Hola a tod@s, ¿os acordáis de mí?
Os refresco la memoria... soy Ginger, el gatito que os presentó esta novela
Sí... ha llovido bastante desde entonces
Hoy os presento, desde mi sala de estar, el último capítulo de la primera parte de El Clan Teodoro-Palacios
¡¡MIAU, MIAU, MIAU!!
Solo los gatos y las gatas saben lo que acabo de decir ;-)
CAPÍTULO 82
ADIÓS A VILLA DE LUNA
A
|
la hora de comer, el árbol de Navidad y el
Belén ya no estaban en el salón. El señor Teodoro se había encargado de
recogerlo con la cooperación de Bibiana y Patricia.
El árbol y el
Belén dejaron un espacio vacío, se echaban de menos las lucecitas de colores brillantes y bailarinas. La
estancia se hallaba como más fría y se presagiaba el fin de la Navidad.
Después de
comer, el señor Teodoro tenía pensado retirar el iluminado del exterior de la
casa. Parecía no tener fiebre y notaba que iba recobrando las fuerzas. Hablar con
Nicolás y confesarle que era su padre lo liberó de una carga muy pesada
que había soportado durante años. Las cosas no habían salido como él hubiera
deseado, pero confiaba en ganarse, día a día, el perdón del chiquillo. Jamás le permitiría desaparecer de su vida
como lo hizo su madre, Helena.
Emilia había
cocinado un puré de patata exquisito. A Nicolás le encantaba e intentaba
saborearlo, pero casi no podía comer debido a la emoción y excitación que
sentía. Cierto hormigueo, que llegaba a ser molesto, recorría su estómago y sus
piernas.
Cada vez que
miraba al señor Teodoro, recordaba que estaba mirando a su
padre y un sentimiento de paz y de felicidad lo embriagaba.
—Me parece mentira que pasado mañana vayamos al
instituto. ¡Qué pronto han pasado las fiestas! —comentó Natalia, radiante— Empezará el
segundo trimestre, vamos a pasarlo muy bien, ya lo verás, Nico. Ya te hablaré
sobre los profesores, los que son más “hueso” y los que están más atontados y
se enteran de poco o nada.
—Cuidado con lo que
habláis —recomendó Patricia, riendo—. No olvidéis que tenéis delante al
director.
Nicolás y Natalia repararon en el señor Teodoro que comía, silencioso, y
despacio.
—Este director está
castigado —repuso el muchacho, tranquilamente.
Su ex prima le dio un puntapié, por debajo de la mesa, temiendo que el
chaval alterara al hombre.
—¿Qué quiere decir que
estoy castigado? —se rebeló el aludido— Aquí, el único castigado eres tú por
haberte escapado de casa. ¡Te vas a enterar!
—¡Te vas a enterar tú! —replicó el niño, beligerante— Vas a tener que escribir un
millón de veces... “Me arrepiento de haber mentido a mi hijo”.
Cuando termines de escribir eso, me pensaré si te llamo o no te llamo
“papá”. O sea, que ya puedes empezar a escribir; te va a doler la mano.
—Bueno, no me parece una
mala idea —dijo la señora Sales, viendo una luz en el tunel—. Empieza cuanto
antes a escribir ese millón de frases, Blas.
El joven miró a su madre con semblante hosco.
—Este mocoso no va a castigarme a mí en absoluto —declaró, contrariado.
—¡Tú eres más mocoso que yo! —exclamó Nicolás, picado— ¡Y estás castigado quieras o no quieras!
Su padre le lanzó una mirada relampagueante.
—Nico, muérdete la lengua
antes de hablar y ten cuidado con lo que dices —le aconsejó en tono amenazador.
Nicolás no se atrevió a contestar; empezó a entender que nada era distinto. El señor Teodoro seguía siendo el mismo. No había ninguna diferencia entre su tutor y su padre.
“Siempre ha sido mi padre”, pensó el crío. “Nunca ha sido mi tutor. Te quiero papá; quisiera abrazarte en este
momento y darte un millón de besos”.
La señora Sales propinó un cachete a su hijo y este contrajo la expresión de su rostro,
indignado.
—¡No seas tan zoquete! —le
amonestó la mujer— Escribirás las frases que te ha pedido el niño y no se hable
más. No te va a pasar nada malo por escribir un poco.
El joven suspiró, resignado. Después de rascarse la barbilla, asintió poco
convencido.
—Está bien —accedió de
mala gana—; escribiré ese millón de frases, pero no me parece justo.
