EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 74

CAPÍTULO 74

UN GRAN DISGUSTO PARA NICOLÁS

—M

añana, por la tarde, tengo pensado sorprenderos con algo —comunicó la señora Miranda—. A las cinco, Gabriela, irá a tu casa, Blas. También quiero sorprenderla a ella; me ayudarán a preparar la sorpresa Nico y Bibi. A las siete acudiremos a villa de Luna.

            —Está bien —sonrió el señor Teodoro—, me gustan las sorpresas.

            “Esta no te va a gustar en absoluto”, pensó Estela, fríamente.

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Natalia protestó bastante cuando se enteró de que Nicolás y Bibiana iban a ayudar a Estela a preparar una sorpresa sin contar con ella.

            —No te pongas así —la consoló el señor Teodoro—. Los privilegiados somos nosotros, que vamos a recibir la sorpresa sin hacer ningún trabajo.

Finalmente la niña pensó que el señor Teodoro tenía razón y se tranquilizó.

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Después de comer comenzó a llover torrencialmente y a los niños no les fue posible salir de casa. El señor Teodoro, en lugar de descansar, estuvo jugando toda la tarde con ellos. Nicolás era un portento en el tejemaneje de los videojuegos y disfrutó mucho ganando a su tutor.

La lluvia persistió hasta bien entrada la madrugada y a la mañana siguiente parecía mentira el sol tan brillante y esplendoroso que lucía en lo alto de la montaña. Los niños se marcharon, entusiasmados, a la piscina.

Elisa no tardó en llegar y se quedó impresionada al ver el mal aspecto que tenía el señor Teodoro.

            —Estoy fuera unos días y has caído enfermo —comentó en tono guasón—. ¿No puedes estar sin mí o te han dado mucha guerra los niños?

El señor Teodoro seguía teniendo fiebre y se sintió invadido por una oleada de furia.

            —No pienso vivir contigo en Aránzazu —le aseguró a Elisa—. Si tú y Nat queréis vivir con nosotros, tendréis que hacerlo en mi casa. Decide lo que te parezca y ya me lo harás saber.

            —¡Espero que Nico te lo haga pasar muy mal mañana! —deseó Elisa, rabiosa.

El joven le lanzó una mirada despectiva y se fue hacia el recinto de la piscina. Cuando entró vio a Nicolás subido en uno de los trampolines más altos; antes de que pudiera decir algo, el niño se lanzó al vacío, haciendo cabriolas en el aire y sumergiéndose en el agua magistralmente. Cuando su cabeza emergió, su tutor le llamó la atención.

            —¡Nico! —le gritó— ¡Sabes muy bien que no quiero que te tires de ese trampolín tan alto!

           —¡Ya está aquí el niñero! —exclamó Nicolás con fastidio.

El señor Teodoro se quitó la ropa y se quedó en bañador, pensó que un baño le vendría bien para bajar la fiebre. Patricia lo miró, hechizada, aquel hombre tenía un cuerpo espectacular. El señor Teodoro extendió los brazos y se tiró al agua de cabeza, y tuvo la sensación de haberse arrojado a un lago de hielo. Se estremeció de frío. Nicolás se acercó y lo retó a una carrera. El hombre pensó que hacer ejercicio le haría entrar en calor y aceptó. Nicolás puso mucho empeño en ganarle, mas no lo consiguió.

El niño no dejó de importunar a su tutor hasta que este, agotado, salió de la piscina. Se tapó con un albornoz y se echó en una hamaca. No se encontraba nada bien y se sentía muy debilitado.

Achacó a esta debilidad la razón por la que no podía dejar de pensar en Helena Palacios. Miraba a Nicolás que, en aquel momento, jugaba con las niñas, subiendo los peldaños que conducían a un tobogán cubierto. Los niños se deslizaron por él, voceando, hasta caer en el agua. El señor Teodoro observaba concienzudamente al chiquillo.

            “Se parece tanto a su madre”, se dijo a sí mismo.

                                                                                 ῳῳῳ

Gabriela sorprendió a Estela preguntándole si conocía a alguna mujer que hubiera sido novia del señor Teodoro. La señora Miranda se quedó pensativa unos minutos.

