CAPÍTULO 124
LAS TIJERAS DE PODAR
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l tiempo de receso concluyó y los compañeros de
Nicolás fueron entrando en la clase.
El señor Teodoro recogió el sobrante del almuerzo,
el álbum, y salió del aula.
Natalia y Bibiana también se marcharon precediendo a
Helena. La mujer se detuvo en el pasillo y vio como Natalia empujaba a su amiga
para que entrara en los aseos.
Las niñas pasaron de largo la zona de retretes y se
pararon al lado de uno de los lavabos, situados estos a ambos lados de un gran
ventanal por el que se contemplaba una parte del patio. Ninguna de las
chiquillas fue consciente de que Helena había entrado detrás de ellas, y
que permanecía muy quieta con su espalda pegada a la puerta del servicio más cercano a los
lavabos.
—¿Se puede saber por qué has mentido? —preguntó Natalia, enfadada— Estaba mirando por la ventana y he visto al
señor Cuesta hablando contigo.
—¿Y qué querías que hiciese? —respondió Bibiana con desespero— Estaba Blas delante, y Mikaela. No podía repetir delante
de ellos lo que ese hombre me ha dicho.
—¿Y qué te ha dicho? —indagó Natalia deseando saber.
—Que os diga a ti y a Nico que dejéis de husmear o Paddy aparecerá
muerta en cualquier cuneta —declaró Bibiana con lágrimas en sus preciosos
ojos verdes— ¡Tienen a Paddy, Nat!
—Lo sabía.
—¡Y son gente muy peligrosa!
—¿Qué quieren de Paddy? ¿Por qué no la sueltan? —interrogó Natalia, muy afectada.
—¡Dios mío! —exclamó Bibiana, atemorizada— Tenemos clase con el señor Cuesta, debemos ir, no podemos
retrasarnos.
—¡Qué se vaya al infierno! —profirió Natalia, desafiante.
Y Helena Palacios, que lo estaba escuchando todo,
estuvo muy de acuerdo con la jovencita.
—Nat, tengo miedo. Vayamos a clase, es mejor que no provoquemos a ese
hombre —insistió Bibiana.
—Es normal que tengas miedo, Bibi —dijo Helena presentándose delante de las dos niñas, dándoles a ambas un
buen susto—, es de necios no tener miedo y es de valientes
vencerlo. Disculpadme —añadió—, no voy a mentiros. La verdad es que os he seguido y os he estado
escuchando. Pero es que yo también estaba mirando por la ventana, junto a Nat,
y me extrañó que negaras que el señor Cuesta te había hablado en el patio. Te
vi asustada, Bibi, os vi entrar aquí y os seguí. Sé que no está bien espiar
pero no me arrepiento de lo que he hecho, creo que tenéis un problema bastante
grave y os puedo ayudar. ¿Venís conmigo al patio y hablamos? El patio es mejor
lugar que este.
—Pero es que tenemos clase con el señor Cuesta —manifestó Bibiana, amedrentada.
—Olvida a ese hombre y confía en mí. ¿Vamos al patio?
—Sí, vamos —decidió Natalia. Le gustaba esta profesora y,
por otra parte, necesitaban la ayuda de alguna persona adulta.
Salieron al pasillo, se dirigieron a las escaleras y bajaron a la planta baja. Nadie las vio cruzar con rapidez el vestíbulo.
Y de repente, y a pesar de que el astro amarillo seguía brillante en el firmamento, el color de la mañana fue perdiendo claridad y se tornó muy gris para Helena al ver aparecer al señor Ismael Cuesta, que a pasos agigantados, se dirigía hacia ellas.
—¡¡Natalia y Bibiana!! ¿Qué hacéis aquí? —tronó el hombre con espantoso vozarrón.
Ella sí se levantó; mirando a su alrededor vio en el suelo las tijeras de podar que el señor Ortiz estuvo utilizando, y solo unos segundos bastaron para que se apropiara de ellas.
