CAPÍTULO 102
UN BUEN SUSTO
A
|
la mañana siguiente, Nicolás entró en la cocina con el ceño muy fruncido. Su padre y su abuela estaban desayunando; ambos miraron al niño que continuaba enfadado por haber sido enviado a la cama la noche anterior, sin poder ver el capítulo de la serie que emitían después de las noticias.
—Buenos días, cariño —lo saludó la señora Sales, afectuosamente.
—Buenos días —respondió el chiquillo afianzando su ceño.
—Prueba las ensaimadas que nos ha traído Matías —le dijo su abuela, acercándole una bandeja repleta de bollos de pasta
hojaldrada enrollada en espiral—. Están calentitas, recién hechas. El pobre
Matías ha madrugado bastante y ha salido, con este frío, a la pastelería, para
traernos estas delicias.
—Pues yo no quiero ninguna —rechazó Nicolás de mal humor—. No tengo hambre y con el tazón de leche tengo suficiente.
—Venga, cariño. Coge una y mójala en la leche. ¡Verás qué rica está! —lo tentó Emilia.
El muchacho dijo que no con un terco movimiento de
cabeza.
—Deja de fruncir el ceño —intervino el señor Teodoro—, se te van a quedar marcadas unas buenas arrugas —añadió en tono burlón.
—¡Me da igual si se me quedan arrugas marcadas! —exclamó Nicolás, picado— ¡Déjame tranquilo, no quiero hablar contigo!
—Coge una ensaimada —le ordenó su padre, suavemente.
—¡No!
—¡Huy, huy, Nico! ¡Estás empezando a ponerme nervioso!
—Cariño, ayer papá te grabó el capítulo de la serie. Podrás verlo esta
tarde, si quieres —le reveló la señora Sales.
Al instante desapareció del rostro del chiquillo la
sombra de su enfado y apareció una tímida sonrisa.
—Entonces sí voy a comer una ensaimada —dijo, alegremente—. ¡Y a lo mejor me como dos! ¡Tienen muy buen
aspecto!
El señor Teodoro observó, complacido, como el chaval
degustaba un par de ensaimadas humedeciéndolas en el tazón de leche. La señora Sales
suspiró, satisfecha. Allí, en el calor de la cocina se sintió feliz junto a su
hijo y su nieto. Miró hacia el ventanal y a través de él vio una oscuridad
infinita y, extrañamente, le pareció percibir el frío que la envolvía. Esa sensación
asustó a la mujer, volvió a mirar al señor Teodoro y a Nicolás y deseó que no salieran de casa aquella
mañana.
Sin embargo no intentó detenerles llegado el momento
de la despedida. Besó al joven y al niño, y los acompañó hasta la puerta.
—No salgas al porche, mamá —le dijo el señor Teodoro—. Hace demasiado frío.
—Pórtate bien, Nico. Y no os retraséis esta tarde, Blas —fueron las últimas indicaciones de la mujer antes de quedarse sola.
De camino al instituto Nicolás señaló el
polideportivo, muy cercano a su casa, cuando el coche del señor
Teodoro pasaba por delante.
—Me gustaría que me apuntaras para jugar a fútbol —comunicó a su padre—. Podría ir viernes, sábados y domingos. Les diré a Leo y a Lucas que
se apunten también.
—No vayas tan deprisa —lo contuvo el señor Teodoro—. Ya hablaremos sobre el asunto —agregó mirando de soslayo el edificio.
—¿No te gusta que haga deporte? —indagó el chiquillo, desalentado— ¿De qué asunto tenemos que hablar? Está cerca de casa, podría ir yo
solo. Ya soy mayor, tengo quince años, no soy un niñito.
—¡Estoy conduciendo, Nico! —exclamó el señor Teodoro, alterado— ¡No me distraigas! Te he dicho que ya hablaremos. Todo depende de tu comportamiento y de tus notas. Quiero que
te portes bien, en el instituto y, en casa. También quiero unas excelentes
calificaciones.
Nicolás asintió y guardó silencio. Pensó que,
posiblemente, no tardaría en conseguir que su padre lo apuntara en el
polideportivo. De esta forma, tendría más libertad de
movimiento y tal vez pudiera acercarse hasta “Paraíso”.
Las horas anteriores a la salida al recreo se le
hicieron eternas como todos los días pero, por fin, sonó el timbre que anunciaba la salida al patio.
