EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

jueves, 15 de mayo de 2014

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 97




































CAPÍTULO 97

EL “GORILA”



En cuanto terminó la clase, el señor Ismael Cuesta salió del aula de segundo D con una carpeta negra donde guardaba los exámenes de los alumnos.
Fuera, en el pasillo, le esperaban el señor Teodoro y Nicolás. El chiquillo le dijo que sentía lo ocurrido y le pidió perdón. El señor Teodoro vio una expresión de triunfo en el rostro del profesor que le incomodó en extremo.
Nicolás, tras la disculpa, entró en clase, y los dos adultos se quedaron frente a frente. El director quiso ver el examen de su hijo y comprobó que, a pesar, de que el señor Cuesta lo había complicado bastante, el niño había salido airoso. También comprobó que la última pregunta era imposible contestarla porque faltaban datos precisos.
            Nicolás me ha insultado declaró el señor Cuesta con antipatía—. No pienso corregirle el examen, tendrá un cero. No tolero las faltas de respeto por parte de mis alumnos.
El señor Teodoro devolvió el examen al profesor.
            —Va a tener que corregírselo —exigió—. Mi hijo está repitiendo curso y no quiero que lo califique por su comportamiento. Ni usted ni ningún otro profesor. Si tienen en cuenta el comportamiento del niño para ponerle nota, no creo que pudiera aprobar ninguna asignatura. Yo me encargaré de castigarlo y le aseguro que no volverá a insultarle.
Los alumnos comenzaron a salir del aula y Nicolás vio al señor Teodoro hablando con el profesor de matemáticas. 
El muchacho, acompañado por Lucas y Leopoldo, aguardó a cierta distancia a que su padre terminara su conversación.
            —Usted es el director y usted manda —aceptó el señor Cuesta con disgusto—. Procure que sea cierto que su hijo no vuelve a insultarme.
El hombre lanzó una agria mirada a Nicolás, y se alejó por el pasillo apartando, de malos modos, a los chavales que “osaban” cruzarse en su camino. El señor Teodoro lo observó sin intervenir, mas no aprobó la actitud del individuo. Nicolás le entregó su mochila y su abrigo.
            —Me voy a jugar al patio hasta las tres —comunicó a su padre, no muy convencido—. No te preocupes por el señor Cuesta, no volveré a respirar en su clase y recuperaré el examen. Te lo prometo.
            —Sí, será mejor que vayas a jugar —concedió el señor Teodoro para alivio de su hijo—. Si vienes al despacho conmigo, corres un serio peligro.
El hombre se encaminó a su despacho y Nicolás corrió al patio con sus amigos. 
Natalia y Bibiana les salieron al paso.
            —¿Vas a perder el tiempo jugando al fútbol o vas a venir a vigilar la entrada a la discoteca? —preguntó Natalia, malhumorada.
       —¿Y para qué hay que vigilar la entrada de la discoteca? —quiso saber Leopoldo, curioso.
            —¿Y a ti qué te importa? —se enfadó Natalia— No podemos fiarnos de vosotros.
            —Son mis amigos —intervino Nicolás.
            —Tú haces amigos muy pronto —se exaltó Natalia—. ¿Cómo sabes que no irán a decirle nada a Blas?
            —¡No somos unos chivatos! —exclamó el pelirrojo, muy ofendido.
            —Una chica desapareció en esa discoteca hace un par de años —explicó Nicolás brevemente—, queremos intentar encontrarla.
