CAPÍTULO 120
FRENTE A MIKAELA, FRENTE A HELENA
E
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l señor Teodoro y la señora Sales llegaron a casa
cuando aún no eran las ocho; Nicolás y Marcos habían estado en la habitación de
los juegos hasta que planearon salir al jardín a jugar a fútbol. A ninguno le
importó que el terrible vendaval helado sacudiera sus cuerpos sin contemplaciones
y casi les resultara imposible dominar la pelota. Todo lo contrario, estaban
encantados y disfrutando de lo lindo. La señora Sales se horrorizó al ver a su
nieto con una simple camiseta mientras era zarandeado por el huracán.
Nicolás también se horrorizó cuando vio a su padre y
a su abuela, se le había pasado el tiempo sin darse cuenta. Tras despedirse
precipitadamente de Marcos, corrió veloz hacia casa y se metió de cabeza en
el despacho para terminar unos deberes que había dejado olvidados hacía un buen
rato.
El señor Teodoro ayudó a su madre a entrar al
vestíbulo puesto que el embravecido viento no la hubiese dejado avanzar ni un
paso. La mujer recriminó a Matías haber permitido que los niños jugasen en el
jardín con semejante ciclón.
—Es muy complicado que el señorito Nicolás obedezca una orden mía —dijo como excusa el señor Hernández, crispando todavía más a la señora
Sales.
El señor Teodoro se enfadó y riñó a su hijo por
estar jugando cuando no había acabado con sus deberes.
No obstante, se quedó a su lado y colaboró con él para terminar la tarea. Cuando el chiquillo estaba guardando los libros en la mochila, su padre lo sorprendió con una pregunta.
No obstante, se quedó a su lado y colaboró con él para terminar la tarea. Cuando el chiquillo estaba guardando los libros en la mochila, su padre lo sorprendió con una pregunta.
—¿A qué profesor prefieres del instituto?
—A Mikaela Melero —respondió el niño casi sin pensar. Fue
evidente que lo tenía muy claro—. ¿Por qué me lo preguntas?
—Una curiosidad, nada más.
—Y el que menos me gusta es el señor Cuesta —manifestó Nicolás con ardor—. ¿No podrías despedirlo?
—Espero que respetes a ese hombre y te portes muy bien en sus clases —repuso su padre.
Hubiese querido contarle que Mikaela era Helena, que Mikaela era su madre... pero debía esperar. Si él no sabía cómo iba a controlarse, creía imposible que Nicolás lo consiguiera.
Esperaría solo hasta el viernes. En cuanto Arturo Corona y Jaime Palacios abandonasen el instituto llegaría el momento en el que Helena dejara de ser Mikaela.
Hubiese querido contarle que Mikaela era Helena, que Mikaela era su madre... pero debía esperar. Si él no sabía cómo iba a controlarse, creía imposible que Nicolás lo consiguiera.
Esperaría solo hasta el viernes. En cuanto Arturo Corona y Jaime Palacios abandonasen el instituto llegaría el momento en el que Helena dejara de ser Mikaela.
Durante la cena, y después en el salón, el señor Teodoro estuvo muy silencioso. Tenía mucho que pensar y estaba deseando retirarse a su habitación para meditar con tranquilidad.
En consecuencia, cuando llegó la hora de dormir se arrebujó, satisfecho, en la cama.
Intuía que no iba a pasar una buena noche y que conciliar el sueño iba a ser difícil. A pesar de ello se sentía a gusto cubierto con el edredón.
No había visto a Elisa en el funeral de Tobías; sí
vio a la señora Estela y al señor Francisco. Y ambos coincidieron en
preguntarle por Nicolás.
—Está perfectamente —sonrió el señor Teodoro, orgulloso—, haciendo de las suyas. Me vuelve loco.
—¡No somos nadie! —exclamó el señor Francisco con pesar— Hoy estamos aquí y mañana quién sabe... ¡Pobre Tobías! Lo echaremos de
menos en el pueblo, era un buen hombre y un buen policía.
