EL CLAN TEODORO-PALACIOS

CUARTA PARTE

domingo, 16 de junio de 2024

EL CLAN TEODORO-PALACIOS Capítulo 164

 



 CAPÍTULO 164

 

UN ACTO DE VALOR

 

 

H

elena y Nicolás ya salían de la mansión. No fue sencillo conseguirlo, pero sí muy necesario.

Matilde, Bibiana y Patricia les acompañaban en sus primeros paseos. No se iban lejos. A escasos metros de la puerta principal se abría el arbolado, verdinoso y floreado jardín y por allí se adentraban. Era una experiencia grata caminar por los senderos y embriagar sus sentidos con ese aire atiborrado de diferentes y deliciosos aromas. Con ese perfume a árboles, hierba fresca y flores en pleno esplendor. Con esa explosión de maravillosos colores que alimentaban el alma.
Adelaida ya no les acompañaba. Se había marchado de la mansión sin despedirse, casi furtivamente. Iba a casarse y no le pareció conveniente compartir su felicidad con Helena, y así se lo dijo a Matilde: "¿Cómo voy a decirle que me voy y que voy a casarme y que soy muy feliz? No crea que soy una desagradecida. Sé reconocer que Helena me ha tratado muy bien, me ha dado techo, comida y un buen sueldo, y eso es de agradecer, pero ella está sufriendo mucho, su matrimonio con Blas ha durado muy poco. No puedo decirle que me voy para casarme. De verdad que no puedo, no me sale. Dígaselo usted y dígale que me perdone".
            —¡Pero qué clase de necia es Adelaida! —exclamó Helena cuando Matilde le explicó su ausencia— En fin, espero que sea muy feliz y que coma alguna perdiz si eso la hace más feliz.
            —De mí tampoco se ha despedido —dijo Patricia, mohína—. Creía que yo le importaba.
            —Y claro que le importas —la consoló Matilde—. Recuerda que ha cuidado de ti cuando nosotros estábamos en el valle.
            —¡Ya deja de defender lo que no merece defensa! —exclamó Helena, enfadada— Adelaida no ha actuado bien. Tenía una excusa para no despedirse de mí, pero no tenía ninguna para no despedirse de Paddy.

El tema de Adelaida no se volvió a tocar, no se volvió a hablar de ella. Adelaida fue guardada en un cajón de personas olvidadas.

Los días pasaban, las semanas también, las hojas del calendario se iban arrancando porque también los meses pasaban. El tiempo no se detenía a descansar, no se permitía tomar un respiro.
Se podría decir que todo marchaba, que todo funcionaba, pero no se podría decir que todo fuera bien dentro de los muros de la mansión. En Kavana, sí. Al país le iba bien, el país había ganado. Jaime Palacios era un buen jefe de Estado y este hecho se estaba notando en todas las instituciones. Lo que los kavanos ignoraban es que todos los temas a tratar con sus ministros, Jaime Palacios los comentaba ampliamente con su hija y con su nieto. Y, de este modo, era como la nobleza de Helena, la inocencia de Nicolás y el sentido de justicia de ambos llegaban a todos los rincones de Kavana.
Solo Arturo Corona sabía a ciencia cierta que detrás de cada nueva ley, de cada nueva norma, de cada nueva decisión, se encontraba Helena.
            —¡Jaime es un pelele en manos de su hijita! —gritaba carcomido por la furia.
            —¿Y qué esperabas? —le replicaba Emilia, furiosa— Deberías soltar a Blas. Es él quien debería gobernar este país. Tu plan ha resultado un fracaso absoluto y te empeñas en no reconocerlo. ¡Helena, esa maldita mujer, sigue de pie!
            —¡Cállate y déjame pensar! ¡Necesito pensar!
            —¡Pues piensa y piensa rápido!

Era cierto que Helena seguía de pie, pero el dolor no la había abandonado. También Nicolás seguía de pie y tampoco el dolor lo había abandonado.

