CAPÍTULO 69
UN TERRIBLE
SOBRESALTO PARA EMILIA
A
|
la mañana
siguiente, las risas de Nicolás y Natalia despertaron al señor Teodoro. Eran
las nueve y cuarto y la luz de un tímido sol se colaba por la ventana. El
hombre se encolerizó y se levantó, precipitadamente, al descubrir el motivo de
la hilaridad de los primos.
Patricia se paseaba por la habitación completamente
desnuda. A sus casi trece años, tenía los pechos bien desarrollados y el pubis
cubierto de vello. El señor Teodoro cogió una bata, que colgaba de una percha,
y se la lanzó a la chiquilla.
—¡Tápate de inmediato! —le gritó.
La señora Sales se despertó y aún tuvo tiempo de ver
la escenita para horrorizarse. Bibiana también estaba despierta, pero no se
reía. En su opinión, su amiga había perdido la cabeza y su proceder era, en
exceso, descabellado.
Patricia se puso la bata mirando, con carita
inocente, al señor Teodoro.
—Iba a ducharme —le dijo como excusa a su
conducta.
—Si ibas a ducharte,
haberte desnudado en el cuarto de baño —le contestó el joven,
fríamente—. Hoy te
quedarás aquí, con Nico y con mi madre.
—¡Pero yo quiero ir a Puerto Llano a comprar
regalos! —protestó la
muchacha.
—¡De ningún modo vendrás! —le aseguró el señor Teodoro— Lo que quieras comprar,
lo anotas, y le das la hoja a Bibi o a Nat. Tu mal comportamiento merece un
castigo, lo siento.
Nicolás continuaba riéndose, su tutor se giró y le
lanzó una mirada fulminante.
—¡Sal del cuarto
enseguida! —le ordenó— Ve a ducharte y a
vestirte.
ῳῳῳ
Después de desayunar, el señor Teodoro le tomó la
temperatura a Nicolás. El chiquillo seguía sin tener fiebre.
—¿Cuánta fiebre tengo? —preguntó el niño— Yo me encuentro bien.
¿Por qué no me dejas ir con vosotros?
—¡Te quedas aquí! —exclamó el señor Teodoro
con firmeza— El doctor
Pascual dijo que estuvieras tres días en casa y así lo harás. Y pórtate como es
debido, si cuando vuelvo mi madre me dice que le has dado la lata te tiendo de
las orejas. ¿Me he explicado con claridad?
Nicolás asintió, frunciendo el ceño de tal modo,
que el señor Teodoro tuvo que hacer un soberano esfuerzo para no sonreír y
abrazar al muchacho. Hubiese querido, de mil amores, llevarlo a Puerto Llano,
pero tenía muy presente que el médico le había dicho que continuara con el
tratamiento o el chaval podía recaer fácilmente.
Patricia entregó una hoja a Natalia, donde había
apuntado los regalos que deseaba comprar. Y el señor Teodoro, acompañado de
Bibiana y Natalia, salió de villa de Luna.
Detuvo el todoterreno al lado del coche de Gabriela cuando vio
a la joven, paseando con su madre y con Hércules. Bajó el cristal de la
ventanilla y las saludó.
—¿A dónde vas? —le preguntó Gabriela.
—Voy a Puerto Llano a
comprar unos regalos.
—Nosotras también vamos a
ir. Vamos a llevar a Hércules a la clínica veterinaria; le toca la vacuna y
quiero que le hagan una revisión. Luego iremos a visitar a unos amigos de mi
madre y comeremos con ellos.
—Muy bien —sonrió el señor Teodoro—. Ya nos veremos, hasta
luego.
—Hasta luego —sonrió Gabriela.
—¿No va Nico con vosotros?
—indagó Estela— ¿Sigue enfermo?
—Está muy bien —respondió el señor
Teodoro—, pero
Pascual me recomendó que no saliera en unos días. Tiene miedo de que vuelva a
recaer.
La señora Miranda asintió, deseando con vehemencia
que el niño no recayera y estuviese completamente restablecido para el Roscón
de Reyes.
ῳῳῳ
Nicolás y Patricia no tardaron en discutir. La niña
quería ver un programa y el niño quería ver otro. La señora Sales acudió al
salón a poner paz. La labor le resultó quimérica y terminó por apagar la tele.
—No vais a ver nada
ninguno de los dos, por tontos —resolvió.
—Me voy a dar una vuelta por el pueblo —dijo Patricia—. No tardaré en volver y la ayudaré en las
tareas, Emilia.
