CAPÍTULO 33
SE DESENCADENA LA TRAGEDIA
B
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las miró, extrañado, al
señor Francisco.
—¿Qué ha
sucedido? —interrogó, impaciente y contrariado.
—Ha caído una pared— informó el calvo
y obeso hombre—. No me preguntes cómo ha sucedido, no lo sé. Hay escombros que
bloquean una de las calles principales. Ignoro si hay heridos. Tenemos que ir a
ayudarles, Blas. Tú sabes perfectamente que el pueblo entero subiría a
prestarnos auxilio si lo necesitáramos.
El señor
Teodoro se frotó la frente y el rostro con la mano, absolutamente desazonado. Miró,
con desasosiego, el negro cielo y luego a Nicolás, acostado en la tumbona. No
le gustaba nada la idea de ausentarse, pero tenía que hacerlo. Un raro
presentimiento le perseguía desde que vio la espalda magullada de Nicolás.
Intuía que algo malo iba a suceder y se sentía impotente para evitarlo.
—Menos mal que Marina y los niños no
están en casa —comentó Francisco—. Mi
mujer se hubiera puesto nerviosísima si se entera de esta desgracia. A primera
hora ha venido una prima suya y se han ido de compras a Puerto Llano, no
volverán hasta después de comer.
La señora
Emilia salió a la terraza tras escuchar las malas noticias que había traído su
vecino.
—Mamá, debo bajar al pueblo —le dijo
Blas—. Cuando Nico se despierte, que entre en casa. Si no se
encuentra bien, dile que le aplazo el castigo para mañana. Pero, que no salga
de casa. Tengo que hablar con él en cuanto vuelva. Intentaré no tardar. Si se
pone pesado o te da la lata, me llamas al móvil. Subiré enseguida.
—Vete tranquilo, cariño —contestó su
madre, aunque no le hacía ninguna gracia que se fuera—. El niño no irá
a ninguna parte. Lo vigilaré bien.
El señor Teodoro y el
señor Francisco se marcharon, presurosos. Nicolás estaba más que despierto y lo
había oído todo. También escuchó el motor del todoterreno de su tutor. Se
sintió aliviado, Blas se había marchado.
La señora Emilia entró en la cocina, y el muchacho se levantó de la tumbona.
—Voy a ir a casa de Estela —comunicó a
Natalia y a Bibiana—. Tengo que decirle al payaso de Salvador que se largue.
Blas me obligará a contárselo todo en cuanto vuelva.
—Lo haremos nosotras —replicó su
prima. Nicolás no podía acercarse a
aquella casa o el salvaje de Salvador podría dispararle.
—¡Nada de eso! —exclamó el chiquillo,
enfadado— Ese hombre es peligroso. ¡Iré yo!
Natalia y
Bibiana intercambiaron una mirada asustada. El crío se disponía a marcharse
cuando la señora Emilia salió de nuevo a la terraza.
—¡Nico!
—le gritó con mucha severidad— ¿A dónde
crees que vas?
El muchacho se
detuvo, se giró y miró a la mujer, nervioso.
—Iba a la pista de tenis a recoger las
raquetas y las pelotas que se dejaron ayer las chicas —respondió con cierta
ansiedad.
—¡No
vas a ninguna parte! —declaró la mujer muy firme— ¡Entra en casa! Y ve al despacho a cumplir con tu castigo. Por lo
visto, estás bastante despejado.
—Pero, Emilia…
—¡Nada
de nada! —atajó la mujer, seria— Si no entras en casa de inmediato,
llamo a Blas. Tú sabrás lo que te conviene.
Nicolás
comprendió que no iba a poder convencer a Emilia de que lo dejara salir, y si
la desobedecía, ésta no tardaría ni un segundo en llamar a su tutor. El
chiquillo entró en casa maldiciendo su suerte y se dirigió al despacho,
cerrando la puerta de un terrible portazo que bien pudo hacer temblar los cimientos de la villa. La señora Emilia suspiró, abatida, deseando
que Blas regresara cuanto antes. En la cocina comenzó a preparar un batido de frutas para
llevárselo al muchacho.
Natalia y
Bibiana se quedaron en el exterior. Un gigantesco relámpago iluminó el cielo y
parte de la montaña; le siguió un trueno ensordecedor.
