CAPÍTULO 17
UN HOMBRE
TERRIBLE
A
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quella tarde el cielo continuaba nublado aunque las
nubes no eran excesivamente negras y no parecían amenazar con descargar una
tromba de agua como la noche pasada. Nicolás no se había puesto cazadora; al
principio notó el frío pero, muy pronto, empezó a correr en pos del balón y
dejó de acusar la baja temperatura.
—¡Nico! ¡Vuelve
a entrar y ponte más ropa! —le gritó la señora Emilia, asomándose por una
ventana lateral del salón—. ¡Te vas a congelar con esa camiseta!
—Ahora
iré —contestó el chaval pero continuó jugando, olvidando abrigarse más.
El aroma a bosque húmedo le embriagaba los
sentidos y respiró a pleno pulmón el aire puro de la montaña. Aire que sabía a libertad.
El bulto de su frente había desaparecido y en
su lugar tenía una mancha amarilla violácea. Los ladrillos de la terraza estaban
mojados, no había charcos porque el suelo estaba levemente inclinado y el agua
resbalaba hasta caer al barranco por unos agujeros ubicados en la parte
inferior del muro.
La señora Emilia se marchó a su dormitorio a reposar. El señor Teodoro estaba acostado en su cuarto, abrazado a Elisa.
Ambos jóvenes conversaron y se hicieron mutuas caricias hasta que el sueño les ganó la partida. La alarma
del despertador estaba puesta a las seis en punto.
Nicolás abandonó la pelota e hizo el pino,
apoyando los pies en una pared de la fachada. Acto seguido, recorrió la larga terraza
caminando con las manos y manteniendo las piernas extendidas hacia arriba.
Después corrió y saltó dando volteretas en el aire, para acabar posándose sobre
la superficie empapada con la mayor
elegancia. El chico tenía una agilidad y una destreza que muchos deportistas
hubiesen envidiado.
Lo que Nicolás ignoraba era el hecho de que
tenía dos espectadores muy interesados en seguir e ir anotando en una libreta
cada uno de sus movimientos. Los espectadores eran, nada más ni nada menos, que
los “detectives” Jaime y Julián que se encontraban en el bosque, en una elevación
del terreno detrás de unos frondosos arbustos. Desde aquel lugar estratégico podían
ver la terraza de la barbacoa y el camino que conducía hacia la piscina.
Los “detectives” vieron que un coche rojo,
algo destartalado, se hallaba aparcado junto a la casa de la señora Estela. La mujer debía tener visita.
Nicolás fue agradablemente sorprendido por la
llegada de Hércules, el rottweiler de Gabriela. La puerta de hierro de la terraza, lacada en tono negro, estaba abierta y el can entró a toda velocidad dispuesto a acompañar
al chiquillo en sus aventuras. Corrió hasta él, se levantó sobre sus patas
traseras y apoyó las delanteras en su pecho. Nicolás perdió el equilibrio
y cayó al suelo, de espaldas. El perro se le tiró encima, lamiéndole la cara.
—¡Eres
un bruto! —rió el niño—. ¡Me has puesto la camiseta perdida! ¿Quieres jugar,
verdad? ¡Pues vamos a jugar!
Nicolás y el perro corrieron, intentando cada
uno de ellos apoderarse del balón. Cuando el muchacho conseguía tener la pelota
esquivaba cuanto podía a Hércules y éste se volvía loco saltando y brincando a su alrededor. Cuando era el can quien conseguía ser el dueño de
la pelota, la agarraba con sus poderosos dientes, y era entonces él, quien burlaba a su contrincante. Nicolás empezó a sudar de verdad y dejó de sentir frío, a pesar de que se había levantado una brisa helada que arrastraba consigo gotas de agua de las hojas de los árboles y de las agujas de los pinos. Se lo estaba pasando fenomenal; Hércules era
un inmejorable compañero de juego.
Desgraciadamente la diversión llegó a su fin
cuando un desconocido arrojó un bozal al suelo de la terraza, cerrando la
puerta de hierro y quedándose fuera. El desconocido era un hombre de pelo
rubio, fino y pobre. Tenía unos ojos verdes desagradables y una prominente
nariz. Era de estatura baja y de cuerpo delgaducho.
—¡Tú,
chaval! —gritó a Nicolás—. ¡Ponle ese bozal al perro! Su voz era ronca y también desagradable.
Nicolás y Hércules pararon de jugar y el can comenzó a gruñir, amenazadoramente.
—Tranquilo,
Hércules —susurró el muchacho, acariciando la enorme cabeza del animal—, no pasa
nada. ¿Quién es usted? —interrogó, dirigiéndose al individuo.
—¡Eso
a ti no te importa! —le contestó el hombre con acritud—. ¡Te he dicho que le
pongas el bozal al chucho!
