Un nuevo premio ha llegado a la Estación, en esta ocasión les debo el honor a Nena Kosta y a Nuño Sempere que han coincidido en concederme el mismo premio.
Toda la información relacionada con esta distinción la encontraréis en Menciones(9).
Gracias
CAPÍTULO 56
¿VÍCTOR MÁRQUEZ?
—S
|
ubid enseguida a vuestras
habitaciones —apremió la señora Sales a los niños—. Quitaros ese pijama,
secaros bien con una toalla y os ponéis otro pijama. Os prepararé un tazón de
leche con cacao bien caliente. ¡Vais a coger una pulmonía, qué poco
conocimiento!
—Me voy a la cama —dijo Elisa, bostezando—. No voy a perder horas
de sueño por un par de idiotas.
La mujer se marchó,
despreocupada, desentendiéndose de Natalia que continuaba temblando, abrazada a
Blas. La niña parecía tener un ataque de pánico. El señor Teodoro le acarició
la cabeza, intentando serenarla.
—Cálmate, Nat —le pidió, suavemente—. Ya estás dentro de
casa, todo ha pasado.
Viendo que la muchacha no
razonaba, la cogió en brazos y ordenó a Nicolás que subiera a su cuarto,
delante de él, a toda prisa. Bibiana y Patricia fueron tras ellos. Las
chiquillas ayudaron a Natalia a cambiarse de ropa, e inmediatamente la niña
corrió a la habitación de Nicolás. Blas estaba dentro, de pie, y el muchacho
salió del cuarto de baño, vestido con otro pijama. Su prima se abrazó a él. El
señor Teodoro no podía comprender el terror
de Natalia. Gabriela llegó a la habitación, llevando dos tazones de leche
caliente. Los niños se lo tomaron poco a poco; a Natalia le temblaba el pulso
todo el rato. Bibiana y Patricia se asomaron por la puerta y Blas las envió a dormir.
Gabriela recogió los tazones vacíos y Natalia volvió a abrazar a Nicolás.
—Nat, deberías ir a tu habitación, acostarte y
dormir —dijo el señor Teodoro con
calma aunque, en su interior, sentía crecer un remolino.
—¡No,
no! —se negó la muchacha, asustada— ¡No voy a separarme de
Nico! Tengo mucho miedo. Hemos visto a…
—¡Cállate, Nat! —la interrumpió su primo.
—¡No
quiero callarme! —chilló la chiquilla— ¡Tú lo has visto, igual
que yo, y nos ha hablado! ¡Era Salvador Márquez!
A Gabriela se le cayeron
los tazones, que no se rompieron porque el suelo estaba alfombrado. El color de
su semblante adquirió un matiz pálido.
—¿Habéis visto a un hombre, ahí fuera? —indagó Blas,
disgustándole que un desconocido merodease por la urbanización. De lo que estaba
seguro era que no se trataba de Salvador Márquez, había visto su cara cuando
puso piedras en el saco. Salvador Márquez
estaba muerto y muy muerto.
—Sí —asintió Natalia—. Y era el señor Márquez.
—Tal vez era alguien que se parecía a él —opinó el señor Teodoro.
No podía hablar con claridad, ya que Natalia y Bibiana ignoraban que él había
arrojado el cuerpo, sin vida, de Salvador al mar—. Saldré a echar un
vistazo.
—¡No!
—gritó
Nicolás, desasiéndose de su prima y sujetando a su tutor por la
camiseta del pijama— ¡Puede ser peligroso! ¡No salgas!
El niño había visto muy
bien a Salvador, debía tratarse de su espíritu y, entonces, debía tener grandes poderes malignos. Temía que pudiera hacerle daño a Blas.
—¡Esto es el colmo! —exclamó el joven,
soltándose del chaval— ¡El que no tenía que haber salido eres tú!
El muchacho se abrazó a
su cuerpo para retenerlo.
—No salgas, Blas, por favor. Era Salvador
Márquez, lo vi perfectamente —declaró, desesperado—. Tenía su misma voz
ronca.
Tras oír a Nicolás, el
señor Teodoro dedujo que ambos primos debían haberse asustado al hallar la
puerta cerrada y habían imaginado ver al individuo. Habían sido víctimas de un
espejismo.
—No salgas, Blas, por favor —volvió a repetir Nicolás,
agitado—. No quiero
que te pase nada.
—Está bien —accedió el señor Teodoro—, no saldré. Pero, vamos
a hacer un trato. A partir de hoy, no volverás a desobedecerme, ni a mentirme
ni a ocultarme nada. Yo tampoco quiero que te pase nada malo. ¿Aceptas mi
trato?
El muchacho asintió, muy
conforme.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
—Bien Nico, ya puedes soltarme. No voy a
salir.
El chiquillo dejó de
abrazarlo y se separó unos centímetros de él.
—Puedes dormir con Nico, si quieres —dijo el señor Teodoro a
Natalia—. Y
tranquilízate, estás en casa a salvo.
Los dos primos estuvieron
cuchicheando gran parte de la noche, dando por hecho, que el espíritu de
Salvador Márquez vagaba por la urbanización, sediento de venganza.
A Gabriela tampoco le
resultó sencillo conciliar el sueño; se cansó de dar vueltas y vueltas en la
cama, preocupada, asustada y nerviosa.
A la mañana siguiente,
después de desayunar, el señor Teodoro la acompañó hasta su casa.
El cielo estaba grisáceo
y el suelo tenía residuos de bolas de hielo, el frío ayudaba a que no se
derritieran por completo.