            —¡Vosotros estáis chalados! —sentenció Leopoldo— ¿De verdad pensáis que podéis encontrar a una tía que se esfumó hace tanto tiempo?
                                                                                                 ∎∎∎
Transcurrida media hora, el señor Teodoro decidió salir al patio para ver qué estaba haciendo su hijo. Seguramente estaría jugando con sus amigos o cabía la posibilidad de que estuviese solo. De ser así, jugaría un rato con él.
A pesar de que la tarde seguía presentándose soleada, el frío continuaba siendo intenso.
La zona del campo de fútbol estaba desierta; el director anduvo por el patio mirando a su alrededor sin divisar a Nicolás ni a ningún otro alumno. Cuando ya comenzaba a inquietarse vio al chiquillo y a sus amigos fuera del patio, en la acera donde se encontraba la entrada a la discoteca. Meneó la cabeza, contrariado, y caminó en dirección a los muchachos.
Nicolás, agachado, y con una horquilla que le había entregado Bibiana, hurgaba la cerradura de un candado que aseguraba una puerta metálica enganchada a un saliente del suelo.
            —¿QUÉ COJONES ESTÁIS HACIENDO? —les increpó una voz atronadora.
Nicolás se incorporó y, junto a sus amigos, se dio la vuelta. A ninguno les gustó lo que vieron.
Quien gritaba era un hombre joven, espantosamente alto y espantosamente fuerte. Tenía la cabeza rapada y unos ojos azules que hubiesen sido atractivos, pero desprendían demasiada maldad. En el comienzo de su cuello asomaba la cabeza tatuada de una abominable serpiente. El desconocido que tenía la apariencia de un gorila agarró a Nicolás por la parte delantera del suéter y lo empujó, violentamente. El niño cayó de espaldas sobre la acera.
            —¡Déjeme en paz! —exclamó el muchacho, atónito— ¿Está usted loco?
            —Completamente —le aseguró el individuo, mirándole con rencor— ¡Y te voy a aplastar la cabeza hasta que tus sesos se desparramen por el suelo! ¿Qué estabas haciendo? Una gamberrada, ¿verdad? Intentabas romper el candado… ¡Ya te enseñaré yo a ti! ¡Voy a aplastarte como a un repugnante gusano!
Nicolás vio, incrédulo y horrorizado a un tiempo, como el hombre levantaba la pierna, dispuesto a descargarle el pie sobre la cabeza.
Natalia, Bibiana, Lucas y Leopoldo estaban paralizados sin saber cómo ayudar al chiquillo.
Aquel individuo era un poco más alto que Nicolás, y mucho más corpulento. En realidad, aquel individuo semejaba un gorila.
Sin embargo el “gorila” no llevó a término sus bestiales propósitos, que no eran otros que patear la cabeza del niño. Un agudísimo dolor en sus genitales lo obligó a plegarse arrodillado y gemir lastimosamente.
Nicolás vio al señor Teodoro; él era el responsable de la terrible patada que había hecho aullar a todo un “gorila”.
El individuo de la cabeza rapada metió una mano, debajo de su jersey, y extrajo un revólver. Nicolás lo vio y también vio como el hombre se iba dando la vuelta lentamente…
            —¡NO, NO! —gritó el chiquillo, despavorido, temiendo las intenciones de aquel tipo— ¡Cuidado, cuidado, papá! ¡PAPÁ!
El señor Teodoro, alertado, asestó otra brutal patada a la muñeca del “gorila” y el arma salió volando, aterrizando en el suelo, a unos metros de distancia.
