EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 67

Un nuevo premio ha llegado a la Estación.
En esta ocasión ha sido por gentileza de Tamara y  su estupendo blog El Arte De Las Palabras.
Todo lo relacionado con este simpático "ladrón" de sonrisas lo encontraréis en Premios(12), en una de las pestañas de arriba.
Gracias






CAPÍTULO 67

UNA NOTICIA INQUIETANTE

N

atalia, Bibiana y Patricia se levantaron a las doce del mediodía; los rayos de un sol espléndido iluminaban su habitación. Hicieron sus camas, se ducharon, se vistieron y después de asear el cuarto de baño bajaron a la cocina a desayunar. Emilia estaba cocinando y Blas pasaba una aspiradora a vapor por el salón.

            —Tomad solo un tazón de leche —les dijo la señora Sales—, o no tendréis apetito a la hora de comer.

            —¿Cómo está Nico? —preguntó Natalia.

            —Está mucho mejor.

En cuanto bebieron la leche, Natalia y Bibiana fueron a hacerle una visita. Nicolás estaba en la cama, despierto y ceñudo.

            —¿Cómo te encuentras? —le preguntó su prima.

            —Estoy muy bien, casi no tengo fiebre y casi no me duele la garganta —respondió el chaval, sentándose—. Pero Blas no me deja salir de este maldito cuarto y no piensa dejar que salga a la calle durante tres días, o sea, hasta el día cuatro.

            —No te enfades, Nico —dijo Bibiana, dulcemente—. Ayer estuviste muy enfermo y eres muy afortunado, aunque no lo creas, de que Blas se preocupe tanto por ti.

            —Blas es un martirio y una pesadilla —replicó Nicolás, alterado—, se pone demasiado nervioso cuando me pongo enfermo. ¡Como si fuera algo anormal ponerse enfermo! Y si él se pone enfermo hace lo que le da la gana y punto. Porque él es quien manda. ¡Idiota más que idiota!

            —Me parece que eres muy injusto con él —le contradijo Bibiana—. Blas no es ningún ogro, es muy buena persona. Yo conozco ogros y sé como son. Deberías salir y hablar con él.

            —¡Ya! —bufó Nicolás— Si pongo un pie fuera de esta habitación sin su permiso, no sé lo que me hace.

            —Seguro que te mata —se burló Natalia—. ¡Vamos, Nico! Sabes de sobra que cuando estás malo, Blas es incapaz de ponerte un dedo encima. Ahora lo tienes en tus manos, si tú quieres lo harás pasar por el aro.

Nicolás pensó que su prima tenía razón, se animó y se levantó. Fue al cuarto de baño a ducharse y se vistió con un chándal.

Las niñas le explicaron el beso que Patricia le había dado a su tutor la noche anterior. Los tres se rieron a mandíbula batiente y de esta guisa se presentaron en el salón. El señor Teodoro no estaba; harto del revoloteo de Patricia a su alrededor, había salido a caminar y a visitar a Estela y a Gabriela. La señora Sales oyó el alboroto de los niños y acudió al salón. Vio que Nicolás se tiraba, tranquilamente, en un sofá a ver la tele.

            —¡Qué desobediente eres, Nico! —exclamó la mujer   — Ya veremos qué dirá Blas cuando venga.

            —¡Que diga lo que quiera, es un pesado, yo me encuentro bien y me aburro en la habitación!

Emilia regresó a la cocina, donde estaba Patricia ayudándola a terminar de preparar la comida.

Cuando el señor Teodoro volvió a villa de Luna y vio a Nicolás en el salón, se cruzó de brazos y lo miró con semblante severo.

            —Vamos a ver, ¿qué haces aquí? ¿Es que yo hablo en chino y no me entiendes? —interrogó, enfadado.

