EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 57

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CAPÍTULO 57

TOBÍAS Y VÍCTOR MÁRQUEZ

B

las estuvo corriendo desde la casa de Estela a villa de Luna, y así sucesivamente, también dio varias vueltas a la piscina y bajó a la pista de tenis. Necesitaba hacer ejercicio pero, en ningún momento, quería alejarse de los alrededores por si Víctor o Salvador Márquez aparecía de nuevo. Hércules corría a su lado, encantado y feliz.

Pasado el mediodía un sol tímido comenzó a asomarse tras unas nubes cercanas a una de las cimas de la montaña.

Poco después, el señor Teodoro tropezó con Nicolás, Natalia y Bibiana.

          —Muy buenas —les saludó—. ¿A dónde vais? —preguntó a continuación.

          —¡A pasear! —contestó Nicolás, malhumorado.

          —¿Qué te ha pasado en la cara? —interrogó su tutor, fijándose en los arañazos que el chaval tenía en su mejilla derecha.

          —¿Y a ti qué te importa? ¡Eres un cotilla! Siempre quieres enterarte de todo.

El señor Teodoro se puso en jarras y resopló, mirando al chiquillo con impaciencia.

          —Hemos discutido —intervino Natalia, también malhumorada—, y le he arañado.

          —Bueno, pues si queréis pasear vais a tener que hacerlo conmigo —manifestó el señor Teodoro.

          —Y eso, ¿por qué? —indagó Nicolás, enfadado.

          —Porque lo digo yo, ¡imberbe! Y si no estás conforme, ya estás volviendo para casa.

El señor Teodoro no quería que los niños anduvieran solos por la urbanización temiendo que pudieran encontrarse con uno de los Márquez.

          —¡Tú sí que eres un imberbe! —contestó el chiquillo, beligerante. Todavía estaba disgustado por lo ocurrido con Elisa y lo estaba pagando con su tutor que no tenía culpa alguna. Acompañó a sus palabras dando una patada en el suelo y unas piedrecillas de hielo fueron a chocar contra el pantalón del hombre.

          —Nico, cambia de actitud o te voy a dar un cachete que te va a marear —amenazó el señor Teodoro, nervioso.

Bibiana miró hacia el comienzo del camino, viendo que dos hombres se acercaban. Uno de ellos era el señor Tobías, el policía de Luna; el otro, parecía el mismísimo Salvador Márquez. A pesar de que sus amigos le habían explicado lo sucedido por la noche, y la existencia de un hermano gemelo, el corazón de la niña galopó, acelerado.

          —Buenos días —saludó Tobías a la espalda de Blas.

El señor Teodoro se giró en el acto y observó, con frialdad, al individuo que acompañaba al policía.

          —Iros a casa —ordenó a los niños sin mirarles.

          —Y ahora, ¿por qué nos tenemos que ir? —preguntó Nicolás que deseaba escuchar la conversación de los hombres.

Su tutor le lanzó una mirada de advertencia.

          —¡Porque lo digo yo! —exclamó, furioso— ¡A casa enseguida!

Los chiquillos se alejaron y cuando estaban a cierta distancia, Nicolás se dio la vuelta y le gritó a Blas que era un idiota. El joven no le hizo caso y sujetó por el collar a Hércules que comenzaba a gruñir ferozmente al señor Márquez. Blas tenía que permanecer agachado para controlar al can.

          —¿Qué ocurre? —indagó.

          —Este hombre es Víctor Márquez, hermano gemelo de Salvador —explicó el señor Tobías—. Yo primero pensé que se trataba de Salvador, pero me ha enseñado su carnet. Ha venido en busca de su hermano, dice que no tiene noticias de él desde el pasado veintiséis. Le he contado que se ha hallado un coche en el fondo del acantilado Encantado, pese a su mal estado todo indica que se trata, sin duda, del coche de Salvador. El cuerpo no ha aparecido, pero dudo que haya sobrevivido. Veníamos a contárselo a Estela y a Gabriela.

          —Ya se lo contaré yo —manifestó Blas—. Salvador maltrataba a Gabriela y se habían divorciado. No creo que le interese mucho la suerte que haya corrido su ex marido. Tampoco creo que tenga muchas ganas de ver a su ex cuñado. Es otra mala pieza como Salvador.

          —Oiga, no le permito…—empezó a decir Víctor con la misma voz ronca que su hermano.

          —¡Soy yo quien no le permite a usted volver a poner un pie en esta urbanización! —atajó Blas, exaltado— Me he enterado que esta madrugada husmeaba por mi casa. No vuelva por aquí o le daré una patada que le hará volar a otro continente. Y no se le ocurra molestar a Gabriela ni a Estela. ¡Bastante daño les han hecho ya, usted, y el desgraciado de su hermano!

El gemelo de Salvador Márquez contempló al hombre moreno que seguía agachado sujetando al perro, a simple vista se apreciaba que era muy fuerte. Hubiese sido una locura o un suicidio pretender una pelea con él.

          —Está bien, Blas, nos vamos —habló el señor Tobías—. Si Gabriela quiere denunciar algo…

          —Gabriela quiere vivir en paz —interrumpió el señor Teodoro sin apartar sus ojos negros de Víctor Márquez.

