CAPÍTULO 119
NOTICIAS DE PATRICIA
N
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icolás anduvo a paso ligero, sin pisar el césped,
por uno de los caminos empedrados del jardín. Se había levantado
un airecillo tenue pero era tan frío que le heló la cara.
La primera glorieta estaba situada a unos metros de
la nave donde guardaban los coches, tenía forma circular con tejado y miradores
acristalados. El chiquillo subió cinco peldaños, empujó la puerta y accedió al
habitáculo. Aquello era como otra habitación de juegos, el suelo se hallaba abrigado con una alfombra de lana gruesa y tupida. Nicolás colgó su cazadora en
el respaldo de una silla y se dejó caer en un sofá, mirando el cielo. En otro
momento, con esta postura se hubiese relajado pero, en esta ocasión, estaba
demasiado agobiado. Pensaba en el señor Ismael Cuesta y no entendía cómo sabía
que él y Natalia habían estado escondidos en la sala de profesores y que habían
escapado por una de las ventanas.
Inesperadamente la puerta de la glorieta se abrió, y
alguien entró. Nicolás levantó la cabeza e incorporándose en el sofá, vio a
Marcos.
—Hola —saludó el hijo menor de Matías—, te he visto venir hacia aquí y quería hablar contigo. Estoy
dispuesto a mantener mi palabra y abrirte la puerta de la calle siempre que
quieras, pero si tu padre te descubre tendrás que decirle que aprovechaste un
descuido. Tu padre no puede enterarse de que yo te ayudo a salir sin su
permiso. Se me caería el pelo, ¿estás de acuerdo?
—Sí, claro, estoy de acuerdo —respondió Nicolás.
—¿Puedes confiar en tus amigas?
—Nat y Bibi no le dirán nada a mi padre, tranquilo.
—¿Quieres estar solo o prefieres que me quede?
—Bueno, no me vendría mal un poco de compañía.
Marcos se sentó al lado de Nicolás. Solamente tenía
un año más que él; sin embargo parecía mayor. Las experiencias de Marcos nada
tenían que ver con las experiencias de Nicolás y, por tanto, Marcos era más
maduro, responsable y cabal. También sus semblantes eran distintos; Nicolás
tenía cara de niño; por el contrario, las facciones de Marcos se ajustaban más
a un joven que a un adolescente.
—¿Quieres que juguemos a una partida de cartas? —propuso Nicolás.
—Me parece bien.
La partida de cartas se alargó y ambos muchachos
estaban tan enfrascados en el juego que no vieron llegar el coche del señor
Teodoro ni tampoco vieron al señor Hernández correr hasta la nave para recibir
a su patrón. Después de intercambiar saludos y algunas palabras, los dos
hombres se dirigieron a la glorieta. El señor Teodoro entró en primer lugar.
Los niños continuaban jugando, ajenos al mundo.
—Hola, muy buenas —saludó el señor Teodoro, con cierto retintín,
acercándose. Nicolás y Marcos lo miraron, sorprendidos. ¡El tiempo había pasado volando!—. Siento interrumpiros, por lo visto estáis muy
entusiasmados con las cartas pero es que es hora de comer…
Nicolás miró a su padre con desconfianza, recelaba
de su aparente afabilidad.
—Buenas tardes —dijo Marcos, precipitadamente, poniéndose de
pie.
Nicolás también se levantó, su padre no le quitaba
la vista de encima.
—¿No vas a decirme nada? —le preguntó amistosamente.
—Es que… —empezó a decir el niño.
—¡Es que nada! —atajó el señor Teodoro, convertido en fiera— ¡No hay excusa que te valga, Nico! ¡Tú y Nat sois dos desobedientes!
¡Y ninguno de los dos va a salir al patio lo que queda de semana! ¡Y ahora a
comer!
Tú también tendrás que ir a comer, ¿no, Marcos? —añadió en tono más pacífico.
—Por supuesto que sí —respondió el señor Hernández al mismo tiempo
que su hijo asentía.
La señora Sales aprovechó el enfado del señor Teodoro para poner más verdura y pescado en el plato de su nieto. En otras circunstancias el niño hubiese protestado enérgicamente pero viendo el semblante hosco del señor Teodoro se limitó a suspirar, resignado.
