EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 30 de enero de 2014

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 85




































CAPÍTULO 85

“LA FELICIDAD COMPLETA NO "DEBE" EXISTIR”


L
a señora Sales permanecía en su habitación, pero todavía no dormía. Estaba sentada delante de una mesa auxiliar que, al abrirla, se transformaba en un pequeño escritorio. Conversaba con alguien utilizando un teléfono móvil, cuando el señor Teodoro y Nicolás la sorprendieron, entrando de sopetón. La mujer cortó la comunicación al instante.
            ¿No sabéis llamar a la puerta? interrogó, poniéndose en pie. Llevaba puesto un camisón blanco con detalles bordados en rosa.
A Nicolás no le gustó el cuarto de su abuela; los muebles le parecieron viejos y muy serios. El niño ignoraba que eran muebles muy antiguos y de un valor casi incalculable.
            ¿Con quién hablas a estas horas? se extrañó el señor Teodoro Veníamos a darte un beso de buenas noches.
            ¡Pues dádmelo y a la cama, pesados!
Hijo y nieto besaron a la mujer y la dejaron nuevamente sola. La señora Sales volvió a sentarse y volvió a utilizar su teléfono móvil para continuar la conversación interrumpida. 
Nicolás entró en la habitación del señor Teodoro; la estancia tenía muebles clásicos pero distaban mucho de poseer la solemnidad de los de la señora Sales. El mobiliario del cuarto del señor Teodoro daba la sensación de elegancia y sencillez unidas. La pared, en la que había una ventana, estaba pintada de azul y el resto de blanco. Esta combinación se repetía en la ropa de la cama y en las cortinas.
El azul, como todos los colores fríos, creaba un ambiente relajante muy apropiado para un dormitorio y combinado con blanco resultaba muy luminoso.
Nicolás pasó a su habitación y se dirigió al cuarto de baño y, antes de lavarse los dientes, observó cuanto le rodeaba.
La bañera era ovalada y el reposa cabeza y el reposa brazos estaban revestidos de cuero rojo. Este revestimiento de cuero rojo también lo mantenían la tapa del inodoro y la tapa del bidé que, permanecían suspendidos, sujetos a la pared sin tocar el suelo. En la cabina de la ducha cabían, al menos, tres personas, y se hallaba instalado un asiento y numerosas repisas. El lavabo era de vidrio y la grifería estaba empotrada en la pared. En cuanto se hubo lavado los dientes, el muchacho se adentró en el vestidor y cogió de un estante que, estaba repleto de pijamas, muy bien doblados, el que estaba encima de todos. Acto seguido regresó a su habitación y se metió en la cama sin apagar la luz. En una de las mesillas que escoltaban su lecho se veía una fotografía del señor Teodoro y, en la otra, una de la señora Sales.
Nicolás estaba mirando la foto de su padre cuando este entró y se sentó a su lado.
            ¿Te gusta nuestra nueva casa? —le preguntó.
El muchacho asintió moviendo la cabeza.
            —No me ha gustado nada la cena añadió.
El señor Teodoro sonrió.
            Ya lo suponía, pero te lo has comido todo y te has portado muy bien. Mañana prepararé una paella española que te gusta tanto. Bueno, en realidad, es una paella valenciana. Y hablaré con Prudencia y con Cruz sobre las comidas y las cenas. Hoy nos han querido dar una sorpresa y hubiese estado muy feo despreciársela.
                —Hay una cosa que no te he dicho esta mañana  —declaró el chiquillo, vacilante—, es que no sé si debo decírtela... Es sobre mi madre, es algo que recordé anoche. Anoche no lo entendí, pero ahora lo entiendo.
                 —¿Qué recordaste, Nico?  —indagó el señor Teodoro, ansioso por saber.