          —¿Cuándo viste por última vez a Salvador? —preguntó, de pronto, el agente.

          —Yo no lo vi, si lo hubiese visto lo hubiese despedazado. Estela me contó que anteayer vino por la noche, borracho, y se llevó su coche. No me extraña que terminara su recorrido en el acantilado.

          —De acuerdo, Blas. Siento haberte molestado. Nos vamos —declaró el señor Tobías.

Ambos hombres se alejaron y el señor Teodoro permaneció un rato, agachado, junto a Hércules, observando como se iban. Cuando desaparecieron de su vista, se levantó y caminó hacia casa de la señora Miranda seguido del perro que ya estaba más apaciguado. Vio a Nicolás, a Natalia y a Bibiana que habían observado a los adultos, desde la terraza de villa de Luna, sin poder oír nada. El señor Teodoro no había permitido que se quedaran por temor a que alguno de ellos dijera algo inadecuado. Poco después, relató con todo detalle su encuentro con Tobías y con Víctor Márquez a Estela y a Gabriela.

          —¿No crees que Víctor vuelva? —preguntó la joven, temerosa.

          —No creo que vuelva si sabe lo que le conviene —respondió Blas, rotundo—. De todos modos, si lo ves, llámame de inmediato. Cerrad bien las puertas y las ventanas y tened a Hércules, siempre, con vosotras. Yo no saldré de la urbanización para nada.

El joven se despidió de las mujeres y dio un beso cariñoso en la mejilla de Gabriela. Cuando llegó a villa de Luna encontró a los niños en la terraza de la barbacoa.

          —Id al cuarto de los juegos —les dijo—. Podéis pasar el rato allí hasta el momento de comer.

          —No queremos ir allí, queremos ir a pasear —replicó Nicolás.

          —¡Nico! —gritó su tutor, enojado— Obedéceme ahora mismo. No me obligues a cogerte de la oreja, todavía me acuerdo de que me has llamado idiota. ¡No vuelvas a faltarme al respeto!

Los chiquillos no tuvieron otra alternativa que entrar en casa, precediendo al señor Teodoro.

A la hora de comer, Blas contó a su madre y a Elisa su conversación con Tobías y Víctor Márquez.

          —¡Vaya por Dios! —exclamó la señora Sales, impresionada— Salvador Márquez ha terminado mal, ya lo dicen... “quien mal anda, mal acaba”.

El señor Teodoro no se sentía cómodo hablando sobre este asunto  y dio un giro total a la conversación. 

              —Francisco ha reservado mesa para todos, en el pueblo, para celebrar el fin de año —comentó—. Le dije que no había ningún inconveniente.

          —Me parece muy bien —sonrió Emilia, tras comprobar que los niños recibían la noticia con ilusión—. Nos libraremos de cocinar y moveremos el esqueleto. ¡A bailar todos!

Patricia empezó a maquinar qué modelito se pondría y cómo se maquillaría. Tendría que pedirle ropa a Natalia; era una lástima que no fuesen de la misma estatura.

          —Y tú, Nat, a ver si tienes menos genio —amonestó la señora Sales a la niña. Su hijo le había contado la riña entre los primos— ¡Menudos arañazos le has hecho al pobre Nico! No está bien que…

          —¡Ya está bien, no ha sido nada! —la interrumpió el muchacho, lanzando una mirada rencorosa a Elisa.

El señor Teodoro advirtió esta mirada, de inmediato se fijó en las uñas de Natalia que estaban muy bien cortadas, prácticamente inexistentes. Luego miró las largas y afiladas uñas de Elisa y tuvo la sospecha de que había sido la mujer quien había arañado al niño.

El joven se puso rojo de ira, bebió un trago de vino y dejó de comer. Se levantó de la silla y se fue a su despacho, cerrando la puerta con un tremendo portazo.

En el salón, todos quedaron extrañados y sorprendidos.

          —¿Qué mosca le ha picado? —indagó Nicolás, atónito.

          —Tú termina de comer las lentejas —le contestó Emilia, que tampoco había entendido el enfado de su hijo.

La puerta del despacho se abrió y el señor Teodoro asomó la cabeza.

          —¡Nico y Nat, en cuanto terminéis de comer os quiero ver a los dos! —dijo a los muchachos y volvió a desaparecer.

          —Lo siento, niños —declaró la señora Sales—. Si lo sé, me coso la boca.

Elisa Rey se levantó sin haber terminado de comer y, sin recoger su plato, se marchó a su habitación.

          —Tendremos que pensar qué ponernos el día de Noche Vieja —habló Patricia, cuya única preocupación, en aquel momento, era esta—. Nat, tendrás que dejarnos algo a Bibi y a mí. No hemos traído nada elegante.

          —Aunque la mona se vista de seda… —comenzó a burlarse Nicolás, pero la señora Sales le propinó un manotazo en el brazo y el chaval no terminó de pronunciar la frase.

Págs. 439-445

Hoy os dejo una bonita canción de Angela Carrasco. Está ubicada en el lateral del blog... "Tú también me haces falta".