CAPÍTULO 149
SEIS LUNAS
L
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a primera luna
fue triste, muy triste. Muchos entierros. A la gente le gusta ir de boda, de
bautizo, de fiesta... los entierros son harina de otro costal.
La mañana
también quiso acompañar a la tristeza y se presentó ventosa y de color
grisáceo.
Blas envió dos
coronas al sepelio de Elisa. Más tarde se enteró por Gabriela que Bruno Rey y
Natalia las destrozaron.
—Son unos desagradecidos —dijo el
señor Francisco, enojado y acalorado.
A Nicolás le
dolió enterarse de lo que había hecho Natalia. De Bruno Rey no podía
sorprenderle nada, pero no podía entender el comportamiento de Natalia por
mucho que lo intentase.
Había tratado de
hablar con ella, pero no respondió a sus insistentes llamadas. Silencio, solo
silencio obtuvo como respuesta.
Hubiese querido
ir al entierro de Elisa, pero Blas se negó rotundamente. Le aseguró que no
serían bien recibidos.
Así que junto a
Blas, Emilia, Marcos y Bibiana, asistió a los funerales de Lucas, de Cruz y de
Prudencia.
Blas se encargó
de sufragar todos los gastos. Era lo menos que ya podía hacer por ellos.
Sí, la primera
luna fue un mal trago, fue dura, fue demasiado triste.
Pero cuando
Blas se acostó por la noche, una gran ilusión daba calor a su corazón.
Ya había encargado
el vestido azul con florecillas blancas. No fue fácil. Invirtió varias horas de
la tarde, también gris y ventosa, hasta que lo consiguió.
Esa misma semana
tendría el vestido porque era muy cierto que poderoso caballero es don dinero.
Y en cuanto tuviera
el vestido; él, Nicolás y Bibiana viajarían rumbo al valle. No veía el momento
de regalárselo de nuevo a Helena, no veía el momento de volver a verla.
Y la ilusión
seguía dando calor a su corazón.
Blas le abrazó y
Marcos estalló en un dolido llanto. Lloró con ganas, con rabia. Lloró hasta que
no pudo más. Y con aquel desahogo, que tanto necesitaba, descargó parte del
tormento que pesaba sobre él.
SEGUNDA LUNA
El
comportamiento de Gabriela se transformó de forma radical, lo que alegró
sobremanera a Estela. Su hija volvía a ser una chica amable, cortés, y sonreía
con frecuencia. Sí, sin duda, estaba más afable.
Incluso se puso
un delantal y se ofreció a colaborar en la cocina. Su ayuda no fue muy bien
recibida por el señor Francisco, más bien le supuso una ofensa.
—Las mujeres, por el hecho de ser
mujeres, piensan que cocinan mejor que nosotros —le dijo a Blas, contrariado.
Blas se rió
pensando en cómo cocinaría Helena y en cuánto disfrutaría probando uno de sus
guisos.
A Nicolás le
venía muy bien la compañía de Bibiana. Conversaban mucho y daban largos paseos
por el jardín. Pero a pesar de que intentaba distraerse, era inevitable que de
vez en cuando pensara en Natalia.
TERCERA LUNA
Blas decidió
acercarse a Marcos. Tenía que hablar con él. El muchacho se mostraba mohíno y
silencioso. Y no se relacionaba con Nicolás y Bibiana.
—Supongo que te sientes culpable
—le dijo sin rodeos—, nada de lo sucedido es culpa tuya.
—Sí que es culpa mía —replicó
Marcos, abatido—. Debí decirte lo que mi padre y Luis les hacían a mi madre y a
mi cuñada.
—Y yo debí darme cuenta. Sin
embargo, a ninguno de los dos nos ayudará culparnos de lo que pasó.
—Yo tampoco las trataba bien
—confesó Marcos esforzándose por no llorar. Los
hombres no debían llorar. Eso era algo que su padre le había repetido
muchas veces. Demasiadas—, creía que era lo normal. Crecí creyendo que era
normal que mi padre pegara a mi madre. Luego también me pareció normal que mi
hermano hiciera lo mismo con Cruz... hasta que te conocí y vi como tratabas a
tu madre, a mi madre y a mi cuñada. ¡Pero
no te dije nada!
—Tienes que perdonarte, Marcos.
