CAPÍTULO 122
NICOLÁS PROMETE
GUARDAR UN SECRETO
E
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l señor Teodoro notó, sintió la niebla densa
que se había colado y crecido en el vestíbulo. Una niebla oscura que era miedo,
que era confusión.
Pero a pesar del ambiente hostil y nebuloso,
pudo ver una luz clara, brillante y real. Allí, en el vestíbulo, estaba Helena.
Esa era la fuerza que él necesitaba y la iba a utilizar.
—Nico, por favor, ve a mi despacho —pidió a su hijo—. Tengo que hablar contigo.
—No tengo ganas de hablar —respondió el chiquillo, malhumorado.
—Nico, por favor.
—¿Qué
pretende? —gritó, alterado,
el señor Ismael Cuesta— ¿Quiere tomarnos el pelo? ¡Lea lo que dice la hoja! ¡Y luego enciérrese en su despacho con su
hijo las horas que quiera! ¡Más
tranquilos estaremos todos!
—Relájese, señor Cuesta —le aconsejó Blas sin levantar la voz más de lo preciso—. Está usted amargado, ¿no se ha dado cuenta de que hoy es un día
maravilloso? Mañana lo será también, y el viernes, el más
maravilloso de los tres.El profesor de matemáticas no podía creer lo que terminaba de escuchar; en realidad nadie podía creerlo incluido Nicolás. Helena Palacios se giró de inmediato al mismo tiempo que con la mano derecha cubría sus labios procurando silenciar una nueva risa.
—Va a ser verdad que está usted desquiciado —declaró el señor Cuesta aunque seguía
sorprendido.
—¡El
desquiciado es usted! —chilló Nicolás,
embravecido.
Demasiada manía le tenía a aquel hombre como
para consentir que insultara a su padre.
Los ojos del hombre fueron cuchillos que se
clavaron en el muchacho destilando un odio feroz.
Ni Blas ni Helena vieron esa mirada; ella se
había dado la vuelta y él contemplaba su espalda.
De haber visto esa mirada, de haber sido
testigos, los dos hubieran sabido que Nicolás estaba en peligro.
El señor Teodoro entendió que había llegado
demasiado lejos y que debía inventar una excusa que encubriera sus últimas
palabras.
—No estoy tan desquiciado como cree, señor
Cuesta —manifestó—. Ayer fui al entierro de un amigo y he
llegado a la conclusión que cada día nuevo que tenemos es un regalo
maravilloso.
Nico, ve a mi despacho y espérame allí. No me
lo hagas volver a repetir —añadió.
Esta vez el muchacho obedeció y, con semblante
sombrío, se dirigió al despacho. Helena Palacios creyó el pretexto dado por Blas para justificar su extraña conducta y lamentó el fallecimiento de su amigo, pero no podía ofrecerle consuelo a Blas. Hay cosas que ella no podía hacer, que no debía hacer.
Escuchó como Blas explicaba que al día
siguiente se colocaría un arco de seguridad en la puerta principal del
instituto; y que el viernes, profesores, y alumnos de primero y segundo
pasarían por el detector de metales.
Don Arturo Corona y Don Jaime Palacios
llegarían a las ocho y se marcharían a las doce.
Profesores y alumnos debían acudir a las
nueve. Él era el único que, como director de Llave de Honor, debía presentarse
a las ocho.
Los alumnos de tercero y cuarto tendrían
fiesta ese día, y la ciudad de Aránzazu sería tomada por militares y policías.
El señor Eduardo Cardo volvió a agobiarse.
—¿Y sigue pensando usted que solo debemos
ensayar mañana? —preguntó, muy
nervioso.
—¡Por el amor de Dios, señor Cardo! —exclamó el señor Teodoro, impaciente— Solo tenemos que ir al salón de actos,
sentarnos, y escuchar lo que tengan que decir Don Arturo Corona y Don Jaime
Palacios. ¿Qué ensayo necesita?
Mañana todos recibirán una autorización para
salir de sus casas el viernes —prosiguió el
señor Teodoro—, la asistencia es obligatoria.