—¡Váyase de aquí! —exclamó Nicolás, enfadado—.
Está en una propiedad privada.
—¡No
seas imbécil, muchacho! —chilló el desconocido—. Soy el yerno de Estela y
quiero que ese maldito perro vuelva a casa.
Nicolás se quedó asombrado tras esta
revelación, ¿cómo podía Gabriela haberse casado con semejante tipo?
—¿Está
tu padre en casa? —indagó el hombre, cuya horrible nariz era lo más destacado
en su rostro.
—Está
durmiendo —declaró Nicolás, secamente. De
ninguna manera iba a explicarle a ese tipejo que su padre no estaba allí y que
Blas era su tutor.
—Pues
si no quieres que lo despierte y se ponga de mala hostia, ponle de una puta vez
el bozal al chucho —dijo el hombre empleando un vocabulario muy vulgar.
Nicolás no se movió; Hércules seguía gruñendo
con ferocidad.
—¿Estás
sordo, chaval? —increpó el famélico marido de Gabriela—. Voy a tocar el timbre
hasta que tu padre salga cagando leches. Ya le explicaré yo que has ido a
buscar al perro y te lo has llevado sin decirnos nada.
—¡Eso
no es verdad! —replicó el chiquillo—. Yo no me he movido de la terraza. Ha sido
Hércules quien ha venido.
—¡Y
una mierda! —exclamó el hombre, furioso.
Nicolás empezó a ponerse muy nervioso,
temiendo que aquel asqueroso sujeto
despertara a Blas y le contara embustes. ¿Y si su tutor le creía? Le había
dicho muy clarito que no pusiera un pie fuera de la terraza.
—Está
bien —claudicó el niño—. Le pondré el bozal a Hércules.
Nicolás recogió el protector y se lo
colocó en la boca al perro. Hércules le miraba de una forma extraña, como si no
comprendiera por qué le hacía aquello. Parecía decepcionado y triste.
—Lo
siento. Perdóname, amigo —murmuró el chiquillo, sintiéndose culpable. Hecho esto guió al perro, sujetándolo por
el collar, hasta la puerta. Cuando estuvieron cerca del hombre, Hércules gruñó
de manera más temeraria.
—Tendrás
que llevarlo a casa —declaró el adulto—. A este perro lo has puesto rabioso;
podría atacarme.
—Pero
si lleva el bozal puesto —manifestó Nicolás con disgusto.
—Este
perro es muy grande y fuerte —insistió el hombre—. Y lo has puesto rabioso.
¡Te digo que lo lleves tú!
—Estoy
castigado y no puedo salir de la terraza—expuso el niño, de mal talante.
El hombre sonrió con maldad. Sus feos dientes
tenían un color amarillento.
—¿Qué
edad tienes? —preguntó.
—Quince.
—Pareces
mayor por tu altura —afirmó el individuo—. Eres simplemente un mocoso que
está castigado —añadió, burlándose—. ¡Te han debido tirar una buena piedra a la
frente!—agregó, riéndose.
Nicolás le lanzó una mirada desafiante, le hubiese gustado golpear a aquel miserable ser. Se agachó y habló a Hércules al
oído.
—Vete
a casa, amigo —le dijo, suavemente.
Abrió la puerta, pincelada de negro, y
el perro salió. Había entendido perfectamente la orden de Nicolás pero se resistía un poco a obedecer y anduvo, con
paso lento, por el camino. El marido de Gabriela le seguía a cierta distancia;
Nicolás vio que el hombre llevaba una cadena de eslabones gruesos en una mano.
Cuando se habían alejado unos cincuenta metros, el individuo comenzó a golpear
el lomo del animal con la cuerda metálica y el can gimió, lastimosamente.
Nicolás no lo pensó ni un segundo, salió de la
terraza y corrió velozmente. Llegó hasta el hombre y lo empujó con violencia.
El adulto se estrelló contra la alambrada del camino y, gracias a ello, no cayó
al barranco. El niño se agachó para acariciar el maltratado dorso del animal.
Su mano se manchó de sangre.
—Perdóname,
Hércules —susurró, compungido. Sus oscuros ojos brillaban.
De pronto, sintió un agudo dolor en su propia
espalda. El encolerizado hombre estaba pegándole con la gruesa cadena. Descargó tres golpes casi seguidos sobre él; el niño bregaba
por levantarse pero no pudo lograrlo.
—¡Basta! ¡Basta, Salvador! —oyó
gritar a Gabriela—. ¡Vas a matarlo!
¡Déjalo en paz!
La angustiada mujer llegó al lugar, justo en
el momento en que Hércules se arrojó contra el hombre, derribándolo. Los ojos
del perro, inyectados en sangre, se habían vuelto asesinos. De su boca salía un
gruñido rabioso y feroz. Quería morder al tipo, pero el bozal se lo impedía.