Estoy seguro de que tu madre y Cruz te han perdonado.
—¿Crees eso de verdad?
—Por supuesto. Si no lo creyera no
te lo diría.
—¡Tengo ganas de llorar! —exclamó
el chico, avergonzado— Pero los hombres no lloran.
—¿Te parece que no soy un hombre?
—Claro que me pareces un hombre
—respondió Marcos, sorprendido—. Y Nicolás no sabe la suerte que tiene de tener
un padre como tú.
—Pues este hombre que ves aquí,
este hombre que es el padre de Nico ha llorado muchas veces. He llorado mucho,
Marcos. ¿Quieres llorar conmigo ahora?
CUARTA LUNA
Por la mañana,
Blas habló con Nicolás y Bibiana. Les explicó que Marcos estaba sufriendo mucho
y que debían hacerle partícipe de sus conversaciones, paseos y juegos. Marcos
necesitaba de su compañía.
—Yo vi a Luis perseguir a Cruz en
el jardín, vi como la zarandeaba. Ella parecía muy asustada —recordó Nicolás,
disgustado y enfadado—. Marcos me mintió, me dijo que solo era una discusión
sin importancia. Me dijo que Luis y Cruz se querían, pero que discutían a
menudo.
—No es momento de reproches, Nico.
Marcos se ha criado en un ambiente indeseable. Su padre, desde que él pueda
recordar, le hizo creer que lo que sucedía en su casa era normal.
Marcos necesita
ayuda, se siente muy culpable. Vosotros podéis ayudarle más que yo.
—Yo soy tan culpable o más que él
—reconoció Nicolás con absoluta franqueza—. Supe que aquello que vi no era
normal, pero no te dije nada. Marcos me dijo que, si no te contaba nada, me
abriría la puerta de la calle siempre que yo quisiera salir. También es culpa
mía que Prudencia y Cruz estén muertas.
La expresión de
consternación en la cara de Blas fue elocuente.
—Hiciste mal, pero los verdaderos
culpables fueron Matías Hernández y Luis.
Tú serás
culpable si no ayudas a Marcos.
—Lo ayudaremos —dijo Bibiana—. Nat
y yo también estábamos en el jardín, lo vimos todo, y también nos callamos.
Para alivio de
Blas, Nicolás y Bibiana se convirtieron en la sombra de Marcos. Les vio hablar,
pasear, incluso correr por el jardín. También se encerraron, durante horas,
en la habitación de los juegos.
Cuando se
reunieron para cenar, Marcos tenía más apetito y su semblante lucía menos
apagado. Su mejoría era evidente.
El señor
Francisco tuvo que ser la nota discordante, remugaba por todo, absolutamente
nada estaba a su gusto.
Estela, cansada
de sus quejas sin fundamento, llegó a decirle que no era extraño que Marina, su
sufrida esposa, tuviera que tomar tranquilizantes a diario.
Aquella
acusación soliviantó todavía más al frenético señor Francisco y tantos
despropósitos salieron de su boca, que Nicolás, Bibiana y Marcos se carcajearon
irremediablemente.
Por supuesto las
risas de los chiquillos avivaron más la furia del señor Francisco y más
dislates dijo. Hasta que el propio Blas, tras escuchar nombrar a una plaga de
Egipto, tampoco pudo aguantar la risa.
Huelga decir que
aquella noche, el señor Francisco tardó más tiempo en conciliar el sueño y
roncar felizmente.
QUINTA LUNA
Por la mañana,
un sol invernal, pero espléndido, mandó dadivoso su luz y calor a la ciudad de
Aránzazu.
Después de
almorzar, Nicolás, Bibiana y Marcos corrieron al jardín a disfrutar del buen
día.
Poco después
salió Blas. Se sentó en un banco y se distrajo observándoles.
Al cabo de un
rato llegó Gabriela. Bien vestida, bien peinada, bien maquillada y bien
sonriente. Llevaba una cámara y una carpeta. Le pidió a Nicolás que les hiciera
una foto a Blas y a ella.
—Quiero tener un recuerdo tuyo —le
dijo a Blas—. ¡Quién sabe cuándo volveremos a vernos!
Blas se levantó
del banco. Gabriela lo abrazó uniendo sus manos alrededor de su cintura. Blas
le correspondió pasándole un brazo por los hombros. Y ambos sonrieron a la
cámara.
