CAPÍTULO 114
¿DÓNDE ESTÁ PADDY?
A
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segunda hora, el señor Teodoro tenía clase de lenguaje con segundo D. Se dirigió al aula y, en el pasillo,
encontró a "Mikaela" y a Paula Morales. Las saludó amablemente y
volvió a disculparse con la guapa profesora por la actitud de su madre.
—No tiene importancia —declaró Helena—, debí informarle a usted de la expulsión de su hijo en el momento en
que se me encargó esa tarea. No debí tapar al niño. He hablado con Nico y lo he
reñido bastante.
—No todo lo ha hecho mal —sonrió el señor Teodoro—, le agradezco su rapidez en encargarle al señor Ortiz que contratara
a los obreros para levantar la pared del patio.
—Y yo me alegro muchísimo de que esté usted recuperado —intervino la señora Morales—. Bienvenido, señor Teodoro.
—Gracias.
Las mujeres se alejaron, y el director entró en el
aula de su hijo. Los compañeros de Nicolás lo recibieron con sincera alegría ya
que se había ganado su aprecio y respeto; si bien la alegría de las muchachas era
superior a la de los niños.
Después de impartir una clase amena donde todos los
alumnos participaron, el señor Teodoro volvió a su despacho y estuvo solo hasta la hora del recreo. A esa hora y, tras llamar a la puerta, Nicolás y
Natalia entraron en la sala.
Pese a sus quebraderos de cabeza, el señor Teodoro sonrió, levemente, al ver las caras de circunstancias de los niños. Los chiquillos se percataron de esta sonrisa y se sintieron un tanto aliviados; el señor Teodoro no parecía estar de muy mal humor.
Pese a sus quebraderos de cabeza, el señor Teodoro sonrió, levemente, al ver las caras de circunstancias de los niños. Los chiquillos se percataron de esta sonrisa y se sintieron un tanto aliviados; el señor Teodoro no parecía estar de muy mal humor.
El joven miró su elegante reloj de pulsera, creía
que Tobías debía estar a punto de llegar, tenía que despachar a los niños lo
antes posible.
—¿Os parece bonito insultaros como lo habéis hecho esta mañana? —les preguntó en tono severo— ¿No podéis tener diferentes puntos de vista
sin ofenderos el uno al otro?
¿Por qué os habéis peleado?
—Yo te lo diría encantada, pero no creo que Nico esté conforme —respondió Natalia con sus ojos color avellana, llameantes.
El señor Teodoro miró a Nicolás como si se tratara
de una especie peligrosa que debiera exterminarse.
—Como siempre eres un cotilla, a ti no te importa por qué nos estábamos
peleando —dijo el chiquillo, consiguiendo empeorar la
situación.
Su padre sonrió con furia.
—Eres en verdad inocente y desconoces la palabra picardía. ¿Quieres
que te dé un par de cachetes que te deje mareado?
—Si me pegas se lo diré a la yaya —amenazó Nicolás, sintiéndose acorralado. Nuevamente demostró su inmadurez
y su enorme inocencia.
El señor Teodoro había controlado todos los pasos
dados por el muchacho desde que se quedó a su cargo. De este modo era muy
complicado adquirir madurez; Nicolás no tenía la oportunidad de caerse y
levantarse por sí solo ni de equivocarse y rectificar por sí mismo.
—¡Huy! —se burló Natalia— ¡Blas ya puede echarse a temblar! A lo mejor Emilia le da una gran
paliza.
En aquel momento entró en el despacho el señor
Ismael Cuesta. Los niños se dieron la vuelta, curiosos, después de ver la
expresión feroz que se reflejó en los ojos del director.
—Veo que está acompañado —comentó el recién llegado—, me ha extrañado que no me buscara para hablar. Claro que,
probablemente, no sabe qué decirme. Me aseguró que el chico no volvería a insultarme
y no solo me volvió a insultar sino que me atacó violentamente.
—Señor Cuesta, conozco a mi hijo muy bien —repuso el señor Teodoro con mucha frialdad—, usted tuvo que provocarlo de malas maneras para que el niño saltara
a su cuello.
—¡Ya está bien! —exclamó Nicolás, nervioso— Yo ataqué a este profesor y punto. ¿Vale, papá?
—Ya ve, hasta su hijo reconoce su mala conducta —declaró el señor Cuesta, satisfecho—. No voy a permitir que entre en mi clase durante toda la semana. ¡A
ver si aprende modales, si usted es capaz de enseñárselos, claro!