—A mí tampoco me parecen
justos tus castigos y me tengo que aguantar —dijo Nicolás, satisfecho— Emilia,
tú no estás castigada —añadió, sonriendo a la mujer—. ¿Cómo prefieres que te
llame... abuela, abuelita o yaya?
—¡Cariño, qué gran alegría me das! —exclamó la señora,
emocionada— Iba a pedirte que me llamaras “yaya”. Yo soy mayor y no sé de cuánto tiempo dispongo; tu
padre es muy joven,
dispone de toda la vida por delante para que lo llames “papá”.
—Tú también dispones de mucha vida, yaya, no te vas a
morir nunca. Siempre estarás con nosotros. ¡No llores, por favor!
Nicolás se
levantó, alarmado, y acercándose a la mujer la abrazó y le llenó la cara de
besos.
—Te quiero, yaya —susurró—, eres la mejor abuelita del mundo.
—Desde luego está claro y demostrado que la justicia no
existe —manifestó
Elisa, mordaz—. Blas siempre se ha desvivido por conseguir que le reconocieran su paternidad y está
castigado. Emilia no ha movido un dedo ni lo hubiera movido, y no está castigada.
—¿Por qué no te callas, bruja amargada? —le increpó la señora Sales,
airada. Y desde aquel instante supo que Elisa Rey iba a ser su enemiga. Jamás le perdonaría lo que terminaba de declarar.
El señor
Teodoro no tenía mucho apetito y decidió salir a recoger las luces que rodeaban
la fachada de la casa.
Fuera justo o
injusto se alegró y le pareció muy bien que Nicolás hubiese tomado la
determinación de llamar “yaya” a Emilia.
Un rato
después, el chiquillo salió a la terraza y vio a su padre atareado con las
luces.
El viento
seguía soplando, aunque su intensidad era menor. El muchacho se aproximó a un
grueso tocón que el señor Teodoro utilizaba como base para cortar la leña.
Allí, muy cerca, estaba el hacha prohibida y, a un tiempo, codiciada. La cogió,
deseando manejarla. La alzó al aire, con ambas manos, pero no llegó a
dejarla caer sobre el tocón, ya que su padre se la arrebató, mientras le daba
un cachete.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —le preguntó, furioso.
—Iba a cortar un poco de leña —respondió Nicolás—. El otro día vi cómo le
enseñabas a Julián. ¿Por qué no puedo hacerlo yo? ¡Soy más mayor!
—Porque tú eres un irresponsable, un cabeza de chorlito,
un trasto. En resumidas cuentas, no me fio de ti. ¿Quieres que te dé más
razones?
—¡Y tú eres un
idiota! —exclamó el
chiquillo, muy enojado.
Cuando Natalia,
Bibiana y Patricia salieron a la terraza vieron al señor Teodoro terminando de
recoger las luces y a Nicolás cara a la pared.
—¿Ya estás castigado, Nico? —indagó Natalia, guasona— ¡Solo se te ocurren
estupideces como, por ejemplo, castigar a Blas! Pues no veo que él esté
escribiendo frases ni tampoco tragando pared. ¡Al único que veo tragar pared es
a ti! Si fueses un poco más inteligente o sensato lo llamarías “papá”, y lo
tendrías comiendo de tu mano.
ῳῳῳ
A las cinco en
punto, Matías, un hombre de cincuenta años, de cabello cano y abundante; y su
hijo, Luis, un joven de veintidós años, algo menos robusto que su progenitor
pero un poco más alto, llegaron a villa de Luna.
El señor Teodoro los recibió, cordialmente, y les comunicó que no tardarían en
salir hacia Aránzazu.
—Estamos deseosos de recibirles en su casa —expresó el señor
Matías, cuya cara y nariz eran anchas—. ¿Cómo está el señorito Nicolás? ¿Ya se ha enterado
de todo?
El señor
Teodoro asintió.
—Por favor, Matías, ya me parece el colmo no conseguir
que me tutees… Pero de ninguna manera voy a consentir que llames señorito a mi
hijo y que lo trates de usted. ¡Es un crío! Y no quiero que se sienta superior
ni por encima de nadie.
—Haré un esfuerzo, aunque va en contra de mis costumbres
—manifestó el hombre—. Yo solo pretendo dejar
bien claro el respeto que me inspiran usted y su familia.
—No creo que el respeto se demuestre tuteando o
hablando de “usted” —declaró el
señor Teodoro—. Haz lo que
consideres oportuno con mi madre y conmigo. Pero, desde luego, al niño lo
tuteas.
