CAPÍTULO 101
VAN PASANDO LOS DÍAS
D
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espués de la fiesta de cumpleaños de Patricia, la
semana transcurrió sin que apenas Nicolás se diera cuenta. Las horas y los días
pasaban veloces.
En plena estación de invierno el frío era
penetrante; viento, lluvia y niebla cortejaron mañanas, tardes o noches. Pero también el sol brilló en el cielo sin estar dispuesto a consentir ser
desplazado de un modo continuo por sus compañeros climáticos.
Nicolás comenzó a ser muy popular y admirado por los
alumnos de “Llave de Honor” debido a su magnífico juego en el campo de fútbol.
Por otra parte, el muchacho tenía un carácter
abierto y sociable y una simpatía espontánea que le facilitaba relacionarse y
hacer amistades.
No obstante, sus tradicionales amigos eran Natalia,
Bibiana, Leopoldo y Lucas. Unas tardes, unos; y otras tardes, otros, iban a su
casa y pasaban ratos divertidos.
Nicolás estaba encantado con las visitas de sus
amigos, y el señor Teodoro y la señora Sales no tenían nada que objetar siempre que el niño no pidiera salir a la calle.
Cuando llegó el momento de preguntar a su padre si le permitiría pasar unas
horas fuera de casa el viernes o el sábado por la noche, la respuesta del
hombre fue rotundamente negativa.
Natalia se enfadó bastante al enterarse de la
noticia.
—¡Era de esperar! —exclamó, furiosa— ¡Ya puedes espabilar, Nico, y conseguir que la semana próxima te deje
salir! O Bibi y yo utilizaremos la contraseña y entraremos solas en la
discoteca.
—Puede ser muy peligroso —le advirtió Nicolás, molesto—. Tendrían que acompañaros Leo y Lucas. Y también Marcos.
—¡Nada de eso! —replicó la jovencita— ¡Ellos no son nuestros amigos, son tus amigos! Si tú no consigues
venir, iremos solas Bibi y yo. Tienes otra semana para idear cómo convencer a
Blas.
"Mikaela Melero" se volcó en Nicolás y el niño terminó
dándose cuenta de que era el preferido de la profesora. No lograba entender el
proceder de la mujer puesto que sabía que su padre no era bien mirado por ella.
Por su parte, el señor Teodoro seguía sin tener
noticias de Benito Sierra y le resultaba imposible conectar con Elisa.
Una tarde pasó por su casa pero, bien la mujer no
estaba, o bien, no le quiso abrir la puerta. Lo cierto era que el extraño
comportamiento de Elisa tenía preocupado al joven.
Su estado de salud tampoco le daba alegrías ya que
la fiebre subsistía.
La
conducta de "Mikaela", de Ismael Cuesta, de Matías Hernández y de su hijo, Luis,
también llamaban la atención del señor Teodoro. Todos parecían haberse puesto de
acuerdo para evitarlo. Al señor Teodoro le era indiferente que el profesor de
matemáticas actuara de ese modo, pero le dolía el comportamiento del resto.
Sobre todo debía reconocer que le dolía el desaire de la bella profesora.
Quien no lo desatendía en ningún momento y lo seguía
a todas partes, incluso hasta resultar pesado, era el señor Ortiz que estaba
contentísimo con su nuevo trabajo.
Prudencia, la esposa de Matías; y Cruz, la esposa de
Luis, eran muy amables con el señor Teodoro en cuantas oportunidades se les
presentaran. Ambas eran conscientes de que gracias a la caballerosidad de su joven
patrón, sus esposos las trataban con mejores modales. Y este mismo motivo era
el responsable de que Matías y Luis estuviesen esquivos con el señor Teodoro
puesto que pensaban que él no tenía derecho a entremeterse en la intimidad de
su hogar.
En una ocasión el señor Teodoro abordó al señor
Hernández preguntándole si había algo que le hiciera sentirse molesto con él.
—De ninguna manera —mintió Matías—. Sé que anda muy ocupado con el instituto y considero que debe descansar
cuando llega a casa. Procuro solucionar los problemas que surgen por mi cuenta
con la gran ayuda de su señora madre.
El señor Teodoro asintió, aunque no se quedó muy
convencido con la explicación de su trabajador como tampoco se quedó convencido
con las palabras de "Mikaela" cuando, también, la abordó.
—¿Qué yo huyo de usted y lo evito? —se rió la joven, apareciendo los graciosos hoyuelos en sus mejillas— Tiene usted un serio problema, señor Teodoro, se cree el ombligo del
mundo. Jamás en mi vida he huido ni he evitado a nadie, no iba a empezar a
hacerlo ahora.
—Pues va a tener que disculparme, pero tengo que insistir en que creo que usted no quiere tropezarse conmigo.
—Ni quiero tropezarme con usted ni con nadie. Me desagradan los tropiezos.
Blas Teodoro no pudo evitar sonreír y su sonrisa desarmó un tanto a Helena y la hizo sentirse menos dueña de la situación.
