EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 19 de marzo de 2020

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 152
























CAPÍTULO 152

EL HOMBRE MÁS PELIGROSO DEL MUNDO



I
maginar a su madre, ver a su querida madre, contribuyó a que Helena recuperara parte de la serenidad perdida.
Tenía que ser valiente, debía serlo. No disponía de mucho tiempo para preparar algo, para prepararse ella. Pronto, muy pronto, el hombre más peligroso del mundo entraría en su cocina de la casita del valle.
Y así sucedió. Matilde entró en primer lugar, la siguió Bibiana. Inmediatamente después entró Marcos. El último en entrar fue ese hombre peligroso. Blas Teodoro.
Bibiana y Marcos, como Nicolás, llevaban una mochila. Blas llevaba dos.
Helena, aunque no quería, se encontró con su mirada un momento. Ese momento bastó para que viera unos ojos negros muy brillantes, muy cálidos, y una incipiente barba en un rostro cansado.
De ningún modo pudo evitar tener la sensación de que, en su cocina de la casita del valle, había entrado un gigante. Y ella era muy pequeña, muy diminuta. Pero no, aquello no podía ser. Hacía años que Blas ya dejó de estar en edad de crecer.
Recordó que ella estaba sentada. Esa era la razón de que él pareciera tan alto.
Ya no podía ver a su madre, se había ido. ¿Por qué la había dejado sola si la necesitaba tanto?
            —Hola, Helena —la saludó Bibiana con timidez.
            —Hola, Bibi. Bienvenida —respondió Helena sin entender cómo fue posible que su voz no temblase—. Bienvenido tú también, Marcos.
            —Gracias —murmuró el muchacho, cohibido. Notaba a Helena forzada y eso provocaba que se sintiera incómodo, como un intruso, como un polizón descubierto en un barco.
            —Creo que también deberías darle la bienvenida al señor Teodoro —se apresuró en decir Matilde, y Helena pensó que su amiga se había trastornado. Y se mantuvo callada, jamás haría eso. Eso ya era pedirle demasiado.

Muchos ojos se posaron en ella esperando que hablara. Helena fue consciente de las miradas expectantes, pero continuó en silencio.
            —No es necesario ni imprescindible que me dé la bienvenida —dijo Blas a Matilde salvando la embarazosa situación—. A fin de cuentas, no me ha invitado a venir. Y de buena gana me iría, de muy buena gana, pero una extraña circunstancia me lo impide. Las cuatro ruedas de mi coche están pinchadas. ¿Sabes qué ha podido ocurrir, Nico? — añadió esta pregunta mirando a su hijo.
            —Yo no sé nada —respondió el muchacho encogiéndose de hombros.
            —Hay muchos kilómetros desde Aránzazu hasta aquí. Quizás saliste de viaje sin revisar las ruedas y estas no se hallaban en las mejores condiciones. ¿O acaso pretendes culpar a Nico? —dijo Helena en defensa del chiquillo.
            —No, no puedo culparle de nada —respondió Blas—. No he visto que las pinchara. Solo le he preguntado porque es la primera vez que me pasa algo así.
            —Siempre hay una primera vez para todo.
            —Por supuesto que sí.
            —Tenéis que dejar las mochilas y los abrigos en la sala de estar —intervino Matilde tratando de evitar una disputa que ya parecía querer pertrecharse entre Blas y Helena—. Seguidme, por favor.

Cuando todos salieron de la cocina, Helena sonrió. Fue una sonrisa breve puesto que el receso también fue breve. Y en cuanto niños y adultos regresaron, volvió a mostrar un semblante muy serio.
Y entonces sucedió algo que sofocó sobremanera a Helena. Blas vio al ángel Cupido que permanecía en la trona.
            —¿De quién es ese ángel? —preguntó.
            —De Matilde.
            —De Helena.
Ambas contestaron a la vez.
            —Es de una de las dos sin duda —resolvió Blas—. Y puedo imaginar de quién. De la que tiene por costumbre mentir.
            —¡No hemos cenado y tengo hambre! —gritó Nicolás. En esta ocasión fue él quien quiso evitar una disputa entre sus padres. También era cierto que no habían parado a cenar.
            —Yo también tengo hambre —declaró Blas lanzando, a propósito, una mirada voraz a Helena. Helena lo estaba mirando y vio esa mirada. Volvió a pensar exactamente lo mismo que pensó en el salón de actos del instituto. ¿Por qué no se abría el maldito suelo y se la tragaba?
            —Eso tiene fácil solución —dijo Matilde—. ¿Qué tal unas rebanadas de pan con tomate y jamón? Y unas chuletas asadas con huevos fritos y patatas fritas?

