CAPÍTULO 78
UNA OPORTUNIDAD
PARA BLAS
T
|
ras recibir la llamada de su hijo, la señora Sales
anunció, muy contenta, que Nicolás ya estaba volviendo hacia villa de Luna. Las niñas cogieron ropa de abrigo
y corrieron a la calle a esperar la llegada del coche del señor Tobías.
Emilia se encerró en su habitación y marcó un número
de teléfono. Enseguida recibió respuesta.
—Acaba de llamarme Blas —dijo la mujer—. Ya tiene al niño.
—Lo sé —contestó una voz
masculina—. Los guardias
civiles que detuvieron el autobús han informado de la situación. Espero que, en
adelante, Blas sepa controlar mejor a su hijito. Nico está causando demasiados
problemas. Y sigo pensando que no era preciso que el chiquillo se enterara de
quién es su padre. Por ahora, todo estaba bien como estaba.
El hombre, sin despedirse, cortó la comunicación, y
la señora Sales se dirigió a la cocina donde estaban Elisa, Estela y Gabriela.
El señor Francisco permanecía en el salón mirando la televisión y, de vez en
cuando, la hora de su reloj. Patricia se cansó muy pronto de pasar frío, dejó
su cazadora en el garaje y entró en el salón. Se sentó en un sofá y miró, con
envidia, todo cuanto la rodeaba. ¡Cómo le hubiera gustado que aquella casa fuera suya!
“Qué suerte tiene Nico”, pensó la
muchacha. “Blas es su padre y Nat no es
su prima, podrán ser novios sin
problemas”. “La muy guarra no nos ha
invitado para que lo pasáramos de maravilla, simplemente quería que le
hiciéramos compañía cuando Nico está castigado, que es casi siempre”. “Y
también nos mintió cuando nos dijo que Blas era un chófer y que estaba loquito
por Elisa. La que está loquita por él
es ella. Y no creo que esta casa sea solamente de ella. En todo caso, de los dos”.
Las mujeres terminaron de preparar la mesa y se
sentaron esperando la llegada de los dos hombres y el chiquillo.
Gabriela estaba muy pensativa. “Si Blas era el padre de Nicolás,
era más que probable que Helena Palacios, la madre del niño, fuese la
mujer de la cual se enamoró el joven y a quien no había podido olvidar todavía.
¿Qué habría sucedido entre ellos? Era extraño que una madre dejara a su hijo
en manos de su padre y que este se hiciera pasar por su tutor. ¿Y qué pintaba en todo esto el hermano de
Elisa, Bruno Rey?
Gabriela suspiró, intrigada. No lograba enlazar las
piezas que aclararan el misterio.
Todavía no eran las diez de la noche cuando oyeron
los gritos entusiasmados de Natalia.
—¡Ya vienen, ya vienen!
El señor Tobías aparcó el coche al lado del garaje;
Nicolás bajó del vehículo y su “no prima”
se abalanzó sobre él, abrazándole. Seguidamente lo abrazó Bibiana con gran cariño.
—Vamos dentro de casa —apremió el señor Teodoro
a los niños—, hace mucho
frío.
Los chiquillos entraron en el garaje y se quitaron
las cazadoras, inmediatamente después pasaron al salón.
Nicolás fue muy bien recibido por la señora Sales,
por Estela y por Gabriela. Las tres mujeres abrazaron al muchacho y lo mimaron
en exceso. El crío se sintió feliz; estaba de nuevo en casa, rodeado de
personas que lo querían de verdad.
—Dime cuánto dinero
quieres por la ayuda que me has prestado —dijo el señor Teodoro, en
voz baja, al señor Tobías.
—¿Pretendes ofenderme? —se violentó este— Somos amigos y los
favores, entre amigos, no se pagan.
¡Dame un abrazo, tontorrón! ¿Sabes una cosa? Me
quedaré a cenar, si es que tu invitación anterior sigue en pie.
Los dos hombres se unieron en un fuerte abrazo,
rebosante de afecto.
—¡Ay, Nico! ¡Cuánto me has
hecho sufrir! —se lamentó Emilia— Prométeme que nunca
volverás a hacer algo así. ¿Cómo pudiste creer que Blas y yo te íbamos a
entregar a un desconocido? ¡Con lo mucho que te queremos!
—Todo ha sido culpa mía —declaró Estela, avergonzada—, soy una estúpida.
—No te equivocaste del
todo —le dijo
Nicolás—. Blas me ha
dicho que Bruno no es mi padre y me va a obligar a conocer a mi verdadero
padre, que es un gran cerdo, mañana a las once.
—¡Cuida tu lenguaje,
deslenguado! —bramó el señor Francisco— Y ten más respeto.
¿Quién te crees qué eres?
Nicolás estuvo a punto de contestar de malas maneras
al hombre pero, se contuvo, temiendo que su tutor lo amonestara.
—Quizás no sea tan malo
que conozcas a tu padre —dejó caer Estela, con precaución.
—¡No sé para qué! —replicó el chiquillo,
tozudo— Blas me ha
dicho que podré elegir entre él y ese cerdo. ¡Y yo elijo a Blas! ¡No me
interesa para nada verle la cara a ese cerdo!