—La vida es así de injusta y no vamos a poder cambiarla, hay que tirar
para delante —declaró Estela.
—¿Está bien Gabriela? —se interesó el señor Teodoro, cortésmente.
—Sí, está bien, pero muy ocupada. Ha sentido no poder venir. Elisa
tampoco ha venido, ¿está bien ella?
—Supongo que sí —medió Emilia Sales—. La verdad es que últimamente la vemos y hablamos poco.
Esa era una verdad a medias porque lo cierto es
que no habían visto a Elisa ni hablado con ella desde su llegada a Aránzazu, y
el señor Teodoro no conseguía entender el motivo de tanto distanciamiento. Debería presentarse en su casa y verla a
toda costa. También debía meditar sobre la muerte de Tobías. ¿Qué querría decirle? ¿Tendría alguna
relación con el extraño asesinato de Víctor Márquez? Sea como fuere, ya no
podía saberlo.
Y su mente estaba enloquecida por apartarlo todo y
solo pensar en Helena Palacios. No había sabido nada de ella durante doce
largos e interminables años, y ahora la tenía muy cerca sin haberlo
sospechado. O sí lo había sospechado pero llegó a creer que estaba necesitado, obsesionado y loco. Debajo de la máscara de Mikaela Melero se escondía la mujer que
había amado con toda su alma y que era la madre de su único hijo, Helena
Palacios.
El señor Teodoro miró el despertador depositado en
su mesilla. Las agujas, perezosas, se movían lentamente, se negaban a correr y
las horas tardaban en pasar. Y él se desesperaba dando vueltas en la cama, deshaciendo las
sábanas, frenético por que amaneciera, abrasado en deseos de ver a Mikaela
Melero.
Y como todo deseo lógico se cumplió... Amaneció, y
cuando terminaba de quedarse dormido, el despertador empezó a alborotar la paz
de la habitación. Mas era tan profundo el pozo donde se hallaba el
subconsciente del señor Teodoro que no oyó el timbre del reloj y fue su hijo
quien lo zarandeó, extrañado, de su resistencia a despertar.
—¡Papá, papá! —le llamó— ¡Es hora de levantarse! ¡Se te han pegado las sábanas!
El señor Teodoro abrió los ojos, soñoliento y
confuso. Tardó unos segundos en ser consciente de la realidad y, entonces, se
levantó de un salto.
La señora Sales se percató de la abstracción de su
hijo durante el desayuno viéndole muy callado y concentrado en sus pensamientos.
—¿Has dormido mal, Blas? —le preguntó— Estás muy ojeroso.
El joven continuó en su aislamiento sin enterarse de
que su madre le hablaba.
—¡Papá, la yaya te ha hecho una pregunta! —exclamó Nicolás, dándole un codazo.
El golpe provocó que se derramara parte de la leche
que estaba tomando e, inmediatamente, propinó un cachete al niño.
—¡Estate quieto!, ¿vale? —le increpó, molesto.
—Blas, pareces estar en otro planeta —dijo la señora Sales—. Estamos en la Tierra, ¿lo recuerdas? ¿Estás
bien, hijo?
—¡Mamá, lo siento! —se disculpó el señor Teodoro— ¡Claro que estoy bien, solo estoy pensando! Tengo bastantes cosas en
qué pensar, eso es todo.
Durante el trayecto de casa al instituto, Nicolás tuvo muy claro que su padre no estaba comunicativo y que tenía mucha prisa por llegar al centro ya que condujo a mayor velocidad que otras mañanas e incluso adelantó a diversos vehículos. El chiquillo miró la hora en su reloj.
—No hace falta que corras tanto —comentó a continuación—, no es tarde.
Después del comentario de su hijo, el señor Teodoro
aminoró la marcha.
Debía calmarse, el instituto no estaba huyendo de él por mucho que así lo creyera.
Debía calmarse, el instituto no estaba huyendo de él por mucho que así lo creyera.