La foto salió al
instante. Nicolás se la entregó a Gabriela, que sonrió aún más al contemplar el
resultado.
—Quiero una cosa más —le dijo a
Blas—. Me encantaría que me la dedicaras con las palabras que me dijiste en
Luna. Significaría mucho para mí.
—¿Qué palabras fueron?
Gabriela
disimuló lo mucho que le molestó que él no lo recordara. Solo habían pasado unas semanas desde que se las dijo.
—Me dijiste... Gracias por existir.
Blas asintió
recordando. Y escribió esas palabras en el revés de la foto, y su nombre.
SEXTA LUNA
Por la tarde, cuando el sol se iba desvaneciendo, cuando ya anochecía, llegó el paquete tan esperado y ansiado por Blas.
Emilia Sales se
levantó cansada y ojerosa. Había pasado una mala noche, casi no durmió.
Las palabras de
Jaime Palacios asaltaron su mente una y otra vez... "No sabes a quien has
odiado durante años".
Esta simple
frase despertó todas sus alarmas, la puso en alerta. ¡Helena podía ser su hija! ¿Podía
ser o lo era... o ella deseaba que lo fuera?
Todo cuanto le
refirió a Blas sobre este delicado tema era cierto.
En el pasado fue
dama de compañía de Isabel Avilón. El azar quiso que se quedaran encinta a la
vez. Ella rompió aguas un día antes que Isabel.
Cuando despertó
en el hospital, le contaron que el bebé no venía bien, y fue necesario
practicarle una cesárea. Desgraciadamente, su hija nació muerta.
Dicen que el
alma no tiene peso, pero Emilia aún podía recordar la sensación de que algo se
le cayó.
Ese mismo día
vio a la hija de Isabel Avilón... Helena, y la detestó desde el primer momento.
La detestó por
vivir, la detestó porque su hija no vivía.
Pero pudo ser al revés, pudieron cambiar a las
criaturas. Tal vez Isabel nunca lo supo.
Sin embargo,
había un detalle que Emilia no contó a Blas. Helena era la viva imagen de
Isabel.
Quizás, Jaime
Palacios, solo quiso mortificarla, crearle dudas.
Y ella quiso
creerlo porque anhelaba tener una hija, porque anhelaba que Nicolás fuera realmente
su nieto.
Pero Helena era
como una réplica de Isabel, se parecía demasiado. Era como una copia.
Por la tarde, cuando el sol se iba desvaneciendo, cuando ya anochecía, llegó el paquete tan esperado y ansiado por Blas.
Por supuesto
Blas quería ver el vestido, quería estar seguro que era igual al que le regaló
a Helena hacía algo más de tres lustros.
Fue a su
habitación con el paquete, ilusionado, nervioso. Gabriela le siguió, también
quería verlo.
—Deja que abra yo el paquete —se
ofreció, diligente—. Estás tan alterado que vas a romper envoltorio y caja. Hay
que hacerlo con calma.
Blas dejó hacer
a Gabriela. Era cierto que estaba como un flan. Debería haber tomado tila, mucha.
Cuando por fin
vio el vestido, sus ojos brillaron como dos estrellas del valle donde estaba
Helena.
Parecía el mismo,
era idéntico. Era el vestido de seda azul con florecillas blancas bordadas. Era
el vestido de Helena, el vestido que ella quemó porque él fingió no
reconocerlo.
Sonrió, emocionado.
Sonrió, feliz.
—Es precioso —alabó Gabriela—.
Helena estará guapísima con él. Yo me encargo de empaquetarlo de nuevo. Creo
que tú no sabrás hacerlo, estás temblando.
—Gracias, Gabriela. Te lo agradezco mucho.
Y mientras
Gabriela se ocupaba de doblar el vestido, meterlo en la caja y dejar el papel
que la envolvía sin una sola arruga, Blas iba de un lado a otro de la
habitación como un bumerán.
A la mañana
siguiente comenzaría el día de la séptima luna. Y esa séptima luna, Blas estaba
decidido a verla en el valle de Markalo.
Págs. 1211-1219
Hoy os dejo una canción de Vanesa Martín... "Porque queramos vernos"
Págs. 1211-1219
Hoy os dejo una canción de Vanesa Martín... "Porque queramos vernos"