CAPÍTULO 85
“LA FELICIDAD COMPLETA NO "DEBE" EXISTIR”
L
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a señora Sales permanecía en su habitación, pero todavía no dormía. Estaba sentada delante de una mesa auxiliar que, al abrirla,
se transformaba en un pequeño escritorio. Conversaba con alguien utilizando un
teléfono móvil, cuando el señor Teodoro y Nicolás la sorprendieron, entrando de
sopetón. La mujer cortó la comunicación al instante.
—¿No sabéis llamar a la puerta? —interrogó, poniéndose en pie. Llevaba puesto un camisón blanco con
detalles bordados en rosa.
A Nicolás no le gustó el cuarto de su abuela; los
muebles le parecieron viejos y muy serios. El niño ignoraba que eran muebles
muy antiguos y de un valor casi incalculable.
—¿Con quién hablas a estas horas? —se extrañó el señor Teodoro— Veníamos a darte un beso de buenas noches.
—¡Pues dádmelo y a la cama, pesados!
Hijo
y nieto besaron a la mujer y la dejaron nuevamente sola. La señora Sales volvió
a sentarse y volvió a utilizar su teléfono móvil para continuar la conversación
interrumpida.
Nicolás entró en la habitación del señor Teodoro; la estancia tenía muebles clásicos pero distaban mucho de poseer la solemnidad de los de la señora Sales. El mobiliario del cuarto del señor Teodoro daba la sensación de elegancia y sencillez unidas. La pared, en la que había una ventana, estaba pintada de azul y el resto de blanco. Esta combinación se repetía en la ropa de la cama y en las cortinas.
Nicolás entró en la habitación del señor Teodoro; la estancia tenía muebles clásicos pero distaban mucho de poseer la solemnidad de los de la señora Sales. El mobiliario del cuarto del señor Teodoro daba la sensación de elegancia y sencillez unidas. La pared, en la que había una ventana, estaba pintada de azul y el resto de blanco. Esta combinación se repetía en la ropa de la cama y en las cortinas.
El azul, como todos los colores fríos, creaba un
ambiente relajante muy apropiado para un dormitorio y combinado con blanco
resultaba muy luminoso.
Nicolás pasó a su habitación y se dirigió al cuarto
de baño y, antes de lavarse los dientes, observó cuanto le rodeaba.
La bañera era ovalada y el reposa cabeza y el reposa
brazos estaban revestidos de cuero rojo. Este revestimiento de cuero rojo
también lo mantenían la tapa del inodoro y la tapa del bidé que, permanecían
suspendidos, sujetos a la pared sin tocar el suelo. En la cabina de la ducha
cabían, al menos, tres personas, y se hallaba instalado un asiento y numerosas repisas. El lavabo
era de vidrio y la grifería estaba empotrada en la pared. En cuanto se hubo
lavado los dientes, el muchacho se adentró en el vestidor y cogió de un estante
que, estaba repleto de pijamas, muy bien doblados, el que estaba encima de
todos. Acto seguido regresó a su habitación y se metió en la cama sin apagar la
luz. En una de las mesillas que escoltaban su lecho se veía una fotografía del
señor Teodoro y, en la otra, una de la señora Sales.
Nicolás estaba mirando la foto de su padre cuando este entró y se sentó a su lado.
—¿Te gusta nuestra nueva casa? —le preguntó.
El muchacho asintió moviendo la cabeza.
—No me ha gustado nada la cena —añadió.
El señor Teodoro sonrió.
—Ya lo suponía, pero te lo has comido todo y te has portado muy bien.
Mañana prepararé una paella española que te gusta tanto. Bueno, en realidad, es
una paella valenciana. Y hablaré con Prudencia y con Cruz sobre las comidas y las
cenas. Hoy nos han querido dar una sorpresa y hubiese estado muy feo
despreciársela.
—Hay una cosa que no te he dicho esta mañana —declaró el chiquillo, vacilante—, es que no sé si debo decírtela... Es sobre mi madre, es algo que recordé anoche. Anoche no lo entendí, pero ahora lo entiendo.
—¿Qué recordaste, Nico? —indagó el señor Teodoro, ansioso por saber.
—Recordé una canción que ella me cantaba.
—¿Qué canción?
—"Coquito, coquito, coquito lindo... pedazo de Cielo que Blas me dio, quererte a ti ha sido muy fácil... coquito, coquito, coquito, Amor..."
—¿Estás seguro de que decía "pedazo de Cielo que Blas me dio? —interrogó el señor Teodoro temiendo la respuesta.
—Completamente seguro.
Una sonrisa asomó al rostro de Blas y sus ojos brillaron, ilusionados.
—No te casarás con Elisa, ¿verdad? —dijo Nicolás—¿Qué pasará con Nat?
—Elisa y Nat podrán vivir con nosotros, pero no me casaré con Elisa.