Estela y Hércules les
recibieron, afablemente.
—¡Menuda nochecita! —comentó la señora
Miranda — Tu coche tiene un montón
de abolladuras, tendrás que llevarlo al taller —notificó a su hija—. Por cierto, ayer, poco
después de que te fueras, se presentó el pesado de Francisco. Dijo que había
estado por la mañana y que, más tarde, cayó en la cuenta de que el coche de
Salvador no estaba, me bombardeó a preguntas. Me inventé que la anterior noche
vino borracho y se lo llevó.
La joven asintió, con la
mirada perdida.
—¿Qué te pasa, tesoro? —indagó Estela, notándola
rara. Blas también se había percatado, durante el desayuno, que la chica estaba
abstraída y poco comunicativa.
—Víctor ha estado por aquí —respondió Gabriela—. Nico y Nat le vieron
anoche.
El señor Teodoro la miró,
sin terminar de comprender lo que decía.
—Víctor es el hermano gemelo de Salvador —explicó Gabriela—. Debe haber venido a
buscarlo. No te lo dije ano che porque, al igual que
Nico, no quería que fueras en su busca.
El señor Teodoro
entendió, entonces, el terror de Natalia, y el miedo de Nicolás a que él saliera
de casa a perseguir o a enfrentarse a un “fantasma”.
—No eran unas horas muy adecuadas para venir a ver a su hermano —manifestó—. ¿Y por qué tuvo que
acercarse a nuestra villa?
Gabriela no supo qué
contestar y guardó silencio.
—Tendré que decírselo a los niños para que se
tranquilicen —declaró el señor Teodoro.
—No será necesario —dijo Gabriela—. Esta mañana, antes de
bajar a desayunar, he subido a la habitación de Nico y se lo he contado a él y
a Nat.
—Bueno... Ya no debemos preocuparnos más por
este asunto —resolvió el
señor Teodoro—. Si viene por aquí, el tal Víctor, le decís lo que
tu madre le ha dicho a Francisco. La noche del veintisiete se fue ebrio con el
coche.
—Blas, yo no sé a quién arrojaste por el
acantilado —reveló Gabriela al borde del
llanto.
El joven la observó,
confuso.
—¿Qué quieres decir?
—Salvador y Víctor son idénticos —comenzó a explicar
Gabriela, con desasosiego—. Cuando me casé con Salvador, no sabía que
tenía un hermano gemelo. Al cabo de un año de matrimonio se presentaron los
dos, en casa, mofándose de mí. Dijeron que no iba a ser capaz de distinguir con
quién me había estado acostando porque lo había hecho con los dos. ¡Nunca supe
quién de los dos era mi marido, no pude distinguirlos! ¡Nunca he sabido si
estaba con uno o con otro!
—¡Basta, Gabriela! —atajó Estela,
indispuesta. No soportaba seguir escuchando lo que sabía de sobra: las continuadas
humillaciones a las que su hija había sido sometida por esa pareja de infames— Olvídate de todo, no te
atormentes más.
—¡Vaya par de canallas! —exclamó el señor Teodoro,
impresionado. Abrazó a Gabriela, con dulzura— Ellos sabrán quién es
cada cual. Para nosotros, el que está en el acantilado es Salvador y el que
ronda por aquí, es Víctor.
ῳῳῳ
En villa de Luna, Elisa subió a la habitación de
Nicolás. El chiquillo y Natalia estaban durmiendo. Solo, después de que
Gabriela, les explicara que Salvador Márquez tenía un hermano gemelo habían
logrado tranquilizarse. Entendieron que el hombre que vieron tenía que ser, por
fuerza, Víctor Márquez.
—¡Son
más de las once! —gritó Elisa, consiguiendo que los primos despertaran sobresaltados— ¡Levantaros enseguida!
La mujer estaba de fatal
humor; Blas se había marchado con Gabriela, después de desayunar, y todavía no
estaba de vuelta.
—Tenemos mucho sueño —gimió Natalia, soñolienta—. Hemos descansado muy
poco esta noche.
Su tía se acercó hasta
ella y le estiró del pelo, con furia. La niña se quejó, dolorida.
—¡Suéltala! —exclamó Nicolás,
indignado.
Elisa dejó la melena
castaña de Natalia y, con un movimiento muy rápido, arañó una de las mejillas
del muchacho.
—¡Estás loca, completamente loca! —la insultó Nicolás, sintiendo un ligero
escozor en la cara.
—Le dirás a Blas que te has peleado con Nat y
que ella te ha hecho esas señales —dijo su tía, sonriendo
mezquinamente—. No me busques problemas, Nico, o será tu primita
quien pague las consecuencias.
La mujer abandonó la
habitación, cerrando la puerta, con violencia.
—Elisa no es la misma, ha cambiado por
completo —declaró Natalia,
estupefacta—. Parece otra
persona. Es como si la hubiera poseído un demonio. Empiezo a creer que siempre
ha fingido, que nunca me ha querido, lo mismo que los abuelos.
—No te preocupes, Nat —el muchacho abrazó a la niña—. Blas, Emilia y yo te
queremos muchísimo. Estaremos contigo y te protegeremos.
Págs. 431-437
Y aprovecho para desearos a tod@s unas Felices Pascuas
Hoy os dejo una muy bonita canción de Juan Gabriel... "Yo sé que está en tu corazón".
Está ubicada en un lateral del blog.Y aprovecho para desearos a tod@s unas Felices Pascuas