—Tenemos que ir a casa de Estela —murmuró
Natalia con temor—. Debemos avisarla de que Blas va a obligar a hablar a Nico;
Salvador debe irse ya.
Bibiana
asintió con semblante preocupado. Ambas niñas se cogieron de la mano, y
empezaron a recorrer la terraza para salir en dirección a la vivienda de su
vecina. Caminaban despacio, no parecía que tuvieran prisa por llegar a su destino.
Los relámpagos y los truenos comenzaron a sucederse sin tregua.
El señor
Teodoro estuvo en lo cierto, encima de Luna se libraba una tormenta eléctrica y
seca.
⍵⍵⍵
Emilia entró
en el despacho portando, en una bandeja plateada, un gran vaso con batido de
frutas variadas y una servilleta. Nicolás estaba escribiendo en un folio; iba
por la frase treinta y tres. “No mentiré
ni ocultaré nada a Blas”. Estaba aburrido de repetir la misma oración y la
tenía que escribir dos mil veces. Y a continuación le esperaba un largo tema de
ciencias naturales que trataba sobre la luz. Su futuro inmediato era tedioso.
—Bébete esto —le dijo Emilia—. Te
sentará bien.
El niño se
negó con un movimiento rotundo de cabeza.
—No quiero beber nada —manifestó,
malhumorado.
La señora
depositó la bandeja sobre un espacio vacío de la mesa.
—Me parece que sé lo que te pasa —adivinó
con ironía—. Yo creo que estás echando mucho de menos a Blas, y estás
deseando que vuelva a casa. No te preocupes, eso lo arreglo yo enseguida.
Emilia sacó un
teléfono de uno de los bolsillos de su delantal.
—Sólo tengo que apretar el número uno, y Blas me contestará —comunicó al chaval.
—¡Espera! —exclamó Nicolás, cediendo.
No le interesaba que el señor Teodoro regresara pronto— Beberé lo que me has
traído.
El muchacho
cogió el vaso de la bandeja y bebió el riquísimo batido sin rechistar. Para
finalizar, se limpió los labios con la servilleta.
—Procura que el portazo que has dado
antes, no se te escape nunca estando Blas por aquí —le recomendó la mujer.
El chiquillo
asintió y retomó la escritura. La señora cogió la bandeja, el vaso, la
servilleta usada, y se marchó. Casi no había terminado de cerrar la puerta
cuando oyó un tremendo golpe. Volvió a abrir y asomó la cabeza, vio el libro de
ciencias naturales en el suelo. Sin duda, Nicolás lo había estampado. La madre
de Blas optó por no hacer ningún comentario, y abandonó el lugar.
“Este
crío es bastante más rebelde que la propia Nat”, pensó, preocupada. “Si mi hijo le consintiera lo que Elisa
consiente a la niña, no puedo imaginarme lo que este mocoso organizaría”.
⍵⍵⍵
Natalia y
Bibiana llegaron a su destino, a casa de Estela. Abrieron una puerta baja, de
hierro, lacada en blanco. Pasaron a la terraza y vieron a Hércules en su
caseta, junto al garaje. Estaba muy excitado. Ladraba y tiraba, con fuerza, de
la cadena que le tenía sujeto por el cuello.
—Debe estar nervioso por tanto trueno
y tanto relámpago —supuso Bibiana.
Natalia
recordó que Nicolás le había dicho que el perro le defendió cuando Salvador
Márquez le estaba pegando. Quizás, también las ayudara a ellas si el individuo
pretendía atacarlas. Su coche seguía aparcado en el camino, por tanto no se
había ido. La niña decidió soltar al can. Lo hizo e intentó retenerlo asiéndolo
por el collar, pero se le escapó de entre las manos. Hércules salió disparado a toda
velocidad, subiendo las escaleras que
conducían a la cocina, ubicada en la primera planta de la casa. Las niñas
corrieron tras él, bregando por darle alcance. Eso no fue posible.