—Ha tomado de un modo demasiado literal lo que le he dicho —dijo Blas sin que su sonrisa se apagara de sus ojos—. No me refiero a que usted y yo choquemos, me refiero a que usted me esquiva.
—Imaginaciones suyas y la imaginación es libre —replicó "Mikaela" haciendo un grandioso esfuerzo por mostrar una serenidad que no sentía—. Lo que ocurre es que soy insociable y antipática por naturaleza... con usted y con el resto del mundo. Y, si me disculpa, tengo asuntos importantes que requieren mi atención inmediata —añadió porque le urgía que aquella conversación finalizase.
—Por supuesto que la disculpo —aceptó el señor Teodoro, bastante confuso.
"Mikaela" se alejó y cuando estuvo muy segura de que la mirada de Blas ya no podía perseguirla; se detuvo y se apoyó en una pared, tenía la sensación de que sus piernas se negaban a continuar manteniéndola en pie.
Y por primera vez, desde que llegó a Aranzázu, fue consciente de que empezaba la cuenta atrás... y que quizás no estaba tan preparada como ella había creído, quizás no estaba preparada para lo que debía hacer. Y las dudas comenzaron a desatar una tormenta en su interior.
—Pues va a tener que disculparme, pero tengo que insistir en que creo que usted no quiere tropezarse conmigo.
—Ni quiero tropezarme con usted ni con nadie. Me desagradan los tropiezos.
Blas Teodoro no pudo evitar sonreír y su sonrisa desarmó un tanto a Helena y la hizo sentirse menos dueña de la situación.
—Ha tomado de un modo demasiado literal lo que le he dicho —dijo Blas sin que su sonrisa se apagara de sus ojos—. No me refiero a que usted y yo choquemos, me refiero a que usted me esquiva.
—Imaginaciones suyas y la imaginación es libre —replicó "Mikaela" haciendo un grandioso esfuerzo por mostrar una serenidad que no sentía—. Lo que ocurre es que soy insociable y antipática por naturaleza... con usted y con el resto del mundo. Y, si me disculpa, tengo asuntos importantes que requieren mi atención inmediata —añadió porque le urgía que aquella conversación finalizase.
—Por supuesto que la disculpo —aceptó el señor Teodoro, bastante confuso.
"Mikaela" se alejó y cuando estuvo muy segura de que la mirada de Blas ya no podía perseguirla; se detuvo y se apoyó en una pared, tenía la sensación de que sus piernas se negaban a continuar manteniéndola en pie.
Y por primera vez, desde que llegó a Aranzázu, fue consciente de que empezaba la cuenta atrás... y que quizás no estaba tan preparada como ella había creído, quizás no estaba preparada para lo que debía hacer. Y las dudas comenzaron a desatar una tormenta en su interior.
Elisa Rey llamó por teléfono a su hermano Bruno y tuvo que admitir, llorando, que tenía toda la razón. Blas era un mal hombre, muy poderoso y, posiblemente, un asesino.
—Deberías marcharte de Aránzazu —le aconsejó el hombre—. Cuanto más lejos estés de Blas Teodoro,
mejor te irá.
Y la que estaba encantada de la vida y encantada de haberse conocido era Patricia. Desde la celebración de su cumpleaños iba más emperifollada que nunca al instituto. No podía olvidar que el señor Teodoro había organizado una fiesta en su honor en “Paraíso” y que había sido su pareja de baile. Su otro compañero adulto de baile, Álvaro Artiach, tampoco estaba mal y la había obsequiado con una tarjeta que era un pase para entrar en la discoteca cuando ella quisiera.
Por supuesto, la jovencita estaba más que dispuesta
a utilizarlo. Tal vez en “Paraíso”
pudiera encontrar a un hombre parecido a Blas, pero con menos escrúpulos.
La muchacha, deseosa de presumir y de darse
importancia, enseñó la tarjeta a Natalia y a Bibiana.
—¿Qué os parece? —se jactó blandiendo la tarjeta ante los ojos
atónitos de las niñas— Seguro que vosotras no tenéis algo así. Con
esto, puedo entrar en “Paraíso” cuando quiera. Me la regaló Álvaro.
—¡Tú estás loca! —se escandalizó Bibiana— ¿No comprendes que puede ser peligroso ir a ese lugar? Deberías romper esa tarjeta y olvidar al señor Artiach.
—¡Eres una insignificante, Bibi! —la despreció Patricia, mirándola con desdén— No llegarás nada lejos en esta vida. ¡Qué desperdicio!
—¡Y tú tal vez no llegues a cumplir los catorce, so imbécil! —gritó Natalia, excitada.
Nicolás se enteró de la existencia de la tarjeta
pero tampoco consiguió convencer a Patricia de que se deshiciera de ella.
—¡Déjame en paz, Nico! —se enfadó la chiquilla— ¡No vuelvas a meterte conmigo o se lo diré a Blas!
El muchacho se encogió de hombros y dio por
terminada la cuestión, no le interesaba que su padre se enterase de aquello porque no quería que tuviera ninguna relación con la discoteca ni con la gente
que trabajaba allí.