—Es usted un hombre excesivamente liberal para una
cultura como la nuestra.
—Los tiempos cambian, todo debe evolucionar.
—En Kavana, todavía no.
El señor Matías,
después de saludar a la señora Sales y a Elisa, fue quien se llevó el
todoterreno del señor Teodoro; y su hijo, Luis, se fue conduciendo la furgoneta
de color azul, un tanto destartalada, con la que se habían presentado en la urbanización.
A las seis de
la tarde, villa de Luna quedó
deshabitada. Seguían estando los lujosos muebles y se conservaba el calor en
las habitaciones, pero ya no se oían voces, ni risas, ni llantos, ni pasos
presurosos, ni pasos sigilosos… Únicamente perduraba el acompasado sonido del
reloj, colgado en una de las paredes
del salón. Incluso el crepitar de la chimenea se había extinguido, puesto que
el señor Teodoro había dejado de alimentarla con leña la noche anterior.
Villa de Luna había sido testigo de una Navidad
más, una Navidad que posiblemente no se volvería a repetir, por lo menos, con
las mismas personas que habían dado vida a las diferentes estancias.
Algunos de los que se iban... regresarían, pero ya no serían los mismos.
Algunos de los que se iban... regresarían, pero ya no serían los mismos.
Tal vez la casa
lo sabía y quizás estaba triste por saber que aquella era una despedida
definitiva.
ῳῳῳ
El señor
Teodoro detuvo su Mercedes delante de la casa de la señora Miranda. Estela
salió a despedirlos, lo besó a él, a la señora Sales que estaba a su lado, y a
Nicolás, que se sentaba detrás.
Gabriela lo
observaba todo, desde una ventana, oculta por una cortina. No tenía ánimos para
despedirse del señor Teodoro.
“Nunca
encontraré a nadie como Blas”, pensó, con melancolía. “No conozco a Helena Palacios, pero estoy segura de detestarla”.
Estela se
dirigió al Audi que conducía Elisa y se despidió de ella y de las niñas.
El señor
Teodoro puso el coche en marcha sintiendo no haber visto a Gabriela, pero la
señora Miranda le dijo que se estaba bañando.
El señor
Francisco salió corriendo de su casa, pero tanto el Mercedes como el Audi ya habían tomado la curva de la pista de tenis y nadie le vio.
“Buen viaje, Blas”, le deseó el hombre. “Y buena suerte en Aránzazu”.
ῳῳῳ
El señor Tobías
se encontraba en la comisaría de Luna
y consultó su reloj de pulsera.
“Ya
deben de estar marchándose”, meditó. “El
pueblo, como siempre, se va a quedar muy vacío sin ellos.
Helena Palacios debe ser
una mujer con mucho poder para impedir que Blas reconociera a su hijo durante
doce años. Y la persona que mandó matar a Víctor Márquez también tenía mucho
poder. ¿Cómo pudo enterarse ella de lo que ese hombre le hizo al niño? ¿Quién
eres y dónde estás, Helena Palacios? Una madre capaz de abandonar a un hijo
debe ser una muy mala persona. Averiguaré dónde estás, Helena Palacios, no me
gustan los asesinatos. Te desenmascararé y vengaré el
daño que le has hecho a Blas”.
ῳῳῳ
El Mercedes y
el Audi salieron del camino de la urbanización y tomaron la carretera, rumbo
a Aránzazu.
Nicolás estaba
muy nervioso y agitado. No podía parar quieto con las manos y sonreía en
silencio. No iba a volver al internado de
Markalo, se dirigía a Aránzazu, a una ciudad desconocida y, allí, viviría con
su padre y con su abuela. ¡Su padre y su abuela, eso sonaba maravilloso!
En un par de semanas,
Natalia también viviría con ellos. Habría que soportar a Elisa, pero eso sería un mal menor. Estudiaría en el mismo instituto que Natalia y Bibiana.
Conocería nuevos chicos y haría nuevas amistades.
Sin embargo, lo que más le
emocionaba era estar con su padre. Blas no era su tutor, Blas era su padre. No
estaba soñando y, si estaba soñando... que
nadie osara despertarlo porque, él, adoraba a su padre.
De vez en
cuando el jovencito miraba hacia tras, comprobando que el coche de Elisa les
seguía. El señor Teodoro y la señora Sales conversaban, pero el muchacho no les
prestaba atención, embelesado, en sus propios pensamientos.