Arañó, con sus patas delanteras, el rostro del espantado hombre. La joven tuvo que hacer muchísima fuerza para conseguir
apartar a Hércules de su esposo. Le costó, Dios y ayuda, calmar al can que no
quería soltar su presa.
Nicolás se levantó lentamente, le dolía mucho
la espalda y se sentía mareado. El hombre continuaba tirado en el suelo sin atreverse
a mover un músculo.
—¡Nico! —exclamó Gabriela, llorando—, ¿estás bien, cómo estás? ¡Por favor, por lo que más
quieras, no cuentes esto a Blas ni a nadie! Sólo complicarías las cosas. Él se
irá pasado mañana. Te lo ruego, Nico, no digas nada.
Nicolás miró a Gabriela, le pareció que estaba
aterrorizada.
—Tranquila
—dijo con voz apagada—, estoy bien y no voy a decir nada. Te lo prometo.
El niño se alejó pausadamente. Miró su reloj de pulsera, eran las seis menos veinte. Intentó acelerar el paso
pero le suponía un gran esfuerzo caminar más deprisa. No obstante, tenía que llegar a casa antes de que Blas se levantara. Su
tutor no debía verle en aquel penoso estado.
Por fin llegó a la terraza de la barbacoa,
apoyó una mano en la pared de la fachada para ayudarse a andar. Giró la esquina,
ya estaba en la terraza de la cocina. Poco después entró en la villa. Eran las
seis menos cuarto.
Al cabo de un rato y no existiendo novedad, los dos “detectives” dieron por finalizado su
trabajo. Habían realizado una gran
investigación aquella tarde; Blas se sentiría orgulloso de ellos. Jaime y
Julián salieron de su escondite.
Págs. 115-121
Está todo muy interesante Mela, la verdad es que consigues que quiera leer más.....
ResponderEliminarA ver que pasa con los detectives y el marido de Gabriela.
Un beso.
¡Encantada como siempre de verte por la estación! No tardarás en ir sabiendo lo que pasa con los detectives y el marido de Gabriela. ¡Un besazo!
EliminarHola Mela, buenas noches,
ResponderEliminarpasaba a agradecer la visita y tus caálidas palabras.
Admiro a quien tiene la facultad de escribir cuentos, historias o novelas en capitulos,
recordar sucesos, nombres o situaciones, ufff no podría!
te deseo un bonito domingo
besitos
atentamente el hombre con nombre de gatito =)
Gracias por tu visita y tu comentario. A mí me resultaría imposible escribir poesía, yo admiro a los poetas, a los poetas que puedo entender. Bonito domingo a ti también, hombre con nombre de gatito.
ResponderEliminarCapítulo muy interesante. Ese cerdo de Salvador me ha crispado los nervios, ¡qué bestia!
ResponderEliminarHola, Nena. Sí, Salvador Márquez es un bestia. En este capítulo se ve mucha maldad frente a la inocencia de un chaval. Besos.
ResponderEliminarVamos!! que aquí habría que decir la frase "éramos pocos y parió la abuela, no?" porque menudo elemento Mr. Márquez pues menuda entrada. Pues sinceramente si Nico no dice nada, que no dirá y el pobre ya recibe por todos lados, espero que sí lo hagan los "detectives"
ResponderEliminarYa veremos.
Besos!
jajjajajajajaj Yo había oído "eramos pocos y parió la burra" Ya no sé si es burra o abuela jajajajajaj ¡Ay qué gracia me has hecho con Mr. Márquez! ¡Y menudos "detectives" los que tenemos aquí! Ya veremos... como bien dices.
EliminarHe ido a tu blog y todavía no nos has contestado a Nena ni a mí. jajajajjajaj Se te acumula la faena.
Otra vez te mando besos!!!
Ehhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!! que andábamos las dos por nuestros blogs... jajajajajaja justo estaba respondiendo que al mirar el correo he visto tu "regañina" y claro, vengo a decirtre que no no... Nada de faena acumulada JAJAJA
EliminarPues me voy enseguida para tu blog a ver la contestación. Me tienes intrigada con tu relato.
EliminarEl aire de libertad de las montañas es algo que amo,comprendo a Nico que lo disfrute de ese modo.Teodoro y Elisa juntos, es una imagen que me agrada,los une un cariño genuino y dulce.Me encanta que Julian y Jaime anoten todo,Nico necesita que Blas se entere de todo para poder cuidarlo y contenerlo.Ay y este Salvador! que maldad! pobre Hércules y pensar que cuando vi que era un rottweiler temía por los chicos porque les tengo miedo y sin embargo la bestia era este señor!Pobre Nico tener que guardar tantos secretos y tanto dolor!Se pone jugoso esto!!! Un abrazo Mela!