El señor Teodoro recordó a Salvador Márquez, aquel
hombre vertió falsas acusaciones contra Nicolás y el crío no se defendió. En
aquella ocasión el muchacho tenía una razón para callar. Parecía que la
historia se repetía. ¿Cuál podía
ser, en el presente, la razón por la que Nicolás volvía a callar?
La puerta del despacho se abrió nuevamente, todos se
sorprendieron al ver a la madre de Patricia, seguida de un señor Ortiz sin
resuello.
—¡Quise detenerla! —anunció el hombre— ¡Pero esta mujer es un demonio!
—¡Nadie va a detenerme! —exclamó la señora Ramos con voz chillona— ¡Mi hija falta en casa desde el viernes por la tarde! ¡Quiero saber
dónde está y estoy segura de que sus amigos lo saben!
Elvira Ramos dirigió sus ojos, “vestidos” con unas
largas y negras pestañas, hacia Nicolás y Natalia. Ambos niños se habían
sonrojado violentamente.
—Paddy no ha estado con nosotros este fin de semana —declaró Nicolás sin faltar a la verdad.
—Eso no quiere decir que no sepáis dónde está —replicó la mujer, muy astuta.
—La chica ya debe haber empezado a seguir tus pasos —manifestó el señor Ortiz, socarronamente.
—¿Ha avisado a la policía? —preguntó el señor Teodoro, preocupado.
—¡Claro que no! —contestó Elvira— No creo que le haya pasado nada malo a mi hija. Creo que está
haciendo el indio, se está haciendo mayor, y seguramente tiene unas ne cesidades. ¿Tú no tienes necesidades, Blas?
La maliciosa pregunta pilló desprevenido al director
y a todos los presentes, sobre todo a los niños. El señor Amadeo Ortiz se
humedeció los labios e, instintivamente, tocó su miembro viril que había
aumentado de tamaño.
—Debería tomarse más en serio la desaparición de Paddy —recriminó el señor Teodoro a la mujer—. ¿Seguro que vosotros no sabéis nada? —indagó, dirigiéndose a los chiquillos.
Nicolás negó con un movimiento de cabeza sin
levantar la vista del suelo; Natalia permaneció con los brazos cruzados
mirando, desafiante.
—Nat, no me has contestado —le advirtió el señor Teodoro con cierta
impaciencia.
—¡Ni te voy a contestar! —le gritó la niña— ¡Lo que sepa es cosa mía! ¡Además, este imbécil no quiere que diga
nada! —añadió señalando a Nicolás— ¡Y precisamente al que menos quiere que cuente algo es a ti!
La contestación de la pequeña puso en guardia al
señor Teodoro que miró a su hijo con alarmante severidad.
—¡Está claro que algo sabéis! —gritó la señora Ramos, sintiéndose triunfadora— ¡Decidme dónde está mi hija! —exigió a continuación.
—¡Si sabéis algo, hablad de una
vez! —exclamó el señor Cuesta, visiblemente alterado.
—Nosotros no sabemos nada de nada —manifestó Nicolás, muy nervioso.
—¡Bueno, se acabó! —explotó el señor Teodoro— ¡Nico, vete a la cafetería y coge algo para almorzar! Luego,
vete al patio.
—Yo no me voy sin Nat.
—Sal de este despacho, Nico. ¡Ahora
mismo!
—Si Nico se va, yo también me voy —aseguró Natalia, rotunda, retando la autoridad del señor Teodoro—. No voy a contarte nada, Blas, a no ser que me prometas que no te vas
a meter y que avisarás a la policía. Tú no eres policía y, a Nico y a mí, nos
preocupa que te pueda pasar algo malo.
El señor Teodoro se vio obligado a aceptar las
condiciones de la niña, y fue entonces cuando la jovencita le comunicó que había visto a
Patricia en “Paraíso” el viernes por la noche.
—¡No creo ni una palabra! —profirió el señor Cuesta, crispado— En mi discoteca no se permite la entrada a menores de edad.
—¿Y cómo entramos Nico y yo? —replicó Natalia al instante— Estoy completamente segura de que vi a Paddy.
—Me ocuparé personalmente de este asunto —declaró el profesor de matemáticas—; hablaré con el padre de Lucas, es un excelente policía.
—Deberían tener más cuidado en su discoteca y examinar minuciosamente
el carnet de identidad de las personas que entran —le reprobó el director—, y deberían tener un registro de las
entradas.