Nicolás se levantó, precipitadamente, y corrió a abrazar a su padre. El señor Teodoro correspondió al abrazo de su hijo y le besó la cabeza sin dejar de vigilar al hombre encogido en la acera.
            —¡Vámonos de aquí! —suplicó Nicolás, muy agitado — ¡Vámonos de aquí!
Tenía remordimientos porque sentía que, por su culpa, el “gorila” podía haber disparado a su padre. Quería, a toda costa, llevarse al señor Teodoro de aquel lugar y ponerlo a salvo.
           —¡Por favor, papá, vayámonos a casa! —insistió, empujando al joven en un intento de moverlo de allí.
El señor Teodoro experimentó, en el interior de su ser, una invasión de ternura y de felicidad. Por fin escuchaba a su hijo llamarle “papá”. Algo que había esperado durante doce interminables años, algo que le causaba una sensación única. Volvió a besar el cabello ondulado del niño.
            —Cálmate, Nico —le pidió, suavemente—. No va a pasar nada malo. Te lo prometo.
            —¿Blas? —exclamó el “gorila” en tono interrogativo  — ¿Eres tú, Blas? ¡No puedo creerlo! ¡Por supuesto que eres tú! ¡Ayúdame a levantarme, mala bestia! ¿No me conoces, no me reconoces? ¡Soy Álvaro! ¡Tu amigo de la infancia y de la adolescencia!
El señor Teodoro miró, estupefacto, al hombre que iba poniéndose de pie poco a poco.
            —¿Me conoces o no me conoces? —preguntó el “gorila”, aproximándose.  
El señor Teodoro apartó a un lado a Nicolás y se quedó delante del individuo.
            —Es difícil reconocerte sin pelo y con una serpiente en el cuello —manifestó—. ¿A qué te dedicas? ¿A tirar niños al suelo y a intentar aplastarles el cráneo?
            —¡Tú no has cambiado en absoluto! —admiró el señor Álvaro Artiach— ¿Cómo iba a imaginar que este chico era tu hijo, Blas? Lamento lo sucedido, pero el chiquillo estaba rompiendo el candado. Soy uno de los dueños de esta discoteca, tengo que proteger mi negocio.
            —Los niños están buscando un gatito que, esta mañana, rondaba por aquí —explicó el señor Teodoro—. ¿Forma parte de tu negocio llevar un revólver?
El señor Artiach sonrió levemente.
            —Tengo permiso de armas y bastantes enemigos. No tengo una profesión fácil. Por lo que veo tú has corrido mucho —declaró, mirando a Nicolás—, tienes un hijo crecidito. Yo ni siquiera me he casado. ¿Te casaste con Helena?
El señor Teodoro no contestó y envió a Nicolás y a sus amigos al patio. Los chiquillos obedecieron y desde el interior del espacio de recreo observaron a los adultos.
            —Ese tipo no me gusta nada —dijo Nicolás con rabia—, y no me gusta nada que mi padre sea amigo de él.
            —Tal vez eso nos sirva de ayuda —manifestó Natalia—. Si ese tal Álvaro es amigo de Blas y uno de los dueños de la discoteca, tal vez nos deje entrar. A lo mejor no es tan mal tipo como parece y hasta le podemos preguntar si sabe algo de Rocío Sierra.
            —¡Tú estás loca! —exclamó Nicolás, furioso— ¡Ese Álvaro es un desgraciado! ¡Iba a pisotearme la cabeza y también iba a disparar a mi padre! ¡No quiero saber nada de él! ¡No quiero ningún trato con ese individuo! ¡PAPÁ! —gritó a continuación, exaltado— ¡VEN YA, ESTAMOS HARTOS DE ESPERARTE!
Y el destino cruel y despiadado sonrió, satisfecho, porque las dos patadas que Blas Teodoro asestó contra Álvaro Artiach marcaron el inicio de un odio feroz y sin tregua. 