                 —Recordé una canción que ella me cantaba.
                 —¿Qué canción?
          —"Coquito, coquito, coquito lindo... pedazo de Cielo que Blas me dio, quererte a ti ha sido muy fácil... coquito, coquito, coquito, Amor..."
                  —¿Estás seguro de que decía "pedazo de Cielo que Blas me dio?  —interrogó el señor Teodoro temiendo la respuesta.
                   —Completamente seguro.
Una sonrisa asomó al rostro de Blas y sus ojos brillaron, ilusionados.
                  —No te casarás con Elisa, ¿verdad?  —dijo Nicolás—¿Qué pasará con Nat?
                 Elisa y Nat podrán vivir con nosotros, pero no me casaré con Elisa.
 Nico, el amor no se puede imponer, el amor no es un proyecto, no es un contrato. No amo a Elisa, amo a la lunática de tu madre... y te juro que la encontraré.
                —Yo no le perdonaré nunca que me abandonase —afirmó Nicolás con decisión.
                  —Tu madre no te abandonó, no te dejó con Bruno, te dejó conmigo. Me abandonó a mí.
                  —Pero te impidió reconocerme como hijo —replicó el muchacho, furioso.
                   —Tu madre tiene muchas explicaciones que darnos... y lo hará cuando la encuentre. Muchas gracias por contarme lo que recordaste ayer por la noche. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella, demasiado tiempo.              
El hombre acarició el cabello ondulado y negro de Nicolás, posteriormente se inclinó y lo besó en la frente y en la nariz.
            Buenas noches  dijo, levantándose.
            Espera un momento lo detuvo el niño.
Se incorporó en la cama y pidió a su padre que volviera a sentarse. Cuando el joven se sentó, el chiquillo lo sorprendió, gratamente, al darle un beso en una mejilla.
El señor Teodoro, nuevamente, sonrió, y salió del cuarto de su hijo dejando abierta la puerta que comunicaba sus dormitorios. El hombre se acostó y apagó la luz; Nicolás comenzó a jugar apagando y encendiendo la luz de su cuarto. Era divertido ver en el techo, el sol y, de repente, las estrellas.
El señor Teodoro, acostado de lado, miraba pensativo hacia la parte vacía de su cama.
            “Sería el hombre más feliz de la Tierra si tú estuvieras aquí, Helena”, meditó con nostalgia. “Tú eres quien me falta para ser feliz. ¿Dónde estás?"
Súbitamente la imagen de la mujer soñada apareció en la zona vacía de la cama, rozando al señor Teodoro. El joven contuvo la respiración y, ni siquiera osó pestañear, contemplando el rostro de la mujer que aún amaba.
Helena le sonreía y el señor Teodoro aproximó una mano, temblorosa, deseando tocar los hoyuelos que se habían formado en el rostro femenino. Pero nunca llegó a tocarlos porque la imagen se desvaneció.
El señor Teodoro se desesperó y golpeó, con furia, el colchón.
            “Es inútil”, se dijo a sí mismo. “No hay nada que hacer. La felicidad completa no debe existir. Sin embargo, juro que te encontraré, lunática, y no te permitiré volver a escapar. Vas a volverme loco, Helena, si no lo estoy ya".
Se giró hacia arriba notando que sus ojos se humedecían. Nicolás continuaba sin dormir, distraído, encendiendo y apagando la luz.
            ¡Nico, estate quieto ya! gritó su padre, hecho una fiera.
El muchacho apagó la luz de inmediato, y no se le ocurrió volver a tocar el interruptor. Poco después se quedó profundamente dormido mientras contaba estrellitas y pensaba en Natalia. Le preocupaba la reacción de Elisa cuando tuviese claro que Blas nunca se casaría con ella.
Al señor Teodoro le costó más tiempo rendirse al reino de los sueños pero, finalmente, se entregó al rey Morfeo.

