CAPÍTULO 97
EL “GORILA”
En cuanto terminó la clase, el señor Ismael Cuesta
salió del aula de segundo D con una carpeta negra donde guardaba los exámenes
de los alumnos.
Fuera, en el pasillo, le esperaban el señor Teodoro
y Nicolás. El chiquillo le dijo que sentía lo ocurrido y le pidió perdón. El
señor Teodoro vio una expresión de triunfo en el rostro del profesor que le
incomodó en extremo.
Nicolás, tras la disculpa, entró en clase, y los dos
adultos se quedaron frente a frente. El director quiso ver el examen de su hijo
y comprobó que, a pesar, de que el señor Cuesta lo había complicado bastante,
el niño había salido airoso. También comprobó que la última pregunta era
imposible contestarla porque faltaban datos precisos.
—Nicolás me ha insultado —declaró el señor Cuesta con antipatía—. No pienso corregirle el examen, tendrá un
cero. No tolero las faltas de respeto por parte de mis alumnos.
El señor Teodoro devolvió el examen al
profesor.
—Va
a tener que corregírselo —exigió—. Mi hijo está repitiendo curso y no quiero que lo califique
por su comportamiento. Ni usted ni ningún otro profesor. Si tienen en cuenta el
comportamiento del niño para ponerle nota, no creo que pudiera aprobar ninguna
asignatura. Yo me encargaré de castigarlo y le aseguro que no volverá a
insultarle.
Los alumnos comenzaron a salir del aula y
Nicolás vio al señor Teodoro hablando con el profesor de matemáticas.
El muchacho, acompañado por Lucas y Leopoldo, aguardó a cierta distancia a que su padre terminara su conversación.
El muchacho, acompañado por Lucas y Leopoldo, aguardó a cierta distancia a que su padre terminara su conversación.
—Usted
es el director y usted manda —aceptó el señor Cuesta con disgusto—. Procure que
sea cierto que su hijo no vuelve a insultarme.
El hombre lanzó una agria mirada a Nicolás, y se alejó por el pasillo apartando, de malos modos, a los
chavales que “osaban” cruzarse en su camino. El señor Teodoro lo observó sin
intervenir, mas no aprobó la actitud del individuo. Nicolás le entregó su
mochila y su abrigo.
—Me
voy a jugar al patio hasta las tres —comunicó a su padre, no muy convencido—.
No te preocupes por el señor Cuesta, no volveré a respirar en su clase y
recuperaré el examen. Te lo prometo.
—Sí,
será mejor que vayas a jugar —concedió el señor Teodoro para alivio de su hijo—.
Si vienes al despacho conmigo, corres un serio peligro.
El hombre se encaminó a su despacho y Nicolás corrió
al patio con sus amigos.
Natalia y Bibiana les salieron al paso.
Natalia y Bibiana les salieron al paso.
—¿Vas
a perder el tiempo jugando al fútbol o vas a venir a vigilar la entrada a la
discoteca? —preguntó Natalia, malhumorada.
—¿Y para qué hay que vigilar la entrada de la
discoteca? —quiso saber Leopoldo, curioso.
—¿Y
a ti qué te importa? —se enfadó Natalia— No podemos fiarnos de vosotros.
—Son
mis amigos —intervino Nicolás.
—Tú
haces amigos muy pronto —se exaltó Natalia—. ¿Cómo sabes que no irán a decirle
nada a Blas?
—¡No
somos unos chivatos! —exclamó el pelirrojo, muy ofendido.
—Una
chica desapareció en esa discoteca hace un par de años —explicó Nicolás
brevemente—, queremos intentar encontrarla.
—¡Vosotros
estáis chalados! —sentenció Leopoldo—
¿De verdad pensáis que podéis encontrar a una tía que se esfumó hace tanto
tiempo?
∎∎∎
Transcurrida media hora, el señor Teodoro
decidió salir al patio para ver qué estaba haciendo su hijo. Seguramente estaría jugando con sus amigos o
cabía la posibilidad de que estuviese solo. De ser así, jugaría un rato con él.
A pesar de que la tarde seguía presentándose soleada, el
frío continuaba siendo intenso.
La zona del campo de fútbol estaba desierta;
el director anduvo por el patio mirando a su alrededor sin divisar a Nicolás ni
a ningún otro alumno. Cuando ya comenzaba a inquietarse vio al chiquillo y a
sus amigos fuera del patio, en la acera donde se encontraba la entrada a la
discoteca. Meneó la cabeza, contrariado, y caminó en dirección a los muchachos.
Nicolás, agachado, y con una horquilla que le había entregado Bibiana, hurgaba la cerradura de un candado que
aseguraba una puerta metálica enganchada a un saliente del suelo.
—¿QUÉ COJONES ESTÁIS HACIENDO? —les
increpó una voz atronadora.
Nicolás se incorporó y, junto a sus amigos, se
dio la vuelta. A ninguno les gustó lo que vieron.
Quien gritaba era un hombre joven,
espantosamente alto y espantosamente fuerte. Tenía la cabeza rapada y unos ojos azules que hubiesen sido atractivos, pero desprendían demasiada maldad. En el comienzo de su cuello asomaba la cabeza
tatuada de una abominable serpiente. El desconocido que tenía la apariencia de
un gorila agarró a Nicolás por la parte delantera del suéter y lo empujó,
violentamente. El niño cayó de espaldas sobre la acera.
—¡Déjeme
en paz! —exclamó el muchacho, atónito— ¿Está usted loco?
—Completamente —le aseguró el individuo,
mirándole con rencor— ¡Y te voy a
aplastar la cabeza hasta que tus sesos se desparramen por el suelo! ¿Qué
estabas haciendo? Una gamberrada, ¿verdad? Intentabas romper el candado… ¡Ya te enseñaré yo a ti! ¡Voy a aplastarte como a un repugnante
gusano!
