EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 53

Un nuevo premio ha llegado a la Estación, en esta ocasión le debo el honor a Nuño y a su estupendo Blog De Lectura De Nuño.
Toda la información sobre este premio la encontraréis en Menciones(7), en una de las pestañas de arriba.
Gracias.








CAPÍTULO 53

EL MONOPOLY

L

a señora Sales salió a la terraza, después de tener preparada la comida. Pasear bajo el sol invernal, cuyos rayos calentaban sus viejos huesos, era una bendición.

Elisa estaba terminando de pintar un paisaje y no apartó su mirada del lienzo que tenía colocado sobre el caballete.

Patricia salió detrás de Emilia, aprovechando que Bibiana había decidido ir al encuentro de los niños y de Blas.

          —Tengo que decirle algo importante —comunicó la muchacha a la mujer. Quería, como fuese, ganarse su confianza y su amistad. Le habló en un tono confidencial—. Estoy muy preocupada por Nico.

La señora Sales centró toda su atención en la chiquilla de semblante agitanado.

          —Esta mañana, Sandra, antes de marcharse, le ha dicho a Nico que vaya esta noche a las nueve a la pista de tenis   —declaró Patricia—. Lázaro, el novio de Sandra, también irá y se peleará con Nico. Nico ha dicho que no faltará a la pelea.

Emilia miró hacia la montaña, suspirando, alarmada.

          —Esa Sandra no tiene cerebro —aseguró la mujer, disgustada—. No va a volver a trabajar en esta casa. Espero que Lázaro tenga más conocimiento. ¿Cómo se le ocurre azuzar a un hombre contra un niño? ¡Es una descerebrada!

Muchas gracias por contármelo, Paddy. Por supuesto, impediré que Nico salga de casa a esa hora. Blas es mejor que no se entere de esto, mi hijo es muy impulsivo y acabaría yendo, él, a la pista de tenis. No quiero peleas ni problemas.

                                                                                ῳῳῳ

Bibiana se encontró por el camino a Nicolás y a Natalia, que ascendían la cuesta unos metros delante de Blas y Gabriela. Hércules corría de un lado a otro; iba hacia los niños y luego hacia los adultos.

Bibiana notó que todos tenían semblante serio. El único que la recibió con verdadera alegría fue Hércules. La muchacha saludó, en general, y se unió a Nicolás y a Natalia.

          —¿No lo habéis pasado bien? —preguntó, adivinando la respuesta.

          —Blas es idiota —murmuró Nicolás, teniendo mucho cuidado de que el ofendido no lo oyera.

Por su parte, el señor Teodoro intentó animar a Gabriela a quien veía muy abatida.

          —No debes hacer caso de lo sucedido en la cafetería —le dijo en voz baja—. Estoy convencido de que todo ha sido idea de Nat. Nico está enfadado con Elisa y mucho más, hoy, que ha pegado una bofetada a Nat. Hasta llegó a empujar a Elisa. A ti te quiere mucho. 
Nat debe temer que si salgo contigo no viviré con ellas y, entonces, ella no vivirá con Nico. ¡Son unos críos!

A Gabriela le sentaron bien las palabras de Blas y se le iluminó la cara, esperanzada.

 Cuando llegaron a la altura de la casa de la señora Miranda, Blas envió hacia villa de Luna a las niñas e hizo que Nicolás se quedara allí.

          —¿No tienes nada que decirle a Gabriela? —preguntó al chaval.

          —Siento lo ocurrido en la cafetería —se excusó el niño, avergonzado, y le dio un beso en la mejilla.

          —Gracias, Nico —sonrió la joven, besando, a su vez, al chiquillo.