Págs. 670-674

Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Enrique Iglesias y Romeo Santos... "Loco" 
 

jueves, 23 de enero de 2014

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 84

























CAPÍTULO 84

LA FAMILIA HERNÁNDEZ


B
las Teodoro y Emilia Sales habían dejado de conversar con Matías y Luis, y terminaban de entrar en casa. Estaban colgando sus abrigos en el perchero del vestíbulo cuando apareció Nicolás con semblante huraño.
            ¡No pongáis vuestros abrigos ahí! les chilló¡Esas perchas son para los invitados, no para vosotros!
Madre e hijo intercambiaron una mirada perpleja.
            ¿Se puede saber qué te pasa, a qué vienen esos gritos? interrogó el señor Teodoro, confuso.
            Marcos me ha dicho que no puedo dejar mi cazadora ahí, pues vosotros tampoco. En esta casa hace mucho calor, estoy agobiado. ¡Y no me gusta que la puerta de mi habitación esté dentro de la tuya! ¡Eres un idiota!
El señor Teodoro suspiró, lanzando a su hijo una mirada llameante.
            No vuelvas a insultarme, mocoso le contestó, enfadado. Y entérate de que cuelgo mi abrigo donde me parece mejor. Lo del calor lo puedo solucionar bajando la temperatura de la calefacción. Respecto a la puerta de tu habitación, seguirá dentro de la mía hasta que te conviertas en una persona más sensata. Quiero dormir en paz por las noches. ¿Te ha quedado todo claro?
Nicolás cedió y asintió, temiendo recibir un cachete.
            ¿Por qué no vais al cuarto de los juegos? propuso la señora Sales Blas y yo tenemos que ir a la cocina a hablar con tu madre y con tu cuñada agregó, dirigiéndose a Marcos.
Los dos chiquillos se encaminaron al citado cuarto, y el señor Teodoro y su madre giraron a la derecha y abrieron la primera puerta, blanca y acristalada, ubicada en la parte izquierda del nuevo pasillo.
Entraron en la cocina; esta era una estancia muy amplia y gozaba de mucha luz natural que se podría advertir por la mañana, gracias a la instalación de un gran ventanal en una de las paredes. En el centro se hallaba una isla sobre un suelo de acero, más resistente a las manchas y a la humedad que el  resto, que era de parqué. Encima de la isla se encontraba la encimera y, sobre ella, una campana extractora enorme. Una de las partes inferiores de la isla se había dejado libre de cajones para instalar unos taburetes con medio respaldo, lugar idóneo para desayunos rápidos.
El mármol verde esmeralda de las paredes contrastaba con la madera de los muebles, lacada del mismo tono pero bastante más oscura. Una puerta daba acceso a una galería donde estaban la lavadora, una secadora, un cubo de basura y utensilios de limpieza. A través de los cristales de esta galería  se podía contemplar un trozo del jardín. La galería también contaba con un cuarto de aseo y una puerta que abría paso a una terraza cubierta, donde tender la ropa, ideal para un día lluvioso. En la terraza, otra puerta, comunicaba con un cuarto de planchar.
Dentro de la cocina, un hueco con forma de arco conducía a otra estancia donde reposaba una mesa redonda de madera, con tres sillas a su alrededor. Las sillas tapizadas con una tela de anchas rayas blancas y negras, hacían juego con un suelo de mármol ennegrecido y unas paredes y techo blanquísimos.
Tres lámparas de pie, de cristal circular y pantalla de seda gris perla, iluminaban la sala por la noche. Otras tres sillas se hallaban muy cerca de una pared. Una de las paredes estaba abierta a la cocina y una barra realizaba el servicio de pasaplatos.
Dos mujeres, ataviadas con baberos y delantales, trajinaban en la cocina. El señor Teodoro las saludó, amablemente, y ambas mujeres le hicieron una reverencia. El joven las miró con disgusto y desaprobación.
            No volváis a hacer eso les pidió con firmeza. No quiero que nadie se incline delante de mí. Lo único que puedo tolerar es que me habléis de usted, aunque me agradaría que me tuteaseis. Ahora, podéis iros a vuestra casa, por favor.
            No hemos terminado de preparar la cena murmuró la mujer más mayor.
            Yo terminaré de prepararla aseguró el señor Teodoro. Es sábado y noche de Reyes, no voy a permitir que continuéis trabajando. Únicamente vais a trabajar de lunes a viernes; sábados y festivos los tendréis libres.
Las  mujeres asintieron y salieron de la cocina.