El señor Hipólito Sastre era un buen hombre pero no era un hombre valiente. Se fue corriendo en busca de auxilio, rogándole a Dios que el señor Teodoro estuviese en su despacho.
La actitud de Helena paralizó al señor Cuesta que se detuvo en su avance. No vio en la mirada de la mujer ningún atisbo de miedo o duda, y sus manos sujetaban los mangos de la tijera con firmeza y determinación.
Salieron al pasillo, se dirigieron a las escaleras y bajaron a la planta baja. Nadie las vio cruzar con rapidez el vestíbulo.
Una vez en el patio; el sol las recibió radiante,
luminoso, y sus rayos invernales actuaron como bálsamo que acarició sus cuerpos.
Se sentaron en un banco próximo a unos setos que el
señor Amadeo Ortiz, hacía unos instantes, estaba recortando hasta que los
ruidos de su estómago le avisaron que debía irse a almorzar dejando las tijeras
de podar en el suelo.
—Quizás no tengamos mucho tiempo —dijo Helena—. ¿Puedes contarme qué está pasando, Nat?
Y Natalia le explicó todo lo acontecido desde que
conocieron a Benito Sierra, absolutamente todo. La peor parte, cuando más le
costó mantener la serenidad a Helena, fue al escuchar que Álvaro Artiach quiso
patear la cabeza de Nicolás, y posteriormente disparar a Blas.
Mientras Natalia hablaba, Bibiana temblaba como hoja
que bambolea el aire a su voluntad. Helena le pasó un brazo por los hombros
intentando reconfortarla. Entendía muy bien que era el miedo, y no el frío, la causa de su temblor.
—¡Bien! —exclamó en cuanto Natalia terminó de hablar— Está claro que Álvaro Artiach e Ismael Cuesta son dos energúmenos
peligrosos.
Natalia y Bibiana se sorprendieron de la entereza y
el aplomo de la profesora.
—No os preocupéis por nada, os garantizo que antes del lunes Paddy
aparecerá.
—¿Estás segura de lo que dices? —preguntó Natalia, ilusionada e incrédula.
Helena asintió e inmediatamente añadió:
—Pero no debéis decirles nada ni a Blas ni a Nico. Queréis mucho a
Nico, no querréis que le pase nada malo. Y Nico quiere mucho a Blas, tampoco
querrá que le pase nada malo. Y esos hombres son muy peligrosos, dejad que yo
me encargue. Yo os prometo que antes del lunes Paddy aparecerá. ¿Estamos de
acuerdo?
—Pero, ¿cómo lo vas a hacer? —interrogó Bibiana, todavía muy asustada— Te vas a poner en peligro tú.
Helena vio entrar en el patio al señor Hipólito
Sastre, el profesor de música. El hombre sostenía en sus manos un libro que iba
leyendo; absorto en la lectura no reparó en la presencia de la mujer y las
niñas.
—Yo no me voy a poner en peligro —respondió Helena a Bibiana—. Tengo buenas amistades. Por mí no debéis
preocuparos.
Y de repente, y a pesar de que el astro amarillo seguía brillante en el firmamento, el color de la mañana fue perdiendo claridad y se tornó muy gris para Helena al ver aparecer al señor Ismael Cuesta, que a pasos agigantados, se dirigía hacia ellas.
—¡¡Natalia y Bibiana!! ¿Qué hacéis aquí? —tronó el hombre con espantoso vozarrón.
Al profesor de música se le cayó la biografía de
Ludwig van Beethoven que estaba leyendo con gran interés y ni siquiera pensó en
recoger el libro.
Bibiana se horrorizó y tembló mucho más que antes sin poder controlarse.
—No os levantéis del banco —les susurró Helena con una tranquilidad
incomprensible para las niñas.
Ella sí se levantó; mirando a su alrededor vio en el suelo las tijeras de podar que el señor Ortiz estuvo utilizando, y solo unos segundos bastaron para que se apropiara de ellas.