El muchacho corrió a buscar al señor Teodoro y este
le entregó un bocadillo y una botella de agua que había adquirido en la
cafetería. La señora Sales ya no tenía que molestarse en preparar almuerzos
cada mañana, apresuradamente. Y el señor Teodoro y Nicolás almorzaban de
maravilla con la gran variedad y buena elaboración de bocadillos que vendían en
el bar del instituto.
—Hoy te lo he cogido de jamón con tomate —informó el joven al crío.
—Delicioso —sonrió el niño—. Hasta luego, papá.
—Hasta luego, Nico —sonrió el señor Teodoro viendo como se alejaba
su hijo, corriendo.
Cada vez que Nicolás lo llamaba “papá” se sentía la
persona más afortunada del planeta. El jovencito ni siquiera imaginaba el poder
que la palabra “papá” ejercía sobre su padre. Tampoco el señor Teodoro
imaginaba lo orgulloso y feliz que se sentía su hijo cada vez que pronunciaba
esta palabra.
Nicolás se comió el bocadillo con apetito. Realmente
estaba exquisito. Después de beber la botellita de agua saltó al campo de
fútbol, ansioso por jugar.
El señor Teodoro paseaba por el patio vigilando a
los alumnos. El señor Roberto Beltrán, profesor de gimnasia, se unió a él y
ambos jóvenes entablaron una conversación animada que fue interrumpida minutos después por un muy sobresaltado profesor de música.
—Siento molestarle, señor Teodoro —se excusó el hombre con semblante enrojecido—. Creo que es mi deber decirle que he pillado a estos dos niños
fumando —el señor Hipólito Sastre señaló a dos muchachos que
lo acompañaban.
El director miró con severidad a los dos alumnos que
cursaban cuarto de ESO y les ordenó que le siguieran hasta su despacho. Los jovencitos
siguieron al hombre, bastante abatidos, temiendo las consecuencias que podía
depararles el haber “olvidado” la prohibición de fumar en el instituto.
—Son menores de edad y está prohibido que fumen —murmuró el señor Hipólito, consternado.
—Esos dos tendrán su merecido y perderán las ganas de fumar —vaticinó el señor Beltrán.
—Espero que el señor Blas no sea muy duro con ellos —se preocupó el profesor de música—. Lo más conveniente es explicarles lo muy perjudicial y dañino que
puede ser el tabaco.
—Déjese de explicaciones, Hipólito. No hay nada como la mano dura —manifestó Roberto Beltrán—. Es usted demasiado blando con los chavales y
le toman el pelo.
Nicolás había marcado tres goles en la portería
contraria y estaba entusiasmado. Sus compañeros de equipo se sentían imbatibles
con su maravilloso delantero al que ya habían nombrado capitán.
Natalia, Bibiana, "Mikaela" y Paula estaban
disfrutando y admirando el buen juego y la extraordinaria técnica del chaval.
El señor Hipólito Sastre se acercó al lugar y se
detuvo a contemplar el partido.
De pronto, algo aciago sucedió y nadie pudo
reaccionar a tiempo para evitarlo. Un jugador chutó el balón y el esférico
sobrevoló la valla del patio. Y alguien más sobrevoló la valla; Nicolás la
saltó y se precipitó a la carretera para recuperar la pelota. Un vehículo antiguo se
vio obligado a frenar y los neumáticos, que chirriaron escandalosamente,
dejaron su dibujo grabado en el asfalto. El coche se paró a escasos centímetros
de Nicolás; el chiquillo, con el balón en su poder, regresó al interior del
patio. Todo su cuerpo temblaba y su corazón galopaba, muy acelerado. Sus compañeros
lo miraban enmudecidos e impresionados. El niño dejó caer la pelota al suelo.
Helena Palacios sintió algo parecido a vértigo y creyó que iba a desmayarse de un
momento a otro.
—Contente —le suplicó su amiga Paula—, no digas ni una palabra.
Lágrimas silenciosas se deslizaron por el rostro de "Mikaela", un rostro que había palidecido por completo.
—Helena, estás llorando —la avisó Paula, muy nerviosa—. Sécate la cara y vámonos de aquí.
Helena limpió su rostro, pero no se movió de su asiento.
—Helena, estás llorando —la avisó Paula, muy nerviosa—. Sécate la cara y vámonos de aquí.
Helena limpió su rostro, pero no se movió de su asiento.
—¡Estás loco! —aulló Natalia, corriendo hacia Nicolás y propinándole unos manotazos
en el pecho— ¡Podían
haberte atropellado! ¿Qué estabas
pensando, Nico? ¿Qué rayos estabas pensando?
