Nos volvemos a ver y eso significa que esta novela ha llegado a su fin.
Deseo que disfrutéis de esta última lectura, y os quiero agradecer vuestra compañía, vuestros comentarios.
¡¡Miau, miau, miau!! ¿A qué estáis esperando? ¡¡Venga, a leer!!
Gracias a tod@s.
Ginger
CAPÍTULO 168
Y UN AMOR QUE NO PUDO SER
L
os recién
llegados, que tanto habían agraviado a Maura sin saberlo ni sospecharlo, no
eran otros más que el señor Francisco y la señora Estela. Se habían alegrado
tanto con la increíble noticia de que Blas estaba vivo, que no pudieron esperar
más, y viajaron desde Luna, pueblo de Aránzazu, hasta Markalo con inmensas
ganas de verlo y abrazarlo.
Y así lo hizo el
señor Francisco en cuanto tuvo delante a un sonriente Blas. Lo abrazó con
fuerza, con mucha fuerza, sin parecer dispuesto a soltarlo, de modo que la
señora Estela se vio obligada a reclamar su turno.
—Blas, gracias a Dios, estás bien.
Te veo tan guapo y tan saludable, qué alegría —le dijo la mujer entre sinceras
lágrimas—. Te pido perdón por el comportamiento de Gabriela. ¡Mi hija parece
otra! ¡Qué malos y cuánto daño hacen los celos! ¡Qué avergonzada me siento!
—Tranquilícese, Estela —la
reconfortó Blas correspondiendo a su abrazo con cariño—. Usted no tiene nada de
qué avergonzarse. Todo ha pasado ya. Calma.
El señor
Francisco también abrazó a Nicolás.
—¡Endemoniado muchacho! —exclamó—
¡Cuánto he sufrido pensando que te habías quedado sin padre!
¡Tú debes ser
Helena Palacios! —volvió a exclamar admirando su belleza— Blas me dio su
palabra de que te conocería, de que te llevaría a Luna... ¡Bien, si Mahoma no
va a la montaña...
—La montaña irá a Mahoma—concluyó
Helena, radiante. Y es que estaba resplandeciente desde el día en que se
reencontró con Blas. Desde ese día volvió a vivir ella también.
El señor
Francisco, muy respetuoso y galante, besó su mano. Su esposa no hubiera podido
creerlo, aunque lo hubiera visto.
La señora Estela
dio dos besos a Helena. Seguidamente abrazó, muy fuerte, a Nicolás.
Patricia y
Bibiana se alegraron de volver a ver a Estela. No les sucedió lo mismo con
Francisco. No habían olvidado los días pasados en la urbanización de Luna.
Recordaban los bufidos, gritos y el comportamiento desenfrenado del hombre en
multitud de ocasiones. Incluso pensaban que era lógico que la señora Marina, su
esposa, tuviera que recurrir a los tranquilizantes con semejante marido.
Jaime Palacios
los invitó a quedarse a comer y no consintió una negativa por respuesta.
Maura quedó
encantada con los invitados ya que elogiaron sus platos repetidamente, y la
vanidad de la cocinera se hinchió satisfactoriamente.
Antes de
marcharse de la mansión, el señor Francisco y la señora Estela le arrancaron a
Blas la promesa de que no tardarían en ir a Luna.
—Ten presente que mi hija no está y
no va a volver —le aseguró Estela con tristeza—. Gabriela ya no quiere saber
nada de mí. Quizá sea mejor así. Es horrible que una madre diga esto pero, a
veces, los hijos se hacen mayores y cambian tanto que dejas de conocerlos.
—¿Y Emilia? ¿Volverá a Kavana algún
día? —indagó el señor Francisco.
—No —respondió Blas, rotundo—. No
he querido que vaya a la cárcel, pero permanecerá en la isla el resto de su
vida. Hizo demasiado daño a Helena y a Nico. No le importó que sufrieran...
—Tampoco le importó tu sufrimiento
—dijo Estela, incrédula—. ¿Cómo es posible? Espero que Dios la perdone.
—¡No habrá Dios que la perdone! —explotó el señor Francisco— ¡Es una maldita bruja! Y demasiado
benévolo has sido desterrándola a la isla. Debería estar en la cárcel entre
barrotes de hierro. En la isla tomará el sol y vivirá plácidamente. Seguro que
tiene una buena vivienda y criados. ¡Eres tonto, Blas!