            —La verdad es que no —respondió—. Con la única mujer que lo he visto es con Elisa pero, cada vez, estoy más convencida de que mantienen una relación de amistad y de cariño. Por lo menos, por parte de él.

            —¿Y no te suena de nada una mujer llamada Helena?  —indagó la joven, sospechando  que ese era el nombre de la persona que el señor Teodoro tanto amó, ya que él había tenido el desliz de mencionarla y, a partir de ahí, se había mostrado muy nervioso.

            —No, no me suena de nada ese nombre —negó Estela —¡Espera un momento!  —exclamó, de repente— Creo recordar que la madre de Nico se llamaba Helena; sí, Helena Palacios. ¿Por qué me lo preguntas?

            —Por nada, mamá, simple curiosidad.

Gabriela estuvo reflexionando durante un tiempo para, finalmente, descartar a la madre de Nicolás como posible mujer de la que el señor Teodoro hubiese estado enamorado. A su parecer, carecía de sentido, el nombre debía ser una mera coincidencia.

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A las cinco en punto, Gabriela se presentó en villa de Luna. Todos estaban reunidos en el salón; Elisa no se molestó en saludar a la recién llegada.

            —Nico, mi madre dice que vayas —comunicó la joven al chiquillo que estaba impaciente y ansioso por averiguar en qué consistía la sorpresa que quería preparar Estela—. Me ha recalcado que vayas solo; luego te llamará a ti, Bibi. No me preguntéis; no tengo ni idea de qué se lleva entre manos.

            —¡Bueno! —exclamó el señor Teodoro— A las siete nos acabaremos enterando; voy a encerrarme en la cocina, quiero preparar, personalmente, el menú de esta noche.

Nico, procura no hacer ninguna gamberrada —advirtió, en tono severo—. Y coge una cazadora del garaje.

El muchacho asintió, sonriente, y salió precipitadamente.

El corazón de Bibiana empezó a latir, muy acelerado.

Nicolás llegó a casa de la señora Miranda con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos muy brillantes, repletos de ilusión. La sonrisa se le fue borrando poco a poco, a medida que percibió la extraña solemnidad de la mujer.

            —¿Qué te pasa, Estela? —preguntó, confuso.

La señora Miranda lo cogió de una mano y le indicó que se sentara junto a ella, en un sofá.

            —Vas a tener que escucharme con atención, Nico, no tenemos mucho tiempo.

El muchacho se inquietó de inmediato; miró a Hércules que los observaba muy formal. Parecía abatido, como si supiera que algo “no bueno” iba a ocurrir.

Nicolás se preguntó si Hércules habría matado a otra persona. ¡Eso no podía ser; Hércules era muy buen perro!

            —Voy a ser muy directa, Nico, no hay tiempo para dar rodeos inútiles —habló la señora Miranda, mirando fijamente al chiquillo—, y los preámbulos no sirven de gran cosa. Tienes que saber que Bruno Rey no es tu padre y que Blas tiene la intención de entregarte a tu verdadero padre. Creo que piensa hacerlo mañana, ya que es el día de Reyes y se acaban las vacaciones navideñas.

Nicolás tragó saliva, angustiado.

            —¿Es esto una broma, Estela? —inquirió— No me hace gracia.

La mujer suspiró, dolida.

              —No estoy bromeando, Nico, te estoy diciendo la pura verdad. Bibi también lo sabe.

            —¡No puede ser! ¡Tienes que estar equivocada!  —exclamó Nicolás, incrédulo— Blas no me haría una cosa así, él me quiere. Él nunca me ha mentido. Él, Emilia y Nat son mi familia. Blas me dijo que iría al instituto de Nat y que viviríamos en Aránzazu, ya no voy a ir al internado.

Voy a ir a hablar con él, tiene que haber una explicación. A lo mejor está enfadado porque le he causado muchos problemas estas vacaciones; recuerda que tuvo que tirar el coche y el cuerpo de Salvador por el acantilado. Le pediré perdón, le prometeré que voy a portarme de maravilla. Se lo diré a Emilia…

            —¡Basta, Nico! Tranquilízate —le rogó Estela, descompuesta, por el dolor y el miedo que se reflejaban en el rostro del crío—. Esto no tiene nada que ver con que te hayas portado mal, o con Salvador. Oí una conversación entre Blas y Bruno el día que llegasteis a Luna. Todo estaba pensado y planeado hace tiempo.