Tobías tenía a su lado al señor Teodoro y captó el
sufrimiento que estaba soportando en silencio.
—Nico, escúchame con
atención —habló Estela,
con dulzura—. Si yo fuera
tú, mañana elegiría a mi padre.
—¿Qué dices? —se alarmó el chaval dando un respingo— ¡Yo nunca haré eso, yo elijo
a Blas! ¡No quiero saber nada de ese
otro cerdo!
—¡Y dale con los cerdos! —se enfureció el señor Francisco— ¡Eres un alborotador que solo puede formar disturbios! ¡Me voy a casa! Marina y mis hijos me
esperan hace rato.
Antes de irse, se acercó al señor Teodoro y le
propinó unas palmaditas en un brazo en señal de apoyo. De camino a su hogar no
dejó de murmurar. Muy gustosamente le hubiese dado una paliza a Nicolás. Blas era un buen hombre y su hijo, un
auténtico trasto.
Esperaba que al día siguiente el muchacho se
levantara más calmado y no reaccionase, con violencia, al enterarse de quién
era su padre. Pero, en el fondo, presentía que eso sería un milagro.
La foto que había acompañado a Nicolás en su
escapada fue devuelta a su lugar de origen por el propio niño.
Elisa y Patricia se lo habían pasado bien oyendo los
exabruptos del chaval y les divertía imaginar lo que podía suceder a la mañana
siguiente.
Natalia y Bibiana hubiesen querido contarle al niño
la verdad, pero el señor Teodoro estaba muy atento y vigilante. Era imposible
cuchichearle algo.
La cena transcurrió con bastante tranquilidad y
armonía. El señor Teodoro comió muy poco, pero se comportó de manera muy cortés
con las señoras y Tobías.
A la hora del postre, se encargó de trocear el
Roscón de Reyes y entregó el pedazo que, sabía muy bien que contenía la figura,
a Nicolás. El chiquillo se puso muy contento cuando la encontró y Natalia lo
coronó como rey de la noche.
Poco después se dirigieron a abrir los regalos.
Había para todos, excepto para el señor Tobías, y el señor Teodoro le obsequió
con una corbata, unos gemelos y un estuche con un par de elegantes bolígrafos
que su madre le había comprado. Los niños estaban alborotados y reían abriendo
paquetes.
El señor Teodoro abrió los dos regalos que le había
comprado Nicolás. Uno, contenía carbón y una nota que decía:
Porque
eres un pesado y porque siempre me estás castigando. Nico
|
El hombre sonrió y abrió el siguiente paquete. Halló unas deportivas y otra nota que decía:
Para que puedas correr muy veloz. Te quiero.
Nico
|
El señor Teodoro miró, con ternura, al chiquillo y vio que tenía en las
manos el regalo que él le había preparado. El muchacho estaba desgarrando el
papel que lo envolvía, precipitadamente. Tenía mucha curiosidad por saber qué
le había comprado su tutor. Pronto lo descubrió.
—¡Es mi monopatín! —exclamó, lleno de júbilo. Miró, con ojos muy alegres, en dirección al
señor Teodoro— Muchas gracias —le dijo, sonriendo—. Dijiste que no volvería a usarlo hasta que me jubilara.
—Hay un sobre, con una tarjeta, que debes leer, Nico —le indicó el hombre,
satisfecho, y expectante al unísono.
Nicolás vio el sobre y sacó el contenido, que leyó para sí.
Querido Nico,
te regalo el monopatín porque he decidido darte
una
oportunidad. Yo, también, voy a necesitar que me des
una. Te quiere
Blas.
|
Nicolás leyó la tarjeta tres veces sin conseguir entender lo que su "tutor" quería decirle. Lo miró, confundido. El señor Teodoro lo observaba atentamente.
—¿Quieres que yo te dé una oportunidad? —interrogó el niño, extrañado.
El hombre asintió, en silencio. Nicolás también asintió sin apartar la
mirada.
—Está bien —dijo el chiquillo, esbozando una sonrisa, y un hoyuelo se formó en su
mejilla derecha por primera vez—, te daré la oportunidad que
quieras. Te daré una y todas las que
necesites, Blas.
—Gracias —murmuró el señor Teodoro, mirando, con insistencia, el hoyuelo en la
mejilla de su hijo. Nunca antes lo había visto. Pensándolo bien sí que lo había
visto, pero lo había visto en la mejilla de Helena Palacios.
“Cada día que pasa se parece más a su madre”, pensó, con nostalgia,
recordando a la mujer que había perdido hacía doce años. “Ella no quiso darme una oportunidad. ¿Dónde estás, Helena? ¿Dónde rayos
te has metido?
Debe
haberme subido la fiebre. ¡A mí qué me
importa dónde estés, con quién estés y lo que estés haciendo!", terminó
meditando con brutal furia... porque el dolor que sentía cedió el paso a una rabia infinita.
Págs. 607-613
Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Rosana... "Magia"
Págs. 607-613
Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Rosana... "Magia"