Los estridentes gritos de un hombre furioso
acallaron a la niña. Quien gritaba era el conductor del coche que estaba hecho
una fiera.
—¡PANDILLA DE MAMARRACHOS Y
GAMBERROS! ¡DEBERÍAIS ESTAR EN UN
REFORMATORIO! ¡GAMBERROS, HIJOS DE PERRA!
—Pero, ¿qué está diciendo ese hombre? ¿Cómo se puede ser tan bruto y maleducado? —se enfureció Helena mientras se levantaba.
Paula Morales también se levantó.
—¡Helena, te digo que nos vayamos! —exclamó, atemorizada y vehemente— Recuerda que no estás en tu mundo de oro y cristal; estás en Aránzazu, en un instituto, y el director es Blas Teodoro.
—Pero, ¿qué está diciendo ese hombre? ¿Cómo se puede ser tan bruto y maleducado? —se enfureció Helena mientras se levantaba.
Paula Morales también se levantó.
—¡Helena, te digo que nos vayamos! —exclamó, atemorizada y vehemente— Recuerda que no estás en tu mundo de oro y cristal; estás en Aránzazu, en un instituto, y el director es Blas Teodoro.
Los chillidos escandalosos del iracundo hombre
atrajeron la atención del señor Roberto Beltrán que pronto se enteró de lo
sucedido, pero no llegó a enterarse de quién había sido el saltador de la
valla. El conductor se marchó gritando obscenidades sin señalar al culpable.
El profesor de gimnasia ordenó a los partícipes del
partido que se colocaran en línea recta, en posición de pies juntos, manos
atrás y cabeza mirando al frente.
—El que ha saltado la valla que dé un paso hacia delante —exigió el señor Beltrán con dureza.
Ninguno de los alumnos se movió de su sitio.
—No te preocupes —susurró Lucas a un muy asustado Nicolás—, nadie dirá que has sido tú. Sería un chivato y eso es lo peor que
puedes ser aquí.
Roberto Beltrán no comprendía como era posible que
ni Hipólito, ni "Mikaela", ni Paula, profesores presentes, muy próximos al campo,
no hubiesen visto absolutamente nada.
—Haga el favor de ir a avisar al director, Hipólito —requirió el profesor de gimnasia.
El señor Sastre asintió y se fue alejando
arrastrando los pies. Parecía estar muy angustiado por lo acontecido.
—Mi padre me va a matar —murmuró Nicolás, hecho un flan. Sus rodillas
comenzaron a temblar.
—Cálmate —intentó tranquilizarlo Lucas—. Nadie va a chivarse. Blas no tiene por qué enterarse de que has sido
tú.
A pesar de los esfuerzos de su amigo por serenarlo,
Nicolás continuaba al borde de un ataque.
—Nico está temblando de pies a cabeza —dijo Natalia a Bibiana.
—¡Pobre Nico! —se compadeció Bibiana— Si no se calma, Blas va a saber que ha sido él quien ha saltado nada
más lo vea.
—¡Nada de pobre! —exclamó Natalia, enojada— Ya es hora de que Nico aprenda a pensar antes de hacer algo. Es
demasiado impulsivo. Espero que Blas lo haga crujir.
Por su parte, Paula luchaba por convencer a "Mikaela" de que se marcharan de allí.
—No te preocupes, no intervendré —le aseguró "Mikaela"—. Me he llevado un susto tremendo.No soy de hierro y creí que
atropellaban a mi hijo, Nico no tiene conocimiento, es igual que su padre.
—Yo diría que es igual que tú —afirmó Paula.
—Calladita estás más guapa —contestó Helena regalándole una mirada gélida.
—Yo diría que es igual que tú —afirmó Paula.
—Calladita estás más guapa —contestó Helena regalándole una mirada gélida.
El señor Hipólito Sastre se cruzó con los dos
chavales que habían fumado; ambos estaban muy formales y contritos. Luego vio
al señor Teodoro cerrando la puerta de su despacho y se acercó a él.
—El señor Roberto reclama su presencia en el campo de fútbol —le comunicó con gravedad.
—¿Ha pasado algo? —interrogó el director sin alarmarse— ¿Se han peleado los críos?
Hipólito Sastre no se atrevió a mirarle a la cara y
le contestó mirando hacia el suelo.
—Gracias a Dios no ha pasado nada irremediable, pero podía haber
sucedido una tragedia —declaró logrando, sin ser su intención, que el
señor Teodoro se alarmara en sumo grado.
Págs. 804-811
Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Arrebato... "Te lo juro por Alá"
Próxima publicación... jueves, 20 de noviembre