Lo que ignoraban Nicolás y la señora Sales es que el gesto hosco de Blas era un gesto falso y forzado. En realidad solo tenía ganas de silbar, cantar, saltar... Sí, hacía mucho tiempo que ni silbaba, ni cantaba, ni saltaba... y quería volver a hacerlo, deseaba volver a hacerlo.
Pero ni su madre ni su hijo hubiesen entendido semejante actitud y no quería levantar sospechas. Pronto, muy pronto, su hijo sabría que había encontrado a Helena, pero todavía no. El viernes, sin falta, lo sabría. El viernes, después de la visita de Don Arturo Corona y Don Jaime Palacios le presentaría a su madre. El viernes terminaría el juego de Mikaela.
Y Blas se excitaba solo de pensarlo y tenía que disimular... y se sentía culpable de ser tan feliz el día que tenía que asistir al entierro del bueno de Tobías, pero no podía evitarlo, era el hombre más feliz y dichoso de la Tierra.
Después de comer, se reunió con su hijo en el despacho y
además de los deberes que él llevaba le puso unos cuantos más.
—¡Voy a pasarme casi toda la tarde estudiando! —exclamó Nicolás, apesadumbrado.
—Haberlo pensado antes de lanzarte por la ventana —le dijo el señor Teodoro sin hacer caso de sus
lamentaciones—. Ahora vete a tu habitación y duerme un rato. La
yaya y yo tenemos que ir al entierro de Tobías. Espero que Matías no tenga
ninguna queja sobre ti a mi regreso.
Nicolás estuvo atento y cuando tuvo muy claro que su
padre y su abuela se habían marchado salió de la habitación y se encaminó al
despacho. No tenía intención de perder un tiempo precioso haciendo la siesta
teniendo por delante tantos deberes. No llevaba mucho rato leyendo y
escribiendo cuando tomó la firme determinación de únicamente hacer los
ejercicios que tenía para el día siguiente. De
ninguna manera haría los deberes que le había añadido su padre.
No hacía ni un mes que desobedecer al señor Teodoro
le causaba un gran malestar; ahora todo era diferente. El señor Teodoro no era su tutor, era su padre. No iba a cansarse de
él, no iba a dejarlo por muchas veces que le desobedeciera.
Sonrió mirando una foto suya que el señor Teodoro
tenía sobre el escritorio. Su padre lo
quería y, a pesar de que se enfadaba bastante, siempre iba a perdonarle los
fallos que cometiera.
Nicolás se sentía poderoso y seguro. Evocó las
muchas noches que el señor Teodoro creía que dormía y entraba en su cuarto para
darle un beso en la frente o acariciarle el cabello, y lo observaba durante un minuto
o tal vez dos, con infinita ternura.
Marcos entró en el despacho y encontró a Nicolás sonriendo con la mirada perdida.
Marcos entró en el despacho y encontró a Nicolás sonriendo con la mirada perdida.
—Tu padre ha dicho que estabas haciendo la siesta pero ya me imaginaba
que tú de dormir nada —declaró a modo de saludo—. ¿Tienes mucho trabajo? Siento no poder ayudarte. De estudios
secundarios no tengo ni idea y de primarios poca, no creas.
—Aún me queda trabajo, desde luego —resopló Nicolás—. Y tengo que terminarlo antes de que vuelva
mi padre. ¿Ha dicho cuándo iba a volver?
Marcos pensó unos segundos.
—Ha dicho que no creía que volviera más tarde de las ocho.
El muchacho se quedó con Nicolás, a este le agradó
no estar solo. Prontamente se enzarzaron en una amena conversación que no se
interrumpió hasta que Prudencia entró en el despacho para anunciar que la
merienda estaba preparada en la cocina. Nicolás se levantó de un salto y,
definitivamente, dejó olvidados libros y libretas. Invitó a Marcos a merendar y el muchacho no pudo negarse porque se le hizo la boca agua en cuanto vio la bandeja de
churros recién fritos y la jarra con chocolate espeso que emanaba un aroma
cautivador. En otra bandeja había pasteles rebosantes de nata, unos; de crema,
otros.
—No vamos a poder comer tanto —dijo Marcos, relamiéndose—. Si comemos tanto no podremos volver a comer
hasta dentro de un año.
—Pues yo tengo que cenar esta noche o mi padre y mi abuela me harán el
haraquiri —bromeó Nicolás.