Nico, el amor no se puede imponer, el amor no es un proyecto, no es un contrato. No amo a Elisa, amo a la lunática de tu madre... y te juro que la encontraré.
—Yo no le perdonaré nunca que me abandonase —afirmó Nicolás con decisión.
—Tu madre no te abandonó, no te dejó con Bruno, te dejó conmigo. Me abandonó a mí.
—Pero te impidió reconocerme como hijo —replicó el muchacho, furioso.
—Tu madre tiene muchas explicaciones que darnos... y lo hará cuando la encuentre. Muchas gracias por contarme lo que recordaste ayer por la noche. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella, demasiado tiempo.
—Hay una cosa que no te he dicho esta mañana —declaró el chiquillo, vacilante—, es que no sé si debo decírtela... Es sobre mi madre, es algo que recordé anoche. Anoche no lo entendí, pero ahora lo entiendo.
—¿Qué recordaste, Nico? —indagó el señor Teodoro, ansioso por saber.
—Recordé una canción que ella me cantaba.
—¿Qué canción?
—"Coquito, coquito, coquito lindo... pedazo de Cielo que Blas me dio, quererte a ti ha sido muy fácil... coquito, coquito, coquito, Amor..."
—¿Estás seguro de que decía "pedazo de Cielo que Blas me dio? —interrogó el señor Teodoro temiendo la respuesta.
—Completamente seguro.
Una sonrisa asomó al rostro de Blas y sus ojos brillaron, ilusionados.
—No te casarás con Elisa, ¿verdad? —dijo Nicolás—¿Qué pasará con Nat?
—Elisa y Nat podrán vivir con nosotros, pero no me casaré con Elisa.
Nico, el amor no se puede imponer, el amor no es un proyecto, no es un contrato. No amo a Elisa, amo a la lunática de tu madre... y te juro que la encontraré.
—Yo no le perdonaré nunca que me abandonase —afirmó Nicolás con decisión.
—Tu madre no te abandonó, no te dejó con Bruno, te dejó conmigo. Me abandonó a mí.
—Pero te impidió reconocerme como hijo —replicó el muchacho, furioso.
—Tu madre tiene muchas explicaciones que darnos... y lo hará cuando la encuentre. Muchas gracias por contarme lo que recordaste ayer por la noche. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella, demasiado tiempo.
El hombre acarició el cabello ondulado y negro de
Nicolás, posteriormente se inclinó y lo besó en la frente y en la nariz.
—Buenas noches —dijo, levantándose.
—Espera un momento —lo detuvo el niño.
Se incorporó en la cama y pidió a su padre que
volviera a sentarse. Cuando el joven se sentó, el chiquillo lo sorprendió,
gratamente, al darle un beso en una mejilla.
El señor Teodoro, nuevamente, sonrió, y salió del
cuarto de su hijo dejando abierta la puerta que comunicaba sus dormitorios. El
hombre se acostó y apagó la luz; Nicolás comenzó a jugar apagando y encendiendo
la luz de su cuarto. Era divertido ver en el techo, el sol y, de repente, las
estrellas.
El señor Teodoro, acostado de lado, miraba pensativo hacia la parte vacía de su cama.
“Sería el hombre más feliz de la Tierra si tú
estuvieras aquí, Helena”, meditó con nostalgia. “Tú eres quien me falta para ser feliz. ¿Dónde estás?"
Súbitamente la imagen de la mujer soñada apareció en
la zona vacía de la cama, rozando al señor Teodoro. El joven contuvo la
respiración y, ni siquiera osó pestañear, contemplando el rostro de la mujer
que aún amaba.
Helena le sonreía y el señor Teodoro aproximó una mano, temblorosa,
deseando tocar los hoyuelos que se habían formado en el rostro femenino. Pero
nunca llegó a tocarlos porque la imagen se desvaneció.
El señor Teodoro se desesperó y golpeó, con furia,
el colchón.
“Es inútil”, se dijo a sí mismo. “No hay nada que hacer. La felicidad completa
no debe existir. Sin embargo, juro que te encontraré, lunática, y no te permitiré volver a escapar. Vas a volverme loco, Helena, si no lo estoy ya".
Se giró hacia arriba notando que sus ojos se
humedecían. Nicolás continuaba sin dormir, distraído, encendiendo y apagando
la luz.
—¡Nico, estate quieto ya! —gritó su padre, hecho una fiera.
El muchacho apagó la luz de inmediato, y no se le
ocurrió volver a tocar el interruptor. Poco después se quedó profundamente
dormido mientras contaba estrellitas y pensaba en Natalia. Le preocupaba la reacción de Elisa cuando tuviese claro que Blas nunca se casaría con ella.
Al señor Teodoro le costó más tiempo rendirse al
reino de los sueños pero, finalmente, se entregó al rey Morfeo.
Págs. 670-674
Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Enrique Iglesias y Romeo Santos... "Loco"