Una noche, después de cenar, se encontraba en el
confortable salón de su casa. Estaba tumbado en un largo sofá, acompañado por
el señor Teodoro y la señora Sales. La lluvia golpeaba, con insistencia, una
pared acristalada de la estancia por la que se veía parte del porche, una zona de jardín y la casa de la familia Hernández. En la gigantesca
pantalla de televisión estaban dando las noticias; Nicolás no prestaba
atención, más bien se aburría y deseaba que terminara cuanto antes el tedioso
espacio informativo y comenzara una serie que le gustaba. No podía entender
cómo su padre y su abuela estaban tan atentos… Pero, de pronto, algo que decía
un periodista lo puso alerta y muy tenso.
El locutor informaba de que había que tener especial
cuidado con la juventud. Que los padres debían preocuparse más y mejor de dónde
y cómo pasaban sus hijos los momentos de ocio. Se habían producido varios casos de jóvenes que, tras
salir un viernes por la noche, aparecían días posteriores sin tener conciencia
ni recordar absolutamente nada de lo que les había sucedido. Su aspecto era
desaliñado y su mente, desorientada. Algunos presentaban indicios de haber
sufrido abusos sexuales.
Estos jóvenes podían haber sido víctimas de una
droga conocida con el nombre de “Burundanga”. Esta droga procedía de Colombia,
un cuarto de gramo costaba cuatrocientos dívares. Unos simples polvos vertidos
y mezclados con el contenido de un vaso atontaban a la persona que los tomaba,
y anulaban su voluntad. La droga desaparecía de la sangre a las diez horas.
—¡Qué barbaridad! —exclamó la señora Sales, sobresaltada— Este mundo está cada vez peor y, a ti, solo se te ocurre llevar al
niño a discotecas —echó en cara a su hijo.
—¡Mamá, por favor! —se enojó el señor Teodoro en el acto —Fuimos a celebrar el cumpleaños de Paddy y únicamente asistieron niños
del instituto. La discoteca estaba cerrada al público, era una fiesta privada.
Tomaron dulces y refrescos. Los vigilé en todo momento. Además, los dueños de
“Paraíso” son mi amigo Álvaro y un profesor del instituto, no son unos
desconocidos.
—Sigo pensando que nunca debiste llevar al niño allí —declaró la mujer con obstinación.
La discusión de los adultos continuó adelante;
Nicolás escuchaba y observaba, en silencio, a su padre y a su abuela, temiendo
que iba a resultar prácticamente imposible que el señor Teodoro consintiera que
saliera un viernes o un sábado por la noche.
“Si supiera que lo que quiero es ir a
“Paraíso” me mata”, pensó el crío mirando a su progenitor con temor.
Recordó la amenaza de Natalia y se removió,
inquieto.
“No sé cómo voy a convencer a mi padre para
que me deje salir”, meditó, desesperado. “Y mañana ya es miércoles y la loca de Nat se irá con Bibi este
viernes a la discoteca, por mucho que yo no vaya. Y no va a dejar que Leo,
Lucas y Marcos las acompañen. ¡Es tan testaruda!”.
Las noticias habían acabado; el señor Teodoro y su
madre continuaban discutiendo acaloradamente. Empezó la serie que le gustaba a
Nicolás, pero su padre y su abuela no estaban por la labor de zanjar su disputa.
—¿Queréis callaros de una vez, pesados? —les gritó el chiquillo, perdiendo la calma— ¿Por qué no os vais a la cocina?
¡Y tú, de paso, te tomas una tila!
Los últimos gritos del chaval iban dirigidos
exclusivamente al señor Teodoro. Tanto él como su madre enmudecieron, pero
los oscuros ojos del joven echaban chispas y estas chispas, también se
dirigían, exclusivamente, a Nicolás.
—¡Vete a tu habitación y acuéstate inmediatamente! —le ordenó con furia— ¿Qué te has creído, mocoso? ¡A tu abuela y a
mí no nos mandas callar! ¡A tu habitación enseguida! ¡Cada día te pareces más a tu madre!
—¡Blas, por el amor de Dios! —exclamó la señora Sales, incómoda— ¡No sé a qué santo viene hablar ahora de esa mujer!
—Esa mujer se llama Helena y en cuanto pase este trimestre, no habrá santo que evite que la busque y que la encuentre —advirtió el señor Teodoro, fuera de sí.
—¡Blas, por el amor de Dios! —exclamó la señora Sales, incómoda— ¡No sé a qué santo viene hablar ahora de esa mujer!
—Esa mujer se llama Helena y en cuanto pase este trimestre, no habrá santo que evite que la busque y que la encuentre —advirtió el señor Teodoro, fuera de sí.
Nicolás se levantó del sofá y salió del salón,
obediente. El castigo le parecía injusto, pero sabía que su padre no iba a
admitir ninguna réplica. Estaba demasiado alterado tras la riña mantenida con
la señora Sales.
Págs. 797-803
Este jueves dejo en el lateral del blog una canción de Merche... "Te espero cada noche"
Próxima publicación... jueves, 6 de noviembre
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