A Nicolás se le esfumó la valentía de la que había hecho acopio hacía solo un ratito y ya no tenía  claro que pudiera hacer pasar por un aro, tan sencillamente, a su tutor. Bibiana auxilió al chiquillo notando que se estaba bloqueando, era evidente que no tenía ni idea de cómo manejar al señor Teodoro.

            —Es que Nico se encuentra mucho mejor, Blas —dijo la pequeña—. En la habitación estaba muy solo y aburrido. Hoy es Año Nuevo. Yo le he dicho que tú no te enfadarías porque viniera al salón.

            —Está bien —aceptó el joven sonriendo a la niña—. Pero, no te alborotes, no empieces a hablar demasiado y mucho menos a gritar o te vas para la habitación disparado como una bala —añadió dirigiéndose a Nicolás en un tono muy diferente.

Durante la comida el señor Teodoro comió muy poco y se mantuvo bastante silencioso.

            —¿Qué te pasa, te encuentras mal? —le preguntó la señora Sales, preocupada.

            —No me pasa nada, me encuentro perfectamente  —respondió el joven, no queriendo alarmar a su madre.

            —Estás raro y estás comiendo muy poco.

            —Tengo poco apetito, eso es todo.

Nicolás se lo estaba pasando bomba lanzando besos al aire y, sonriendo, mirando a Patricia. El señor Teodoro comprendió que el niño debía haberse enterado del beso que la chiquilla le dio por la noche. El hombre lanzó al muchacho una mirada abrasiva y Nicolás dejó el jueguecito al instante.

            —Blas, ¿nos llevarás mañana a Puerto Llano a comprar regalos? —indagó Patricia— Tu madre dijo que nos llevarías. A Bibi, a Nat y a mí nos hace mucha ilusión.

El señor Teodoro asintió aunque no le apetecía absolutamente nada ir de compras, pero le supo mal decepcionar a las chiquillas. Nicolás frunció el ceño muchísimo, no tenía ahorros y, por otra parte, Blas le había dicho que no saldría de casa hasta el día cuatro. Estaba muy claro que él no iba a ir. El señor Teodoro cazó al vuelo la expresión huraña del muchacho.

            —Nico, esta tarde escribes en una hoja los regalos que quieres comprar y a quién se los quieres regalar. Yo los compraré mañana por ti y prometo guardar el secreto —le dijo su tutor, guiñándole un ojo.

            —Yo también quiero ir —replicó el chaval.

            —¡De eso nada! —dijo el señor Teodoro, tajante— No saldrás de casa durante tres días como dijo el médico. Tengo miedo a que recaigas.

            —¡Tú siempre tienes miedos absurdos! —gritó Nicolás, beligerante— ¡No pienso escribir nada, no le regalo nada a nadie!

El señor Teodoro comenzó a perder la calma.

            —¡No empieces a gritar, Nico! —le advirtió, enfadado  — Cuando acabes de comer entrarás en mi despacho y no saldrás mientras no escribas lo que te he dicho.

            —¡Ay, ay, ay! —exclamó la señora Sales, exasperada   — ¿Es que siempre tenéis que estar el uno en contra del otro, hasta el día de Año Nuevo?

Acto seguido la mujer propinó un cachete a Nicolás, seguidamente propinó otro a su hijo, bastante más sonoro.

            —Veremos si vuelvo a oíros a alguno de los dos —declaró, enojada.

El señor Teodoro miró, agresivamente, al chiquillo y este bajó la cabeza, intimidado. Patricia pasó un mal rato, aguantando las ganas de echarse a reír. Bibiana observó a Emilia, era muy menuda comparada con Nicolás y con Blas. Sin embargo, los manejaba a la perfección, algo increíble y maravilloso a un tiempo.

En su casa quien mandaba era su padrastro, se imponía la ley del más fuerte o la ley del más bruto. No imaginaba a su madre dándole un cachete a su esposo, ni siquiera la imaginaba llevándole la contraria. El señor Teodoro era todo un caballero, algo poco frecuente en su país. Además, el cachete que el hombre había recibido había sido muy injusto. La niña reparó en el moretón que tenía en una mejilla y le preguntó qué le había sucedido.