Todavía no era de día, clareaba, y el
viento había cesado por completo. Llegaron a “Llave de Honor”
con media hora de antelación al inicio de las clases. Los señores Amadeo Ortiz
y Eduardo Cardo les salieron al paso.
—Buenos días, don Blas, buenos días Nicolás —saludó el señor Ortiz sonriendo, ampliamente, hecho que iba en contra
de la estética—. ¡Espero que no vuelvas a tener la idea de volar
por las ventanas! —añadió mirando al chiquillo.
—¡Señor Teodoro! —exclamó Eduardo Cardo con tono urgente— ¡Debo recordarle que es miércoles! ¡Ruego al Cielo que no haya
olvidado que el viernes tenemos visitas muy importantes! ¡Pasado mañana!
—No he olvidado nada, tranquilícese. Mañana dedicaremos el día a ensayar.
—¿Únicamente mañana?
—Únicamente mañana, será suficiente.
El jefe de estudios no estaba en absoluto de acuerdo
pero no se atrevió a discutir con el director. Mucho menos, notando en él, una
impaciencia y excitación no acostumbradas.
El señor Teodoro miraba a su alrededor como si
estuviera buscando algo o a alguien.
—¿Han llegado la señora Paula y su ayudante, Mikaela? —interrogó sin poder contenerse.
—¡Vaya! Usted las nombra y en este momento están entrando por la puerta —respondió el señor Ortiz.
El joven director se giró de inmediato y miró a Mikaela
Melero como si la viera por vez primera. Mientras su corazón galopaba
salvajemente examinó hasta el más insignificante detalle de su rostro.
La rubia profesora captó al instante el estudio minucioso al que la estaba
sometiendo el señor Teodoro y se sintió invadida por una extraña sensación.
—Buenos días —dijo Paula Morales, un tanto angustiada. O el señor Teodoro comenzaba a disimular
desde ya o Helena Palacios iba a darse cuenta de que había sido descubierta.
—Buenos días —saludó Nicolás a quien no se le había escapado
la rara conducta de su padre—. ¡Papá!, ¿qué te pasa? ¿Por qué miras tanto a
Mikaela?
La pregunta del chiquillo hizo reaccionar al señor
Teodoro y tomar conciencia de la situación. Dejó de mirar a la mujer y miró a
su hijo.
—Nico, recuerda que tú y Nat estáis castigados hoy y el resto de la
semana. Miraba a Mikaela porque quería pedirle que se hiciera cargo de vosotros
a la hora del recreo. ¿Está conforme? —preguntó mirando de nuevo a la profesora. Pero esta vez la miró
dominando todos sus impulsos.
La aludida asintió recobrando la tranquilidad. Por
un momento había llegado a pensar que Blas Teodoro estaba viendo a través de su
máscara y la estaba reconociendo.
Nicolás salió al patio para aguardar la llegada de
Natalia y Bibiana.
El señor Teodoro se quedó en el hall departiendo con los profesores que iban entrando. Pero su atención la
acaparaba, más de lo debido, Mikaela Melero. No podía evitar
buscarla con la mirada intentando, por todos los medios, que la mujer no le
pillara. Y sus intentos fueron fructíferos porque solamente Paula
Morales fue testigo del seguimiento del hombre hacia su amiga.
La prueba de fuego había comenzado y el señor Teodoro ya se estaba quemando, ya sufría el calor de las llamas.
Y ardía por hablar con Paula Morales. Necesitaba preguntarle cuál fue la reacción de Helena cuando él se desmayó en el patio. Necesitaba conocer la respuesta a pesar de temerla.
Y de pronto, su voz escapó de su garganta, alta y clara.
—Señora Morales, haga el favor de acompañarme a mi despacho. Quiero hablar con usted sobre mi hijo.
Todos los presentes le miraron, y la aludida se sobresaltó dado que sospechaba que el director no pretendía hablarle sobre Nicolás.
—Señor Teodoro —intervino el jefe de estudios—, como hombre cabal que es debería entender la importancia de la visita del viernes y...