La señora más mayor tenía cuarenta y ocho años aunque, por su aspecto, parecía que tuviera cincuenta largos. Era algo más alta que la señora Sales, y muy delgada. Sufría de poco atractivo por causa de su pelo corto, pobre y canoso. Era la esposa del señor Matías y la madre de Luis y Marcos.
La mujer más joven era su nuera ya que estaba casada con Luis. Tenía veinte años, algo más alta que su suegra y menos delgada. Era mulata y su cabello rizado, por naturaleza, estaba forzosamente alisado y recogido en una corta coleta.
El señor Teodoro suspiró, aliviado, cuando se quedó a solas con su madre.
            Espero que se acostumbren a nosotros y nos traten con más familiaridad. No me gusta que estén tan distantes y se comporten de un modo tan servil.
            Es su forma de ser dijo Emilia, ya se irán dando cuenta de que no mordemos. Lo importante es que son trabajadoras y buenas personas. No se parecen en nada a Sandra, no se meterán con Nico y evitaremos problemas.
El señor Teodoro examinó la comida que las mujeres estaban preparando.
            ¡Por Dios bendito! exclamó con desazón Me pregunto qué es lo que les faltaba por hacer. De primer plato tenemos verdura en menestra; de segundo, rollitos de lenguado con espárragos trigueros y de postre, crema de kiwis. ¿Cómo voy a conseguir que Nico se coma esto?
            Poniéndote serio le contestó su madre. La verdura y el pescado son alimentos muy recomendables para un niño.
            ¿Y me puedes explicar cuánto tiempo voy a tardar en escribir el millón de frases que el niño me pidió? interrogó el señor Teodoro, desesperado— Aunque escribiera mil frases diarias, cosa que no voy a poder hacer, tendría trescientas sesenta y cinco mil en un año. Voy a tardar años en escribir esas dichosas frases.
La señora Sales sonrió a su hijo, con cariño.
            —A veces eres más inocente que el propio Nico. No será imprescindible que escribas ninguna frase; simplemente deberás canjearle cien mil frases por cada castigo que tú le levantes. Con diez castigos ya tendrás las frases resueltas.
El señor Teodoro sonrió de oreja a oreja.
            —Esa es una gran idea, no se me había ocurrido. Gracias, mamá.
                                                                              ∎∎∎
A Nicolás le gustó mucho el cuarto de los juegos; era una habitación muy alegre con variado colorido. Una moqueta de un azul intenso vestía el suelo; las paredes estaban forradas con una lona gruesa y blanda. Una pared, de color azul, otra amarilla, otra verde y otra roja. El techo, inmaculadamente blanco. Un gran ventanal mostraba una parte de jardín. Cuatro enormes estanterías de madera, pintadas con diferentes tonos, estaban repletas de libros de aventuras, juegos de mesa y puzzles. Una gran pantalla sobresalía de un mueble color caoba; la pantalla serviría para que Nicolás viera la tele o jugara con alguno de sus numerosos videojuegos. En un rincón había una mesa redonda, de tablón amarillo y sillas a su alrededor, tapizadas con piel del mismo tono. Seis butacas, de diferentes colores, y seis puffs estaban distribuidos a lo ancho y largo de la habitación. Gigantescos cojines, rellenos de plumas, estaban repartidos sobre la moqueta. Un radiador, instalado en la parte inferior de una de las paredes, calentaba el lugar.
Nicolás y Marcos se dedicaron a escudriñar los juegos y libros de las estanterías. Súbitamente, Nicolás tuvo una idea que le pareció genial.
            ¿Te molestaría mañana acompañarme a visitar a Nat y a Bibi? preguntó a Marcos Son amigas mías. Hasta hace muy poco creía que Nat era mi prima. Mi padre no me dejará salir solo pero, si tú me acompañas, seguro que me deja. A las diez estaremos desayunando, ¿te vendrá bien venir a esa hora?
            —Sí, claro respondió Marcos, conforme.
                                                                                   ∎∎∎
El señor Teodoro bajó la temperatura de la calefacción de toda la casa porque, realmente, el calor era excesivo ya que había radiadores en cada estancia y pasillo.
Tras esto llamó por teléfono al señor Matías para preguntarle si podía invitar a cenar a su hijo. El joven pensó que, tal vez, Nicolás no armase mucho jaleo cuando viera la cena que le esperaba si Marcos estaba presente.
El señor Matías no puso ningún obstáculo pero, cuando colgó el teléfono, se frotó la barbilla, pensativo.