¿Cómo sería su nueva casa
en Aránzazu? ¿Y qué importancia tenía aquello?
Él estaba dispuesto a vivir en una cabaña, en una chabola, en una cueva o debajo
de un puente, siempre que estuviera acompañado de su padre.
“El
mejor padre del mundo”, pensó, con orgullo, mirando como la grandota mano
del joven tocaba el cambio de marchas.
—Te quiero, papá —susurró, tan sumamente suave, que ni el señor Teodoro
ni la señora Sales pudieron oírle.
Y el viento
volvió a rugir, espantosamente, a derecha y a izquierda del vehículo. Pero Nicolás no abrigaba ningún miedo, se sentía demasiado feliz, demasiado seguro y
demasiado protegido. Su padre, Blas
Teodoro, estaba allí.
Una nube muy negra perseguía al Mercedes después de que el siniestro viento se volviera a levantar... unas gotas de agua comenzaron a mojar la carretera y los cristales del vehículo.
El señor Teodoro conducía con calma, muy pensativo, sin ser consciente de que cada kilómetro pasado lo acercaba a un destino despiadado y cruel... pero también lo acercaba a Helena Palacios y, de haber sabido ambas cosas, no hubiese dudado en pisar muy fuerte el acelerador...
Págs.643-651
Una nube muy negra perseguía al Mercedes después de que el siniestro viento se volviera a levantar... unas gotas de agua comenzaron a mojar la carretera y los cristales del vehículo.
El señor Teodoro conducía con calma, muy pensativo, sin ser consciente de que cada kilómetro pasado lo acercaba a un destino despiadado y cruel... pero también lo acercaba a Helena Palacios y, de haber sabido ambas cosas, no hubiese dudado en pisar muy fuerte el acelerador...
Págs.643-651
CONTINUARÁ
Querid@s lectores de El Clan Teodoro-Palacios... hoy es un día de celebración y de agradecimiento
Celebración... porque hoy hemos llegado al primer destino de esta historia... hoy concluye su primera parte
Una historia que comenzó un 29 de septiembre de 2012(aunque yo deseaba que comenzara el 28) y llega a su primera etapa de camino un 31 de octubre de 2013
Alguien comparó esta Estación con un barco... bueno, pues hemos llegado a nuestro primer puerto sin chocar con un iceberg y sin naufragar... eso hay que celebrarlo
También es un día de agradecimiento... porque hoy os doy las gracias a tod@s l@s que habéis llegado conmigo hasta aquí... y a l@s que no habéis llegado
Agradezco cada uno de los comentarios que me habéis dejado por el camino... porque detrás de cada comentario hay una persona real... yo soy real... vosotr@s sois reales... no somos robots
Sé que algun@s de vosotr@s esperaréis con entusiasmo el siguiente capítulo de la segunda parte... por lo tanto, no me parece justo no comunicaros que el próximo jueves no habrá capítulo... Tengo pensado sacar una entrada especial o una entrada sorpresa... no sé bien como denominarla
Creo que no tengo nada más que decir... por supuesto daros las gracias de nuevo
Y este jueves, dejo en el lateral del blog una canción de Julio Iglesias... "La carretera "
Querid@s lectores de El Clan Teodoro-Palacios... hoy es un día de celebración y de agradecimiento
Celebración... porque hoy hemos llegado al primer destino de esta historia... hoy concluye su primera parte
Una historia que comenzó un 29 de septiembre de 2012(aunque yo deseaba que comenzara el 28) y llega a su primera etapa de camino un 31 de octubre de 2013
Alguien comparó esta Estación con un barco... bueno, pues hemos llegado a nuestro primer puerto sin chocar con un iceberg y sin naufragar... eso hay que celebrarlo
También es un día de agradecimiento... porque hoy os doy las gracias a tod@s l@s que habéis llegado conmigo hasta aquí... y a l@s que no habéis llegado
Agradezco cada uno de los comentarios que me habéis dejado por el camino... porque detrás de cada comentario hay una persona real... yo soy real... vosotr@s sois reales... no somos robots
Sé que algun@s de vosotr@s esperaréis con entusiasmo el siguiente capítulo de la segunda parte... por lo tanto, no me parece justo no comunicaros que el próximo jueves no habrá capítulo... Tengo pensado sacar una entrada especial o una entrada sorpresa... no sé bien como denominarla
Creo que no tengo nada más que decir... por supuesto daros las gracias de nuevo
Y este jueves, dejo en el lateral del blog una canción de Julio Iglesias... "La carretera "