El resto de ciudadanos no
podrá salir, a no ser por una emergencia médica. La ciudad de Aránzazu
recuperará su normalidad en cuanto se marchen Don Arturo Corona y Don Jaime
Palacios. Todo habrá acabado a las doce.
Y ahora, señor Ortiz, haga
el favor de hacer sonar el timbre. Los alumnos deben entrar y comenzar las
clases.
Amadeo Ortiz, padrastro de
Bibiana, procedió a ejecutar la orden recibida. Y Blas se marchó hacia su
despacho.
—Tú no vas a poder pasar el arco de seguridad —susurró
Paula a Helena—, detectará el aparato que llevas en el paladar.
—Algo se me ocurrirá.
—La mejor ocurrencia sería que no
vinieras. Pide a un médico que te haga un justificante diciendo que estás
enferma —aconsejó Paula.
—Como que hay día y noche, el
viernes estaré aquí —afirmó Helena, rotunda.
Y Paula de nuevo se sintió aliviada por haberle
contado al señor Teodoro quién era Mikaela.
Cuando Blas entró en su despacho encontró a
Nicolás paseando de un lado a otro con semblante encendido.
—¡No voy a escuchar ningún sermón tuyo! —aseguró el chiquillo en cuanto su padre cerró
la puerta— He discutido con Nat, pero no pienso decirte
por qué hemos discutido. ¡No seas tan cotilla!
—Nico, ¿puedes serenarte un poco? No tengo intención de sermonearte —contestó el señor Teodoro intentando apaciguar al muchacho—. Hay algo muy importante que quiero que
sepas, tienes derecho a saberlo.
—¿Qué es lo que tengo derecho a saber? —interrogó Nicolás, confuso.
—Primero es imprescindible que me prometas que
no le dirás a nadie lo que te voy a contar. Absolutamente a nadie. Ni a Nat, ni
a Bibi, ni a tu abuela, ni a esa profesora que te cae tan bien; Mikaela.
Absolutamente a nadie. ¿Puedes prometerme esto?
—Claro que puedo prometerlo. ¿Qué pasa? —indagó el niño con cierto recelo.
—Recuerdo que cuando te dije que yo era tu
padre te enfadaste mucho por habértelo ocultado durante años —comenzó a explicar Blas. Nicolás seguía cada
una de sus palabras con mucha atención—. No quiero que el viernes vuelvas a
enfadarte.
He encontrado a tu madre, Nico. Y el viernes
te la presentaré. Vas a verla, hijo.
Fue tal la impresión que Nicolás no reaccionó de inmediato, se quedó mirando a su padre sin pronunciar palabra, consciente de que por mucho tiempo que pasara nunca olvidaría aquel momento.
Y luchó como el coloso y el valiente, que
creía debía ser, impidiendo que lágrimas delatoras de sentimientos inundaran
sus ojos.
—¿No vas a decirme nada? —preguntó Blas.
—¿Estás seguro de que la has encontrado?
—Absolutamente seguro —afirmó el señor Teodoro.
—¿Dónde está? ¿Vamos a raptarla?
El señor Teodoro no pudo evitar sonreír.
—Calma, Nico. Primero te la presentaré, luego
hablaré con ella, y por último decidiré que hago.
Nicolás recordó las palabras de Marcos.
—¿Y si está casada, qué hacemos si está casada?
¿Y si tiene hijos? —preguntó,
nervioso.
Una sombra invadió la mirada de Blas.
—Nico, los obstáculos se saltan cuando se
presentan.
De todos modos, no creo que esa lunática esté
casada. Ni creo que tenga hijos; ella no quería tener hijos. Y no creo que haya
cambiado, estoy seguro de que sigue siendo la misma. Tu madre pertenece a un
grupo de personas que no cambia.
Nicolás se fue del despacho después de abrazar
a su padre y desearle mucha suerte, desearle que todo saliera bien, no quería
verle sufrir. Blas le aseguró que él era un hombre feliz, que siempre lo había
sido a pesar de la ausencia de Helena. Porque cuando miraba al sol, ese sol era
el mismo sol que ella veía por muy lejos que estuviera. Lo mismo sucedía con la
luna y con el cielo; ese trozo de cielo que él contemplaba tantos días era el mismo cielo que los ojos de Helena seguro miraban más de una vez. Y qué decir de los paisajes, hay muchísimos parajes que se parecen, casi idénticos
como dos hermanos gemelos.