Págs. 769-775

Esta semana dejo en el lateral del blog una canción de Chayanne... "Si nos quedara poco tiempo"

jueves, 8 de mayo de 2014

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capitulo 96




















CAPÍTULO 96

PROBLEMAS CON EL SEÑOR CUESTA



D
espués del recreo, Paula y "Mikaela" se dirigieron al aula de segundo D. Tenían una hora de tutoría y la señora Morales propuso a los muchachos que hablaran sobre sus padres. Anteriormente habían hecho una redacción sobre sus madres; ahora les tocaba el turno a los progenitores.
            Podéis hablar con absoluta tranquilidad les dijo la profesora, vuestros padres no se van a enterar de nada. Nos interesa saber cómo son ellos, si son los que mandan en casa, si os parece bien la educación que os dan, si os gustaría poder cambiarlos por otros, etcétera, etcétera.
Los muchachos no tardaron en “soltarse” y empezaron a poner a sus papás “a caldo”.
La gran mayoría coincidió en que sus padres eran quienes imponían las normas en sus hogares, que eran más severos que sus madres, demasiado severos. Y la gran mayoría opinó que no querían cambiar a sus padres; sencillamente les gustaría hacerlos desaparecer.
Nicolás escuchaba a sus compañeros pero no participaba expresando lo que pensaba sobre el señor Teodoro.
                —Nico, ¿no vas a decir nada? le preguntó "Mikaela" que estaba deseando conocer los sentimientos del chaval.
            Bueno, es que no sé qué decir dudó el chiquillo, ruborizándose un poco. Mi padre es muy distinto a todo lo que se ha dicho aquí. Vivo con él y con mi abuela y, mi padre, no manda más que mi abuela. Es muy nervioso y tiene que tomar mucha tila. A mí no me gustaría cambiarlo por nadie y, mucho menos, que desapareciera. Lo quiero muchísimo. Lo quiero más que a nadie en el mundo y siempre estaré con mi padre. Nunca me separaré de él.
            ¿Qué dices, tronco? se burló Leopoldo Algún día te casarás y te largarás de tu casa.
Nicolás le lanzó como respuesta una mirada fulminante.
"Mikaela" asintió, muy cogitabunda. No se había figurado que su hijo quisiera de aquel modo al señor Teodoro.
Paula miró a su amiga; supuso que estaba decepcionada y creyó que le iba a resultar muy difícil llevar a cabo sus objetivos. Hacerle daño al señor Teodoro significaría hacerle daño a Nicolás. ¿Y estaría dispuesta Helena Palacios a hacer daño a su propio hijo?
                                                                                                      ∎∎∎
Hipólito Sastre era el profesor de música del instituto “Llave de Honor”; hombre solterón y muy devoto de su madre. Tenía cuarenta y cuatro años; cejas anchas, muy pobladas y totalmente unidas. Era una bellísima persona al que los niños tomaban el pelo sin piedad.
Los alumnos se desplazaron a un aula situada en la segunda planta del edificio. En el aula había tres pianos, cuatro trompetas, seis guitarras, además de todas las flautas que los niños llevaban consigo.
El resultado fue un auténtico alboroto sin orden ni concierto. Nicolás se lo pasó en grande y se rió tanto que incluso llegó a llorar.
            Chiquitos, os prometo por mi santa madre que os voy a suspender a todos amenazaba el pobre profesor sin conseguir amedrentar a los alumnos. Ya veréis, ya veréis… ¿No me oís, chiquitos?
                                                                                                   ∎∎∎
La última clase del lunes la tenían con Ismael Cuesta, el profesor de matemáticas. El hombre entró con semblante agrio y comenzó a repartir unas hojas.
            Ya podéis empezar el examen dijo de forma áspera; al primero que vea levantar la vista de su mesa le retiro el examen y estará suspendido. No quiero oír a nadie. ¡Empezad!
            “Qué tipo más asqueroso”, pensó Nicolás y hojeó los ejercicios, comprobando que eran bien difíciles. Constaba de seis preguntas y todas eran problemas donde los muchachos tenían que plantear las ecuaciones.
Al chiquillo le resultaba harto sencillo resolver sistemas de ecuaciones pero tener que plantear las ecuaciones obedeciendo a los datos de un problema era una tarea más complicada que no le gustaba un ápice.
Sin embargo, no tenía más remedio que concentrarse y hacerlo bien o su padre se iba a poner como un toro.
