EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 66

CAPÍTULO 66

PATRICIA ESCANDALIZA A BLAS Y A EMILIA

E

l señor Teodoro regresó a la habitación donde estaba Nicolás y encontró a las niñas que habían ido a ver al muchacho.

            —Ahora tenéis que dejar que duerma —dijo el hombre—, necesita descansar.

El señor Tobías, el señor Francisco, Estela y Gabriela fueron a Villa de Luna para preguntar cómo se encontraba el chiquillo.

            —Me ha dado un susto de muerte —declaró el señor Teodoro—. Tiene una buena faringitis y la fiebre le subió a más de cuarenta. Ahora está durmiendo como un ángel y, gracias a Dios, todo ha quedado en un susto.

            —Tienes muy mala cara, Blas —dijo Estela, siendo de la misma opinión que el doctor Pascual. El joven tenía los ojos muy enrojecidos—. Debes acostarte y descansar tú también.

            —Hemos empezado este año con mal pie —manifestó el señor Francisco—, esperemos que esto no sea un mal presagio.

            —¿Mal presagio de qué? ¡No seas pájaro de mal agüero, hombre! —exclamó el señor Tobías, contrariado— Que un jovenzuelo tenga una faringitis es algo de lo más común.

Los hombres y las señoras se marcharon a sus casas, las niñas y la señora Sales fueron a cambiarse de ropa y el señor Teodoro entró en su despacho. Al cabo de un rato, su madre se reunió con él con semblante serio.

            —Las chiquillas están viendo la tele, todavía no tienen sueño —comunicó a su hijo—. Elisa me ha dicho que no la esperemos hasta el Roscón. Se va a Markalo con su hermano y sus padres.

            —Me parece estupendo, estaremos más anchos y más tranquilos.

            —Me ha dicho algo más, Blas.

            —¿Qué te ha dicho?

            —Me ha dicho que si no vivimos con ella, Nat lo pasará muy mal. Me ha sonado a amenaza.

            —Pero, ¿qué diablos le pasa a Elisa? —se encolerizó el señor Teodoro dando un violento puñetazo sobre la mesa   — ¿Se ha vuelto loca?

            —Hijo, conocemos a Nat desde que era un bebé —habló Emilia con suavidad—, no podemos abandonarla en manos de Elisa, está demostrando que le tiene muy poco aprecio. Es como si dejáramos a Nico en manos de Bruno.

El señor Teodoro miró a su madre y asintió, mientras pensaba en Gabriela y en otra mujer que le dolía mucho más.

            —Hablaré con Elisa cuando regrese y solucionaremos nuestros problemas de una buena vez —anunció a la señora Sales—. Haz el favor de decirle a Paddy que entre un momento, quiero hablar con ella.

Patricia entró en el despacho y se sentó frente a Blas, encantada y sintiéndose protagonista.

          —Paddy, ese muchacho con el que te estabas besando esta noche, ¿lo conocías de algo? —preguntó el señor Teodoro sin rodeos.

La muchacha dijo que no negando con la cabeza.

            —¿Y sin conocerlo de nada te parece lógica tu actitud?

            —Mi madre lo hace todos los días y cobra por hacerlo —respondió la niña, con descaro, dejando boquiabierto al joven.

            —Bueno, tu madre es una mujer adulta y tú una niña de doce años.

            —Muy pronto cumpliré los trece y ya tengo la regla.

            —Paddy, no tienes por qué imitar a tu madre. Estudia e intenta salir adelante con un trabajo que te proporcione bienestar realizarlo. Te lo digo por tu bien.

            —¿Y qué trabajo me va a proporcionar más bienestar que abrirme de piernas? —interrogó la niña, sonriendo  — No te inquietes, Blas. A mí me gustas tú, únicamente tú. ¿Estás celoso?

Patricia consiguió escandalizar al señor Teodoro, que se movió, nervioso, en su sillón.

            —¡Paddy, no digas tonterías! ¡Yo podría ser tu padre! Anda, ve con Nat y Bibi al salón.

La muchacha salió y Blas se quedó a solas en su despacho. Suspiró, consternado. Tenía claro que  las familias de Bibiana y Patricia eran muy poco recomendables. Bibiana le había confesado que su padrastro le pegaba y la madre de Patricia debía dedicarse a la prostitución y sospechaba que lo hacía en su propia casa, en presencia de su hija.

 El joven estuvo un rato más en el despacho, pensativo, hasta que finalmente salió al salón. La programación de Año Nuevo era animada y las niñas contemplaban la tele, distraídas. La señora Sales les hacía compañía.

            —Le he puesto el termómetro al niño hace poco —le dijo a su hijo—. La fiebre le ha bajado a treinta y ocho. Le he dado zumo y una pastilla para el dolor. No lo despiertes.

El señor Teodoro se sentó y estuvo mirando la tele durante un cuarto de hora. Después se levantó y dijo que se iba a dormir porque estaba muy cansado.

Patricia se levantó del sofá y le preguntó si podía darle un beso de buenas noches. La pregunta pilló al joven, desprevenido. Emilia miró a la chiquilla, sorprendida. Natalia y Bibiana dejaron de prestar atención a la tele.

El señor Teodoro no vio nada malo en la petición de la muchacha y accedió, aproximando una mejilla a la cara de esta. Ni corta ni perezosa, Patricia besó los labios del joven que se apartó de inmediato.

            —¡No vuelvas a hacer eso, Paddy! —exclamó, azorado y molesto. Sin añadir palabra, abandonó el salón.

Patricia sonrió, complacida y satisfecha. La señora Sales estaba anonadada y un poco sofocada. Natalia y Bibiana no pudieron evitar reír.

            —Los labios de Blas saben a miel —comentó Patricia, encantada—. Son muy dulces.

