¡Hola a tod@s!
Hoy me toca presentaros la cuarta y última parte de esta novela
Hoy comienza el final, toda novela lo tiene... El Clan Teodoro-Palacios también... No podía ser una excepción
Hoy comienza el final, toda novela lo tiene... El Clan Teodoro-Palacios también... No podía ser una excepción
Espero que lo paséis bien... y nos volvamos a ver en el último capítulo
¡¡Miau, miau, miau!! Os acabo de decir cómo termina esta novela ;-)
CAPÍTULO 141
CAPÍTULO 141
DOS REGLAS BÁSICAS
Arturo Corona y
Jaime Palacios dejaron de abrazarse, y ambos secaron sus lágrimas con un
pañuelo.
—De esto no debe enterarse nadie
—dijo el dictador de Kavana—. ¿Dónde quedaría mi reputación?
—Hacía mucho tiempo que no lloraba
—confesó Jaime Palacios—. Aunque, en realidad, esta vez he llorado de
felicidad. Guardaré tu secreto.
—Y yo el tuyo.
—Tengo que decírselo a Helena. Mi
hija tiene que saber que Nico ha despertado.
—Yo debería llamar a Blas.
Con paso rápido
se dirigieron a la cafetería. Se sorprendieron de no ver a Helena. Y más se
sorprendieron cuando dos camareros les aseguraron que Helena no había estado
allí.
—Dijo que iba a tomar un café
—murmuró Jaime Palacios, pensativo.
—Tal vez ha querido tomarlo fuera
del hospital —opinó Arturo Corona.
—En ese caso, algún soldado la
habrá visto salir. Vamos a preguntar. Tu hijo se ha ido a tomar un café y no ha
vuelto. Mi hija se va a tomar un café y ni siquiera ha entrado en la cafetería.
Algo extraño está pasando.
—¿Qué insinúas?
—Absolutamente nada. Cuando se
trata de mi hija jamás insinúo.
∎∎∎
Helena no tuvo
que volver a llamar. La puerta se abrió y, en cuanto entró al jardín, quien
había abierto la puerta la cerró de un brusco portazo.
—Bienvenida, señorita Mikaela —la
saludó Ismael Cuesta en tono burlón—¿Has venido sola? ¿No has avisado a la
policía? ¡Contesta! No eres de fiar.
Helena no
esperaba ver al profesor de matemáticas, al hombre que había orquestado el
maquiavélico plan para acabar con la vida de su hijo.
Miró fijamente
su cara salpicada de granos grandes y rojizos. El rostro de ese hombre era sin
duda el reflejo de su alma.
No sintió miedo,
solo sintió una gran repugnancia y un odio intenso hacia aquel ser inhumano.
Mientras lo
miraba recordó que sabía luchar. Su padre le enseñó a pesar de la desaprobación
de su madre. Y había practicado con hombres muy fuertes, con excelentes
maestros. Y les venció a todos.
Estaba segura de
que Ismael Cuesta le iba a durar muy poco, pero no era el momento. Ignoraba
dónde estaba Álvaro Artiach y dónde estaba Blas. Debía esperar y no olvidar dos
reglas básicas: la primera, jamás demostrar miedo delante de un enemigo; la
segunda, más importante esquivar un golpe que golpear.
—Vamos al salón. Allí nos vamos a
divertir un rato —dijo el señor Cuesta con malvado regocijo.
∎∎∎
Los ojos de la administrativa se llenaron de lágrimas. Su miedo iba aumentando. Pensó en sus hijos, en su esposo, y solo deseó estar de nuevo con ellos en su hogar.
Dos soldados
comunicaron a Jaime Palacios que Helena había subido a un taxi después de
hablar por teléfono.
—Localicen al taxista. ¡Ya!
La
administrativa se sofocó sobremanera cuando Jaime Palacios acompañado por
Arturo Corona le preguntó, con muy malos modales, sobre la conversación
telefónica de Helena.
—Era un hombre... dijo que la
llamada era urgente —respondió la mujer, azorada.
—¿No dijo cómo se llamaba? —indagó
el señor Palacios, muy alterado.
La mujer
asintió, asustada.
—Sí, recuerdo su nombre. Blas...
Blas Teodoro.
—¡Estúpida! —bramó el señor Palacios. Las pocas personas civiles que
se encontraban en el hall del hospital le miraron, alarmadas— ¿Cómo se le
ocurrió pasarle la llamada de ese indocumentado? ¿Escuchó la conversación, sabe
lo que le dijo?
Los ojos de la administrativa se llenaron de lágrimas. Su miedo iba aumentando. Pensó en sus hijos, en su esposo, y solo deseó estar de nuevo con ellos en su hogar.
—No escuché nada —aseguró con un
hilo de voz—. Pero sí me di cuenta que ella parecía no encontrarse muy bien
cuando colgó el teléfono, parecía trastornada.