—No
se acerque ni un paso más —avisó al señor Cuesta colocándose delante del banco
donde continuaban sentadas Natalia y Bibiana—. Si viene hasta aquí le clavo
esta tijera.
El señor Hipólito Sastre era un buen hombre pero no era un hombre valiente. Se fue corriendo en busca de auxilio, rogándole a Dios que el señor Teodoro estuviese en su despacho.
La actitud de Helena paralizó al señor Cuesta que se detuvo en su avance. No vio en la mirada de la mujer ningún atisbo de miedo o duda, y sus manos sujetaban los mangos de la tijera con firmeza y determinación.
—¡Está usted loca! —gritó, furioso— ¡Después
de este numerito no va a encontrar trabajo en ningún instituto!
Blas, en su despacho, observaba cada página del
álbum que Natalia había traído. Doce largos años sin ver a Helena, y ahora
contemplaba su rostro sabiéndola cerca, contemplaba cada gesto pretendiendo
adivinar qué sentía y qué pensaba.
El señor Hipólito Sastre entró sin resuello y con
semblante descompuesto.
—Vaya… al patio—le apremió jadeando—… El señor Cuesta y la señorita Mikaela…
Blas no necesitó escuchar ni una sola palabra más
para correr hacia el patio lo mismo que si le persiguiera una manada de feroces
lobos hambrientos. Tal vez perseguido por esta supuesta manada de fieras no hubiese
corrido tanto.
Helena dejó las tijeras de podar en el suelo, cerca de los setos.
No se demoró ni un minuto en estar al lado del señor
Ismael Cuesta a quien sorprendió su repentina aparición.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, muy agitado.
—Le diré lo que está pasando —respondió el profesor de matemáticas con gran furia—. Desde que usted es el director de este instituto, este instituto no
es el mismo. Este instituto no funciona, ¿entiende lo que está pasando?
Helena dejó las tijeras de podar en el suelo, cerca de los setos.
—¡Usted no intente disimular ahora! —le chilló Ismael Cuesta— Esta mujer me ha amenazado con clavarme las
tijeras —acusó señalándola con un dedo—. Vine a buscar a Natalia y a Bibiana porque tienen clase conmigo, y
aquí estaban tomando el solecito con esta loca.
—¡Mida sus palabras, señor Cuesta! Presupongo que todo esto tendrá una explicación lógica —dijo el señor Teodoro procurando no mirar a Helena directamente ya que
las gafas negras se habían quedado en la mesa de su despacho.
—No soporto los gritos y este hombre ha elevado
demasiado el tono —declaró Helena asombrando a todos excepto a Blas, que ya intuía que la explicación no
tendría nada de lógica.
—¿Ha oído? —se congratuló el señor Cuesta— ¿Ha oído lo que ha dicho?
El señor Teodoro tosió y carraspeó, nervioso.
—Sí, lo he oído, no estoy sordo —respondió—. Señor
Cuesta, tómese libre el resto de la mañana. Márchese a su casa, necesita
relajarse.
—¿Qué me marche yo a mi casa? —se sulfuró el profesor de matemáticas mientras los granos de su cara
parecían aumentar de tamaño— ¡Quien debería marcharse y no volver es esta
maestrilla en prácticas!
—¡Ya está bien, señor Cuesta! Le he dicho que se vaya usted. Necesita
calmarse.
El profesor de matemáticas se alejó blasfemando y
mascullando tremendas ordinarieces. En su camino se cruzó con el señor Hipólito
a quien lanzó una mirada envenenada.
La llegada del señor Amadeo Ortiz terminó con uno de esos momentos irrepetibles que suceden sin esperarlos.
—¡Es usted una insensata, señorita Mikaela! —exclamó Blas, desquiciado. Sus ojos oscuros parecían capaces de derretir un iceberg.— ¿Cómo se le ocurre enfrentarse a un hombre como el señor Cuesta? ¿No entiende lo fácil
que le hubiera resultado a él forcejear con usted y clavarle las tijeras alegando que
fue un accidente?