Cuando las
muchachas llegaron a la primera planta, la puerta de la cocina se hallaba
abierta de par en par. Natalia fue la primera en entrar, y se quedó paralizada
viendo la escena del interior. En un rincón, junto al frigorífico, Gabriela
estaba sentada en el suelo, apoyaba la cabeza contra la pared, tenía sangre en
la cara. Con una mano, muy temblorosa, masajeaba su garganta. Tosía, y
respiraba con dificultad. Estela se arrastraba, a duras penas, en
dirección a su hija. En el centro de la estancia, Salvador Márquez, tirado en
el suelo boca arriba, manoteaba y pataleaba violentamente. Un encolerizado
Hércules tenía sus feroces fauces hincadas en el cuello del hombre. Paulatinamente,
los movimientos del señor Márquez se tornaron más lentos, más pausados, hasta
que se quedó quieto por completo.
Sin embargo, a
pesar de no moverse y de no ejercer ningún tipo de resistencia, el perro no
soltó a su presa.
Natalia y
Bibiana estaban horrorizadas, clavadas en el suelo, petrificadas, sin saber qué hacer.
Semejante espectáculo era terrorífico, dantesco, espeluznante…
⍵⍵⍵
Emilia Sales había vuelto al despacho y permanecía sentada en la silla de su hijo, contemplando como un huraño jovencito escribía y escribía. Nicolás iba por la
frase ciento cincuenta, y comenzaba a acusar cansancio. Rememoró las palabras de su tutor. “Te aseguro que
te va a doler la mano”. Arrugó el ceño y su tez se ensombreció. La señora Sales tuvo que
disimular una leve sonrisa tapándose la boca.
“Como
se parece a Blas”, pensó, ensimismada. “Tiene
hasta sus mismos gestos”.
Al cabo de un
rato, sonó el timbre del móvil que la mujer llevaba consigo. Era su
hijo; Emilia puso la función de manos libres para que el niño pudiera oír a su
tutor.
—Dime, cariño —habló la señora Emilia.
—¿Cómo está Nico? —preguntó Blas al instante.
—Mucho mejor —respondió su madre—.
Está escribiendo en el despacho.
Nicolás había soltado el bolígrafo, y escuchaba la conversación atentamente.
—Mamá, si no se encuentra bien del
todo no es necesario que lo haga —manifestó el joven—. Puede hacerlo otro día.
—El niño se encuentra bien. Estate
tranquilo —aseguró la mujer—. ¿Vas a tardar mucho?
—Aquí aún queda faena para un rato —declaró
el señor Teodoro, fatigado—. Pero no hay ningún herido. Lo que ocurre es que
Francisco, en lugar de ayudar, está discutiendo con todo el mundo. Lo único que
le interesa es saber, a ciencia cierta, cómo ha podido caer el muro. Sería
mejor que regresara a su casa y nos dejara trabajar. ¿Oyes los truenos? ¡Hay
unos relámpagos alucinantes!
—¡Ya lo creo que los oigo! —exclamó
Emilia— ¿Quieres hablar con Nico? Está conmigo.
—Está bien, pásamelo. No lo he llamado
a su móvil porque pensé que podía estar dormido.
La mujer le
entregó el teléfono al chaval.
—Dime, Blas —habló Nicolás con voz
débil.
—¿Cómo va la cosa? —indagó su tutor,
empleando un tono muy diferente al que había utilizado con su madre. Su voz
sonaba más áspera y más firme.
—Me duele la mano —se quejó el niño—.
Te has pasado con el castigo.
Transcurrieron
unos segundos de silencio. El señor Teodoro estaba meditando.
—¿Por qué frase vas? —preguntó.
—Por la ciento cincuenta y tres.
—¡Bien! Vamos a dejarlo en doscientas
frases. Y haz los ejercicios del tema de naturales. No hace falta que copies el
enunciado, pon la respuesta y ya está. ¿De acuerdo?
—Sí, de acuerdo —aceptó Nicolás,
encantado—. Gracias, Blas.
—Iré a casa lo antes que pueda —manifestó
el joven—, y más vale que mi madre no me diga que has hecho alguna gansada.
¿Está claro?
—Sí —dijo Nicolás, más animado.
Su tutor cortó
la comunicación, y el chiquillo devolvió el teléfono a Emilia. La sombra de su
cara se había borrado. Blas le había reducido muchísimo el castigo y la mano le
dolía bastante menos.