Solo quiero pasear un poco para estirar las piernas
y respirar este aire de montaña tan saludable.
Sin embargo, las verdaderas intenciones de la
muchacha eran muy diferentes a lo que decía. Pretendía no regresar, de este
modo cuando el señor Teodoro llegara a la villa se vería forzado a salir a
buscarla. La chiquilla se emocionó pensando en lo nervioso y preocupado que se
pondría el hombre.
La señora Sales no puso objeción ninguna a su salida
y Patricia se marchó, muy contenta. Nicolás empezó a quejarse y a ponerse muy pesado, persiguiendo a
Emilia.
—¿Y por qué no puedo salir
un rato? —preguntaba reiterativo— Me encuentro bien.
Seguro que no tengo fiebre y no me duele la garganta. ¿Por qué Blas no me ha llevado
a Puerto Llano?
La mujer no contestaba al chiquillo y lo ignoraba
para desesperación de este que, finalmente, se dio por vencido y se echó en un
sofá del salón, disgustado y malhumorado. No se atrevía a salir sin permiso de
la señora Sales, temiendo que, de hacerlo, esta se lo contara a su tutor y las
consecuencias podían llegar a ser nefastas para él.
ῳῳῳ
Patricia no llegó a ir muy lejos de la villa; poco
después de dejar atrás la pista de tenis y comenzar a bajar la pendiente, de
entre la maleza, le salió al paso el mismísimo Víctor Márquez. El hombre la
miró, sonriendo con maldad. La niña se quedó parada, como petrificada, el
miedo la paralizó y fue incapaz de moverse. Recordó que ese tipo repugnante
había violado a Sandra, ¿sería su intención violarla a ella también?
—Escúchame, imbécil —dijo el individuo,
agarrándola por el pelo. Las piernas de la muchacha temblaban y
casi no la sostenían—, he visto pasar el carro del tal Blas. ¿Quién
hay en la casa? ¿A dónde ha ido el tipo ese y cuándo piensa volver? Solo quiero
pillar algo de pasta y me largo. Si te portas bien y me ayudas, no te haré
daño. Si haces el tonto, te mato. ¡Habla
de una puta vez, condenada!
—En la casa está la madre
de Blas —habló la
niña, muy asustada—. Han ido a Puerto Llano a comprar regalos, tardarán
en volver.
—¡Estupendo! —exclamó el hombre,
satisfecho— En esa casa
debe haber cosas de valor. ¡Vamos allá!
Patricia no nombró a Nicolás porque temió que si el
señor Márquez sabía que el chiquillo estaba en la villa, podía desistir de su
idea de ir a la casa y, tal vez, se ensañase con ella viendo sus planes
truncados.
El hombre arrastró a la niña, sujetándola por el
cabello, en dirección a villa de Luna.
Caminaron por la montaña para no ser vistos por algún habitante de la
urbanización. Patricia lloraba y temblaba, todas sus esperanzas estaban puestas
en Nicolás. Únicamente él podía salvarlas
a ella y a Emilia.
Llegaron a la terraza de la cocina y saltaron a
ella, Víctor Márquez ordenó a su cautiva, entre susurros, que llamara a la puerta. Los ojos verdes del
hombre brillaban, feroces. La niña, con mano temblorosa, apretó el timbre.
—¡Soy Paddy, abre Emilia! —gritó, intentando que su
voz sonara normal.
La señora Sales estaba ocupada ordenando un cajón
del mueble del salón. Oyó gritar a la chiquilla.
—Ve a abrir, Nico, haz el
favor. Es Paddy.
—¡Qué pesada! —exclamó el chaval,
molesto— Pensaba que
nos libraríamos de ella durante más rato. Pues, ahora, no pienso cambiar de
canal. Me gusta la peli que estoy viendo.
Dicho esto, se levantó del sofá, fue a la cocina y
abrió la puerta con cara de pocos amigos. Se quedó perplejo cuando vio frente a
él al señor Víctor Márquez.
—¡Zorra, me has engañado! —bramó el individuo que
mantenía a Patricia, sujeta por el cuello— ¡No me habías mencionado que el chico estuviera! ¡No intentes nada, chaval, o dejo sin aliento
a tu amiga!
La señora Sales creyó que se le iba a parar el
corazón al reconocer aquella voz ronca y tenebrosa. ¡Era Salvador Márquez! La mujer, con gran temor, se dirigió,
presurosa, a la cocina.