—No se ofenda, señor Teodoro —sonrió, fríamente, el profesor—, pero usted ocúpese de su instituto y yo me ocuparé de mi discoteca.
Acto seguido el hombre se dirigió a la puerta y
abandonó la estancia.
—No olvides la promesa que le has hecho a Nat —dijo Nicolás a su padre—, si pones un pie en “Paraíso” o hablas con
tu amigote Álvaro le contaré a la yaya que ese bestia estuvo a punto de
dispararte.
El señor Teodoro observó al chiquillo con gravedad.
—¡Fuera de aquí los dos! —ordenó.
Los niños salieron del despacho y, un rato después, Elvira Ramos y Amadeo Ortiz, dejando a solas al señor Teodoro que se sentó en
su silla, bastante turbado. Se preguntó dónde podía estar Patricia y quiso rogar a Dios que la jovencita apareciera cuanto antes, sana y salva. Pero hacía ya muchos años que había dejado de rogarle a un Dios en el que no creía.
∎∎∎
Y en un aula, Helena Palacios leía detenidamente los exámenes de unos alumnos que su compañera Paula había suspendido. Helena buscaba algún motivo para subirles la nota hasta llegar a aprobarlos.
Y sin pretenderlo pensó en Blas, y sin volverlo a pretender sonrió, y encontró demasiados motivos que justificaban que aprobase aquellos exámenes suspensos.
Y las manecillas del reloj continuaban su curso; seguía siendo cuestión de horas que su disfraz dejara de ser un refugio que la ocultara a los ojos de Blas pero Helena lo ignoraba porque también carecía de poderes adivinatorios.
Mientras tanto, Paula Morales, era atendida en la sala de profesores debido a la indisposición que sufrió tras enterarse de la inminente visita al instituto de los señores Arturo Corona y Jaime Palacios.
Un miedo exacerbado se apoderó de ella.
Debía hablar con Helena, tenía que convencerla de que se marchara, se arrepentía tanto de haberla ayudado. Pero era tarde para arrepentimientos. Quizás, tarde para todo.
Con tanto pánico, se convirtió en víctima de un temblor frío que la mareaba y anulaba por completo.
∎∎∎
Y en un aula, Helena Palacios leía detenidamente los exámenes de unos alumnos que su compañera Paula había suspendido. Helena buscaba algún motivo para subirles la nota hasta llegar a aprobarlos.
Y sin pretenderlo pensó en Blas, y sin volverlo a pretender sonrió, y encontró demasiados motivos que justificaban que aprobase aquellos exámenes suspensos.
Y las manecillas del reloj continuaban su curso; seguía siendo cuestión de horas que su disfraz dejara de ser un refugio que la ocultara a los ojos de Blas pero Helena lo ignoraba porque también carecía de poderes adivinatorios.
Mientras tanto, Paula Morales, era atendida en la sala de profesores debido a la indisposición que sufrió tras enterarse de la inminente visita al instituto de los señores Arturo Corona y Jaime Palacios.
Un miedo exacerbado se apoderó de ella.
Debía hablar con Helena, tenía que convencerla de que se marchara, se arrepentía tanto de haberla ayudado. Pero era tarde para arrepentimientos. Quizás, tarde para todo.
Con tanto pánico, se convirtió en víctima de un temblor frío que la mareaba y anulaba por completo.
Págs. 900-906
Hoy dejo una canción de Pecos... "Si me faltaras tú"
Próxima publicación... jueves, 14 de mayo
Este próximo domingo es el primer domingo de mayo... el Día de la Madre
Pues felicito a todas las madres... y muy especialmente a la mía
Dicen que madre solamente hay una... y tod@s estamos de acuerdo y pensamos que la nuestra es la mejor
A esas maravillosas mujeres que procuran entendernos, que siempre nos atienden y que nunca tienen nada que perdonarnos... Feliz Día a todas... a las que están muy cerca, y a las que están en corazones y pensamientos
Este próximo domingo es el primer domingo de mayo... el Día de la Madre
Pues felicito a todas las madres... y muy especialmente a la mía
Dicen que madre solamente hay una... y tod@s estamos de acuerdo y pensamos que la nuestra es la mejor
A esas maravillosas mujeres que procuran entendernos, que siempre nos atienden y que nunca tienen nada que perdonarnos... Feliz Día a todas... a las que están muy cerca, y a las que están en corazones y pensamientos