Los chiquillos se relamieron deseando empezar a comer.
            —Yo te ayudaré, Matilde —se ofreció Blas.
Matilde no rechazó su ayuda, y le dejó un delantal.
            —La comida no será un problema —comentó mientras sacaba carne y huevos de la nevera—. Dormir será otra cosa. Helena duerme en la habitación de sus padres. Solo hay una cama, de matrimonio, pero una. Yo duermo en la habitación de Helena, hay dos camas. Bibiana podrá dormir conmigo. Hay otra habitación con dos camas, ahí pueden dormir Nico y Marcos. Pero no hay más habitaciones en la casa. Usted, señor Teodoro, tendrá que dormir en la sala de estar. Los sofás son cómodos y, con la chimenea tan cerca, no va a necesitar mantas. Hay un baño al pie de la escalera, ese baño lo utilizarán usted y los chicos. Arriba hay otro para nosotras.
Si lo prefiere puede dormir en el diván de la sala, es muy confortable. Helena se ha quedado dormida muchas noches en él.
            —Será un placer dormir en ese diván —dijo Blas, complacido. Y ya adivinaba, sin mirarla, que hasta las orejas de Helena se habrían sonrojado.

Y en efecto, Helena se había ruborizado. ¿Qué le pasaba a su amiga? ¿Por qué hablaba tanto? ¿Cómo se le había ocurrido decirle a Blas que ella durmió alguna vez en el diván?
Ya no podía resistir por más tiempo aquella escandalosa situación. Se levantó de la silla, y tras excusarse diciendo que ya había cenado y que tenía mucho sueño, salió con mucha prisa de la cocina.
Con la misma prisa subió la escalera y, no con menos prisa, cerró la puerta de la habitación. No había llave, no podía cerrar con llave. A su madre nunca le gustó que las puertas de las habitaciones tuvieran cerraduras.
Tenía que calmarse, debía serenarse. Era preciso que recordara que Blas no estaba allí por ella. Había viajado hasta el valle para traer a Nico, a Bibi y a Marcos. Si continuaba allí era porque Nico le había pinchado las ruedas del coche. No estaba allí por ella. No tenía nada que temer. Debía serenarse.
Sin embargo, su corazón alborotado se negaba a calmarse. No iba a poder dormir en toda la noche. ¿Cómo hacerlo? ¡Imposible! Blas estaba muy cerca. ¿Cuánto tiempo se quedaría? ¿Qué pasaría al día siguiente?
Sería todo tan sencillo si no le importara, si lo odiara, pero es que lo quería. ¡Lo quería tanto!
Tenía que disimular, tenía que fingir, tenía que mentir. Tenía que recuperar la calma como fuese o sus nervios iban a delatarla.


Poco antes de las doce de la noche, Helena escuchó voces y ruidos en el pasillo.
Sentada en la cama, miraba hacia la puerta. Ya debían haber terminado de cenar y era lógico que Matilde y los niños subieran a acostarse. Sí, todo era lógico.
No obstante, el comportamiento de su amiga no era nada lógico. ¿No iba a tener la deferencia de entrar en su habitación y referirle lo acontecido en la cocina durante su ausencia? ¿Estaba atontada Matilde o acaso pretendía que fuera ella a preguntarle?
De ningún modo haría eso. Matilde compartía habitación con Bibiana. No podía demostrar ningún tipo de interés delante de la niña.
Silencio en el pasillo. Esperó un rato, y nada. Empezaba a ser cristalino que su amiga no tenía intención de hablar con ella aquella noche.

Muy bien. Perfecto. Pues al día siguiente, ella no pensaba dirigirle la palabra... En todo el día.

Pasaron veinte interminables minutos. Se levantó de la cama y anduvo despacio hacia la puerta. La abrió con sumo cuidado. Nadie en el pasillo. Silencio absoluto.
No pudo evitarlo y, lentamente, se aproximó a la escalera de caracol. Se sentó en el primer peldaño.
Blas estaba abajo, en la sala de estar. ¿Se habría acostado en el diván? ¿Estaría dormido? No se oía nada. ¿Por qué no roncaba como un oso cavernario? De haberlo hecho, podría bajar y acariciar su cabello muy suavemente. Él no notaría nada. ¿Iba a atreverse a bajar? No, era una idea descabellada, sería una locura hacerlo. ¿Y si no dormía? ¿Y si dormía, pero se despertaba?