Jaime Palacios
lanzó una mirada fulminante a Arturo Corona.
—Serénate —le susurró el dictador
de Kavana—. Esperemos a que localicen al taxista. Él nos dirá dónde la ha
llevado.
Ambos hombres se
distanciaron de la administrativa para que no pudiera oírles.
—No me pidas que me serene. El
desbaratado de tu hijo se ha pasado de la raya.
—Blas no le haría ningún daño a
Helena, y lo sabes bien.
—¡Yo no sé nada! Le hiciste creer
que Nico no es su hijo. ¿Qué le ha podido decir para que mi hija coja un taxi?
Y, ¿dónde está ese maldito taxista?
—No tardarán en localizarlo.
Tranquilízate.
—No me vuelvas a pedir tranquilidad ni nada que se le parezca. Una hija
es sagrada para un padre. Voy a llamarla.
Jaime Palacios
esperó impaciente que Helena respondiera, pero eso no sucedió.
Arturo Corona
llamó a Blas, tampoco obtuvo respuesta.
Los dos hombres
más poderosos de Kavana caminaron hacia la puerta principal, furiosos y
enardecidos.
—Llama a Emilia —se le ocurrió a
Jaime Palacios.
Arturo Corona
llamó a la señora Sales, tampoco contestó.
∎∎∎
Elisa volvió a sollozar.
Álvaro Artiach
se comportó como un buen anfitrión, recibió a Helena con una enorme sonrisa que
contrastó con su ridícula dentadura ya que sus dientes eran muy diminutos.
Sin embargo,
nada más era insignificante o pequeño en este individuo. Álvaro Artiach era de
complexión fortachona, su pelo rapado y la cabeza de la serpiente que asomaba a
su cuello le otorgaban un aspecto realmente siniestro.
Helena recordó
la primera regla básica: no mostrar miedo.
Y sonrió. Su
sonrisa provocó extrañeza y cierto desarme en el hombre que la estaba devorando
con su mirada azul desbordada de lujuria.
—Bienvenida, Helena Palacios, es un
placer conocerte personalmente. No imaginas cuánto me ha hablado Blas de ti.
—Entonces tengo que suponer que
tendrá muy mala opinión sobre mí.
—¿Por qué has venido? —le increpó Blas, desesperado—
¿Por qué has tenido que venir? ¿Nunca puedes hacer algo bien?
Helena no le
miró, siguió mirando a Álvaro Artiach, y aunque ya era muy consciente
de la sinuosa situación laberíntica en la que se hallaban tuvo arrestos para contestar que
no se hubiera perdido esa fiesta por nada del mundo.
Álvaro Artiach
estalló en una de sus desagradables carcajadas. Helena vio temblar a Elisa, y a
Blas forcejear intentando desprenderse de las cuerdas que sujetaban sus manos y
pies.
El móvil de
Helena sonó.
—¡No contestes! —le ordenó Álvaro Artiach abandonando su oscura
risotada en el acto— ¿Crees de verdad que has venido a una fiesta? No, no lo
crees, no eres tonta. Eres una gata valiente, y eso me encanta y me excita.
El móvil de Blas
sonó.
—¡Deja que se vayan todos! —le
pidió a Álvaro— Te daré toda mi fortuna, absolutamente toda, y no te
perseguiré. Lo juro.
—Quítate el abrigo —le dijo Álvaro
a Helena ignorando a Blas—, aquí no hace frío.
—Yo no tengo calor —se opuso
Helena.
El móvil de la
señora Sales sonó, pero por supuesto ella sabía que sería una locura intentar
contestar a la llamada.
—¡Quítate el abrigo! —chilló Älvaro Artiach, alterado, y apuntó con
su revólver a Blas— ¿Quieres que dispare?
Helena no dudó,
y se quitó el abrigo.
—Bien, eso está mejor —sonrió Álvaro,
y dejó de apuntar a Blas—. La gatita valiente también es obediente. Tienes unas
bonitas piernas, unas buenas tetas, cintura de avispa y unas buenas caderas. ¡Cuánto placer me
vas a dar! ¿Sabes en qué va a consistir esta fiesta? Vamos a cabalgar juntos,
delante de Blas, desenfrenados. Luego te mataré, y luego mataré a Blas y a
todos. ¿Te gusta mi fiestecita? ¿Te gustan mis planes?
Elisa volvió a sollozar.
—¡No quiero morir, no quiero morir!
—exclamó. aterrorizada.
Helena pensó que
era ella quien iba a morir de vergüenza si aquel repugnante individuo le ponía
una mano encima estando presente Blas. Pero muy pronto dejó de pensar, y se cubrió la boca con una mano creyendo que iba a vomitar cuando un disparo
certero en la frente de Elisa Rey acabó con su llanto, y con su terror. También
con su vida.
—¡Estaba harto de esa llorona!
—aseguró Álvaro Artiach, complacido.