Nicolás se mordió los labios, desesperado.

            —Iré a hablar con Blas —insistió, poniéndose en pie.

            —Nico, si vas a casa y le dices algo a Blas, él no te permitirá volver a salir —le avisó Estela—. Y mañana o pasado mañana te entregará a tu padre. Yo te doy la oportunidad de elegir entre marcharte, o quedarte e irte con tu verdadero padre. Piénsalo bien. No he querido que venga Bibi todavía porque si decides marcharte es mejor que ella no sepa dónde estás. Podría contárselo a Blas; yo nunca se lo diré.

            —Pero, ¿cómo se lo va a decir? —interrogó Nicolás, volviendo a sentarse— No tengo idea de adónde ir. Me alegro de que Bruno no sea mi padre, pero jamás estaré con un cerdo que durante quince años no ha dado la cara.

El color de la tez del muchacho se había tornado amarillento y sus ojos habían perdido luz y expresión.

            —Tengo una buena amiga —le informó Estela—. Es dos años más joven que yo, se llama Elvira. Vive en el campo con su marido. Hablé con ella hace días. No tienen hijos y estarán encantados de recibirte. Con ellos estarás bien hasta que cumplas tu mayoría de edad. Entonces, podrás regresar. Nadie te encontrará allí.

He llamado un taxi, no tardará en llegar. Te llevará a Puerto Llano, a una parada de autobuses. Coge el autobús de las siete; pasarás por dos pueblos, Villa Hermosa y San Fernando. Debes bajar en el siguiente pueblo, se llama Tres Picos. Elvira y su marido te estarán esperando, les he explicado cómo eres. Ella llevará un abrigo rojo y su marido siempre lleva gorra. Sólo serán tres años, seguro que volverás más alto, más fuerte y más guapo. El tiempo pasa rápido, Nico, aunque a ti no te lo parezca. Y yo estaré deseando verte, viviré para volverte a ver.

La mujer abrazó al muchacho y notó que estaba helado.

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Casi a las seis de la tarde, el móvil de Gabriela sonó y la joven entregó el teléfono a Bibiana. Estela le dijo a la muchacha que fuera a su casa pero que, antes, cogiera una foto que había en la repisa de la chimenea. Si alguien la veía que dijera como excusa que la foto era parte de la sorpresa.

Sin embargo, no fue necesaria ninguna explicación. Nadie vio cómo cogía la foto; el señor Teodoro y Emilia estaban en la cocina, Elisa dormitaba en un sofá, Gabriela miraba la tele, Natalia y Patricia jugaban en el cuarto de la primera planta. Bibiana vio que en la foto estaban retratados el señor Teodoro, Emilia, Natalia y Nicolás. Sin duda, aquella foto debía haberla hecho Elisa ya que ella no salía.

Justo cuando Bibiana salió por la puerta del garaje, el señor Teodoro entró en el salón.

            —¿Se ha ido ya Bibi? —preguntó.

            —Acaba de marcharse —respondió Gabriela.

            —Pues… parte de la sorpresa ya han debido hacerla entre tu madre y Nico —declaró el hombre—. Estela dijo que vendrían a las siete y ya son las seis. ¿De verdad que no tienes ni idea de qué se trata?

            —De verdad que no —sonrió Gabriela—. No seas tan curioso, ya nos enteraremos.

El señor Teodoro asintió y regresó a la cocina sin darse cuenta de que el marco de la repisa de la chimenea estaba vacío.

Págs. 575-582

Queridos lectores del Clan Teodoro-Palacios... en el próximo capítulo os vais a enterar de quién es el padre de Nico
Por lo tanto... hoy os formulo una pregunta muy sencilla... ¿Es Blas Teodoro, su padre?
Podéis contestar "sí", "no", "no lo sé"
No es necesario que acompañéis con argumentos vuestra respuesta

Hoy dejo en el lateral del blog una canción de la Quinta Estación... "Que te quería"