Prudencia observó, complacida, cómo los niños
servían chocolate en sendos tazones y comenzaban a degustar los
churros, mojándolos primero en el oscuro dulce.
—Tenga cuidado y no vaya a empacharse —recomendó a Nicolás—, su abuela me ha pedido que lo vigile.
—¡Usted no va a vigilar a nadie, madre! —gritó Marcos, sobresaltando a la mujer— ¡Váyase de la cocina y déjenos solos!
Prudencia obedeció sin rechistar; Nicolás miró,
atónito, al chico encolerizado, sintiéndose muy incómodo.
—¿Cómo puedes gritar de esa forma a tu madre?
—En mi casa mandamos los hombres.
—En mi casa también manda mi padre, pero siempre me ha enseñado a
respetar a las mujeres y nunca le he oído hablar a mi abuela como tú le has
hablado a tu madre.
—Tu padre es raro. Es diferente. No parece un hombre de Kavana.
Nicolás iba a decir algo, pero la llegada de Natalia
le hizo cambiar de opinión.
—Hola —saludó la chiquilla—, hace un aire terrible. He venido con taxi por miedo a salir volando.
El taxista ha tenido que esforzarse para que el viento no arrancara la puerta
del coche.
—¿Has merendado? —preguntó Nicolás.
Como respuesta, Natalia cogió un churro, lo bañó en
el tazón del niño y se lo introdujo en la boca.
Marcos observó la maniobra y luego apartó la vista
no queriendo que Natalia lo pillara mirándola.
—¿Y Bibi? —volvió a preguntar Nicolás.
—No ha podido venir. Tenía que ayudar a su madre en casa. ¡Esa mujer es odiosa! Se carga de hijos y
pretende esclavizar a Bibi por ser la chica. ¡Y sus hermanos no hacen nada de
nada! ¿Dónde están Blas y Emilia? —indagó la niña, cambiando de tema.
—Han ido al entierro de Tobías.
—Pues Elisa no ha ido —refunfuñó Natalia, malhumorada. Había
mantenido la esperanza de que el señor Teodoro y su tía se vieran en el sepelio
e hiciesen las paces—. ¿Te ha reñido mucho Blas? —se interesó a continuación.
—Un poco —contestó Nicolás—, ha dicho que vamos a quedarnos sin patio el resto de la semana.
Y que sepas que el señor Cuesta sabía que estábamos en
la sala de profesores y que saltamos por la ventana. Se lo ha dicho a mi padre.
Todo lo que habló por teléfono debió hacerlo a propósito para asustarnos.
Natalia arqueó las cejas y meditó un momento al
tiempo que miraba a Marcos con suspicacia. El muchacho captó la mirada.
—Si queréis hablar a solas, me marcho —dijo de inmediato.
—No es necesario —manifestó Nicolás—, me fío de ti.
Natalia bufó, impaciente.
—¡Tú te fías enseguida de la gente! —se mofó, enfadada— No hace mucho te fiaste de
Benito Sierra y de su hija, por poner un ejemplo.
—Marcos
es amigo mío —declaró Nicolás. solemne.
—¡Qué
rápido haces amigos! —volvió a mofarse la niña— ¡Bien, idiota! —exclamó con
ojos brillantes de furia— ¡Ya te
apañarás! Tengo que decirte algo importante y lo haré delante de tu nuevo
amigo.
Paddy me ha llamado al móvil con un número
oculto. Me ha dicho que se encuentra de maravilla y que nadie la retiene a la
fuerza. Que no tiene intención de volver por el momento, y que tal vez decida
no volver nunca.
—Bueno, esa es una buena noticia —dijo Nicolás cuando Natalia hizo una pausa—. Eso
demuestra que Paddy es una insensata, pero nadie le ha hecho daño ni
se lo va a hacer.
—¡Y tú eres un cabeza de chorlito! —chilló
Natalia, muy enojada— No he terminado de hablar, espera a que termine para
sacar conclusiones. Cuando me ha llamado me ha dicho que era Patricia y me ha
llamado Natalia. Estoy segura de que alguien estaba a su lado amenazándola. Y
por eso no me ha dicho que era Paddy ni me ha llamado Nat. Ha querido hacerme
una señal. Respecto a lo del señor Cuesta, pienso que alguien ha debido vernos
saltar desde la ventana de la sala de profesores y se lo ha contado a él o él
mismo nos ha visto. Entonces ha sabido que habíamos oído su conversación. Por
ese motivo han obligado a Paddy a llamarme, para despistarnos. Paddy
desapareció en “Paraíso” y esta discoteca pertenece a Álvaro y al señor Cuesta.