Nicolás se despidió de Hércules y echó a correr hacia la villa, dejando a solas a Blas y a Gabriela.
          —Es un buen chico —manifestó Gabriela—, no ha podido ser fácil para él tener un padre tan despegado como el que tiene y haber crecido sin madre.
           —La vida, muchas veces, no es sencilla... —murmuró el señor Teodoro.
Gabriela lo miró de frente y sonrió.
           —Tienes mucha luz en la mirada, Blas, tus ojos brillan.
       —¿Tú crees? Pues es extraño... deberían estar secos, muertos, porque han derramado infinidad de lágrimas, demasiadas.
Gabriela percibió mucha tristeza presa en las palabras del joven y presintió que detrás de esos ojos brillantes se abría un pozo, quizás muy profundo, y de lamentables ecos.

                                                                                       ῳῳῳ

Durante la comida, Nicolás le dijo a Elisa que estaba muy guapa y se disculpó con ella por haberla empujado.

La señora Sales se sorprendió bastante por la actitud del niño; no ocurrió lo mismo con Blas, que sospechaba lo que estaba pasando.

Elisa se quedó muy satisfecha con las disculpas del muchacho. Natalia se sintió más aliviada, seguramente la relación entre Blas y Elisa mejorase a partir de entonces.

Cuando casi estaban terminando de comer, Emilia dijo que los quería ver a todos en el salón a las ocho aquella noche. Le hacía ilusión jugar una partida al Monopoly. De esta forma, la mujer pretendía que Nicolás estuviese a buen recaudo a las nueve.

          —Mamá, eso me parece un antojo —sonrió Blas.

          —Tengo derecho a tener alguno de vez en cuando—replicó Emilia, observando que Nicolás se removía en su silla, inquieto.

          —Podemos jugar después de cenar —propuso el chaval —Esas partidas suelen alargarse bastante.

          —No pasa nada, cariño —habló, pacientemente, Emilia—, interrumpiremos para cenar y, luego, continuaremos jugando.

          —Yo no quiero jugar a las ocho. Quiero jugar después de cenar —se empecinó Nicolás, nervioso. Tenía una cita a las nueve, a la que no podía faltar, o lo tacharían de cobarde.

          —Jugaremos a las ocho y no se hable más —intervino Blas poniéndose también nervioso—. Y si has terminado de comer, empieza a recoger la mesa y ponte a fregar. Ya sabes que, hoy, no vamos a poner en marcha el lavavajillas.

El chiquillo obedeció, frunciendo mucho el ceño y con semblante muy huraño.

Natalia y Bibiana se alegraron de que Nicolás no pudiera acudir a su pelea con Lázaro. Las dos pensaban que el muchacho podía vencer fácilmente al novio de Sandra, pero era preferible evitar inútiles contiendas.

Desafortunadamente, el niño no pensaba igual y fregó de mal talante, quejándose, todo el tiempo, de los muchos cacharros que ensuciaban para hacer una simple comida.

Nadie prestó oídos a sus protestas, ni siquiera Emilia, y el chaval terminó la tarea, enfurecido.

Blas inspeccionó la cocina y lo vio todo en orden, después se dirigió al salón a mirar la gigantesca tele, encajada en una de las paredes. Nicolás se dedicó a perseguir a Emilia, como un perrito faldero, intentando conseguir que la mujer le diera permiso para volver a casa a las nueve y cuarto. Por supuesto, la señora Sales no cedía y el muchacho no cesaba en su empeño hasta que colmó la paciencia de esta.

             —¡Ya está bien, Nico! ¡Te he dicho que no, no insistas! —exclamó, agobiada, por la persecución del chaval.

El señor Teodoro, aunque parecía que miraba la tele, llevaba rato observando los movimientos del niño y sabía que le estaba dando la lata a su madre a base de bien.

          —¿Qué es lo que pasa? —preguntó, dirigiéndose a Emilia.

          —Nico quiere que le dé permiso para volver a casa a las nueve y cuarto —respondió la mujer—. De ninguna forma quiere volver a casa a las ocho. Me está volviendo loca.

El señor Teodoro se levantó, de un salto, del sofá.