El señor Cuesta paseaba por el aula, muy vigilante y muy satisfecho. Era consciente de que había puesto un examen enmarañado y no creía que ninguno de aquellos críos fuese capaz de aprobarlo.
Algunos alumnos se removían inquietos, en sus asientos, y también se oía algún que otro suspiro.
Nicolás fue uno de los que suspiró y también resopló, pero puso sus cinco sentidos en aquel examen y cuando aún faltaban veinte minutos para terminar la clase, comenzó a leer la última pregunta. El muchacho acabó dándose cuenta de que era imposible resolver el problema puesto que faltaban dos datos. Intentó decírselo al profesor, pero el señor Cuesta no le atendió y le gritó de malas maneras por haber levantado la vista del examen.
            ¡Es usted igual de asqueroso que los granos que tiene en la cara! exclamó Nicolás, perdiendo la calma.
El jefe de estudios, Eduardo Cardo, tuvo que acudir al aula al ser requerido por un colérico Ismael Cuesta.
            —Lleve a este chico al despacho del director y dígale al señor Teodoro que no toleraré faltas de respeto en mis clases. Y que, por el momento, su hijo tiene un cero en mi asignatura.
Nicolás salió del aula precedido por el señor Cardo. El crío ya estaba lamentando haber insultado al profesor pero, desgraciadamente, no había vuelta atrás.
En su camino se encontraron con "Mikaela" que, de inmediato, se interesó por la suerte del chaval. El jefe de estudios la puso al corriente de lo sucedido y la mujer se ofreció a acompañar al chiquillo al despacho del director. El señor Cardo no puso objeción alguna, sintiéndose aliviado. No era plato apetecible presentarse ante el señor Teodoro de nuevo con su hijo.
                                                                                             ∎∎∎
El señor Teodoro se encontraba pensativo y algo preocupado. Benito Sierra seguía sin dar señales de vida y Elisa no le cogía el teléfono. Tanto una cosa como la otra le extrañaban bastante; hubiese jurado que el señor Sierra tenía verdadera necesidad por conseguir un trabajo y Elisa parecía no querer hablar con él. ¿Qué estaba pasando?
Sus pensamientos se esfumaron cuando entraron en el despacho "Mikaela" y Nicolás. Se acercaron hasta su mesa y el joven les observó atentamente. Ambos estaban muy serios y el señor Teodoro intuyó que ninguna buena noticia podían traerle.
            ¿Podemos sentarnos? preguntó "Mikaela" en un tono poco amigable.
El señor Teodoro asintió después de fijarse que la mujer y el muchacho eran de idéntica estatura.
            ¿No tenías un examen de matemáticas? preguntó a Nicolás que se mostraba bastante nervioso.
El chiquillo enrojeció súbitamente.
            El señor Cuesta me ha puesto un cero y me ha expulsado de clase declaró mirando, con insistencia, el escritorio de su padre.
            ¿Qué es lo que has hecho? indagó el señor Teodoro, impaciente y malhumorado.
            ¡Ese hombre me tiene manía!
            ¡Te he preguntado qué es lo que has hecho!
            La última pregunta del examen no se podía hacer porque faltaban datos explicó Nicolás, he querido decírselo y ha empezado a gritarme y no me dejaba hablar… Sin querer lo he llamado asqueroso.
            ¡Muy bonito, estupendo Nico! ¡Tu primer examen y ya tienes un cero! exclamó el señor Teodoro, enojado.
            El examen era fácil, puedo recuperarlo.
            Lo que puedes hacer y vas a hacer es disculparte con el señor Cuesta dijo el señor Teodoro golpeando la mesa con su mano derecha. Y que sea la última vez que insultas a un profesor. Te explicaré cómo funciona esto: ellos pueden gritarte y tú puedes callarte. ¿Te queda bien claro?
Nicolás asintió, sumiso.
"Mikaela" negó con un movimiento de cabeza, dando a entender su desacuerdo con el director.
            Está claro que el sistema no funciona bien declaró. Ningún profesor tiene por qué maltratar a un alumno. Usted sabe igual que yo que el señor Cuesta es un patán. Debería hablar con él y ponerlo en su sitio.
            Podría hacer eso si mi hijo no lo hubiese llamado asqueroso manifestó el señor Teodoro. Lo siento, pero no puedo darle la razón al niño.
            Es más sencillo darle la razón al adulto replicó "Mikaela" sonriendo sin ganas.
