EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 86

CAPÍTULO 86

PERSONAS QUE NO DUERMEN BIEN

J

aime Palacios, padre de Helena, no podía conciliar el sueño con tranquilidad. Estaba muy preocupado desde que, esa misma mañana, estuvo en casa de su hija. 
Helena se había marchado y su sirvienta, Adelaida, le había entregado un sobre cerrado. Dentro del mismo había una nota que decía:

Querido padre, siento no celebrar el día de Reyes contigo. Necesito tomarme un mes de vacaciones. Tranquilo, el seis de febrero estaré en casa. Matilde viene conmigo. No te canses de preguntar a Adelaida; no tiene idea de adónde me dirijo. Ni siquiera yo lo tengo claro. Viajaré un poco, quizás por Europa. Tal vez, España. Besos.           Helena “¿Adónde has ido, hija mía?”, se preguntaba el hombre, muy caviloso. “Este viaje es muy inoportuno; tienes la cabeza muy mal amueblada. Espero que no estés asustada y te hayas vuelto atrás porque nunca te lo perdonaría. Y espero que Blas Teodoro no sea la causa de tu repentina marcha. Conviene que no lo sea porque soy capaz de matarlo".                                                                                  ∎∎∎ Helena Palacios ya estaba instalada en Aránzazu, había llegado a la ciudad antes que el señor Teodoro y Nicolás. Aquella madrugada de domingo también se le hacía insufriblemente larga. Lo tenía todo previsto para, el mismo lunes, ver a su hijo y al padre de este.             “Solo me interesa Nico”, se repetía una y otra vez. “Tú, Blas, puedes morirte. De hecho ya estás muerto y enterrado para mí. Bueno, muerto no... ¿A quién iba a odiar entonces? Tienes que estar muy vivo para que yo pueda odiarte hasta el fin de mis días.  ¿Por qué no me duermo? ¡Quiero dormir! Es el único modo de que las horas pasen antes”. La puerta de su cuarto se abrió y la luz molestó a sus ojos. Matilde Jiménez terminaba de entrar. Se aproximó a la cama de Helena y comprobó que estaba despierta.                 —Tampoco puedes dormir, ¿verdad?  —dio por hecho— Hace un rato que he hablado con Adelaida, estaba hecha un manojo de nervios, tu padre se ha comportado con ella como un verdadero energúmeno. Creo que lo más sensato y prudente sería que mañana regresáramos a Markalo.                   —Eso no va a suceder —aseguró Helena, molesta—. Reserva una habitación en un buen hotel para Adelaida, lejos de mi casa, y dile que se quede allí hasta que volvamos. Mi padre no podrá encontrarla y asunto solucionado.                     —¡Olvídate de Adelaida! ¡Quien me preocupa eres tú! —exclamó Matilde con miedo— Lo que piensas hacer es muy peligroso...                        —¡Basta, Matilde!  —atajó Helena, enfadada— El lunes voy a ver a mi hijo y me quedaré un mes en Aránzazu.                        —El problema es que también vas a ver a Blas.                       —Sí, seguramente lo veré... pero tengo un buen plan. Matilde Jiménez movió la cabeza con gesto negativo.                      —¿Un buen plan dices? ¡Que Dios nos libre de tus planes con tus ideas sin sentido común!                        —Matilde, vete a dormir—le pidió Helena—. Tengo sueño y, si tienes tanto miedo, vete mañana hacia Markalo.                        —No te pienso dejar sola con tu cabeza hueca. Tras estas palabras de su amiga, Helena no pudo evitar echarse a reír y los dos hoyuelos que, tan bien recordaba el señor Teodoro, aparecieron en sus mejillas. Matilde se dio por vencida y se marchó del cuarto; Helena se levantó de inmediato y corrió al armario. Sacó el vestido azul que Blas le había regalado y lo ocultó debajo de un abrigo. No quería que ni por casualidad, Matilde descubriera que lo había llevado a Aránzazu.                 "Verás tu vestido en el cuerpo de otra mujer, Blas, te aseguro que lo verás. Y yo veré tu reacción desde muy cerca". Esta decisión se paseó por la mente de Helena con cierta sed de venganza, obviando por completo que ella no era una persona vengativa. Volvió a meterse en la cama, se colocó unos cascos pensando que, escuchar la radio, la ayudaría a dormír. En la radio sonaba una canción cantada por una mujer... "¡Ay, Amor! Si yo pudiera hablarte claro... solo diría cuánto te amo, cuánto te extraño, que no te olvido, estás conmigo... ¡Ay, Amor! Si no temiera, si yo supiera... solo diría que engañarte sí que he sabido... porque, a odiarte, nunca he aprendido... ¡Ay, Amor! Si yo pudiera, si no temiera, si yo supiera... Tal vez podrías, tal vez no temieras, tal vez sabrías..." La canción continuaba, pero Helena se quitó los cascos con un movimiento brusco y los lanzó contra el suelo de la alcoba.                                                                                ∎∎∎ Elisa Rey tampoco lograba descansar bien aquella noche. Por la tarde, cuando llegó a Aránzazu, dejó a Patricia y a Bibiana en sus respectivas casas. Natalia dijo que se quedaría con sus amigas hasta las nueve. De este modo, la mujer se fue a su hogar completamente sola. Y allí la estaba esperando su hermano Bruno, muy impaciente, deseando saber quién era el padre de Nicolás.             —Es Blas —le notificó Elisa—, Blas Teodoro es el padre de Nico.             —¡Vamos, no digas tonterías! —se encolerizó el señor Rey— ¿Cómo va a ser Blas el padre del chiquillo? Sin embargo, el parecido existente entre el padre y el hijo se abrió paso en la mente del hombre hasta estallar y hacerle comprender que su hermana estaba diciéndole la verdad.             —¿Cómo no me he dado cuenta antes? —vociferó, furioso— ¡Ese asqueroso se acostó con mi mujer y la dejó preñada! ¡Se ha estado mofando de mí todos estos años! ¡Está loco, peligrosamente loco! ¡Es una amenaza! ¡Aléjate de él, Elisa! ¡ES UN ASESINO, TIENE MATONES A SU CARGO! Me pagaba todos los meses tres mil dívares para que guardara silencio y no le contara a Nicolás que yo no era su padre. También envió a tres matones a visitarme y me amenazaron con matarme si hablaba con el chiquillo. Ha debido cansarse de pagar y le ha dicho la verdad a Nico. Seguramente Helena está bajo tierra hace años. ¡Él ha debido matarla o mandar que la maten! ¡ALÉJATE DE ÉL, ELISA, CORRES PELIGRO A SU LADO!             —¡No sabes lo que estás diciendo! —disintió la mujer— ¡Te ciega el odio que sientes hacia Blas! ¡Él no es ningún asesino, es un buen hombre! Y ha tenido que luchar durante doce años contra Helena para conseguir decirle a Nico la verdad. Los abogados de Helena se lo impedían; los jueces y los fiscales estaban comprados. Tenían a Blas atado de manos y pies. Helena le ha hecho sufrir mucho. Bruno Rey se rió desagradable y estrepitosamente.             —Helena era una mujer bellísima, pero era una muerta de hambre —aseguró el hombre—. Helena no tenía poder; le faltaban los medios para hacer lo que tú dices. ¡Eres una pobre ingenua, te has dejado engatusar por ese diablo! Piensa un poquito, hermana, si ella hubiese dispuesto de tanto poder, ¿por qué narices iba a dejar al niño con Blas? ¡Ella adoraba a su hijo! ¡Es Blas quien tiene poder y es un ASESINO! ¡ALÉJATE DE ÉL Y NO SEAS INSENSATA! Elisa se revolvía en la cama intentando no pensar, luchando por descansar y dormir. ¿Quién decía la verdad? ¿Había estado mintiendo y fingiendo, todo este tiempo, Blas? Bruno parecía tenerle mucho miedo. ¿Y dónde estaba Helena Palacios; por qué había desaparecido? Desde luego tenía muy poco sentido que Helena le dijera a Blas que él era el padre de Nico, le dejara el niño y, posteriormente, le impidiera reconocer su paternidad. Por otra parte, era cierto que Helena carecía de medios. Y Blas siempre había tenido mucho dinero. Sin embargo, tampoco tenía sentido que Blas pagara a Bruno para que se mantuviera en el papel de padre de Nico. ¿Cuál podía ser la verdad?             —Todo esto es un galimatías sin pies ni cabeza —suspiró Elisa, mareada. Y continuó dando vueltas en su cama sin conseguir quedarse dormida.                                                                                      ∎∎∎ El señor Teodoro se despertó, sobresaltado, a las seis de la mañana. Estaba muy sudado, y temblaba ligeramente.             “Espero que la fiebre no haya vuelto”, pensó, alarmado. “¿Qué me pasa? No me puedo poner enfermo; Nico empieza el instituto el lunes. Quiero estar a su lado. ¿Por qué te siento tan cerca, Helena? ¿Por qué tengo el presentimiento de que estás muy cerca? Siempre que me encuentro debilitado te apoderas de mí. ¿Por qué, Helena? ¿Volveré a verte alguna vez o siempre vas a esconderte de mí? ¿Es ese mi castigo, Helena? ¡Eres una lunática!”. El rostro del señor Teodoro estaba empapado y no se dio cuenta de que dos lágrimas se unieron a las gotas de sudor que poblaban su cara. Págs.675-680 Hoy dejo en el lateral del blog una canción de Tommy Torres... "Querido Tommy"