CAPÍTULO 25
ANTES DE LA COMIDA DE NAVIDAD
L
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a señora Emilia estaba en
la cocina preparando la comida. Tenía en el fuego dos variedades de paellas, ya que a
Nicolás y a Natalia no les gustaban las típicas pelotas navideñas, elaboradas con carne picada, pan, huevos y piñones.
Blas y Elisa entraron en
la estancia a ayudarla. La madre del joven se percató del semblante preocupado
de su hijo.
—¿Qué pasa, cariño? —le preguntó.
—Es Nico —respondió Blas—. Paddy le ha
enredado su avión en un árbol y el niño ha saltado por el muro de la pista de
tenis. Se ha tirado a la carretera sin ni siquiera mirar si venía algún coche. Y tenía la intención de
trepar al árbol. ¡Y eso, que esta mañana le avisé de que tuviese cuidado con su
espalda!
Emilia meditó
un momento antes de hablar.
—A ti, lo que realmente te inquieta es
el marido de Gabriela —afirmó, con seguridad—. No permitas salir a Nico hasta que ese
hombre se marche mañana, y verás como te tranquilizas.
—Eso no me parece justo —intervino
Elisa—. No podéis meter a Nico en una urna para estar vosotros tranquilos. Yo
también quiero mucho a Nat y también me preocupa. Tampoco me gusta Salvador
pero, no por eso, voy a encerrar a la niña en casa.
—Sí, tienes
razón —reconoció el señor Teodoro—. Pero, te aseguro que tengo un mal presentimiento. Tengo la sensación de que algo muy malo va a suceder.
—Mañana, ese hombre se irá. Cálmate,
por favor —le recomendó Elisa.
⍵⍵⍵
Natalia y
Bibiana accedieron a la terraza de la casa de Estela; vieron a Hércules, atado
y tumbado, en el suelo. El perro llevaba el bozal puesto y tenía heridas en
el lomo; parecía meláncolico, y no se movió cuando vio a las niñas. Natalia se
acercó al can, se agachó y le acarició la testa. Hércules gimió.
—Vamos a ver a Estela —decidió la
niña.
Subieron unas
escaleras y llamaron a la puerta de la cocina. Nadie contestó y Natalia volvió
a insistir.
—¿Quién es? —oyeron preguntar a la
señora.
—Somos Bibi y Nat—contestó Natalia—.
Abre, Estela.
—¡Marcharos a casa! —dijo la mujer con
firmeza—. No me encuentro bien y no quiero ver a nadie.
Las niñas se
miraron, extrañadas. Aquello no era normal.
—No nos vamos a ir sin verte —rebatió
Natalia—. Hércules está herido y parece enfermo. Si no nos abres, le contaré a
Blas lo que Salvador le hizo a Nico. Blas vendrá y le tendrás que abrir o
echará la puerta abajo.
La mujer abrió, y las muchachas se horrorizaron al verla. Su cabello, siempre bien peinado y recogido en un moño, estaba enmarañado y alborotado. Debía haber llorado bastante, a juzgar por sus ojos enrojecidos, y
el pómulo de una de sus mejillas se hallaba hinchado y amoratado.
—¿Qué te ha pasado? —indagó Natalia,
angustiada—. ¡No hace falta que me lo digas! ¡Ese cerdo pegó a Nico y a
Hércules, también te ha pegado a ti! ¡Voy a decírselo a Blas!
—¡NO HARÁS NADA DE ESO! —exclamó Estela, vehemente—. Iréis a casa y le diréis a todo el
mundo que sigo acatarrada y con fiebre.
—Pero... ¿por qué, Estela? —interrogó
Natalia sin entender la actitud de la señora.
Unas lágrimas
se deslizaron por el rostro marchito de Estela Miranda. Se las secó con un
pañuelo, que extrajo de uno de los bolsillos de su delantal.
—Salvador Márquez es un hombre
peligroso y muy perverso —comenzó a explicar a las chiquillas—. Gabriela se
divorció de él, es su ex marido. Mañana por la mañana iremos al banco, le daré
una gran cantidad de dinero y se irá.
En Kavana, en Europa, y en todo el mundo, están matando
a muchas mujeres... Raro es el día que no se hable de una mujer fallecida en las noticias,
cuyo asesino es alguien como Salvador. De nada sirve denunciarles; si los detienen, los sueltan pronto, y van en busca de sus victimas y las matan.
Por favor,
Nat, no le cuentes nada de esto a Blas ni a Nico. Salvador podría matar a
Gabriela. Mañana se irá, curaremos a Hércules, y le daremos comida y agua. Ese malvado no nos permite hacerlo ahora. Tenéis que marcharos; él se ha ido al
pueblo, pero puede volver en cualquier momento. ¡No quiero que os encuentre aquí! ¡Niñas, os lo
ruego, ayudadme y no contéis nada!