            Ha convidado a cenar a Marcos comunicó a su hijo Luis, a su esposa Prudencia y a su nuera Cruz. Este hombre no sabe dónde está la línea que nos separa y no distingue a unos de otros.
            El señor Teodoro no es como los demás ricos declaró Cruz, la chica mulata. Él es educado y amable; también parece muy sencillo.
            ¡Nadie ha pedido tu opinión! gritó Luis, con furia ¡Vete a la cocina a preparar la cena! ¡Y usted, madre, vaya también! ¡Padre y yo estamos hambrientos!
Ambas mujeres se retiraron en el acto.
            Creo que el señor Teodoro nos va a traer problemas opinó Matías Hernández, y a mí no me gusta el desorden ni el desacato.
            Tranquilo, padre. Nosotros trazaremos la línea gruesa que nos separa y se la enseñaremos al señor Teodoro. Tendrá que resignarse y aprender a no cruzarla.
            No será tan fácil, hijo. Él es nuestro patrón, nuestro amo, nuestro señor. Él es quien nos proporciona techo y alimentos; es quien nos paga y nos paga muy bien. Él es quien manda.
            Pero no puede mandar dentro de nuestra casa replicó Luis. Aquí manda usted, luego yo, y luego Marcos. Las mujeres no cuentan y don Blas tendrá que respetar nuestras costumbres. Vivimos en Kavana.
                                                                                       ∎∎∎
El señor Teodoro acertó invitando a cenar al hijo menor del señor Matías. Nicolás miró perplejo la comida servida sobre la mesa pero, viendo que Marcos comenzó a comer sin decir nada, él decidió no protestar tampoco.
Después de cenar y ayudar a recoger la mesa, los chavales regresaron al cuarto de los juegos.
Una vez la cocina estuvo impecable, la señora Sales se retiró a su habitación y el señor Teodoro se reunió con los chicos, que estaban entretenidos con un enorme puzzle, enfrascados en la tarea de conseguir encajar sus piezas.
El hombre puso la tele en marcha y se sentó en una butaca, reposando las piernas en un puf. Buscó un canal que le interesara y, finalmente se quedó viendo un documental sobre islas perdidas en medio de un océano. Al cabo de un rato apagó la tele y se levantó de la butaca, ahíto de oír quejas y resoplidos de su hijo, debido a las dificultades que tenían él y Marcos para construir el puzzle.
El señor Teodoro se sentó al lado de Nicolás y, con paciencia, les ayudó a formar la figura de un barco pirata.
A la una de la madrugada Marcos se marchó a su casa, que era la otra vivienda más pequeña, que Nicolás vio cuando entraron con el Mercedes en el jardín.
El señor Matías no se había acostado, aguardando la llegada de su hijo.
            ¿Cómo ha ido todo? le preguntó.
            Muy bien respondió el muchacho. El señor Teodoro es muy buena persona; nos ha ayudado a construir un barco grandísimo. El señorito Nicolás me ha pedido que mañana, a las diez, esté en su casa. Quiere salir conmigo por Aránzazu.
            Entonces ponte el despertador, no vayas a dormirte le impuso su padre con apremio. De todos modos, avisaré a tu madre de que te despierte a las ocho y media.
            Mientras cenábamos el amo me ha pedido que le llame Blas y que le tutee, y a la señora Sales que la llame Emilia y que la tutee también. Al señorito Nicolás debo tutearlo y llamarlo Nico explicó Marcos, escandalizando al señor Hernández.
            Si te lo ha pedido, es una orden, y debes obedecer declaró, rascándose la barbilla. Pero esta situación no me gusta en absoluto. No es bueno, no es de ley mezclar el agua con el aceite. Esta misma noche hemos tenido problemas aquí. Tu hermano ha pillado a la descocada de su mujer diciéndole a tu madre lo muy elegante y guapo que es el señor Teodoro. Cruz se ha ganado una concienzuda limpieza de boca con jabón y no ha cenado. El ayuno la ayudará a purificarse.
Vete a dormir, Marcos.
            Sí, padre, buenas noches... Si me permite un consejo le diré que es mejor que el amo no sepa cómo tratamos, nosotros, a las hembras. Estoy seguro de que no lo aprobaría, él trata con mucha corrección a su madre. Claro que la señora Sales es una dama pero, aún así, no creo que le gustara nuestra conducta.
El señor Matías asintió, en silencio, mirando por una ventana en dirección a la casa grande.

Págs. 661-669

Este jueves, dejo en el lateral del blog una canción de Rosana... "Aquel corazón"
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