Al sonreír se le formaron dos hoyuelos; los mismos hoyuelos que se le formaban a Helena Palacios y los mismos hoyuelos que, hacía poco tiempo, habían comenzado a formarse en el rostro de Nicolás.
El señor Teodoro los miró fijamente hasta que se borraron sin dejar huella. El hombre tragó saliva con dificultad. De nuevo estaba sucediendo; Mikaela Melero le recordaba terriblemente a Helena Palacios, hecho que no le había pasado nunca con ninguna mujer. En su mente dibujó a "Mikaela" con el cabello más largo, rizado y moreno. Le pintó unos ojos negros y, entonces, vio a Helena Palacios.
            ¿Le ocurre algo? preguntó" Mikaela", notando la penetrante mirada del joven.
            No, discúlpeme reaccionó el señor Teodoro de inmediato. Es que usted me recuerda muchísimo a otra persona.
            Ya lo sé. Me lo ha dicho esta mañana, le recuerdo a la madre de Nico.
Tras estas palabras; Nicolás miró a "Mikaela" y, seguidamente, miró a su padre.
            Es usted excesivamente directa afirmó el hombre, molesto. No me parece bien que haya hecho ese comentario delante de mi hijo.
            —No pasa nada —declaró Nicolás al momento—. Sé que estás enamorado de mi madre, no soy tonto. Es por eso que no te quieres casar con Elisa.
La declaración de Nicolás sorprendió en exceso a Helena que sintió como una sacudida removía su interior hasta causarle dolor.
            Lo lamento se excusó, será mejor que me vaya.
            No la estoy despidiendo.
            Me refiero a irme de este despacho.
            —A eso mismo me refiero yo, puede quedarse.
            —Paula debe estar echándome de menos —aseguró Helena—. Y creo que usted y yo ya no tenemos más de qué hablar.
             —No te vayas, Mikaela —le pidió Nicolás—. Podías intentar convencer a mi padre para que olvide a mi madre y que se case con Elisa. Mi madre nos abandonó hace doce años y...
                —No sigas, Nico —le interrumpió el señor Teodoro—. Y no vuelvas a decir que tu madre nos abandonó. La lunática de tu madre solo me abandonó a mí, se ha empeñado en odiarme y ni siquiera sabe de que color es el odio. Pero la encontraré, ya lo creo que la encontraré y, sin gafas de sol, mirándome a los ojos, va a tener que decirme cuánto me odia.
Esta vez fue Helena quien tragó saliva con dificultad, pero a pesar de sentirse abrumada no se mantuvo en silencio.
             —Acaba de llamar lunática a esa mujer —manifestó sin poder contenerse—, me parece un insulto muy grave.
Blas Teodoro la miró y sonrió.
                —Creo que a Helena también le parecería un insulto muy grave —declaró—. Pero solo una lunática como ella podría actuar como lo hace ella. Estoy convencido de que me ama pero es incapaz de admitirlo y sus razones serán sinrazones. Es una inmadura; Nico ha salido a ella.
El ceño de Nicolás se frunció a la velocidad de la luz; y una oleada de furia se apoderó de Helena.
              —No crea que voy a consentir que insulte a ninguna mujer en mi presencia —dijo, agraviada—. Tal vez sea usted el lunático y el inmaduro...  Debo irme con Paula.
El señor Teodoro fue consciente de que se había extralimitado en su desahogo.
                 —Sí, tal vez soy yo —admitió—. Discúlpeme, cuando hablo de Helena no sé bien lo que digo. Y comprendo que no es de su interés mi vida personal, le vuelvo a pedir disculpas. 
"Mikaela" se levantó, tocó suavemente un hombro de Nicolás y salió de la estancia, llevándose un aroma que trastornaba los sentidos del señor Teodoro.
Nicolás tuvo la impresión de que su padre no era del agrado de la profesora.
            Me parece que Mikaela te tiene manía comentó, como el señor Ismael Cuesta me tiene manía a mí.
            Tú procura que no sea yo quien te tenga manía dijo su padre, zanjando la cuestión.

Págs. 762-768

Y este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Julio Iglesias... "Lo mejor de tu vida"

También hoy, desde mi blog, voy a rendir homenaje a la gatita de Lidia ... Luna
Mi madre dice que nacemos, crecemos y nos vamos de vacaciones... pues Luna se ha ido de vacaciones esta pasada madrugada... a las cinco
Hasta siempre, Luna




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