—Eso es algo que, gracias a Dios, no ha ocurrido —intervino el señor Hipólito Sastre que acercándose escuchó las
palabras airadas del director.
—La opinión del señor Hipólito me parece más sensata que la suya —manifestó Helena con clara ironía.
—¿Y puedo saber qué hacían en el patio usted y las niñas? —interrogó Blas, entrecruzando los dedos de sus manos con fuerza.
—Estábamos hablando de asuntos femeninos y, como comprenderá, no son
competencia de caballeros.
La contestación de Helena provocó que Blas se riera
nervioso. Y la risa de Blas provocó que Helena también se riera nerviosa.
Ambos evitaron mirarse, pero el profesor de música,
Natalia y Bibiana sí los miraban y, sumergidos en esa risa fresca como agua de manantial, en esa magia que sin verla se
presiente, los tres sonrieron.
La llegada del señor Amadeo Ortiz terminó con uno de esos momentos irrepetibles que suceden sin esperarlos.
—¡Con qué humos se ha marchado el señor Cuesta! —exclamó— ¡No sé como no ha reventado los cristales de la
puerta!
Al padrastro de Bibiana le extrañó ver allí a las
niñas, al director y a los profesores, pero nada dijo al respecto.
Blas regresó a su despacho después de pedirles al
señor Hipólito y a Helena que se encargaran de la clase del profesor de
matemáticas.
Sentado en su sillón, volvió a contemplar las fotos
de Helena bregando por no pensar en lo que podía haber ocurrido en el patio. Pero
era imposible olvidar la imagen de Helena con las tijeras, y el señor Cuesta
tan cerca de ella.
Recordó que el hombre tiró al suelo a Elvira Ramos, la madre de Patricia; a Natalia y a Bibiana.
Recordó que el hombre tiró al suelo a Elvira Ramos, la madre de Patricia; a Natalia y a Bibiana.
Finalmente, decidió que al día siguiente, el día del
ensayo, despediría al profesor de matemáticas.
Págs. 980-987
Hoy dejo una canción de Alejandro Sanz... "Me sumerjo"
Próxima publicación... jueves, 17 de marzo
Y como el próximo domingo es 14 de febrero ... pues mi sincera felicitación a todos los enamorados y enamoradas
Y también os dejo mi pequeña contribución para un día grande
¡Había tantas flores!
No elegiste a la primera ni a la tercera, escogiste a la más hermosa... para otros, la más horrorosa
¿Cómo no te diste cuenta que, aunque verdadera, era la más peligrosa?
Te clavaste las espinas, te quedaste sin la rosa
Y ya despertó la mañana, sin colores, gris... y el sendero has de seguir
Te levantas cansada, perezosa y ojerosa, no tienes ganas de nada
Tu alma quiere dormir... Déjala, no la despiertes
deja que siga soñando... Permite que sea feliz
Abres una ventana, el viento sopla furioso, el frío hiela tu rostro
cómo es posible que esto esté ocurriendo en agosto
A la playa juraste no volver; aquellas olas que tanto amabas, con las que tanto jugabas, que tanto te hicieron reír... de esas olas hoy solo pretendes huir
Del mar ni quieres hablar, solo ignorar y si fuese posible olvidar...
allí se hundió tu barquito, tu barquito de papel y la rosa dentro de él
Qué largo ves el camino, y sin fuerzas para andar
qué alta queda la cumbre... y qué prisa por llegar
Y ese cielo que amenaza tormenta
Vamos, no te detengas, sé valiente, sigue adelante... desde muy niña te entrenaron para luchar sin rendirte jamás
Esa montaña escarpada escalarás y su cima alcanzarás; tu alma despertará, habrá dejado de soñar...
De la sangre de tus manos, de tus heridas, te reirás...
cuando tú encuentres allí, en cuanto vuelvas a ver...
A tu barquito de papel, y a la rosa junto a él
Mela