Maura se quejaba constantemente de lo mal que comían madre e hijo y todos veían, impotentes, las huellas de su llanto nocturno en sus miradas.
Jaime Palacios se sentía abatido y entristecido, aunque lo ocultaba con bastante éxito. Estaba profundamente preocupado por su hija y por su nieto. Sobre todo por Helena. Pensaba que Nicolás acabaría saliendo adelante y conseguiría ser feliz. A su edad ya sabía que el amor todo lo vence y tenía el convencimiento de que el muchacho terminaría enamorándose.
Sin embargo, no veía posible ni creíble que su hija volviera a enamorarse. Hay amores que son demasiado fuertes, demasiado grandes, demasiado únicos... y no se pueden reemplazar. Y así parecían ser los visos del amor de Helena y Blas.
Pero una pequeña esperanza comenzó a brotar y abrigar su ánimo cuando un joven y apuesto fiscal comenzó a frecuentar a Helena. Se llamaba Javier y era primo de una jueza muy amiga de su hija. La jueza Berta.
El aspecto de este joven fiscal impresionó a Jaime Palacios la primera vez que lo vio por su parecido con Blas. Era alto, moreno, de rostro agradable. No era tan corpulento como Blas, pero tenía un aire sin lugar a dudas.
El fiscal tomó la costumbre de visitar a Helena casi todas las tardes. Paseaban un par de horas. Merendaban y conversaban. Y la esperanza de Jaime Palacios crecía hasta que la misma Helena arrancó esa esperanza de su pecho una noche, cuando aún no habían terminado de cenar, anunció que al día siguiente, por la mañana, iría a visitar la tumba de Blas. Lo dijo con naturalidad, sin solemnidad, lo mismo que si hubiera dicho que al día siguiente iba a ir a una zapatería a comprar unos zapatos nuevos.
Todos los presentes la miraron en silencio. Solo Nicolás habló.
            —Yo también iré —dijo con determinación.
            —Pues me parece bien que me acompañes —contestó Helena.
           —Pues a mí no me parece nada bien ni que vaya Nico ni que vayas tú —declaró el señor Palacios. Matilde, Maura, Patricia y Bibiana compartían su opinión, pero ninguna se atrevió a apoyarle en voz alta—. Es demasiado pronto...
            —¿Cómo qué es demasiado pronto? —replicó Helena, molesta— ¿Cuándo pretendes que vayamos? ¿Cuándo pasen varios años? O tal vez se te ha ocurrido que no vayamos nunca. ¿Es eso?
            —Creo que deberían terminar de cenar y luego ya tendrán tiempo de hablar de asuntos escabrosos —intervino Maura, impertinente.
            —¡Yo ya he terminado de cenar! —exclamó Helena, enfadada y dolida— Pero, ¿qué os habéis creído? ¿Es que pensáis que no tengo derecho a visitar a Blas? Y me he expresado mal, no es un derecho, es una necesidad.
            —Nadie ha dicho que no tengas derecho o necesidad —respondió el señor Palacios—. Únicamente nos has sorprendido con tu deseo inminente. ¿Por qué no esperas a la tarde? Seguro que Javier estará gustoso de acompañarte.
            —¿Y por qué me tiene que acompañar Javier? —preguntó Helena sin acabar de entender. Pero, de pronto, creyó entenderlo todo— ¿Qué has imaginado que hay entre Javier  y yo? Hay una incipiente amistad, no hay nada más ni nunca lo habrá. ¡No quiero volver a verle! Entérate bien, papá, yo siempre amaré a Blas. Siempre.
Me voy a acostar. Mañana nos levantaremos temprano, Nico. Buenas noches.

Helena salió del salón y poco después se marchó Nicolás.
            —Otra cena arruinada —se lamentó Maura.
            —Si me permite mi opinión, excelencia —dijo Jacobo en tono sereno—, creo que no hay nada malo en que doña Helena y don Nicolás vayan a visitar la tumba de don Blas. Todo lo contrario, creo que harán bien y que es un acto de valor que no les perjudicará. Ambos se enfrentarán a la realidad. Y no se preocupe; yo les acompañaré si usted me da permiso y cuidaré de ellos.
            —A veces los actos de valor son muy imprudentes y sus consecuencias, nefastas —objetó el señor Palacios—. Mi hija y mi nieto se enfrentarán a la realidad, eso es cierto. Pero estamos hablando de una realidad demasiado cruda  y dura. No sé si están preparados todavía.
            —Excelencia, dudo que alguna vez se esté preparado para visitar la tumba de un ser querido por primera vez. Mucho menos si no has asistido al funeral, como es el caso de doña Helena y don Nicolás.
            —Tienes razón, Jacobo. De todos modos, aunque no la tuvieras, no voy a poder convencer a mi hija de que mañana no vaya al cementerio.