En cuestión de
diez minutos había terminado con las frases y cogió el libro de ciencias
naturales, preparado para hacer los ejercicios.
Ya no tenía que resumir el tema, aquello era pan comido.
Págs. 245-252
Mela, te doy un sobresaliente. Haré como ayer, volveré por la noche. Hasta luego
ResponderEliminarMuchas gracias por la nota, pero creo que me puntúas muy alto. Vuelve cuando quieras.
EliminarBien, bien... ¡Bueno, alguien ha recibido lo que merecía o, de lo contrario, la tragedia podía haber sido mucho mayor! Ahora veremos cómo solucionan el marrón que hay en la cocina, me da miedo por Hércules.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Nena, estoy muy de acuerdo contigo. Llegados a este punto, la tragedia hubiera sido mayor si no interviene Hércules. Ya veremos qué pasa...
EliminarUn abrazo también para ti!!
Ya hace capítulos que digo que Blas es el padre auténtico de Nico!!!!!!
ResponderEliminarAhora me quedo a medias con la masacre en la casa de la Sra. Estela!!!!!
Aix a esperarme hasta mañanaaaaaaaaaaaaaa
Un beso Mela.
Hola Lidia, veo que sigues pensando que Blas es el padre de Nico. Ya se verá...
EliminarHasta mañana no, cariño, publico el viernes. Lunes, miércoles y viernes si no pasa nada que me lo impida y entonces cambio de día. Mañana tienes descanso en el Clan que sé que andas muy atareada.
Un abrazo!!
Hola Mela, aunque no sigla tu Clan, paso por aquí a saludarte y mandarte un besito.
ResponderEliminarHola Koncha, pues muchas gracias por tu visita, por tu saludo y tu besito.
EliminarTambién te mando otro beso.
Pufff, no ha hecho más que empezar, verdad?
ResponderEliminarBesos
Hola, Silvia! Sí, me parece que no ha hecho más que empezar.
EliminarUn abrazo!!
Hola Mela, para mí hubiese sido fatalidad que les pasara algo a alguno de los niños o a las mujeres. Salvador era un canalla y esa clase de canallas no cambian. Pero guiándome por el título creo que esto no es el tema central, ¿me equívoco?
ResponderEliminarHola, Anónimo. No te equivocas, el argumento principal de la historia está relacionado con el título.
EliminarNo te he contestado antes porque me he quedado dormida. Gracias por tus comentarios.
Un abrazo!!
La gente tiene miedo a los rayos en medio de la tormenta, yo temo más al derrumbe de muros y paredes viejas, no sé por qué... Y mira por donde es lo que pasó en tu historia. Narras situaciones muy reales, no caes en los tópicos :) Un beso
ResponderEliminarHola Mere, por supuesto que da más miedo que se derrumbe una pared, un muro, que caiga un árbol...
EliminarLos truenos y los rayos me encantan desde siempre.
Un abrazo!!
Me ha sorprendido este capítulo, pensaba que la victima sería alguna de las mujeres.
ResponderEliminar¡Bien por Hércules! Nos vemos en el 36!!
Hola Oskar, sí, supongo que parecía lo más lógico y hubiese ocurrido de no ser por Hércules. ¡Ya casi me has alcanzado!
EliminarNos vemos en el 36!!
Me he quedado helada (y no por el congelador) pero lo último que imaginaba era un cadáver en escena, no sé hasta qué punto es justo pedirles a los niños ser partícipes de esa muerte, ocultando el cadáver y demás, conste que no defiendo a tal personaje porque se las traía, menudo elemento, pero ufff.... Acabar siendo cómplices de esa muerte es ya muy serio. Esperaremos a ver qué pasa ahora. Cada vez me intriga más... jajajajjaaa es que eres genial Mela!!
ResponderEliminarBesos.
Hola F, ¿te has quedado muy helada? Hay que abrigarse para leer el Clan...jajaja
EliminarYo creo que esto que me comentas pertenece al capítulo 34, porque el congelador sale en el próximo. Sí, no es justo que consientan que los niños participen en algo tan macabro. Pero !cuántas veces la desesperación no nos deja pensar con claridad!