Natalia abrazó
a Estela con mucha fuerza.
—No diremos nada —prometió a la mujer.
—¿Cómo está Nico? —se interesó Estela,
desolada.
—Está muy bien —la tranquilizó Natalia—.
Blas le cura la espalda a todas horas.
—Me alegro mucho —murmuró la señora
Miranda—. ¡Pobre criatura! ¡Por poco esa mala bestia lo mata! Hércules le salvó la
vida. Marcharos, tengo miedo de que venga y os vea. En cuanto se vaya mañana
volveremos a estar bien, volveremos a ser felices. Hércules es fuerte, puede aguantar hasta mañana. Todos podemos aguantar hasta mañana, es lo único que podemos hacer.
Natalia y
Bibiana se fueron de casa de Estela con el ánimo roto. Caminaron despacio
hacia villa de Luna.
—Esas cosas ocurren —susurró Bibiana
como si hablara consigo misma—. Hay muchos hombres como Salvador Márquez y
muchas mujeres mueren. Mi padrastro también es un maltratador. Nadie soluciona
el problema, a nadie parece importarle. Mi madre dice que siempre paga el pato
poca ropa, que a la gente importante no le suceden estas desgracias…, que otro
gallo cantaría si así fuera. Nico y tú
tenéis suerte de tener a Blas, a Elisa y a Emilia.
—¡Deberían encerrar en la cárcel a los
maltratadores y no dejarlos salir nunca! —exclamó Natalia dolida, impotente y
enfadada.
Las dos niñas
llegaron a la terraza de villa de Luna y se sentaron en el suelo, apoyando sus
espaldas en el muro. No tenían prisa por entrar en casa, ambas miraban hacia
el camino donde se encontraba aparcado el coche de Salvador Márquez.
⍵⍵⍵
El señor
Teodoro resolvió ir en busca de Nicolás para hacerle otra cura antes de la
comida. Subió a la primera planta y vio la puerta de la habitación de los
juegos, abierta.
Se asomó, allí
estaba el muchacho sentado, muy serio y pensativo. El avión se hallaba en la estantería roja; Blas se acercó al chiquillo y se agachó.
—Nico, siento lo ocurrido —declaró—. Tenías razón —admitió a continuación—, Paddy debía haber entrenado para
manejar tu avión. Pero no ha pasado nada y si se hubiese roto, te hubiera
comprado otro, ¿vale? También siento haberte pegado esta mañana, creí que la
aspirina te la habías tomado tú. Debí preguntar primero, ¿puedes perdonarme?
El niño tardó
unos segundos en contestar.
—Sí que te perdono, Blas —afirmó—.
Pero tú nunca me perdonas a mí. Cuando hago algo que no te parece bien, por
mucho que te diga que lo siento, siempre me castigas.
—Eso no es del todo cierto —contradijo
su tutor—. No te he castigado después de repetir curso adrede y de suspender el
primer trimestre, también adrede. Todo lo contrario, voy a sacarte del
internado y voy a llevarte al instituto de Nat. Tampoco te he castigado después
de que ayer me desobedecieras saliendo de la terraza, empujaras a un hombre y le echaras un perro encima. Porque según ese hombre y según tú, eso es lo que pasó.
Nicolás tuvo
que admitir que aquello era verdad, se había librado de castigos muy merecidos.
Asintió con un movimiento de cabeza y no volvió a hablar.
—Vamos al baño —dijo el señor Teodoro,
levantándose—, quiero curar tu espalda antes de comer.
Nicolás sopló
con actitud molesta.
—Estás obsesionado con mi espalda —manifestó—,
me encuentro perfectamente. Ya no me duele.
—¡Al baño, Nico! —ordenó el señor
Teodoro en un tono que no daba lugar a replica alguna.
El chiquillo
se levantó del orejero y siguió a su tutor hasta el cuarto de aseo. Una vez
Blas le curó la espalda, salió a la terraza y vio a Natalia y a Bibiana, sentadas
en el suelo.
—¿Qué os pasa? —preguntó, acercándose
a ellas, notándolas malhumoradas—. ¿Habéis discutido?
—¿A
ti qué te importa? —respondió Natalia de malas maneras.
Por unos
instantes, Nicolás se quedó perplejo.
—No tienes porqué hablarme así… —comenzó
a decir.
Su prima le
interrumpió de inmediato.
—¿Te ha castigado Blas? —quiso saber.
—¿Y
a ti qué te importa? —le contestó el muchacho, enfadado.
Natalia se
levantó del suelo, como si le hubiese picado un bicho, y miró a su primo, con
furia.