          —¡A mi despacho enseguida! —ordenó a Nicolás— ¡Ahora no vas a salir en toda la tarde, caprichoso!

          —¡Sí voy a salir! —discutió el chiquillo, rebelde, dando una patada en el suelo.

Su tutor se acercó a él, lo cogió de un brazo, llevándolo hasta el despacho y obligándolo a sentarse en uno de los sillones.

La señora Sales se alegró de que su hijo castigara al niño, de este modo Nicolás estaría seguro y a salvo.

El señor Teodoro, muy enfadado, puso numerosos ejercicios de matemáticas al crío y este comenzó a hacerlos, sumiso. Rebelarse era perder el tiempo y no le iba a servir de nada bueno.

Blas cogió un libro y se puso a leer, quedándose en el despacho. Al cabo de un rato, sonó el móvil del adulto. Por la conversación sostenida, Nicolás supo que se trataba de Gabriela. Su tutor invitó a la joven y a su madre a ir a villa de Luna, a las ocho, para jugar al “dichoso” Monopoly y, posteriormente podían quedarse a cenar.

          —Entérate bien de que yo quiero vivir con Nat —dijo el niño cuando Blas terminó de hablar.

          —Nico, aunque no vivieras con Nat, podrías verla a diario en el instituto…

          —¡No! —gritó el chiquillo con ferocidad— Elisa le ha dicho a Nat que si no vivimos con ellas, se irán a vivir a Markalo. Allí están Bruno, Romeo y Julieta. Nat tiene miedo, no permitiré que ella sufra, te lo advierto.

Al señor Teodoro le pareció fatal que Elisa hubiese utilizado el feo procedimiento de amenazar a la niña para beneficiarse ella misma. Comprendió que se avecinaban problemas, puesto que había pensado en la posibilidad de iniciar una relación con  Gabriela y sabía que Nicolás se lo pondría muy difícil si Natalia se iba de Aránzazu.

          —Entonces, ¿he de hacerme a la idea de que estoy obligado a vivir con Elisa? —preguntó al niño.

Nicolás asintió, pese a considerar que estaba siendo muy injusto con su tutor. De todos modos, en aquel momento estaba muy enfadado con él por haberle castigado.

          —Sigue haciendo los ejercicios —le ordenó Blas y él, a su vez, continuó con la lectura, aunque le resultaba complicado concentrarse en el libro. Cada vez le gustaba menos el comportamiento de Elisa y le apetecía menos compartir vivienda con ella.

Recordó las palabras que Nicolás había pronunciado refiriéndose a la mujer. “Elisa es una bruja” “Me ha mirado como si me odiara” “No me extraña que sea hermana de mi padre, es tan repugnante como él”.

¿Sería, en realidad, Elisa Rey una especie de Bruno Rey?

A la hora de la merienda, Nicolás pudo reunirse con las niñas en la cocina.

          —Estás imbécil, Nico —le dijo Natalia, enfadada—. Olvídate de Lázaro. ¿Qué te importa si piensa que eres un cobarde? ¡Que se vaya al diablo! Lo único que has conseguido es estar castigado toda la tarde.

          —Tú no lo entiendes porque eres una chica. No voy a dejar que nadie me llame cobarde y a las nueve estaré en la pista de tenis —manifestó su primo, tozudo.

          —¡Eres un burro! —le insultó Natalia, exasperada— Blas no te va a dejar sacar un pie de casa.

          —Vosotras podríais ayudarme, lo distraéis mientras salgo un momento —ideó el chiquillo—. Partirle la cara a ese idiota solo me costará un par de minutos.

          —¡Ni lo sueñes! —se negó Natalia, rotunda— ¡No vamos a ayudarte a hacer el gilipollas!

          —Voy a salir —aseguró Nicolás, muy obstinado—. Con vuestra ayuda o sin ella.

Págs. 407-413

Hoy os dejo en el lateral una preciosa canción de Axel Fernando... "Estás hecha a mi medida"