A la hora del recreo, el tutor de Natalia le
recordó que debía presentarse en el aula de segundo D por orden del director.
—¿Quieres que vaya contigo? —le preguntó Bibiana.
—Claro que no, Bibi. Sal a despejarte, tú que
puedes.
—No vuelvas a discutir con Nico —le recomendó Bibiana—. Haz las paces con él, y pídele perdón por la
bofetada que le has dado esta mañana.
—¡No pienso pedirle perdón! —se obstinó Natalia mientras sus ojos color
avellana relampagueaban— Y no te
preocupes por la bofetada, preocúpate por mi mano. Él tiene la cara muy dura.
Bibiana observó como su amiga cogía un álbum
de formato alargado y cubierta forrada en color blanco con realces en lila.
A continuación, la acompañó hasta el aula de
Nicolás.
A través del cristal, Natalia vio al muchacho
y a “Mikaela” conversando amistosamente.
La niña abrió la puerta con extremada
violencia y, con la misma violencia, la cerró.
Tanto Helena como Nicolás dejaron su charla y
miraron a la chiquilla.
—¡Necesito hablar con Lucas! —fueron las palabras que gritó Natalia como
saludo.
—Eso no puede ser, por lo menos hoy —repuso Nicolás, nervioso. ¿Es que Natalia no se daba cuenta de que
“Mikaela” estaba allí?—. Lucas no ha
venido.
—¡No me extraña! —exclamó la niña— Todo encaja. ¡No quieren que hablemos
con Lucas! A lo mejor, también él está en peligro.
—¿En peligro? —repitió Helena, escamada— ¿De qué hablas, Nat?
—¡Nat es una exagerada! No ha querido decir lo
que ha dicho —se precipitó a
explicar Nicolás pensando en cuánto le gustaría amordazar a la muchacha.
Helena Palacios tuvo la impresión de que su
hijo no estaba siendo sincero.
—Si tenéis algún problema, podéis confiar en mí
—declaró—. Trataré de ayudaros.
—¿Juras que te cuente lo que te cuente no se lo
dirás a Blas? —preguntó Natalia
sintiendo la tibieza de un rayito de esperanza. Aquella profesora era diferente, incluso la llamaba por su diminutivo.
—Por supuesto que no le diré nada —aseguró Helena Palacios.
Natalia, animada, iba a hablar. Pero Nicolás
resopló, poco convencido, y estalló.
—¡Cállate,
Nat! ¡Ese cerdo casi dispara a mi padre y lo mata! ¿Es que quieres que lo acabe matando?
Tras las palabras de Nicolás, Helena sintió
que se mareaba, y que una tormenta
demasiado fuerte se desataba en su interior.
—¿De qué cerdo hablas, Nico? —logró preguntar— ¿Quién fue el que casi dispara a tu padre?
Nicolás no pudo contestarle porque, en aquel
momento, el señor Teodoro entró en el aula con una bolsa donde llevaba unos
pequeños y deliciosos bocadillos, unos paquetes de rosquilletas, y botellas de
medio litro de agua.
—Traigo almuerzo para todos —anunció—, espero que tengáis apetito.
Tres pares de ojos le miraron alarmados. Blas
atribuyó esta alarma a las gafas oscuras que se había colocado y que él mismo
había ido a comprar a una óptica cercana al instituto.
Págs. 964-972
Hoy dejo una canción de Melendi... "Tu jardín con enanitos"
Próxima publicación... jueves, 14 de enero
Las miradas son habladoras, bastante más que las
palabras. Las miradas cuentan secretos que las palabras pueden ocultar o
deformar.
Y Blas no estaba dispuesto a permitir que su mirada
le contara a Helena que sabía quien era.
Para eso, ya llegaría el viernes.
Págs. 964-972
Hoy dejo una canción de Melendi... "Tu jardín con enanitos"
Próxima publicación... jueves, 14 de enero
Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios... este capítulo que habéis leído es el último que publico en 2015
Por lo tanto, quiero desearos una Muy Feliz Navidad... y una muy buena entrada en 2016
Mela