—Ahora mismo voy a hablar con Blas y
le voy a decir que no te deje salir hasta que le cuentes lo que pasó,
ayer por la tarde, con el marido de Gabriela —declaró la niña, decidida.
Nicolás
comprendió que la chiquilla no estaba bromeando. La sujetó por un brazo.
—¡No vas a ir a ninguna parte! —exclamó,
nervioso—. ¿Se puede saber qué mal aire te ha dado?
La muchacha
intentó desasirse del chico, tentativa que le resultó vana. Por consiguiente, comenzó a gritar, desaforada, llamando a Blas. Bibiana se levantó del suelo,
desconcertada. El señor Teodoro oyó los gritos de Natalia y salió a la terraza.
Inmediatamente vio la trifulca.
—¡Nico! —increpó, enojado—. ¡Suelta a
Nat enseguida y venid aquí!
Nicolás dejó
libre a Natalia y los tres muchachos se aproxi maron a Blas.
—¿Alguien me puede explicar a qué es
debido tanto alboroto? —preguntó el joven, impaciente.
—Nico me ha hecho daño en el brazo —acusó
Natalia, veloz—. Se aprovecha de ser más mayor y de tener más fuerza que yo.
El señor
Teodoro miró a Nicolás, con dureza.
—Está claro que te has propuesto
terminar con mi paciencia —dijo, severo.
Acto seguido,
cogió al chiquillo por un brazo y lo arrastró hacia la casa. Emilia y Elisa los
vieron pasar por la cocina; las niñas los seguían. Natalia estaba al borde de
la desesperación, rezaba para que Blas no pegase a su primo. Ella sólo había pretendido que lo castigara,
sin dejarle salir, para protegerlo de Salvador.
El señor
Teodoro llevó al muchacho a un rincón del comedor y lo dejó frente a la pared,
de espaldas a todos. Patricia que continuaba acostada en un sofá, miraba
intrigada.
—Te quedas aquí, hasta que la comida esté servida —castigó el hombre al chiquillo—. No te muevas, y no quiero oírte. A ver si pasas suficiente
vergüenza y no se te ocurre volverle a poner un dedo encima a ninguna niña. ¡A
las mujeres se las respeta!
Dicho esto,
remató la faena dando un sonoro cachete al chaval. El niño se tambaleó y tapó su cabeza, con ambas manos, en un impulso de protegerla. El señor Teodoro tuvo que sostenerlo para que no perdiera el equilibrio y temió haberse pasado de la raya.
Se marchó
hacia la cocina blasfemando, interiormente, contra sí mismo, y sintiendo un gran
desasosiego. Tenía que controlarse como
fuera, estaba demasiado agitado e inquieto.
Se preparó un
gigantesco tazón de tila.
—Mamá, haz el favor de ir a palparle
la cabeza a Nico —pidió a Emilia,
desazonado—. Es posible que le haya hecho un chichón.
La señora
Sales salió y volvió al cabo de un rato. Blas se estaba tomando la tila. Miró a
su madre, afligido.
—El niño no tiene nada en la cabeza —comunicó
la mujer—. Haz el favor de sosegarte.
⍵⍵⍵
Natalia y
Bibiana se habían sentado en un sofá, sin hablar, y las dos pensaban lo mismo. Si Blas había perdido los estribos con
Nicolás por una tontería, ¿qué haría con Salvador Márquez si supiera lo que,
este hombre, le había hecho a Estela?
Las dos muchachas llegaron a la conclusión que, de saberlo, Blas mataría de una paliza a Salvador.
Natalia contemplaba la espalda de su primo, no se atrevía a decirle nada. Debía estar muy enfadado con ella.
El muchacho permanecía inmóvil, había metido las manos en los bolsillos del chándal. Lo único que movía era la cabeza, a veces la agachaba, y a veces la levantaba mirando hacia delante. Y delante sólo tenía la pared.
Las dos muchachas llegaron a la conclusión que, de saberlo, Blas mataría de una paliza a Salvador.
Natalia contemplaba la espalda de su primo, no se atrevía a decirle nada. Debía estar muy enfadado con ella.
El muchacho permanecía inmóvil, había metido las manos en los bolsillos del chándal. Lo único que movía era la cabeza, a veces la agachaba, y a veces la levantaba mirando hacia delante. Y delante sólo tenía la pared.
Págs. 181-188
jajajaj lo que esta claro es que las chicas somos muy ingeniosas y vamos tres pasos por delante de los "chicos" jajajajajja
ResponderEliminarUn beso, a la espera del próximo capítulo.
Hola, Lidia!! Me alegra que hayas llegado. ¡Estoy contigo, las chicas somos más espabiladas! Un besazo!!
EliminarEsto está pelin calienteeee
ResponderEliminarHola, Ruska!! Pues mucho ojo y no te quemes, eh!!