Blas, a pesar de estar agotado, no dormía. Estaba muy despierto, echado en el diván donde Helena había dormido muchas noches.
Pensaba en ella. ¡La sentía tan cerca y se sentía tan feliz!
Sabía que su habitación era la primera del pasillo. Matilde, mientras cenaban, se lo había dicho a Nicolás por si el muchacho quería dar a su madre un beso de buenas noches.
¿Estaría dormida, se habría dormido ya? No, seguramente no.
Y él deseaba subir, deseaba acariciarle el cabello un momento. Solo un momento. Y dejarle, al pie de la cama, la mochila que guardaba el paquete con el vestido.
No, no estaría dormida... pero fingiría dormir.
Blas sonrió, se levantó del diván, decidido a subir.

Helena permanecía muy atenta. Y de repente, se alarmó. Escuchó algo. Movimientos en la sala de estar, y pasos en la escalera. Alguien subía. ¿Alguien? ¿Cómo que alguien? ¡Era Blas! ¡No lo imaginaba, estaba sucediendo!
Se levantó con rapidez y casi voló a su cuarto. Cerró la puerta.
Con el corazón desbocado y la respiración agitada, corrió a apagar la luz encendida de la lámpara de una de las mesillas.
¿Cómo era posible que Blas se atreviera a subir? ¿Qué podía hacer? ¿Dónde podía esconderse?
¿Y si se acostaba y fingía que dormía? No, estaba demasiado alterada, no sabría fingir.
¡Debajo de la cama! Sí, ese era un buen lugar, un buen escondite.
Blas pensaría que ella se encontraba en el baño y se marcharía. Sí, eso pasaría.
Y sin pensarlo más, porque tampoco disponía de tiempo, se metió en el buen escondite, debajo de la cama.
Escuchó como la puerta se abría lenta, silenciosa, despacio. Cerró los ojos y se tapó la boca con una mano.
Una luz tenue procedente del cielo iluminado del valle se colaba en la habitación a través del cristal de la ventana, y ayudó a Blas a ver enseguida que Helena no estaba en la cama.
Y, efectivamente, pensó que debía haber ido al baño.
Dejó la mochila, oculta en un rincón. Sonrió, y también pensó que meterse debajo de la cama sería un buen escondite. El mejor de los escondites.                                                              
                                                                                   
                                                                                         ∎∎∎
Jaime Palacios no solía beber antes de ir a dormir. Aquella noche sí. Tampoco solía pedirle a Jacobo, el mayordomo de su mansión, que bebiera con él. Aquella noche sí.
Ya le habían informado de la llegada de Blas al valle.
            —Lo encuentro muy pensativo, señor —comentó Jacobo—. ¿Le preocupa algo?
            —Estoy pensando en lo que pueden estar haciendo un hombre y una mujer enamorados bajo el mismo techo.
            —Es fácil de imaginar —respondió Jacobo.
            —¡Cuidado con lo que imaginas! —exclamó Jaime Palacios— La mujer enamorada es mi hija.

Muy poco faltó para que Jacobo se atragantara con el sorbo de coñac que terminaba de tomar.
            —En ese caso, lo único que imagino es que la noche se hizo para dormir —dijo sin titubear.
            —Bebamos y brindemos porque así sea.                                                  

                                                                                  ∎∎∎
Tener la seguridad, estar plenamente convencida de que los soldados de Jaime Palacios habrían impedido que Blas llegase al valle, no era suficiente para Emilia Sales. No podía dormir. Estaba inquieta.
Ansiaba que Blas regresara a casa con Nicolás. Había fraguado un plan para conseguir que Blas olvidara a Helena de una vez por todas. Y deseaba poner el plan en marcha cuanto antes mejor.                                               

                                                                                    ∎∎∎
Quien dormía tranquilamente esta noche, muy ajeno a lo que estaba sucediendo en el valle, era Arturo Corona.
Y sí, él roncaba como un oso cavernario. 

Págs. 1238-1246


Hoy os dejo una canción de El Arrebato... "Contigo siempre"






Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios, hoy es 19 de marzo, hoy es el día del padre
Hoy es un día para celebrar, para ignorar a ese maldito virus que tanto daño está causando... Tenemos que ser valientes, no inconscientes, pero sí valientes
Yo, hoy, os felicito a todos... a los que sois padres, a los que tenéis padres, y a los que, vuestro padre, ya se ha marchado de vacaciones
Felicito absolutamente a todos, porque una de las cosas que me ha enseñado mi padre es que un padre es para siempre
¡Felicidades!                                                           
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This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License. Creative Commons License
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