—¡MISERABLE! —gritó Blas— ¡ASESINO
MISERABLE! ¿CÓMO HAS PODIDO?
—¡Cállate o te mato a ti también!
—¡NO! —exclamó Helena sin saber como pudo hablar. Nunca podría olvidar la expresión del rostro de Elisa ni sus últimas palabras. No quería morir, y ya estaba muerta— Primero tenemos
que cabalgar... desenfrenados. Ese era su plan, y me gusta. Y estoy de acuerdo con usted, será más divertido si Blas lo presencia.
Las carcajadas
de Álvaro Artiach retornaron al salón.
∎∎∎
El taxista que
había llevado a Helena a casa de Blas regresó al aparcamiento del hospital. Tal
vez volviera a tener la suerte de que subiera a su coche otro cliente tan
espléndido como la extraña y silenciosa mujer morena.
Los soldados lo
reconocieron de inmediato y lo condujeron, entre empujones, ante Arturo Corona
y Jaime Palacios.
El atribulado
hombre enseguida les dio la dirección que querían saber.
Arturo Corona,
Jaime Palacios, y dos soldados subieron a un coche oficial que salió disparado
como un cohete hacia la avenida Presidencial. Un cohete que no iba a respetar ninguna señal de tráfico.
—Emilia nos ha debido traicionar, y
debe estar contándoles toda la verdad —auguró Arturo Corona—. No cabe otra
explicación.
—Toda la verdad es imposible. Hay algo que Emilia nunca contaría, y hay algo que no sabe —refutó Jaime Palacios.
—Toda la verdad es imposible. Hay algo que Emilia nunca contaría, y hay algo que no sabe —refutó Jaime Palacios.
—¿A qué te refieres?
—Todos tenemos algún
secreto. Arturo. Y para que sigan siéndolo no se deben contar.
∎∎∎
La maldad de
Álvaro Artiach no era una excepción y, como todas las maldades, desconocía
límites y fronteras.
El hombre, con
aspecto de gorila, quiso regocijarse antes de llevar a cabo su macabro plan.
Le confesó a
Blas que él le había robado y la suerte que corrieron Benito Sierra, y su hija,
Rocio.
También le contó
como, entre Alfredo Soriano e Ismael Cuesta, obligaron a Lucas a clavarle la
navaja a Nicolás. Seguidamente le explicó lo bien que se lo había pasado con
Patricia.
Para concluir se
regodeó sugiriendo jugar a la ruleta rusa con Blas. Imaginaba la reacción de
Helena y no se equivocó. Helena dijo que ya estaban perdiendo demasiado tiempo,
que ya debían cabalgar. Y comenzó a desabrochar los botones de su blusa lentamente.
La señora Sales
cerró los ojos, no quería ver aquel horror. Las lágrimas bañaban su rostro.
Blas estaba
haciendo tanta fuerza para liberarse de las cuerdas que sus muñecas y tobillos
sangraban.
Álvaro Artiach,
como todo facineroso, cometió un error de capital importancia... su error fue
perder el tiempo torturando a sus víctimas.
Y cuando Helena
desabrochaba el último botón de su blusa, Arturo Corona, Jaime Palacios y dos soldados
entraron en el salón.
—¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ? —aullaron al unísono dos padres,
descontrolados. Dos salvajes lobos feroces.
Había un tercer lobo en este salón, todavía amarrado, muy salvaje y muy feroz. Un lobo muy herido, ansioso por cumplir el juramento de matar al que un día fue su amigo... al gorila con la cabeza de serpiente tatuada en el cuello.
Págs. 1139-1147
Próxima publicación... un jueves de octubre
En esta última etapa de la novela recordaremos alguna canción que ya publiqué... Hoy la elegida es "Blanco y Negro" de Malú
Había un tercer lobo en este salón, todavía amarrado, muy salvaje y muy feroz. Un lobo muy herido, ansioso por cumplir el juramento de matar al que un día fue su amigo... al gorila con la cabeza de serpiente tatuada en el cuello.
Págs. 1139-1147
Próxima publicación... un jueves de octubre
En esta última etapa de la novela recordaremos alguna canción que ya publiqué... Hoy la elegida es "Blanco y Negro" de Malú
Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios, es una alegría estar de nuevo con vosotros... espero que hayáis pasado unos meses agradables
Creo que Ginger ha presentado bien esta última parte ;-) Incluso os ha dicho como acaba ;-)
Yo no os lo voy a decir... Todo lo contrario, intentaré no daros ninguna pista sobre lo que va a suceder... Prometo lograrlo, y las promesas las cumplo
Si alguien no entiende o no recuerda algo... solo tiene que decírmelo
Por ser la última parte, únicamente os avisaré de la llegada del último capítulo
Y, bueno, con la lectura de este capítulo ya ha comenzado el desenlace, ya estamos rumbo hacia el último puerto... Feliz travesía, Feliz lectura
Mela