ResponderEliminarHola hada Isol, como siempre me encanta leerte. Ya me he dado cuenta de que te encanta la montaña. Y te gusta la pareja que forman Blas Teodoro y Elisa, eres romántica. Sí, nuestros "detectives" han tomado nota... ya veremos.
EliminarSalvador Márquez es un hombre malo, perverso. Hércules es un perro joven y jugueón, es un buen perro.
Nos seguimos leyendo... Un abrazo muy fuerte!!
No puedo ponerte lo que pienso de Salvador, pero te lo puedes imaginar.
ResponderEliminarQuiero recordar algo bonito, Elisa y Teodoro abrazados...... que tierno.
Besitos
Comprendo muy bien que Salvador te caiga realmente mal. Es un mal hombre, está claro. Te gusta el abrazo entre Elisa y Blas... veremos, veremos jaja
EliminarBesos
¿A Nico le ha mirado un congreso de tuertos o algo? XD todo le pasa a él, pobre chaval.
ResponderEliminar"Nada más eran dos desconocidos que de haberse conocido,
habrían sido el uno para el otro."
Entiendo que sea tu entrada favorita, a mí me encanta. Es increíble la cantidad de historias que puedes imaginarte partiendo de esa frase.
.Estelle.
Me parece que sí, que al pobre Nico lo ha mirado un congreso de tuertos jajaja Aunque no soy supersticiosa.
EliminarHay muchas frases buenas, pero que muy buenas en tu blog. No fue sencillo elegirla. Pero es que esta frase me trastorna y hace volar mi imaginación. Y la acompañaste de una foto ideal. Además creo mucho en esta frase, tal vez te cruzas por la calle con quien sería tu amor verdadero y no te enteras.
En cuanto pueda le daré un premio a tu blog.
¿Solo se te ocurren malos malísimos, mentirosos mentirosísimos?
ResponderEliminarUna siesta de despertador.....eso debe de ser pecado....
¡Ay que me da algo! También salen buenos, buenísimos.
EliminarEs que durante la siesta no tenían el juego del impávido jajajaja
Besos
¿El Impávido en una cama?
EliminarPara jugar al impávido hace falta una mesa, Mela, a ver si te aclaras...
;-)
Me está esperando un plato de pulpo para comer...
Eliminar¡No me quieras liar! Entendí muy bien el jueguecito y también se puede hacer en una cama.
Más tarde pasaré por tu blog.
Pues entendiste otro juego
ResponderEliminarEl mío se juega con dados.....
¡AHHHHHH!!!! Ahora resulta que yo entendí otro juego, sé leer Kikas. Y creo que disfrutas liándome.
EliminarDe todos modos, volveré a tu entrada y la releeré para asegurarme, aunque estoy bastante segura.
El pulpo estaba riquísimo, ¿tú has comido?
¿Yo disfrutar liando a la gente?
ResponderEliminar¿Por quien me tomas?
;-)
Te tomo por lo que eres, bastante inteligente y bastante cachondo.
Eliminar¿Es posible que pasemos a otro capítulo o nos vamos a eternizar en este?
Vaaaale
ResponderEliminarDejaré de ser inteligente y cachondo...
Vas a tener los comentarios más sesudos, tambien los más aburridos...
;-)
¡NOOOOOOOOO!!
EliminarBueno, es tonto que me alarme, aunque quisieras no podrías.
¡Ay que rabia ese hombre por Dios! Pobre chico y que furia sentiría. Sigo adelantando capis. Me encanta la historia Mela. Felicitaciones.
ResponderEliminarHola lou!! Una gran alegría siento que una escritora como tú esté leyendo mi historia y te guste. Muchas gracias!!!
EliminarBesos!!!
¡Gracias a ti por compartirla! Es un honor. Un besazo grande.
EliminarOtro besazo grande para ti, Lou.
EliminarBueno, bueno, bueno. Esto empieza a parecerse a la peli "el bueno, el feo y el malo". ;) Pobre perro. Es el que menos culpa tiene.
ResponderEliminarBesitos.
Hola Antonio... pues esto no es "el bueno, el feo y el malo" ;-)
EliminarEs El Clan Teodoro-Palacios.
Estoy muy de acuerdo... el perro es el que menos culpa tiene.
Besos
No le dan un respiro al chiquillo!! ahora éste personaje nuevo también es un cafre, lo que faltaba... :(
ResponderEliminarUn beso, Mela.
Hola María... Sí, Nico ha tenido verdadera mala suerte, porque el nuevo personaje va a traer problemas
EliminarUn beso
Otro capitulo a la velocidad de la luz
ResponderEliminartremenda las situaciones que recreas sin descanso, eso sin duda
es una gran alegría para el lector.
Los detectives serán clave en esta historia, me temo.
Un beso seguido de un abrazo.
También es una alegría para quien lo escribe ;-)
EliminarPues temes bien... serán claves, sí
Un beso, y un abrazo