—Me da igual lo
bien que se lo pase en la isla. No le deseo ningún mal. Me conformo con que no
vuelva a poner un pie en Kavana.
—¡Te repito que eres tonto!
—¡Basta, Francisco! —exclamó
Estela— Deja el tema. ¿No comprendes que esto es doloroso para Blas?
Era cierto. Ese
tema le dolía. Durante prácticamente toda su vida había creído que Emilia era
su madre y la había querido muchísimo. Sin embargo, jamás iría a visitarla a la
isla. Jamás volvería a verla porque nunca podría perdonarla.
Helena escuchó
los últimos comentarios del señor Francisco y la señora Estela. En cuanto se
fueron, sostuvo una de las manos de Blas entre las suyas.
—¿Estás bien? —le preguntó,
preocupada.
—Sí, estoy muy bien —respondió
Blas—. Solo tengo que mirarte para estar más que bien. Para ser el hombre más
feliz de la tierra.
—Siempre vas a poder mirarme.
Siempre que tú quieras. ¡Te quiero tanto!
Blas la abrazó
con ternura, con esa delicadeza que únicamente existe cuando se siente el
oleaje de ese amor que es tempestad, de ese que hace crecer las olas del mar.
Matilde todavía
tenía "secuestrado" al ángel Cupido de Helena. En su habitación, en
una mesita rectangular, le había hecho una especie de altar. Lo tenía muy bien
cuidado. Ningún día le faltaba un ramillete de flores frescas, hermosas,
lozanas... También, velas encendidas.
Llegó el día en
el que Helena lo descubrió al entrar súbitamente en el dormitorio de su amiga.
Fue entonces
cuando Matilde le relató la rotura del ala del ángel en la casita del valle. Y
que solo cuando ella le reparó el ala, Helena se reencontró con Blas.
—¿Es posible que eso sea cierto?
—Es posible porque sucedió tal como
te lo he contado.
—Gracias, amiga mía, sigue cuidando
de mi ángel. Cuídalo siempre.
Matilde, muy
contenta, ya que no quería separarse de Cupido, prometió cuidarlo durante toda
su vida.
—Que tu vida sea larga y dichosa...
y cerca de mí —le deseó Helena abrazándola con enorme cariño.
Marcos también
acudió a la mansión para ver a Blas. Y entre visita y visita, entabló una gran
amistad con Patricia. A raíz de esto, los visiteos se hicieron más frecuentes.
Patricia y él se llevaban muy bien, congeniaron mucho. Y esa amistad se
transformó en algo más profundo con el paso del tiempo.
También, con ese
paso del tiempo, el cariño y la amistad entre Nicolás y Bibiana fue creciendo...
sobre todo por parte de Bibiana. Nicolás correspondía a su cariño, a su amor,
pero nunca lograría hacerlo con la misma intensidad que ella.
Bibiana, sin
jamás protestar ni exigir explicaciones, aceptó esta situación. Sabía el
motivo. El motivo era Natalia.
Nicolás volvió a
ser un chico risueño y feliz desde el reencuentro con su padre. Pero, en
ocasiones, Bibiana lo sorprendía muy pensativo, muy abstraído, muy lejos...
Bibiana sabía el porqué. La mente de Nicolás había vuelto a viajar hasta
Natalia.
Natalia intentó
ponerse en contacto con él poco después de enterarse de que Blas estaba vivo.
Pero Nicolás no contestó a una solitaria llamada que recibió, ni al único
mensaje que le envió. Fue una auténtica lucha titánica consigo mismo hacer esto...
porque con su férreo silencio cerraba la puerta al amor de su vida y le
imprimía un punto final a su historia.
Pero no quería
ni podía perdonar la actitud de la muchacha cuando todos creían que Blas había
muerto. No quería, por encima de todo no podía. Lo que sí podía hacer era
seguir amándola en secreto, y en un resistente silencio.
Y los años
pasaron suave, dulcemente... como una cascada de agua limpia y fresca que se
desliza entre rocas para terminar su recorrido en un remanso de paz cristalina
que la aguarda en lo más hondo.
Blas y Helena
colaboraban con Jaime Palacios y su gabinete de gobierno. Y con su colaboración,
Kavana florecía como si viviera una primavera eterna.
Todo el mundo
comenzó a vivir bien en Kavana. Todos prosperaban. Y no es que hubiera una
fórmula mágica para que esto sucediera. Simplemente bastaba con la nobleza de
espíritu de Blas y Helena... porque nobleza siempre obliga. Y obliga a hacer el
bien en todo momento.