            —Mi querido Nico me ha dado un puñetazo esta noche —respondió el señor Teodoro, causando estupor en la señora Sales y las niñas.

            —¿Tú le has pegado a Blas? —increpó la mujer al chaval, cuyo rostro había enrojecido por completo.

            —Ha sido sin querer —se excusó el “culpable”—. Yo tenía una pesadilla, no sabía lo que hacía. Estaba dormido, no le he pegado adrede.

Patricia ya no pudo aguantar, por más tiempo, sus ganas de reír. Natalia también se contagió de la risa de su amiga y el señor Teodoro se unió a sus risas viendo el desasosiego y el apuro de Nicolás.

Después de comer, Blas le tomó la temperatura, tenía treinta y siete grados. El enrojecimiento de su garganta había disminuido de forma considerable. En consecuencia, decidió consultar con el doctor Pascual, pero este le dijo que continuara con el tratamiento ya que, de no hacerlo, era muy probable que el niño volviera a recaer.

Nicolás se disgustó y se contrarió tanto al enterarse que se encerró en su habitación y no quiso salir durante una hora. Transcurrido ese tiempo, dejó a un lado el orgullo porque se estaba aburriendo como una ostra. Vio a su tutor durmiendo en su cama, el hombre había aprovechado el enfado del chiquillo para descansar un rato. Nicolás anduvo con sigilo procurando no despertarlo. Salió al rellano de la escalera y oyó voces procedentes del cuarto de juegos. Las niñas estaban allí y, allí, se dirigió Nicolás con ganas de jugar y pasarlo bien.

                                                                        ῳῳῳ

La señora Sales permanecía en el salón viendo la tele. El timbre del teléfono fijo sonó y la mujer atendió la llamada. Era el señor Tobías y preguntaba por el señor Teodoro.

            —Está descansando —dijo Emilia—. No me gustaría molestarlo, ha pasado muy mala noche. Me temo que no se encuentra muy bien. ¿De qué quieres hablar con él?

El policía le contó que Sandra había desaparecido después de la fiesta de Nochevieja. Su novio, Lázaro, se había ido a dormir antes que ella, tras mantener una discusión. Los padres de la chica habían denunciado su desaparición a las ocho de la mañana y después de una ardua búsqueda la habían encontrado tirada en la montaña en muy malas condiciones.

Sandra había sido trasladada al hospital de Puerto Llano y, a pesar de su mal estado, había llegado a declarar que Víctor Márquez la había violado. En el presente, el individuo se hallaba en busca y captura.

            —¡Dios Santo, qué terrible! ¡Pobre chica! —exclamó la señora Sales, impresionada y horrorizada.

El señor Tobías le pidió que se tranquilizara porque, en aquel momento, Víctor Márquez debía encontrarse a muchos kilómetros de Luna.

La señora Sales colgó el teléfono con manos temblorosas, se sentó, de nuevo, en el sofá, y apagó la tele con el mando a distancia. Miró hacia una de las ventanas, comenzaba a oscurecer. Se sintió atemorizada.

            —“Vaya par de hermanos”, meditó, apesadumbrada. “Uno le da una paliza salvaje a Nico y el otro viola a Sandra”. “¡Pobre Sandra, espero que se recupere y pueda olvidar este horror”. “¿En qué mundo vivimos, Dios mío?”. “¡Cuánta maldad hay!”.

La señora Sales no quiso seguir sola en el salón y fue a la primera planta en busca de compañía. El señor Teodoro continuaba dormido; escuchó las risas de los niños que se divertían en el cuarto de los juegos y la mujer se encaminó a la estancia.

Págs. 519-525

Este jueves dejo en el lateral del blog una bonita canción de Herve Vilard... "Vuelve"