Esta intervención fue muy inoportuna; Blas Teodoro estaba demasiado alterado y su respuesta lo demostró.
—¡SEÑOR CARDO! ¿Quién le ha dicho a usted que yo sea un hombre cabal? ¡NO LO SOY! ¡Tengo muy poco de cabal y bastante de desquiciado!
Un silencio mortal siguió a las palabras del director, un silencio que volvió a la vida por la risa que Helena Palacios no logró acallar. Y esa risa de Helena enardeció más a Blas.
—¿Le parece gracioso lo que he dicho, señorita Mikaela? —interpeló devorándola con la mirada— Me alegro, es un acontecimiento extraordinario verla reír.
—Se equivoca usted —respondió Helena apagando su risa—. No sé lo que usted ha dicho, no le estaba prestando atención. He recordado algo que me ha hecho reír sin más.
Blas Teodoro asintió con violenta energía.
—Vuelvo a alegrarme. Me alegro de que tenga recuerdos que la hagan reír. Yo también tengo recuerdos que me hacen reír. Mejor tener recuerdos gratos que ingratos, ¿no lo cree así?
—Pues lo cierto es que el recuerdo que a mí me ha hecho reír ha sido ingrato.
Y ambos se miraron desafiantes olvidando dónde estaban, no recordando que había gente a su alrededor.
Semejantes a dos torres altas y poderosas que se contemplan y observan sin opción a acercarse ni a alejarse. Las dos torres saben que, de moverse, pueden caer y romperse porque irremediablemente arrancarían unos cimientos muy arraigados.
La prueba de fuego había comenzado y el señor Teodoro ya se estaba quemando, ya sufría el calor de las llamas.
Y ardía por hablar con Paula Morales. Necesitaba preguntarle cuál fue la reacción de Helena cuando él se desmayó en el patio. Necesitaba conocer la respuesta a pesar de temerla.
Y de pronto, su voz escapó de su garganta, alta y clara.
—Señora Morales, haga el favor de acompañarme a mi despacho. Quiero hablar con usted sobre mi hijo.
Todos los presentes le miraron, y la aludida se sobresaltó dado que sospechaba que el director no pretendía hablarle sobre Nicolás.
—Señor Teodoro —intervino el jefe de estudios—, como hombre cabal que es debería entender la importancia de la visita del viernes y...
Esta intervención fue muy inoportuna; Blas Teodoro estaba demasiado alterado y su respuesta lo demostró.
—¡SEÑOR CARDO! ¿Quién le ha dicho a usted que yo sea un hombre cabal? ¡NO LO SOY! ¡Tengo muy poco de cabal y bastante de desquiciado!
Un silencio mortal siguió a las palabras del director, un silencio que volvió a la vida por la risa que Helena Palacios no logró acallar. Y esa risa de Helena enardeció más a Blas.
—¿Le parece gracioso lo que he dicho, señorita Mikaela? —interpeló devorándola con la mirada— Me alegro, es un acontecimiento extraordinario verla reír.
—Se equivoca usted —respondió Helena apagando su risa—. No sé lo que usted ha dicho, no le estaba prestando atención. He recordado algo que me ha hecho reír sin más.
Blas Teodoro asintió con violenta energía.
—Vuelvo a alegrarme. Me alegro de que tenga recuerdos que la hagan reír. Yo también tengo recuerdos que me hacen reír. Mejor tener recuerdos gratos que ingratos, ¿no lo cree así?
—Pues lo cierto es que el recuerdo que a mí me ha hecho reír ha sido ingrato.
Y ambos se miraron desafiantes olvidando dónde estaban, no recordando que había gente a su alrededor.
Semejantes a dos torres altas y poderosas que se contemplan y observan sin opción a acercarse ni a alejarse. Las dos torres saben que, de moverse, pueden caer y romperse porque irremediablemente arrancarían unos cimientos muy arraigados.
Págs. 948-955
Hoy dejo una canción de Malú y Revólver... "El peligro"
Próxima publicación... jueves, 12 de novienbre