¡Tú sí que eres genial!
Muchos besos!!
Todavia cobra por haber tirado el bozal...
ResponderEliminarjajajaja Kikas, te digo que la tienes tomada con Blas.
EliminarTenemos un cadáver en una cocina y tú pensando en bozales y cobranzas.
He leído tu comentario en el blog de Silvia, a mí me encanta que me estés leyendo.
Si piensas en ir a dormir, buenas noches.
Es Blas quien la tiene tomada con el chico....o con cualquiera....
ResponderEliminar¡Que complejo de El llanero solitario!
jajajaja Oye, que Blas puede salir de la novela y cogerte del cuello
Eliminar¡¡Bien por Hercules!! Que peligro los derrumbes cariño pero por suerte los niños bien. Que bello capítulo Mela, escribes tan claro que es un placer leerte y la lectura se hace amena y fluída. Es un verdadero don guapa. Este fin de semana por suerte he adelantado varios capis y reeleído algunos por datos que mi cabezota a veces olvida. Es que no quiero perderme nada de tu novela.
ResponderEliminar¡Maravillosa! Un besotee
Hola guapísima!!!
EliminarLo que es una maravilla es leer comentarios como el tuyo.
Muchísimas gracias por tus lindas palabras, me hacen sonreír.
El miércoles ya te recordaré que el jueves tienes un magnifico y muy querido premio en la Estación.
Besotes!!!
Y bueno tanto maltrato a Hercules tuvo su premio,aunque Salvador era un bruto igual e ipresionó lo que le pasó,se lo merecía eso si!Las chcias tendrán serios problemas verdad?
ResponderEliminarMira, si Hércules no llega a matar a Salvador, Gabriela y Estela estarían muertas. y a lo mejor, Nat y Bibi también.
EliminarNormal que te haya impresionado.
Las niñas se han puesto en peligro al ir a casa de Estela, menos mal que soltaron a Hércules...
ResponderEliminarNo me esperaba para nada este resultado con Salvador, una vez más me has sorprendido.
Cuanto me gusta cuando Blas y Nico se llevan bien, es tan tierno....
Besos
Hola Susana, si no llega a ser por Hércules lo hubieran pasado muy mal. O seguramente estarían muertas.
EliminarSí, la verdad es que despierta ternura.
Besos!!
Qué buen samaritano don Blas, ya me va cayendo mejor.
ResponderEliminarY Hércules más todavía.
Hércules le ha salvado la vida a Gabriela, a Estela y, posiblemente, a Nat y a Bibi.
EliminarY Blas es un buen hombre, te lo aseguro, con sus fallos... pero muy buena persona.
Por lo menos, por el momento. Ya iremos viendo...
Besos
Los perros, algunos claro, valen más que muchas personas. El mío por ejemplo me hace más compañía que cualquiera que se tome conmigo un café, aunque no hable.
EliminarLos perros son los mejores amigos del hombre, algunos han llegado a hacer cosas increíbles.
EliminarDe todas maneras, existen personas maravillosas que deberás conocer.
Besos
Hola Mela! No sé si ya se ha guardado mi comentario (es que a la vez estaba mirando a los Reyes Magos tan simpáticos del lateral) Bueno te decía que me he despistado porque creía que la tragedia en el pueblo se debía a Salvador y mira por donde él la originaba en su casa. Y que has hecho muy bien cargándotelo, vaya tipejo!
ResponderEliminarHércules es un héroe, menos mal que ya no llevaba el bozal!!
jajaja... Sí, son simpáticos... los he colocado esta noche
EliminarPues sí, la verdad es que ha sido una suerte que Hércules no llevara el bozal
Besos, María!
Vaya giro, aunque aún no se sabe que ha pasado exactamente
ResponderEliminar¿violencia machista?
Veremos y espero que ellas estén bien y puedan contarlo.
Muy interesante este giro
y madre mía ya voy por la página 252.
Besos en medio de esa tormenta eléctrica.
En esa cocina ha habido bastante violencia
EliminarCreo que ellas podrán contarlo... Salvador Márquez ya es más complicado que pueda contarlo
Poco a poco se va haciendo camino ;-)
Pues esos besos me gustan, porque me encantan las tormentas ;-)