Más adelante,
Blas y Helena dejarían de ser colaboradores. Serían ellos quienes sucederían a
Jaime Palacios, y a ellos les sucedería Nicolás, y a Nicolás, su primer hijo o
hija. Y así sucesivamente.
El pueblo kavano
rogaba para que nunca terminase el linaje de los Teodoro-Palacios, para que la
floración en Kavana se perpetuara.
Blas y Helena,
siempre que sus obligaciones se lo permitían, se escapaban a la casita del
valle. Allí pasaban días felices. Inolvidables.
A veces, cuando
el tiempo era bueno, dormían al raso contemplando un cielo estrellado.
Admirándolo. Y esperando ver una estrella fugaz. Ambos sonreían al verla pasar
y eran veloces en pedirle un deseo sin saber que los dos pedían el mismo deseo.
Nicolás había
cumplido los veintiséis años cuando comunicó a sus padres su intención de
contraer matrimonio con Bibiana. Ya era algo más alto que Blas y, posiblemente,
algo más fuerte.
—¿Estás completamente seguro? —le
preguntó Blas.
—Sí, lo estoy.
—¿Estás seguro de haber olvidado a
Nat?
Esta pregunta
pilló desprevenido a Nicolás. Su cuerpo entero se tensó.
—¿Y a ti qué te importa? Siempre
has sido un cotilla —respondió, airado—. Nos casamos dentro de un mes y sois
los padrinos —agregó, taxativo.
—Me temo que nuestro hijo no va a
ser feliz —dijo Blas a Helena cuando Nicolás se marchó.
—Bueno, Paddy y Marcos se casaron
hace dos años y no les va mal. Hasta tienen un pequeño —replicó Helena—. Bibi
quiere mucho a Nico. ¡Se nota que lo ama tanto!
—Eso no lo pongo en duda. El
problema es que estoy seguro de que Nico no la quiere de la misma forma. Estoy
convencido de que ama a Nat.
—Nuestro hijo ya no es un niño,
Blas. Se ha hecho mayor. Debemos aceptar y respetar sus decisiones.
Pasado un mes,
sonaron campanas de boda en la catedral de Markalo. Helena, junto a Nicolás,
esperó la llegada de Bibiana hasta el altar, del brazo de Blas.
Jaime Palacios
siguió la ceremonia desde un primer banco lateral, orgulloso y feliz. Su nieto,
su único nieto, se casaba con una muchacha bella, educada y serena.
La boda se
emitió por televisión, y Natalia pudo verla de principio a fin. Por primera vez
abrió un paquete de tabaco, sacó un cigarrillo y lo fumó entero a pesar de las
toses. Acabó fumando medio paquete y siempre se dijo a sí misma que lloró tanto
por culpa del humo. Nunca quiso
reconocer el dolor sangrante que le infligió Nicolás al contraer matrimonio con
Bibiana. Ese día murió su esperanza. Siempre había esperado que Nicolás
apareciera para cumplir la promesa que le hizo: decirle lo más bonito que un
hombre le haya dicho alguna vez a una mujer.
Ese día, Nicolás
con su boda, mató y enterró su ilusión.
Pasaron cinco
años con sus soles, con sus nubes, con sus lunas, con sus estrellas, con sus
lluvias, con granizo, con nieve, con viento...
Y una mañana de
septiembre, comenzado el otoño, las tres amigas que un mediodía de invierno,
hacía dieciséis años, habían comido en una cafetería de Aránzazu, cercana a su
instituto, volvieron a reunirse en el mismo lugar. Fue idea de Patricia y tanto
Natalia como Bibiana estuvieron de acuerdo.
Se sentaron en
la misma mesa que antaño hicieron. Entonces eran unas niñas ilusionadas ante la
perspectiva de pasar juntas unas vacaciones navideñas en el pueblo de Luna.
Ahora eran unas
mujeres jóvenes de veintiocho años. Patricia seguía siendo la más alta, pero
con menos diferencia. Bibiana ya no tenía el complejo de estar rellenita. Había
adelgazado y conservaba una bonita figura a pesar de haber sido madre por dos
veces. Nicolás y ella eran padres de un niño de tres años y de una bebé de
siete meses. Habían hecho abuelos a Blas y a Helena y bisabuelo a Jaime
Palacios, que ya se había retirado de la política para disfrutar plenamente de
sus bisnietos. En la actualidad, Blas y Helena llevaban las riendas de la gobernanza
del país con la ayuda y colaboración de Nicolás.