Emilia no podía dar crédito a lo que había visto y lo que estaba oyendo, y no acertó a decir nada. Esa muchacha era, con toda certeza, una descocada sin medida.

                                                                         ῳῳῳ

El señor Teodoro entró en su habitación procurando no hacer ruido. Se quitó el chándal que llevaba y se puso un pijama; fue al cuarto de baño y posteriormente se introdujo en la cama, muy lentamente, para no molestar a Nicolás. El niño dormía profundamente.

El hombre dejó la lámpara de su mesilla encendida y, ladeado, observó al chaval. Tras unos segundos acercó sus labios a la frente del chiquillo y le dio un suave beso. Finalmente cerró los ojos y no tardó ni un suspiro en quedarse, también, profundamente dormido.

Había pasado aproximadamente una hora cuando los movimientos agitados de Nicolás lo despertaron. El señor Teodoro se sentó en la cama y pensó que el niño estaba teniendo un mal sueño. Se inclinó hacia él y le tocó un hombre intentando tranquilizarlo. Ante el asombro del joven, el muchacho reaccionó asestándole un tremendo puñetazo en su pómulo izquierdo. Nicolás se despertó, sobresaltado, y vio a su tutor palpándose una mejilla.

            —¡Blas! —exclamó, asustado— ¿Te he pegado? ¡Ha sido sin querer! Tenía una pesadilla y pensé que eras Bruno. ¿Te he hecho daño? Lo siento mucho.

            —No pasa nada, Nico, tranquilo. Ha sido un accidente —lo calmó el señor Teodoro—. Desde luego, no me has hecho cosquillas. ¡Pobre del que se meta contigo! —bromeó, volviendo a acostarse y pasando un brazo por debajo de la cabeza del niño— Duerme tranquilo. Estoy aquí, a tu lado, y nadie te va a hacer daño. Te lo prometo.

Nicolás abrazó a su tutor y cerró los ojos, confiado y sereno.

            —Perdóname, Blas —murmuró—. Yo nunca te haría daño a propósito. Te quiero mucho.

            —Yo también te quiero, Nico. Buenas noches.

            —Debía tener mucha fiebre para que me metieras en la bañera —meditó el chiquillo en voz baja—. Seguramente me has salvado la vida.

El señor Teodoro acarició el cabello del chaval.

            —No exageres, no ha sido para tanto. Y duérmete o me voy a enfadar contigo.

                                                                               ῳῳῳ

A la mañana siguiente, la señora Sales fue la primera que se levantó. Eran las once, las niñas seguían durmiendo ya que habían estado viendo la tele hasta las cinco de la madrugada. La mujer se dirigió al cuarto de su hijo y vio que este y el niño continuaban en el mundo de los sueños. Un moretón en una mejilla de Blas llamó su atención y se agitó bastante.

            —Cariño —dijo, zarandeando, suavemente, al señor Teodoro—, ¿qué te ha pasado en la cara?

            —¡Ah, un pequeño accidente sin importancia! —respondió el joven, despertando.

            —¡Ay, mi vida, me tienes preocupada! —se quejó la señora— Tienes mala cara, ¿te encuentras mal?

            —No, estoy bien —la sosegó Blas, pese a sufrir un terrible dolor de cabeza.

            —Hoy prepararé sopa para todo el mundo —declaró la mujer—. A todos nos conviene después del atracón de anoche. Y Nico debe tomar algo ligero.

            —Enseguida me levanto a ayudarte.

            —No es necesario, descansa.

            —¿Y las niñas?

            —Están durmiendo, se acostaron muy tarde. ¡Es increíble el descaro de Paddy! No entiendo cómo pudo atreverse a besarte como lo hizo.

            —Prefiero no hablar de eso —atajó Blas al instante—. Paddy es una niña muy alocada y tiene muchos pájaros en su cabeza hueca.

El señor Teodoro se levantó y después de ducharse se puso un cómodo chándal. Contempló su moretón en el espejo del cuarto de baño y sus ojos que seguían enrojecidos. Optó por tomarse un par de aspirinas con un trago de agua. Volvió a la habitación y vio a su madre peleando con Nicolás para que bebiera un vaso de zumo.

            —¿Qué pasa? — interrogó, en tono severo.

            —Este señorito desobediente no quiere tomarse el zumo —respondió la señora Sales—. Le he puesto el termómetro y como tiene muy poca fiebre, dice que se encuentra de maravilla y ya quiere hacer lo que le venga en gana.

            —¿Cuánta fiebre tiene?

            —Treinta y siete y medio.

El señor Teodoro se acercó a su madre y le cogió el vaso para, luego, entregárselo a Nicolás.

            —Tómate el zumo enseguida —le ordenó con firmeza.

El chiquillo obedeció sin rechistar después de oír el tono de su voz y ver el moretón en su cara.

            —Hoy te vas a pasar el día en la habitación —manifestó su tutor—. Sólo irás de la cama al baño y del baño a la cama. ¿Me has entendido bien?

Nicolás asintió.

            —Mañana podrás salir al salón y al cuarto de juegos. Estarás tres días sin salir a la calle como dijo el doctor.

              —Pero…

            —¡No hay pero que valga! —exclamó el señor Teodoro, irritado— Harás lo que dijo el doctor y, por tu bien, espero que te comportes. Y la próxima vez que salgas a la calle, irás bien abrigado. Yo te diré cómo te tienes que vestir y, pobre de ti, si te quitas algo.

Nicolás, compungido, asintió sin replicar.

El señor Teodoro salió de la habitación, seguido de su madre y el chiquillo, una vez solo, pateó la cama, colérico, pensando que aquel iba a ser el peor Año Nuevo de su vida.

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Hoy he dejado en el lateral del blog una bonita canción de Chayanne... "Pienso en ti"