En cuanto el señor Palacios abandonó el salón, Maura estalló tras haber contenido su tormenta a duras penas.
            —¿Cómo se te ocurre ofrecerte a acompañar a la señorita Helena y al señorito Nicolás? —reprochó a Jacobo— ¡Tú sí que vas a protagonizar un acto de valor! Ten en cuenta que como algo salga mal, su excelencia te va a condenar al peor de los destinos. ¿Se te olvida que la señorita Helena es la niña de sus ojos?
            —¡Vaya, Maura! Lo que se me había olvidado es que te preocupabas tanto por mí.
Las palabras jocosas del mayordomo enardecieron más a la cocinera, que desvió su tormenta hacia Matilde, Patricia y Bibiana.
            —¿Y a vosotras qué os pasa? —les increpó— Nos os he oído ofreceros a acompañar a la señorita Helena y a su hijo. ¿Os asustan los cementerios? Que sepáis que será nuestra última morada. ¿Y usted dice que es amiga de la señorita Helena? —agregó mirando a Matilde con furia.
            —Mañana le diré a Helena si desea que la acompañe, puede estar segura de que lo haré —afirmó Matilde.
            —Y yo —dijo Patricia con un acusado tembleque en su voz.
            —Yo también se lo diré —dijo Bibiana, también asustada.
            —¡Esta noche tendríais que haberlo dicho! ¡No mañana!
              Ya está bien, Maura, por favor —le pidió Jacobo.
            —¡Eso, ya está bien! —corroboró Maura, muy malhumorada— ¡Ya está bien de que estéis en el salón! ¡Marchaos, todos fuera! Las chicas y yo tenemos que recoger y nos queda faena en la cocina! ¡Venga, marchaos!

Aquella noche, Patricia y Bibiana durmieron juntas, muy juntas. Abrazadas.
Maura las había aterrorizado, y las dos niñas temían quedarse dormidas y despertar en un cementerio tenebroso, con esqueletos que salían de sus tumbas y las perseguían alargando brazos y manos descarnados entre lúgubres aullidos y gemidos.   


Págs. 1342-1348


Hoy os dejo una canción de Carlos Rivera... "Voy a amarte"


                                                            



Queridos lectores y queridas lectoras de El Clan Teodoro-Palacios:

sé que no iba a estar bien que publicara este capítulo sin dar ningún tipo de explicación.
Quiero que sepáis que soy consciente de las múltiples interrupciones largas que se han producido durante la publicación de esta novela, y lo siento mucho.
Lo único que puedo decir es que, cada vez que he interrumpido la publicación, ha sido por un motivo importante.
Pero también es importante que termine de publicar esta novela, también sois importantes vosotr@s, también es importante que termine de contaros esta historia. Y aquí estoy para hacerlo.
Sí que os voy a pedir que intentéis entender que estoy pasando una mala temporada y que me encuentro estresada, saturada y con los nervios muy alterados.
Pero, a pesar de todo esto, os voy a dar una buena noticia... Quedan tres capítulos, ya queda muy poco. Y yo espero poder publicar estos tres capítulos en la mayor brevedad posible.
Gracias por vuestra comprensión.

Mela

4 comentarios:

  1. Siempre es un placer leerte. Extrañaba hacerlo. Me dio pena Patricia y Bibiana con miedo. Adoro esa historia, Te mando un beso.

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    1. Hola, JP
      También quiero que sepas que es un placer leerte a ti... Pues lo que más deseo es que no tengas que extrañar durante mucho tiempo la publicación de otro capítulo... De verdad que lo deseo
      Los personajes de esta historia también te adoran a ti, y te agradecen que sigas sus pasos
      La verdad es que Maura ha conseguido asustar a Patricia y a Bibiana... Creo que esta noche la pasarán con la luz encendida ;-)
      Y yo te mando otro beso y un fuerte abrazo

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  2. Es normal que Helena y Nicolas quieran ir al cementerio,lo que no saben es que Blas no esta alli y no se si estan preparados para ir.Me ha gustado mucho y ten cuidado con el estres.Besos.

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    1. Hola, Ramón
      Quizás Jacobo tiene razón y nunca se está preparado, pero lo cierto es que tod@s vamos cuando un ser querido está allí... Ya lo creo que vamos... Y Helena y Nico no van a ser una excepción
      Me alegra mucho que te haya gustado
      Tendré cuidado... Gracias
      Besos

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This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License. Creative Commons License
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