Nicolás vio, incrédulo y horrorizado a un
tiempo, como el hombre levantaba la pierna, dispuesto a descargarle el pie
sobre la cabeza.
Natalia, Bibiana, Lucas y Leopoldo estaban
paralizados sin saber cómo ayudar al chiquillo.
Aquel individuo era un poco más alto que
Nicolás, y mucho más corpulento. En realidad, aquel individuo semejaba un
gorila.
Sin embargo el “gorila” no llevó a término sus
bestiales propósitos, que no eran otros que patear la cabeza del niño. Un
agudísimo dolor en sus genitales lo obligó a plegarse arrodillado y gemir
lastimosamente.
Nicolás vio al señor Teodoro; él era el
responsable de la terrible patada que había hecho aullar a todo un “gorila”.
El individuo de la cabeza rapada metió una
mano, debajo de su jersey, y extrajo un revólver. Nicolás lo vio y también vio
como el hombre se iba dando la vuelta lentamente…
—¡NO,
NO! —gritó el chiquillo, despavorido, temiendo las intenciones de aquel
tipo— ¡Cuidado, cuidado, papá! ¡PAPÁ!
El señor Teodoro, alertado, asestó otra brutal
patada a la muñeca del “gorila” y el arma salió volando, aterrizando en el
suelo, a unos metros de distancia.
Nicolás se levantó, precipitadamente, y corrió
a abrazar a su padre. El señor Teodoro correspondió al abrazo de su hijo y le
besó la cabeza sin dejar de vigilar al hombre encogido en la acera.
—¡Vámonos
de aquí! —suplicó Nicolás, muy agitado — ¡Vámonos de aquí!
Tenía remordimientos porque sentía que, por su
culpa, el “gorila” podía haber disparado a su padre. Quería, a toda costa,
llevarse al señor Teodoro de aquel lugar y ponerlo a salvo.
—¡Por favor, papá, vayámonos a casa! —insistió,
empujando al joven en un intento de moverlo de allí.
El señor Teodoro experimentó, en el interior
de su ser, una invasión de ternura y de felicidad. Por fin escuchaba a su hijo llamarle “papá”. Algo que había
esperado durante doce interminables años, algo que le causaba una sensación
única. Volvió a besar el cabello ondulado del niño.
—Cálmate,
Nico —le pidió, suavemente—. No va a pasar nada malo. Te lo prometo.
—¿Blas?
—exclamó el “gorila” en tono interrogativo
— ¿Eres tú, Blas? ¡No puedo creerlo! ¡Por supuesto que eres tú! ¡Ayúdame
a levantarme, mala bestia! ¿No me conoces, no me reconoces? ¡Soy Álvaro! ¡Tu
amigo de la infancia y de la adolescencia!
El señor Teodoro miró, estupefacto, al hombre
que iba poniéndose de pie poco a poco.
—¿Me
conoces o no me conoces? —preguntó el “gorila”, aproximándose.
El señor Teodoro apartó a un lado a Nicolás y
se quedó delante del individuo.
—Es
difícil reconocerte sin pelo y con una serpiente en el cuello —manifestó—. ¿A
qué te dedicas? ¿A tirar niños al suelo y a intentar aplastarles el cráneo?
—¡Tú
no has cambiado en absoluto! —admiró el señor Álvaro Artiach— ¿Cómo iba a
imaginar que este chico era tu hijo, Blas? Lamento lo sucedido, pero el
chiquillo estaba rompiendo el candado. Soy uno de los dueños de esta discoteca,
tengo que proteger mi negocio.
—Los
niños están buscando un gatito que, esta maña na, rondaba por aquí —explicó el señor Teodoro—.
¿Forma parte de tu negocio llevar un revólver?
El señor Artiach sonrió levemente.
—Tengo
permiso de armas y bastantes enemigos. No tengo una profesión fácil. Por lo que
veo tú has corrido mucho —declaró, mirando a Nicolás—, tienes un hijo
crecidito. Yo ni siquiera me he casado. ¿Te casaste con Helena?
El señor Teodoro no contestó y envió a Nicolás
y a sus amigos al patio. Los chiquillos obedecieron y desde el interior del
espacio de recreo observaron a los adultos.
—Ese
tipo no me gusta nada —dijo Nicolás con rabia—, y no me gusta nada que mi padre
sea amigo de él.
—Tal
vez eso nos sirva de ayuda —manifestó Natalia—. Si ese tal Álvaro es amigo de
Blas y uno de los dueños de la discoteca, tal vez nos deje entrar. A lo mejor
no es tan mal tipo como parece y hasta le podemos preguntar si sabe algo de
Rocío Sierra.
—¡Tú
estás loca! —exclamó Nicolás, furioso— ¡Ese Álvaro es un desgraciado! ¡Iba a
pisotearme la cabeza y también iba a disparar a mi padre! ¡No quiero saber nada
de él! ¡No quiero ningún trato con ese individuo! ¡PAPÁ! —gritó a continuación, exaltado— ¡VEN YA, ESTAMOS HARTOS DE
ESPERARTE!
Y el destino cruel y despiadado sonrió, satisfecho, porque las dos patadas que Blas Teodoro asestó contra Álvaro Artiach marcaron el inicio de un odio feroz y sin tregua.
Y el destino cruel y despiadado sonrió, satisfecho, porque las dos patadas que Blas Teodoro asestó contra Álvaro Artiach marcaron el inicio de un odio feroz y sin tregua.
Págs. 769-775
Esta semana dejo en el lateral del blog una canción de Chayanne... "Si nos quedara poco tiempo"