueno, eso no creo que ocurra. En todo coche hay calefacción —repuso Helena muy desconcertada y muy nerviosa.
            —La calefacción es peligrosa cuando el coche está parado —intervino Matilde—. Puede ser que no muera congelado, pero es muy posible que muera asfixiado.
            —Lo malo es que en el coche también están Bibi y Marcos —dijo Nicolás.
            —¿Cómo? — Helena comenzaba a sentirse realmente agobiada.
            —Es que han venido con nosotros. El padrastro de Bibi es un guarro y Marcos se ha quedado sin familia. Han muerto sus padres, su hermano y su cuñada. Su padre y su hermano eran otros guarros, maltrataban a sus mujeres.

Helena recordó lo que su padre le contó sobre el desenlace funesto de la familia Hernández.
            —Creo que esos niños no pueden pasar la noche fuera.
            —Pues claro que no —dijo Matilde con energía. Y miró al ángel Cupido. Tal vez ese ángel no estaba tan pasivo como ella había pensado.
            —¿Y qué es lo que propones que hagamos? —le peguntó Helena tan nerviosa y atemorizada que ya se sentía mareada.
            —No voy a consentir que esos niños mueran congelados o asfixiados. Tampoco Blas.
            —¿Has perdido el juicio? ¿Te has vuelto loca? ¿Acaso vas a permitir que Blas entre aquí? — Helena estaba asustada, muy asustada.

Matilde no le respondió. Sabía que su amiga se hallaba en un estado de shock y pánico emocional, imposible razonar con ella.
Abrió la puerta de la cocina, y salió. El frío empezó a penetrar en la estancia.

Helena se sentó. No podía pensar, no podía hacer nada. Era incapaz de todo.
Hubiese querido correr a su habitación, refugiarse en ella, tapiar la puerta. Pero Nicolás, su hijo, estaba allí, en la cocina, junto a ella... ¿Iba a demostrar tanta cobardía delante de él?
            —No te preocupes por nada —la animó Nicolás notando su miedo—. Mi padre nunca te haría nada malo. Te quiere con locura, te ha querido todos los días de los doce años que no os habéis visto.

Helena recordó unas palabras de Blas. Recordó algo que le dijo un día, en el instituto... que el hombre más peligroso era un hombre enamorado.

Y su corazón comenzó a temblar, su corazón estaba siendo devastado por un terremoto. Temblaba, se resquebrajaba, se rompía... Iba a ser víctima de un infarto, iba a morir aquella noche de febrero en la casita del valle.
Sí, eso era lo que iba a suceder, y su muerte sería recordada como la muerte más ridícula que se conoció en Kavana.
Sin embargo, algo pasó cuando ya casi un ataque de ansiedad pretendía apropiarse del poco sentido común que le restaba.
Imaginó a su madre, la vio allí, en la cocina. La miraba, sonriendo con enorme cariño, y le lanzó un beso volado.
Isabel Avilón, su madre, había acudido a ayudarla, a prestarle toda la fuerza que necesitara para enfrentar al hombre más peligroso del mundo, al hombre que amaba, a Blas Teodoro.
                                 

Págs. 1229-1237

Hoy os dejo una canción interpretada por Miguel Bosé y Helen de Quiroga... "Con las ganas de decirte" 





Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios, he publicado este capítulo en febrero... Febrero, el mes que tiene un día dedicado al amor... 14 de febrero
Pues bien, solo quería deciros que en esta novela hay un capítulo que se titula "14 de febrero"
No podía ser de otro modo... tenía que haber un capítulo en homenaje a Blas, en homenaje a Helena y, sobre todo, en homenaje a ese ángel hermoso que Helena eligió cuando era una niña pequeña
No es el último capítulo de la novela... Tampoco, la publicación de este capítulo, significará que la historia termine bien o mal
Solo es eso... un homenaje a un amor grande
Mela


Y muchas felicidades a todos los que, el próximo 14 de febrero, sintáis ese hormigueo, ese cosquilleo, tan molesto como delicioso... a todos los que sepáis qué se siente cuando tiembla el corazón 

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This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License. Creative Commons License
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