Al principio,
Patricia y Bibiana hablaron sobre sus hijos. Patricia seguía teniendo solo uno.
Dos abortos le habían imposibilitado volver a ser madre por el momento.
—¿Cómo están tus abuelos, y tu tío?
—preguntó Patricia a Natalia dando un giro a la conversación.
—Mis abuelos ya no están.
Fallecieron y hace mucho que no veo ni quiero ver a mi tío Bruno.
—¿No te has casado? ¿No hay ningún
hombre que te guste? ¡No puedo creerlo! —siguió indagando Patricia explorando
nuevos rumbos.
Bibiana vio
acentuarse el rubor en las mejillas de Natalia y se sintió incómoda por la
deriva de la conversación.
—Sí, hay un hombre y quizá me case
pronto —contestó Natalia tras una pausa demasiado larga. Por este detalle, sus
palabras no convencieron a sus amigas.
—¡Hay que ver cómo son las cosas!
—exclamó Patricia— Hace dieciséis años estábamos aquí. ¡Cómo pasa el tiempo!
Recuerdo que hablábamos de Nico. Bibi y yo no lo conocíamos personalmente. Lo habíamos
visto en fotos que nos enseñabas y tú creías que era tu primo. Parecía que yo
iba a ser su pareja. Al final ha sido Bibi, la que menos hubiéramos pensado
—añadió de forma muy imprudente provocando gran malestar en Natalia y Bibiana.
—Voy a ser muy sincera —dijo
Bibiana, en un arranque de valentía y honestidad, mirando con sus preciosos
ojos verdes los ojos color avellana de Natalia—. No creo que Nico te haya olvidado.
Estoy segura de que no lo ha hecho. Es muy buen padre, el mejor. También es muy
buen esposo; me trata con respeto y cariño. Pero nunca me ha mirado ni me mirará
como mira Blas a Helena. Esa mirada era y es para ti.
—No deberías hablar así —le afeó
Patricia—. No deberías decir esas cosas, aunque sean ciertas.
—¡Y tú deberías tener cuidado con los comentarios que haces! —gritó
Natalia, enfadada— ¿Eres tonta, Paddy? ¿O ya eres adulta y te has
convertido en cerda? ¿Recuerdas que preguntaste aquí, hace dieciséis años, si
nos convertiríamos en cerdas al ser adultas? Seguramente tú ya lo eres y es por
eso que gruñes.
Las tres amigas
salieron de la cafetería intuyendo que nunca volverían allí. Dejaron Aránzazu y
volvieron a Markalo. Cada una se fue a su hogar.
A Patricia la
esperaban Marcos y su hijo.
A Natalia no la
esperaba nadie como había sospechado Bibiana. Sin embargo, cuando Nicolás le
preguntó por ella le contestó que tenía novio y que pronto se casaría.
Bibiana se
sintió como una cerda de las que había mencionado Natalia en la cafetería, pero
no pudo evitar mentir a Nicolás. Creía que él era incapaz de abandonarla para
correr en busca de Natalia, pero aun así le mintió. No pudo evitarlo.
Y Nicolás no
pudo evitar que unas lágrimas silenciosas mojaran la almohada de su cama
aquella noche.
También otra
almohada, en otra cama, en otra casa, se mojó aquella noche. La mojaron las
lágrimas silenciosas de Natalia.
Págs. 1374-1383
FIN
Hoy os dejo la canción de El Clan Teodoro-Palacios... "Por ella" de Roberto Carlos
Queridos lectores, queridas lectoras:
Cuando leáis estas palabras ya habréis leído el último capítulo de El Clan Teodoro-Palacios como os ha anunciado Ginger, mi querido pelirrojo.
Hoy es un día contradictorio. Por una parte es un día de alegría, hemos llegado al final. Por otra parte, es lógico sentir un pellizco de nostalgia. Blas, Helena, Nico, Nat, Paddy y Bibi nos han acompañado durante mucho tiempo.
Pero creo que los comentarios que se hagan se deben hacer sobre este último capítulo. Pienso publicar, en la mayor brevedad posible, una entrada especial dedicada a vosotr@s, a mis querid@s lectores, lectoras... También, en esta entrada, os explicaré cuál va a ser el futuro de este blog. Y hablaremos de más cosas, de lo que queráis.
Un abrazo muy fuerte.
Mela
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