EliminarBesos.
Fijate que hoy, con todo, hasta me he tenido que sonreir!
ResponderEliminarBesos
Me alegro mucho que hayas sonreído. Pásalo bien este fin de semana.
EliminarBesos muy grandes.
Natalia y Bibiana son entrañables, me encanta su vitalidad :) Un beso
ResponderEliminarHola Mere!! Estoy muy de acuerdo contigo. Te mando otro beso.
Eliminar¡Vaya por Dios, ese tipejo da asco! ¡Pobres Estela y Gabriela, están a merced de una mala bestia! Y Hércules sin comprender qué pasa.
ResponderEliminarBlas vuelve a pasarse, pide disculpas y otra vez a las andadas... Que tome tila, si, y que oiga todas las versiones, ya debe conocer un poquito a Natalia, digo yo.
Besines
¡Ay, Nena, que ya casi me alcanzas! Salvador Márquez, una mala pieza. Estela, Gabriela, y Hércules, sufriendo. Natalia y Bibiana también sufren porque ya son conscientes de lo que está ocurriendo. Pero son sólo unas niñas...
EliminarTranquila, Blas va a tener que tomar mucha tila.
Hasta yo me la voy a tomar!! jajajajajaja!! Besines a ti.
Lo cierto es que ver la realidad desde el punto de vista de adolescentes recién salidos de la infancia es complicado, son todavía inocentes y aunque las dos niñas han sufrido en sus propias casas lo que es un hogar desestructurado, verlo y vivirlo entre mentiras y engaños que propician y aconsejan (muy pero que muy mal) los mayores por mantener en secreto es peor.
ResponderEliminarY en cuanto a lo de Estela... Ufff Creo que cuando alguien llega a ese punto, teme tanto por sí mismo y por los que tienen alrededor que callando tan sólo van haciendo una capa más de miedo sobre otra. Complicado saber qué hacer cuando se da la situación.
Hola FG, es cierto que las niñas son inocentes todavía y seguramente Estela no actúa como debiera. El miedo es generalmente muy mal consejero.
EliminarHas razonado muy bien el capítulo.
Un abrazo!!!
...si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos...
ResponderEliminarEl saco de las host.....pobre chaval...
Buenos días Kikas, termino de salir de la ducha y creo que estoy despejada.
Eliminar¿Qué ibas a decir? Voy a desayunar tila.
Comprendo que te apene el chaval.
Besos
Otra vez castigado Nico...Uff ....uff... que Blas ésta cambiando.... ¡no,no!, ¿que pasará cuando se entere de todo?.
ResponderEliminarSeguiremos.
Besos
Hola guapa, estoy deseando ir a tu blog.
EliminarBesos!!
Hala, castigado al rincón de pensar XD
ResponderEliminarMadre mía, con 15 años en los tiempos que corren nadie te castiga así. Te quitan la play, que es peor (uuuuuuuuh).
.Estelle.
Sí, posiblemente tengas mucha razón.
EliminarPero esta historia se desarrolla en Kavana, no en España, y en este país existe un régimen dictatorial y se rigen por otras costumbres.
Es que no conozco ese país si te digo la verdad... (llámame analfabeta si quieres xD) y como utilizas nombres tan ibéricos me he perdido XDDD
EliminarEstelle, en esta Estación y en esta historia si alguna vez hay alguna analfabeta... seré yo.
EliminarKavana es un país que me he inventado, no existe realmente. ;-)
Vale, entonces no soy analfabeta, soy gilipollas XDDDDDDDDDDDD
Eliminarjajajaja Si te empeñas en insultarte... pero creo que tampoco.
EliminarOtra vez. aquí. ;)
ResponderEliminarBueno, aquí no se para. Guantazos van, empujomes vienen. Gritos de niñas mimadas....Vaya numerito.
Y el Salvador parece el "machote" ese de la tele que decía en un anuncio "Yo soy tu "marío" y me tienes que "obedeser".
Saludos.
Hola Antonio... me alegra verte.
EliminarNo, no se puede parar.
Sí, Salvador Márquez, puede ser lo que tú dices.
Saludos
Me voy a tener que preparar una tila yo también y así me leo el siguiente capítulo relajada...
ResponderEliminarjajaja... Esta novela no se puede leer sin tila
EliminarBesos
Espectacular capitulo Mikaela.
ResponderEliminarSigues sorprendiéndome. La historia va viento en popa
y no sé sabe en que momento aparecen las marejadas... eso es vital
para atrapar al lector... enhorabuena!!!!
Dejo besos intrigantes.
Hola Cielo... Me alegra que lo veas así y me alegra sorprenderte
EliminarPues los recojo... y también los dejo intrigantes ;-)