Aprovechando la confusión de Nicolás, el señor
Márquez empujó a Patricia contra el muchacho e intentó darle una patada en los
genitales. El chiquillo reaccionó a tiempo y dio un salto hacia tras, evitando el
golpe. El hombre, no queriendo enfrentarse al chaval porque pensaba que no le
iba a vencer, echó a correr. Nicolás lo persiguió y la señora Sales gritó,
angustiada.
—¡Nico, entra en casa por
favor! —rogó, muy
asustada— ¡Nico, vuelve!
Antes de que Víctor Márquez saliera al camino,
Nicolás le dio alcance, derribándolo, y cayendo, encima de él, al suelo. El
hombre se debatía, con rabia y furia, bregando por zafarse del chico. Pero,
Nicolás era de constitución fuerte y no le costó gran esfuerzo sujetar al individuo,
doblándole los bra zos sobre la espalda y asiéndole ambas muñecas.
—¡No te muevas o te
romperé un brazo! —le aseguró el chaval, hincando sus rodillas en el
dorso de Víctor Márquez.
—¡Nico, suelta a ese hombre y
entremos en casa! —exclamó la señora Sales
acercándose. Estaba tan atemorizada que no podía pensar con claridad.
Víctor Márquez quiso sacar partido del miedo de la
mujer.
—Sí, será mejor que se
lleve a este jovenzuelo a casa —declaró, fieramente— ¡Llévese a este
condenado, vieja! ¡Tengo una navaja
en el bolsillo y VOY A CLAVÁRSELA EN EL
CORAZÓN!
—¡Nico, por Dios! —chilló la señora Sales,
espantada— ¡Apártate
de este hombre y vámonos a casa!
—¡Emilia! —gritó Nicolás, impacientándose— ¡Este tipo solo quiere
asustarte! ¡No puede moverse o le romperé los dos brazos! ¡Soy más fuerte que
él! ¿Cómo va a clavarme una navaja? Ve a casa y llama al señor Tobías, hazme
caso.
En efecto, Nicolás era mucho más fuerte que Víctor
Márquez pero, la pobre señora Sales solo veía a un niño que adoraba encima de
un hombre sin escrúpulos y muy peligroso.
—¡Hazme caso tú a mí! —insistió la mujer,
frenética — Si no me obedeces, se lo
diré a Blas…
—¡Dile a Blas lo que quieras! —atajó Nicolás, fuera de
sí, apretando, con más fuerza, las muñecas del hombre— ¡No voy a soltarle!
—¡Haga caso a Nico! —chilló Patricia, histérica— ¡Llame al señor Tobías, Emilia!
¡Si Nico suelta a ese tipo, nos va a
matar a todos!
Después de gritar esto, la muchacha salió corriendo
de la te rraza, dirigiéndose a
casa del señor Francisco y, acaloradamente, le explicó lo que estaba
sucediendo.
El señor Torres llamó por
teléfono al policía de Luna; a continuación
cogió su escopeta y corrió, todo lo que su obesidad le permitía, hacia villa de
Luna. Llegó a la terraza, respirando
con dificultad. Los ojos azules y saltones del hombre parecían estar
desorientados. Patricia le había seguido a prudente distancia. En la terraza
continuaban Nicolás, Víctor Márquez y la señora Sales. El señor Francisco
encañonó la cabeza del ex cuñado de Gabriela.
—¡No se
le ocurra moverse o le vuelo la tapa de los sesos! —amenazó, exaltado.
—¡Apártate,
tú, Nico! —ordenó Emilia al chaval — Francisco se encargará
de este individuo. ¡Apártate, te digo!
Págs. 534-542
Hoy dejo en el lateral del blog una bonita canción de Julio Iglesias... "De un mundo raro".
Y voy a dedicarle este capítulo a una lectora muy celosa y muy pesada.
Tan pesada que, durante esta semana, ha conseguido convencerme de que debía dedicárselo.
Esto es una dedicación... casi a la fuerza.
No, es broma.
Te lo dedico con todo mi cariño... Merck Alba
Hoy dejo en el lateral del blog una bonita canción de Julio Iglesias... "De un mundo raro".
Y voy a dedicarle este capítulo a una lectora muy celosa y muy pesada.
Tan pesada que, durante esta semana, ha conseguido convencerme de que debía dedicárselo.
Esto es una dedicación... casi a la fuerza.
No, es broma.
Te lo dedico con todo mi cariño... Merck Alba