Ellos deben estar detrás de la desaparición de Paddy. Todo encaja.
Natalia dejó de hablar y miró a Nicolás y a
Marcos, muy excitada.
Los dos muchachos la observaban con una
expresión que a la niña no le gustó un ápice.
—¿Qué
pasa, Nico? ¿No me crees?
—Creo
que ves muchas películas y que tienes mucha imaginación.
La respuesta de Nicolás tuvo el mismo efecto
que una dolorosa bofetada. Los ojos color avellana de Natalia se llenaron de
lágrimas.
—Y
yo creo que a ti no te interesa creerme —acusó la chiquilla haciendo un gran
esfuerzo por no llorar de rabia y de impotencia—. No quieres problemas, quieres
vivir tranquilamente. ¡Y Paddy te importa
un comino!
—No
tienes ninguna prueba de lo que has dicho —intervino Marcos, defendiendo a
Nicolás—, todo son suposiciones tuyas.
Natalia se secó los ojos y lo miró con rencor.
Seguidamente, manteniendo la cabeza muy erguida, salió con dignidad de la cocina. El
viento seguía soplando fuerte; la niña llamó un taxi que no tardó en
llegar. El señor Hernández se sorprendió de su marcha tan repentina y escrutó
su rostro con curiosidad.
A Nicolás se le fueron las ganas de seguir
merendando, no le sucedió lo mismo a Marcos que cogió otro pastel repleto de
nata.
—No
deberías dejar que Natalia te hable de esa forma —dijo con la boca llena—.
¡Estás en tu casa! ¡Además ella es una chica!
—Ya sé que es una chica, y un día me casaré con ella y será mi mujer. Es otra lunática como mi madre —declaró Nicolás con absoluta seguridad.
—¿Dónde está tu madre? —preguntó Marcos.
—¿Dónde está tu madre? —preguntó Marcos.
—No lo sé. Se fue cuando yo tenía tres años, pero mi padre la encontrará y la raptaremos.
—¿Estás seguro de que tu padre hará eso?
—Sí.
—Mi padre dice que tus padres nunca se casaron. ¿Y si tu madre se ha casado con otro? ¿Y si tiene otros hijos?
Un nubarrón muy oscuro se formó y creció en el horizonte de Nicolás.
—¡Te he dicho que mi padre la encontrará y la raptaremos! —gritó, exaltado.
Y Marcos decidió no seguir hablando sobre Helena Palacios.
Págs. 939-947
Hoy dejo una canción de Malú y Leonel García... "Cuando digo tu nombre"
Próxima publicación... jueves, 15 de octubre
—¿Estás seguro de que tu padre hará eso?
—Sí.
—Mi padre dice que tus padres nunca se casaron. ¿Y si tu madre se ha casado con otro? ¿Y si tiene otros hijos?
Un nubarrón muy oscuro se formó y creció en el horizonte de Nicolás.
—¡Te he dicho que mi padre la encontrará y la raptaremos! —gritó, exaltado.
Y Marcos decidió no seguir hablando sobre Helena Palacios.
Págs. 939-947
Hoy dejo una canción de Malú y Leonel García... "Cuando digo tu nombre"
Próxima publicación... jueves, 15 de octubre
Queridos lectores de El Clan Teodoro-Palacios... En primer lugar quiero deciros que espero hayáis pasado un buen verano y que me alegra estar de nuevo con vosotr@s
También tengo que deciros que por asuntos importantes que debo intentar resolver, solo voy a poder publicar un capítulo al mes
Mientras esta situación no cambie... pues no dejaré de publicar ni en Navidad, ni en Pascua, ni en los meses de verano
Creo que no voy a tener ningún problema con las personas que tenéis algún blog, os voy a dar menos trabajo ;-)
También es cierto que mi presencia en vuestros blogs va a ser menor
Y voy a confiar en la comprensión de las personas que no tenéis blog
Muchas gracias a tod@s, y un abrazo
Mela